La versi¨®n espa?ola
La ultraderechizaci¨®n ideol¨®gica y pol¨ªtica, propia del integrismo pol¨ªtico, ha alcanzado de lleno, gracias a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, a nuestro pa¨ªs, perturbando la joven estabilidad de su estructura democr¨¢tica de partidos. Principal problema, ya desde la transici¨®n, fue el convivir de los espa?oles que exig¨ªa la aceptaci¨®n un¨¢nime de las diversas fuerzas pol¨ªticas. Lo que es preocupante porque, ya desde la transici¨®n, nuestro principal problema fue hacer posible la convivencia de los espa?oles, mediante la aceptaci¨®n, por parte de todos, de las diversas fuerzas pol¨ªticas existentes. S¨®lo as¨ª era posible construir un sistema que nos permitiera transitar desde la autocracia a la democracia y legitimar democr¨¢ticamente al jefe de Estado que nos hab¨ªa impuesto Franco. Lo que exig¨ªa superar el enfrentamiento de la Guerra Civil y suscitar una derecha democr¨¢tica.
El Contubernio de M¨²nich supuso una contribuci¨®n fundamental para lograr el primer objetivo; el segundo fue resultado de un largo proceso, que dur¨® dos d¨¦cadas y acab¨® cuajando en lo que se llam¨® derecha civilizada. En ella convergieron los representantes de la derecha hist¨®rica prefranquista -Jos¨¦ Mar¨ªa Moutas, Antonio Melchor de las Heras, Germ¨¢n Ad¨¢nez, Joaqu¨ªn Maldonado, Emilio Attard, Manuel Garc¨ªa Atance, etc¨¦tera-, con Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles a su cabeza, con los representantes de la derecha nacionalista de las grandes comunidades hist¨®ricas. A ellos se unieron los j¨®venes europe¨ªstas dem¨®crata cristianos -Fernando ?lvarez de Miranda, ??igo Cavero, Jos¨¦ Luis Ruiz Navarro, etc¨¦tera- y los mon¨¢rquicos liberales de Uni¨®n Espa?ola -Vicente Pini¨¦s, Jaime Miralles, Juan Antonio Zulueta y Jaime Garc¨ªa de Vinuesa, acompa?ados desde Barcelona por Jos¨¦ Luis Mil¨¢ y Antonio Senillosa-, capitaneados por Joaqu¨ªn Satr¨²stegui, los cuales, m¨¢s tarde, coincidieron en ideolog¨ªa con los nuevos liberales de Joaqu¨ªn Garrigues Walker en Madrid, con Joaqu¨ªn Mu?oz Peirats en Valencia, con Antonio Jim¨¦nez Blanco en Granada y con las Nuevas Generaciones que animaba Ignacio Camu?as. La Asociaci¨®n Cat¨®lica Nacional de Propagandistas aport¨® los nombres de Abelardo Algora, Marcelino Oreja, Landelino Lavilla, Jos¨¦ Luis ?lvarez, Gabriel Ca?adas, muchos de ellos politizados en Los T¨¢citos. Todos ocuparon conjuntamente el espacio que va desde la derecha al centro, y en su casi totalidad se incorporaron a la UCD, a la que la existencia de la Alianza Popular de los Siete Magn¨ªficos y su fuerte olor franquista consagraron como centro. Sin ese perfil pol¨ªtico hubiera sido muy dif¨ªcil que las fuerzas de la izquierda hist¨®rica aceptasen sentarse con ellos en la misma mesa pol¨ªtica.
El cumplimiento del prop¨®sito principal de la transici¨®n -dotar a Espa?a de un sistema pol¨ªtico democr¨¢tico que incluyera a Juan Carlos de Borb¨®n y a los heredo-franquistas- y las ambiciones y rivalidades personales de sus l¨ªderes clausuraron el proyecto UCD y dieron paso al PP, m¨¢s inclinado a la derecha, pero conservando las buenas maneras pol¨ªticas y una cierta querencia del Centro. Que dur¨® lo que el primer mandato de Aznar. A partir del a?o 2000, ¨¦ste se instal¨® en la hosquedad y la arrogancia de los modos y en el reaccionarismo de los contenidos, propiciando una involuci¨®n ideol¨®gica que nos devolv¨ªa a los tiempos del nacionalcatolicismo y alineaba al PP con la opci¨®n primigenia de Alianza Popular, tan pr¨®xima al populismo nacionalista de Berlusconi y sus socios. ?El apoyo incondicional de Aznar a las posiciones b¨¦licas de los halcones del Pent¨¢gono -Rumsfeld y Wolfowitz- y su total identificaci¨®n con el ideario de Bush y de sus neocons son causa o consecuencia de esta involuci¨®n? Seguramente de ambas. Pero lo que parece claro es que esta nueva versi¨®n del integrismo pol¨ªtico, hostil a la Europa de los padres fundadores y a su modelo de sociedad, dif¨ªcilmente podr¨¢ conseguir en Espa?a la mayor¨ªa -como acaba de comprobarse en las elecciones europeas- y empujar¨¢ a la izquierda estatal y a las izquierdas perif¨¦ricas hacia posiciones centristas para consolidar y aumentar su base electoral. Lo que si en una primera fase puede convenir a los socialistas al asegurarles un largo periodo de gobierno, no le conviene en absoluto a la democracia espa?ola, que reclama una convivencia con antagonismos, pero sin insultos ni agresiones, para que no se le amputen las escasas posibilidades que tiene de autocorrecci¨®n y cambio. Digo, de progreso. Por precario e insatisfactorio que ¨¦ste sea para quienes nos situamos en el horizonte de "otro mundo es posible".
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