Noche de fuegos
En los tiempos antiguos tambi¨¦n eran bellos los fuegos donostiarras. La colecci¨®n de 1902 quem¨® "la fuente de los canastillos, con tres platillos que arrojan copiosa lluvia de perlas adiamantadas" y esta virguer¨ªa que roza lo surreal: "Pieza p¨ªrrica: un peque?o sol giratorio se transforma en seis fijos". De modo que animado por lo viejo, confiando en lo nuevo y arrastrado por la voluntad general, el cronista se puso en marcha camino de los fuegos a ¨²ltima hora, cuando m¨¢s gente corre. Toda una imprudencia.
El primer aviso lo recibi¨® delante del sem¨¢foro de su casa. Nada m¨¢s cruzarlo, un motorista se salt¨® su luz roja, invadi¨® veloc¨ªsimo el paso de cebra y casi se lleva por delante a un peat¨®n. Repuesto del susto el casi atropellado interpel¨® a un guardia municipal que estaba a ocho metros precisamente para vigilar todo aquello y que adujo que no hab¨ªa visto nada siendo irrebatible que el motorista pas¨® lanzado por delante de sus narices. A¨²n tuvo que hacer gala de buen humor el superviviente para exculpar -?festara!- al munipa.
Con el altercado, el cronista se perdi¨® los primeros chupinazos y se meti¨® en un hueco
Iba el cronista un tanto encendido -es lo que tienen los fuegos y la falta de civismo- cuando un poco m¨¢s all¨¢ le toc¨® embutirse en una acera atestada que para m¨¢s inri corre encajonada a causa de unas obras. Pues bien, ¨¦sa fue la ruta que eligi¨® un motorista con paquete para llegar antes a los fuegos abri¨¦ndose paso entre la masa de viandantes.
El cronista no pudo reprimir un: "?Hasta d¨®nde quieres ir con la moto?" A lo que el centauro de opereta respondi¨®: "Hasta d¨®nde t¨² quieras", invit¨¢ndole a cambiar los fuegos por el ring. Poco dado a satisfacer los instintos m¨¢s incivilizados, el cronista le repuso que a ver si no se daba cuenta de que ven¨ªa por una acera. El matasiete detuvo la moto, se quit¨® el casco como si la guerra de Troya se tomara una pausa y contest¨®: "?Ves? Ya he parado". "?Y antes?" Alcanz¨® a decirle el cronista zanjando la discusi¨®n ante la imposibilidad de hacerle comprender que donde no llega el civismo pod¨ªa llegar la sanci¨®n, pero tampoco los municipales vieron nada.
Con el altercado, el cronista se perdi¨® los primeros chupinazos y tuvo que meterse en el primer hueco que pudo. Le toc¨® justo detr¨¢s de un adolescente dispuesto a demostrar que aquellos cohetes de mierda no le iban a restar protagonismo ante la cuadrilla. De pronto, un rumor recorri¨® la multitud sobrecogi¨¦ndola, ?empezaba a llover! Afortunadamente no cayeron m¨¢s que cuatro gotas y el cronista pudo seguir disfrutando de los comentarios y efectos especiales del adolescente atormentado. En el cielo las cosas no se arreglaban. Igual era que el cronista perdi¨® la concentraci¨®n, pero las bombas y carcasas explotaban sin que mereciera el derroche de medios de un espectador que retransmit¨ªa el evento a trav¨¦s de un m¨®vil ajeno al tamarindo que ten¨ªa delante. La cosa es que la colecci¨®n termin¨® abruptamente pillando al p¨²blico desprevenido, con lo que la muchedumbre empez¨® a disolverse buscando despachar la frustraci¨®n con el consabido helado. El cronista tambi¨¦n quiso el suyo s¨®lo que a causa de los atascones se lo tuvo que comprar industrial y de palo en un avergonzado bar que cerraba.
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