Sin miedo a la vida
Primer acto. Febrero de 1979. Metro-Goldwyn-Mayer busca una historia para el ni?o prodigio Ricky Schoroder, quien ha alcanzado la fama con la melosa pel¨ªcula Campe¨®n. Alg¨²n ejecutivo despistado pide a John Cassavetes, como har¨ªa al mismo tiempo con otros cien guionistas, un argumento que se ajuste al esplendor de la nueva estrella. A las dos semanas, Cassavetes ya ha terminado un gui¨®n que se llama Gloria. Como suele ocurrir en Hollywood, los mentores del ni?o prodigio deciden embarcarlo en un s¨²bito proyecto, y el gui¨®n de Cassavetes, como los de otros cien guionistas, parece condenado al caj¨®n del olvido. Sin embargo, al agente del actor-director le gusta lo que ha le¨ªdo y mueve el material por diversas productoras. Al poco tiempo, Cassavetes recibe una llamada. Es su agente. Y le dice: "Tengo una buena noticia y una mala noticia. Primero: a Columbia le ha gustado mucho la historia y quiere comprarla. Segundo: quieren a Gena (Rowlands, la mujer de Cassavetes) de protagonista". Cassavetes, extra?ado, pregunta cu¨¢l es entonces la mala noticia: "La mala noticia es que quieren que la dirijas t¨²".
CASSAVETES POR CASSAVETES
Ray Carney (editor)
Traducci¨®n de Daniel Najm¨ªas
Anagrama. Barcelona, 2004
611 p¨¢ginas. 29 euros
Por las fechas en que sucedi¨® esta an¨¦cdota, John Cassavetes ten¨ªa muy consolidada una fama de actor dif¨ªcil y director imposible. En aras de la independencia, sus ¨²ltimas pel¨ªculas, financiadas con dinero propio, apenas consiguieron distribuci¨®n y decir que fueron fracasos de taquilla es decir poco. "Naufragio absoluto" parece una expresi¨®n mucho mejor. La veneraci¨®n de Cassavetes en Europa como un tit¨¢n de la independencia y la libertad creativa era un peque?o respiro. Un respiro mayor, el aliento decisivo, era su capacidad frente al desaliento.
Segundo acto. Uno podr¨ªa
apostar que John Cassavetes nunca pronunci¨® la frase: "Dejemos que la pel¨ªcula hable por s¨ª misma". Ya sea por las urgencias promocionales y financieras, multiplicadas por la necesidad de aclarar el extra?o carisma de su cine, ya sea por incontinencia verbal, Cassavetes no cesaba de hablar de su obra y de la relaci¨®n que sus pel¨ªculas ten¨ªan con su vida y con las vidas de quienes le rodeaban. El trabajo de Ray Carney, quien figura como editor de este volumen, cuando en realidad su m¨¦rito va m¨¢s all¨¢ de la mera recopilaci¨®n, ha sido estructurar la biograf¨ªa creativa del director de acuerdo con sus muchas declaraciones y, m¨¢s importante, indicarnos el contexto en que fueron pronunciadas, lo que permite valorar su sinceridad. Es habitual o¨ªr la afirmaci¨®n de que en la vida de todo artista vida y obra se confunden, y tambi¨¦n parece convenci¨®n asegurar que un director de cine es un artista. Sin embargo, y como excepci¨®n, en Cassavetes exist¨ªa esa voluntad creativa y la intenci¨®n de que vida y obra se confundieran. Su forma de dirigir se basaba, lo cual es menos corriente de lo que parece, en un predominio de la interpretaci¨®n sobre el resto de elementos que forman el acabado de una pel¨ªcula. Esa b¨²squeda de cierta calidad interpretativa, opuesta al M¨¦todo del Actor's Studio y enemiga directa de una actuaci¨®n netamente profesional, consist¨ªa en una implicaci¨®n emocional del actor con su personaje, pero no como tal actor en el ejercicio de su profesi¨®n, sino como persona. El defecto de esa implicaci¨®n parece obvio: la persona que el actor muestra para conseguir pureza emocional es, precisamente, un actor; por tanto, la calidad y el contenido de esas emociones ser¨¢n las de un actor: el ansia, el ingenio y la malicia de los personajes ser¨¢n las de actores y actrices. Esa evidencia provoca que algunos momentos de las pel¨ªculas de Cassavetes sean excesivos o aburridos, que el tratamiento de los personajes tienda a un exhibicionismo loco o a una introspecci¨®n no menos chiflada. Ese m¨¦todo y esa direcci¨®n logran por otra parte, y eso es innegable, momentos no s¨®lo memorables, sino ¨²nicos, escenas de una originalidad absoluta, pasmosas, llenas de fuerza y, s¨ª, emoci¨®n. Y, sobre todo ello, una incomodidad dolorosamente familiar que a veces es genial y otras s¨®lo es inc¨®moda. Esa perspectiva tambi¨¦n consigue que muchas pel¨ªculas del director fueran discutibles desde el punto de vista argumental. Cassavetes sol¨ªa invertir premisas que suelen considerarse dogmas narrativos. As¨ª, "acci¨®n es personaje" se convert¨ªa en "personaje es acci¨®n", y "menos es m¨¢s" llegaba a ser "m¨¢s es mucho m¨¢s (o demasiado)".
Tercer acto. La lectura de este libro es tambi¨¦n una escuela de vida. Cassavetes, como muchos profesionales de las artes, pod¨ªa ser un embaucador, pero, a diferencia de algunos, no era un farsante. A veces se comportaba de modo mezquino, otras veces era generoso. Pose¨ªa un car¨¢cter excesivo y, de acuerdo con su cine, planteaba con agresividad situaciones inc¨®modas que s¨®lo pod¨ªan resolverse de un modo inc¨®modo. La vela que ard¨ªa por los dos cabos era su ¨²nico modo de estar en el mundo. Emocionarse con esa combusti¨®n era un fin en s¨ª mismo. Lo ¨²nico importante, qu¨¦ f¨¢cil es decirlo, consist¨ªa en no resignarse. En la actualidad, se echa de menos ese talante. Se echa mucho de menos esa lucha infatigable contra el miedo a vivir.
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