Maleta Completo
Diga lo que diga S¨¢nchez Ferlosio, los Juegos Ol¨ªmpicos est¨¢n muy bien. Lo s¨¦ porque particip¨¦ varias veces en ellos, en la modalidad de atletismo. Recuerdo con exactitud c¨®mo naci¨® mi desaforada pasi¨®n por ese deporte. Fue una tarde de verano de 1975. Por entonces Franco todav¨ªa estaba vivo y yo ten¨ªa 13 a?os y sal¨ªa con una pandilla de mi barrio integrada por chavales tan descerebrados como yo. Por supuesto, despreci¨¢bamos cuanto no fuera hacer el gamberro, as¨ª que despreci¨¢bamos todos los deportes. Pero daba la casualidad de que en mi barrio hab¨ªa un estadio de atletismo, y aquella tarde desesperada del verano del 75, sin nada mejor que hacer, nos resignamos a entrar en ¨¦l para asistir a unos campeonatos. Es posible que nuestro prop¨®sito expl¨ªcito fuera reventarlos, cosa que probablemente hubi¨¦ramos hecho de no ser porque la primera prueba que vimos, sentados en fila en las gradas, fue la de los 100 metros lisos femeninos. Y fue entonces cuando ocurri¨®. Son¨® un disparo y la l¨ªnea de llegada succion¨® a las atletas como un im¨¢n a unas virutas de hierro. Eran muchas, pero nuestros ojos confluyeron sin excepci¨®n sobre una sola, porque debajo de su camiseta ce?id¨ªsima bailaban de una forma tan ostensible que era casi agresiva unos pechos de una belleza sobrenatural. Fueron -lo juro- los quince segundos m¨¢s largos de nuestra vida. Nadie recuerda c¨®mo acab¨® la carrera, nadie recuerda en qu¨¦ lugar lleg¨® a la meta la corredora de pechos sobrenaturales; lo ¨²nico que s¨¦ es que nos quedamos en el estadio hasta que se hizo de noche, tal vez animados por la esperanza imposible de que repitieran los 100 metros femeninos, y que salimos de all¨ª enfermos de deseo y decididos a consagrar el resto de nuestra vida al atletismo.
As¨ª lo hicimos. Y fue as¨ª como particip¨¦ varias veces en los Juegos Ol¨ªmpicos. Los organiz¨¢bamos cada verano los chavales de mi barrio en el estadio de mi barrio, a lo largo de mes y medio de competiciones diarias que no se interrump¨ªan jam¨¢s, salvo que apareciera la corredora inolvidable de 100 metros, lo que no volvi¨® a ocurrir nunca. Todos particip¨¢bamos en todas las pruebas: las carreras (de 100 metros, de 200, de 400, de 1.500, de 5.000), los saltos (de longitud, de altura, con p¨¦rtiga, el triple salto), los lanzamientos (de peso, de disco, de jabalina). Al final del verano se entregaban los premios: el primero -al mejor atleta- era el trofeo al Atleta Completo; el ¨²ltimo -al peor atleta- era el trofeo al Maleta Completo. Debido a lesiones y contratiempos, nunca obtuve el primero; en cuanto al segundo, en dos oportunidades me hice con ¨¦l sin apenas esfuerzo. Confieso que durante a?os trat¨¦ de no considerar este hecho como una premonici¨®n.
Pero lo era. Se acabaron los Juegos Ol¨ªmpicos de mi barrio. Se acab¨® mi barrio. Se acabaron incluso los chavales gamberros y descerebrados de mi barrio, que acabamos desperdigados por ah¨ª, muertos o afantasmados en sombras de lo que fuimos. Pas¨® el tiempo. Convertido en poeta frustrado, durante a?os proyect¨¦ un poema ¨¦pico que, a imitaci¨®n de La Araucana de don Alonso de Ercilla, celebrase en versos sonoros y heroicos las gestas ol¨ªmpicas que contempl¨® el estadio de mi barrio y el destino que aguardaba a quienes las presenciamos o protagonizamos; su t¨ªtulo inevitable iba a ser Maleta completo. Hace unos a?os me contaron una historia de uno de aquellos chavales; parece inventada, pero es real: en su momento la registraron los peri¨®dicos de toda Espa?a, acaso de todo el mundo. Pudo ocurrir durante unos Juegos Ol¨ªmpicos, pero ocurri¨® durante los Mundiales de atletismo de Sevilla. Mi amigo hab¨ªa ido a parar a esa ciudad -ignoro por qu¨¦- y -puedo imaginar por qu¨¦- se hab¨ªa convertido en un honrado carterista. Un d¨ªa del verano de los Mundiales asalt¨® en la calle a un par de negros despistados y, confiado en sus piernas de Atleta Completo -un trofeo que hab¨ªa conquistado en dos ocasiones-, ech¨® a correr; apenas unos segundos despu¨¦s los dos negros lo atraparon, recuperaron su cartera y lo entregaron a la polic¨ªa. Ese mismo d¨ªa mi amigo supo lo incre¨ªble: los dos tipos a los que hab¨ªa asaltado eran el recordman y el vicerecordman mundiales de los 100 metros, los dos tipos m¨¢s r¨¢pidos no s¨®lo del planeta, sino de toda la historia del planeta, de forma que ¨¦l no hab¨ªa tenido ni la m¨¢s m¨ªnima posibilidad -pero es que ni la m¨¢s m¨ªnima- de salir triunfante de su empresa. No s¨¦ por qu¨¦, pero esta historia me parece un emblema perfecto del destino de todos los que vivimos las Olimpiadas de mi barrio, de todos los que viven las Olimpiadas de verdad, de todos los que vivimos: salvo contad¨ªsimas excepciones, todos Maletas Completos. En cuanto a las excepciones, bueno, como saben, Franco muri¨® en la cama y triunfante, y gan¨® varias batallas despu¨¦s de muerto, y hace poco me enter¨¦ de que la corredora de pechos sobrenaturales es ahora mismo, muy apropiadamente -lo juro, lo juro-, una pr¨®spera y reconocida sex¨®loga.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.