M¨¢s sociolog¨ªa que teatro
De momento, los tres espect¨¢culos alemanes -Woyzeck, Kokain y Pablo au supermarch¨¦ Plus- presentados en el Festival de Avi?¨®n 2004, sin estar exentos de inter¨¦s y calidad, han ofrecido m¨¢s sociolog¨ªa que teatro. Comencemos por el Woyzeck, dirigido por Thomas Ostermeier y al que se le ha ofrecido el privilegio de ocupar el espacio m¨ªtico del festival, es decir, la Cour d'honneur del Palacio de los Papas, y de hacerlo por primera vez en un idioma extranjero, en alem¨¢n. Ostermeier ha optado por trasladar la acci¨®n de principios del XIX a principios del XXI, por abandonar el mundo cuartelero y elegir la frontera del suburbio, el l¨ªmite de la ciudad, las cloacas al aire libre. El decorado de Jan Pappelbaum es excelente y no s¨®lo remite de manera realista a ese momento en que el urbanismo moderno se limita a la mera brutalidad de encauzar los desechos, sino que tambi¨¦n evoca la arquitectura de los barrios-dormitorio y los mitos m¨¢s elementales de los sue?os consumistas.
El arranque del montaje, casi la primera media hora, prescinde del texto y se limita a presentar los personajes como en una coreograf¨ªa moderna, a la manera de un Luc Bondy inspir¨¢ndose en Peter Handke. Luego, cuando el texto de Georg B¨¹chner recupera sus derechos, entonces, curiosamente, los personajes se difuminan. El miserable soldado Woyzeck, explotado por todos, v¨ªctima de una violencia jerarquizada, con coartada institucional y cient¨ªfica en el original de B¨¹chner, es un marginal en manos de la violencia de las bandas suburbiales en la versi¨®n de Ostermeier. La sociedad burguesa, con sus escalafones, ha dado paso a una sociedad en la que s¨®lo sirve la fuerza del m¨²sculo y la imbecilidad descerebrada. En ese nuevo contexto las relaciones entre los personajes imaginadas por B¨¹chner se disuelven y, con ellas, los propios personajes, convertidos en meras categor¨ªas sociol¨®gicas. Sin tensi¨®n entre ellos, sin progresi¨®n dram¨¢tica, Ostermeier tampoco logra dar ritmo a su espect¨¢culo, que va de ruptura en ruptura, incorpora un n¨²mero de danza del vientre -se supone que para recordarnos que los emigrantes son de origen turco-, y a un cantante de rap para que el espectador se sepa ante una forma de cultura suburbial contempor¨¢nea.
Frank Castorf (Berl¨ªn, 1951) es el actual director de la Volksb¨¹hne, el teatro rival de la Schaub¨¹hne de Ostermeier, y su Kokain es una adaptaci¨®n de una novela escandalosa de un autor olvidado, el italiano Pitigrilli. Su protagonista, el periodista Tito Arnaudi, es un dandi desesperado, que se alimenta de sexo y del polvillo blanco al que se refiere el t¨ªtulo. "Es una obra que simboliza un poco la decadencia en la que hoy, en Europa, andamos sumergidos", dice Castorf. El montaje es un collage multimedia que permite jugar con varios planos narrativos, los actores despliegan entusiasmo y competencia, la m¨²sica aturde, el decorado propone una impagable sucesi¨®n de emociones y al final se dibuja, en clave expresionista, con los trazos groseramente forzados, el retrato de un mundo "ante el que cualquier hombre ha de suicidarse al cumplir los 28 a?os". Pitigrilli no lo hizo; Fassbinder, que quiso llevarlo al cine, esper¨® un poco m¨¢s. Castorf estetiza la desesperaci¨®n.
Ren¨¦ Pollesch dirige desde 2001 la sala "experimental" de la Volksb¨¹hne. En Avi?¨®n ha estrenado Pablo au supermarch¨¦ Plus, la ¨²ltima parte de una trilog¨ªa sobre la globalizaci¨®n. El dispositivo narrativo, que conjuga, como Castorf, el v¨ªdeo en directo a trav¨¦s de una pantalla gigante que duplica o limita la acci¨®n de los int¨¦rpretes, es ingenioso, la escenograf¨ªa -una siniestra "Fiesta Mayor" contempor¨¢nea- eficaz, el prop¨®sito loable, la entrega de los actores indiscutible, pero el texto es una retah¨ªla de obviedades o insensateces, que de todo hay, sobre el da?o que el neoliberalismo causa a las conquistas sociales del XIX y XX.
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