La doble vida
Por extra?o que pueda parecer, quienes nacemos en pueblos costeros desconocemos lo que es el verano. Al llegar julio, mi padre nunca envasaba a la familia en un coche con el prop¨®sito de emprender ese ¨¦xodo ilusorio llamado "operaci¨®n salida"; mis hermanos y yo nunca nos hacinamos en un piso alquilado escaso de muebles; nunca ingresamos en ninguna manada de primos medio desconocidos; nunca supimos qu¨¦ era eso de comer fuera de casa a diario, de fabricarse amigos de temporada, de vivir un romance sin consecuencias con alguna muchacha del lugar que tras concluir las vacaciones adquiriese la consistencia de un sue?o. Mis hermanos y yo nunca nos fugamos a ning¨²n pueblo remoto ribeteado de playas porque ya viv¨ªamos en uno. Nunca experimentamos, en fin, todo eso que inmortaliz¨® Mercero en su famosa serie, porque si naces en un pueblo costero, el verano siempre son los otros, los que vienen de fuera.
"Si naces en un pueblo costero, el verano siempre son los otros, los que vienen de fuera"
A m¨ª el destino quiso situarme al otro lado del espejo, aguardando el advenimiento de mi primo, que llegaba puntual cada agosto desde la capital para alojarse con mis t¨ªos en la vieja casa de mi abuela. Ten¨ªamos la misma edad, incluso el mismo car¨¢cter, pero nos diferenciaban nuestras circunstancias, el h¨¢bitat en el que hab¨ªamos nacido. Desde siempre, aquella distancia que nos separaba se nos antoj¨® injusta, y cuando agosto la disolv¨ªa, la certeza de que deb¨ªamos aprovechar aquel milagro nos convert¨ªa en sombras el uno del otro. Entre la alegr¨ªa del reencuentro y el dolor de la p¨¦rdida, intent¨¢bamos que nuestro verano durase toda la vida. Y en el tiempo vasto de aquellos agostos repetidos, mi primo y yo pasamos de apedrear gatos a intentar desentra?ar los misterios femeninos, mientras el verano se iba cargando de episodios tan divertidos como cruciales, pero tambi¨¦n de largas charlas donde trat¨¢bamos de arreglar los problemas amorosos que el otro hab¨ªa arrostrado durante el a?o con consejos ya in¨²tiles, lamentando no poder vernos nunca con abrigo y bufanda.
Fue por entonces cuando empec¨¦ a envidiar a mi primo por su condici¨®n de extranjero en mis veranos. Para ¨¦l las vacaciones acarreaban un cambio de escenario, le ofrec¨ªan la oportunidad de vivir durante un mes con la agradable sensaci¨®n de que aquello no contaba. Para ¨¦l agosto significaba poder ser otro, llevar una doble vida. Hasta se fabric¨® un nombre de guerra recortando el suyo. Tras la despedida, yo sab¨ªa que mi primo regresar¨ªa a la capital y hablar¨ªa de nuestro verano como si se refiriese a un mundo m¨¢gico, un mundo que ¨¦l no estaba condenado a ver desvanecerse, pues s¨®lo yo quedaba all¨ª para contemplar c¨®mo su playa se transformaba en un paisaje desierto de cielos grises, las calles volv¨ªan a llenarse de caras conocidas y mi vieja timidez, exorcizada gracias a su compa?¨ªa, volv¨ªa a ganarme cuando me encontraba con cualquier muchacha conocida durante el verano.
No recuerdo con exactitud por qu¨¦ acab¨® todo aquello. Quiz¨¢s porque un verano cualquiera, sin ninguna raz¨®n en especial, mi t¨ªo decidi¨® cambiar nuestro pueblo por alg¨²n sitio famoso de la costa alicantina, la vieja casa de mi abuela por un hotel lastrado de estrellas, y aquellos veranos llegaron a su fin de repente, quiz¨¢s porque ya hab¨ªamos ensayado lo suficiente y era el momento de empezar a vivir en serio.
Ahora, veinte a?os despu¨¦s, cuando alg¨²n asunto me lleva a la capital, suelo recalar en casa de mi primo y su mujer. Siempre hay una cena, y tras el postre las fotos de las ¨²ltimas vacaciones. Durante varios minutos, me dedico a pasar las p¨¢ginas de un ¨¢lbum que me muestran a mi primo y su mujer en Varadero, en Grecia, en Egipto. Nosotros tambi¨¦n guardamos en casa ¨¢lbumes similares, porque tambi¨¦n veraneamos as¨ª, aunque para m¨ª eso ya no es veranear. Quiz¨¢s por eso, cuando mi primo y yo nos quedamos a solas hablando de nuestras cosas al calor de la ¨²ltima copa, ¨¦l siempre acaba haci¨¦ndome la misma pregunta con una sonrisa melanc¨®lica: ?Te acuerdas de nuestros veranos? Yo asiento, y ambos rememoramos aquellos agostos lejanos de nuestra adolescencia, exhumando recuerdos en una suerte de revival, mientras el gusano de la nostalgia nos roe el coraz¨®n. Aquellos veranos remotos en los que llev¨¢bamos una doble vida.
F¨¦lix J. Palma (Sanl¨²car de Barrameda, C¨¢diz, 1968) es autor del libro de relatos El vigilante de la salamandra (Pre-Textos) y de la novela La hormiga que quiso ser astronauta (Quorum). En 2001 gan¨® el premio Tiflos por el cuento Las interioridades y en 2004 el premio iberoamericano de relatos de las Cortes de C¨¢diz con Los ar¨¢cnidos (Editorial Algaida).
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