El revisionismo hist¨®rico espa?ol
Revisar es un verbo que necesariamente conjugan cada d¨ªa los historiadores. La Historia, en definitiva, es una aventura intelectual, por fortuna llena de sorpresas, en la que cada generaci¨®n e incluso cada individuo se pregunta a partir de una serie de premisas colectivas e individuales. Ning¨²n calificativo m¨¢s inapropiado para la Historia que el de "definitiva". Geyl asegur¨® que la investigaci¨®n hist¨®rica consist¨ªa en un debate sin final y Veblen lleg¨® a la conclusi¨®n de que cualquier investigaci¨®n en ciencias sociales empezaba con una pregunta y conclu¨ªa al menos con dos.
Pero una cosa es revisar y otra muy diferente el "revisionismo". Todo historiador parte de unas fuentes primarias y logra una interpretaci¨®n original que se escribe en el hipertexto de nuestros conocimientos y que sin duda ser¨¢ objeto de reconsideraci¨®n. El "revisionista" act¨²a de otro modo. No parte de preguntas, sino de seguridades o de presunciones. No acude a las fuentes primarias, sino a las secundarias que pretende elaborar con originalidad. Lo hace, sin embargo, con extravagancia acudiendo a interrogantes inapropiados que remiten a la posici¨®n partidista que ya ha adoptado. Elude la t¨¦cnica del historiador y por eso suele magnificar el dato irrelevante para sus propios fines o tomar la parte por el todo. Huye de matices porque lo suyo es el dualismo maniqueo, la simplificaci¨®n o la parcialidad. Ans¨ªa la pol¨¦mica porque parece concederle el privilegio de una posici¨®n innovadora o situarle en id¨¦ntico plano de los profesionales de la Historia.
En Espa?a ha aparecido un revisionismo hist¨®rico en los ¨²ltimos tiempos que siempre ha movido a la duda acerca de si merec¨ªa la pena dedicarle alguna atenci¨®n. Lo cierto es que, en t¨¦rminos de ciencia hist¨®rica, rotundamente no es as¨ª, pero quiz¨¢ la respuesta debe ser positiva en cuanto denota un deslizamiento de la derecha social y pol¨ªtica hacia un neoconservadurismo radical. Consigue cierto ¨¦xito entre un p¨²blico lector, poco propicio a sofisticaciones, pero de ah¨ª no deriva su peligrosidad. ?sta consiste en difundir una serie de presunciones que en nada facilitan la convivencia.
Tomemos un ejemplo reciente. C¨¦sar Vidal ha escrito, junto a multitud de p¨¢ginas s¨®lo explicables por la necesidad de supervivencia, libros que resumen, en t¨¦rminos de divulgaci¨®n, algunas cuestiones importantes de la Historia del siglo XX espa?ol. Pero en los ¨²ltimos tiempos se ha lanzado a una desbordada actividad que le llevan a tratar desde las reinas de Espa?a hasta el enfrentamiento entre el Islam y Espa?a y las checas en el Madrid del Frente Popular. Este ¨²ltimo es un libro insostenible no s¨®lo por las innumerables p¨¢ginas de relleno, sino por la carencia de cualquier capacidad cr¨ªtica para abordar el n¨²mero de ejecutados de forma sumaria entonces. Pero el libro fue utilizado como ariete nada menos que contra los portavoces del PSOE en la Asamblea de Madrid durante la lamentable comisi¨®n de investigaci¨®n del verano pasado.
P¨ªo Moa es tambi¨¦n autor prol¨ªfico y alejado de los medios acad¨¦micos con los que mantiene vanamente la pretensi¨®n de polemizar. Claro est¨¢ que es muy dif¨ªcil hacerlo. Puede, como en su ¨²ltimo libro, tomar una parte de la verdad y montar una tesis por completo desmesurada y que nos devuelve a los a?os cuarenta. Empieza, por ejemplo, por considerar que la CEDA no era nazi, para llegar a la conclusi¨®n de que la Guerra Civil comenz¨® por culpa de la izquierda en octubre de 1934. Pero, adem¨¢s, presume una conspiraci¨®n desde comienzos de siglo de izquierdistas y nacionalistas y dice descubrir su capacidad destructiva... ?en una sociedad secreta! Pero semejante extravagancia tuvo su eco en el calificativo "mas¨®nico" que Jim¨¦nez Losantos otorg¨® al discurso de investidura de Zapatero.
Jos¨¦ Mar¨ªa Marco escribe bien y puede dar la sensaci¨®n en ocasiones que con mayor fundamento que los antes citados. Pero en sus dos libros m¨¢s conocidos plantea una especie de enmienda a la totalidad contra un sector de la vida espa?ola de comienzos del siglo XX que resulta m¨¢s respetable: el mundo intelectual liberal. Habr¨ªan sido ellos los principales responsables de la destrucci¨®n del liberalismo de la Restauraci¨®n, descrito en unos t¨¦rminos id¨ªlicos que no compartir¨ªan siquiera sus propios protagonistas. Ahora bien, la ¨²ltima presencia de Marco en el mundo editorial no se refiere a estas cuestiones, sino a haber sido el redactor del reciente libro del presidente Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar.
