La gata que huy¨®
En Getafe hay una Casa de la Poes¨ªa donde, adem¨¢s de contar con una biblioteca po¨¦tica especializada, una fonoteca, videoteca, manuscritos, documentos in¨¦ditos, dibujos y pinturas, existen un esp¨ªritu y una manera de entender el mundo en la complicidad del poema. Esa casa, llena de juventud y de vida, es un lugar de encuentro en el que se da un modo de celebraci¨®n de la vida del que el mundo contempor¨¢neo est¨¢ muy necesitado. Y desde la semana pasada, esa casa, adem¨¢s de haber perdido a su directora, ha perdido un alma. Como la ha perdido la Universidad Popular Jos¨¦ Hierro, de San Sebasti¨¢n de los Reyes.
Tambi¨¦n la casa de Getafe se llama Centro de Poes¨ªa Jos¨¦ Hierro. Si hubiera vivido ahora el poeta que da nombre a ese centro, tan vitalista siempre, pero en cuya vida no faltaron grandes experiencias de dolor, estoy seguro de que el mi¨¦rcoles pasado hubiera vivido la mayor amargura de sus d¨ªas. Porque la directora de la casa de la poes¨ªa que perdi¨® Getafe era la hija de Hierro. Y la muerte de Margarita, de modo inesperado y con 53 a?os, creo estar seguro de que hubiera supuesto para su padre la m¨¢s dura prueba de su vida. A pesar de que Hierro fuera un hombre pudoroso y algo reservado, fue f¨¢cil siempre percibir, para quienes vivimos junto a su familia en sus casas abiertas y acogedoras (ya fuera la de la madrile?a calle de Fuenterrab¨ªa o la tan vecina a Getafe, en Titulcia, territorio literario al que Hierro puso el nombre de Nayagua), que el entendimiento del poeta con su hija Margarita era algo m¨¢s que una buena relaci¨®n entre un padre y una hija: la relaci¨®n de dos c¨®mplices. Margarita nunca fue muy habladora, pero tuvo siempre la habilidad de entenderse muy bien con Hierro, cuya complejidad de car¨¢cter conoc¨ªa como nadie, tan s¨®lo con mirarlo; tambi¨¦n con los dem¨¢s.
Su mirada no era fr¨ªa ni autoritaria, aunque a veces pusiera orden con los ojos: era una mirada acogedora y viva, como la de los ojos de los gatos que amaba, como aquel gato siam¨¦s que tuvo durante algunos a?os. Un gato igual que el gato de Luis Feria, que tambi¨¦n anduviera por Nayagua en sus a?os de Madrid, y que aparece en el bestiario del gran poeta del 50 que Margarita edit¨® en la espl¨¦ndida colecci¨®n de bestiarios que cre¨® y dirig¨ªa: "Nada importa lo que borre el agua; / en el ojo del gato est¨¢ presente". El d¨ªa en que el gato de Margarita se nos fue sin aviso de Nayagua, no estaba all¨ª, como tantas otras veces, Claudio Rodr¨ªguez, que siempre se entendi¨® mejor con los perros, de tal modo que entre los mejores poemas del bestiario espa?ol contempor¨¢neo est¨¢ el suyo dedicado a Sirio, el perro de Vicente Aleixandre, junto al que aparece Margarita retratada en el regazo de Aleixandre. En buenas manos estaba aquella colecci¨®n de bestiarios en la que ella, heredera tambi¨¦n de la pasi¨®n po¨¦tica de su padre, como se ve, criada entre poetas, puso tanto ojo y cuidado como el que hab¨ªa puesto para ver en su propio animalario, una antolog¨ªa hermos¨ªsima que nos deja, los gatos encerrados en la poes¨ªa de Alberti o de Diego, de Baquero o de Barral, de Cuenca o de Gloria Fuertes, de Jos¨¦ Luis Hidalgo o de su propio padre, que contemplaba en sus versos al gato vanidoso de su nieta Tacha, hija de Margarita y sorprendente poeta in¨¦dita.
En esa aventura de recontar por su cuenta gatos po¨¦ticos cont¨® con Elsa L¨®pez, que se pase¨® por las enciclopedias en el pr¨®logo del libro y volvi¨® al presente con sus gatos entre el humor, la poes¨ªa y un punto de disparate de l¨ªrica palmera con mucho de gatita. Pero cont¨® siempre, y para todo, inseparables en la vida y en la literatura, con Manuel Romero, su marido, su amigo, su compa?ero en la permanente aventura po¨¦tica de sus vidas. El mismo novio locuaz que nos trajo un d¨ªa a Nayagua, afectuoso, generoso, entusiasta, con el mejor humor cordob¨¦s y con la pasi¨®n m¨¢s exaltada por la poes¨ªa, amante de la tradici¨®n po¨¦tica, due?o de m¨¦tricas y rimas, que mezclaba los versos de Lope con su trabajo en las vi?as y disfrutaba de un vino que dicen que fue bueno con el tiempo y que le hac¨ªa cantar luego canciones a dos voces de los tiempos del colegio. En aquellos d¨ªas felices de Nayagua ve¨ªamos saltar las liebres -huidizas, juguetonas- a las que no meti¨® Romero en su propio bestiario, que tambi¨¦n hizo el suyo, y excelente. Ahora, casi como su gato siam¨¦s, de modo inesperado y enga?oso, se nos ha ido Margarita Hierro para siempre. La luz de la poes¨ªa le permitir¨¢ a Manolo Romero, como a Lines, su madre, buscarla en el recuerdo; so?arla, sonriente, entre los gatos huidizos del tiempo.
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