Cantora
No salgo de mi apogeo. Noto que mi carrera est¨¢ tomando un sesgo internacional sin precedentes en la literatura espa?ola. Ayer, por ejemplo, recib¨ª la carta de una lectora residente en Canad¨¢ que dice que despu¨¦s de haberse enterado por un confidencial de Internet de que me voy a vivir a Nueva York dejando a los ni?os solos con la asistenta y haber le¨ªdo mi pol¨¦mico art¨ªculo Evelio, mon amour, en el que Evelio mostraba inter¨¦s en comprarme mi mansi¨®n para construir un Caprabo al tiempo que no escond¨ªa su atracci¨®n f¨ªsica hacia mi persona, dicha lectora, digo, me transmit¨ªa dos preocupaciones que tratar¨¦ de responder por si hubiera m¨¢s lectores que las comparten. La primera cuesti¨®n es si, efectivamente, viajar¨¦ a la ciudad de los rascacielos o si, tal y como parec¨ªa entreverse en el art¨ªculo (memorable) del otro d¨ªa, vivo una etapa turbulenta y tengo el coraz¨®n dividido entre el hombre que representa la fuerza del cari?o (mi santo) y el que representa la fuerza bruta (Evelio). Dice esta lectora que la sola posibilidad de que mi matrimonio se resquebraje le causa a ella una ansiedad rayana en lo patol¨®gico puesto que para ella somos paradigma de estabilidad conyugal. Tampoco se pase, le contest¨¦ yo. Luego, esta simp¨¢tica lectora residente en Canad¨¢, de madre de Motril, planteaba que si finalmente vend¨ªamos nuestro territorio (m¨ªtico) a Evelio qu¨¦ pens¨¢bamos hacer con la mochila de fumigaci¨®n, porque antes de que se la quedara el Evelio, ese destrozamatrimonios, a ella la har¨ªa mucha ilusi¨®n tener un recuerdo del que ha sido durante a?os nido de amor y ferviente literatura. Dice que la podr¨ªamos mandar sin ning¨²n coste para nuestro bolsillo, dado que un primo suyo de Motril, que es sobrecargo de Iberia, pasar¨ªa la mochila por la aduana sin que la polic¨ªa sospechara que intentaba fumigar con ¨¢ntrax la pac¨ªfica ciudad de Montreal, porque dice la lectora que este primo de Motril (el sobrecargo) le dar¨ªa la mochila en mano a otro primo (nacido en La Punta de la Mona) que es de los que van con el perro entre las maletas, y as¨ª, de primo en primo, viajar¨ªa la mochila de fumigaci¨®n hasta la casa de mi lectora, que, la verdad, cuando le¨ª que se apellidaba Montoya me expliqu¨¦ un poco la raz¨®n de tanto primo. Ea, unos Montoya que se establecieron en Canad¨¢. En total, que hoy me veo en la tesitura de contestar a todas estas habladur¨ªas de mi "supuesto" affaire con Evelio, que, sinceramente, me han desbordado. Con decir que desde que escrib¨ª que Evelio me llev¨® en coche a casa, se baj¨® para mear y yo fui consciente de su parecido con Juli¨¢n Mu?oz, a m¨ª en este pueblo me llaman Pantoja. A nuestra casa la llaman Cantora. Pero quiero aclarar, para acallar esos rumores crecientes, que entre Evelio y yo no hay nada. Nada. Que la mochila de fumigaci¨®n se la pensaba yo llevar como sorpresa a mi santo a Nueva York para que curara su nostalgia fumigando en Central Park, pero claro, tal y como est¨¢n los americanos, me mandan con la mochila a Guant¨¢namo. Pero de ah¨ª a regal¨¢rsela a los Montoya va un abismo. Y los ni?os se quedan solos, s¨ª, con la asistenta, y cuentan los d¨ªas que faltan para que nos vayamos. Cr¨ªa cuervos.
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