En el trasfondo de las posiciones defendidas por estos autores hay, por supuesto, una interpretaci¨®n pol¨ªtica de consumo inmediato. No brilla, en cambio, una labor previa de trabajo en los archivos, unas preguntas coherentes con el conjunto de nuestros conocimientos, ni siquiera la m¨ªnima voluntad de saber. Todo consiste en culpar desde tiempos remotos a la izquierda -y los nacionalismos- de una actitud revolucionaria con resultado totalitario y exterminador del adversario. Y claro est¨¢ que, puestos a simplificar, lo mismo podr¨ªa argumentarse de la derecha. Lo abracadabrante es utilizar ¨¦ste de argumentaci¨®n hist¨®rica -e insostenible como tal- para la batalla pol¨ªtica diaria y actual. A partir de su uso la convivencia es imposible.
Y claro est¨¢ que tambi¨¦n es posible partir de presunciones contrarias con el mismo resultado. Hubo un momento en que determinado tipo de ensayismo pretendi¨® que los modest¨ªsimos reg¨ªmenes liberales en realidad ocultaban dictaduras de supuestos "bloques dominantes de poder" de una burgues¨ªa incompatible con la libertad. Pero puestos a errar, tambi¨¦n esos revisionistas hacen una interpretaci¨®n absurda de lo que juzgan como tendencias dominantes de la historiograf¨ªa espa?ola actual. Es por completo absurdo juzgarla por una especie de izquierdismo elemental que partiera de presunciones como las expuestas o que, por ejemplo, juzgara que la segunda Rep¨²blica fue un r¨¦gimen pol¨ªtico ideal del que hubiera que tomar ejemplo la clase pol¨ªtica de la transici¨®n. O que Franco careci¨® de cualquier apoyo social y su triunfo en la Guerra Civil se explica s¨®lo por la ayuda de Hitler y Mussolini. Ni siquiera en los momentos, transcurridas ya tres d¨¦cadas, en que la desfalleciente dictadura hab¨ªa perdido la batalla en el mundo actual tama?as simplificaciones fueron tomadas muy en serio por m¨¢s que tuvieran ¨¦xito editorial. En un libro plagado de errores y sobre el que s¨®lo un excepcional grado de bondad permite correr un tupido velo, Ram¨®n Tamames ofreci¨® una versi¨®n que algo ten¨ªa que ver con lo expuesto. Hoy nadie se acuerda de ¨¦l, supongo que ni su propio autor, que ha tenido el tiempo suficiente para galopar de la izquierda a la derecha.
Si merece la pena traer a colaci¨®n el "revisionismo" es, en primer lugar, para advertir su conexi¨®n con un cuerpo de doctrina que cada d¨ªa parece m¨¢s rotundo e inasequible a las fisuras. Es un neoconservadurismo que lleva tambi¨¦n, por ejemplo, no tanto a un norteamericanismo fervoroso como a una identificaci¨®n absoluta e impenitente con Bush. Pero ¨¦sa es para la derecha espa?ola una senda que proporciona certidumbres gran¨ªticas pero de una insolvencia extrema. Quien tome en serio esos libros no es que sea un amante de originalidades excesivas, sino que viste intelectualmente de prodigioso hortera. Alimentarse de estas premisas intelectuales descubre, ante todo, inviabilidad respecto de las propias opciones pol¨ªticas.
Pero hay que tener en cuenta que el "revisionismo" no se queda en estos casos extremos, sino que ha tenido su reflejo en ¨¢reas m¨¢s amplias, incluso aquellas de las que cabr¨ªa presumir mayor seriedad. No es tan peligroso que un periodista presente una colecci¨®n documental sobre la Guerra Civil con un pr¨®logo en que pretende que las "bander¨ªas" de los vencidos son la raz¨®n ¨²nica de su derrota.Tampoco que un historiador extravagante asimile el PNV a los compa?eros de viaje de los nazis. En cambio, parecen m¨¢s estremecedores dos casos recientes. Al margen de la calidad de sus asesores, la mediocre serie televisiva Memoria de Espa?a fue presentada como la demostraci¨®n de la existencia de un pueblo com¨²n desde tiempos remotos, en directa correspondencia con el planteamiento electoral de quienes estaban en el poder hasta marzo pasado. Y un brillante escritor como Jon Juaristi ha dedicado su ¨²ltimo libro, farragosa enumeraci¨®n de leyendas medievales, a "la reconstrucci¨®n del imaginario espa?ol", "condici¨®n necesaria para la existencia de la naci¨®n espa?ola". Como si no supi¨¦ramos que los Estados-naci¨®n no tienen su origen, sino mucho despu¨¦s en el siglo XVIII.
Javier Tusell es historiador.
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