La noche en que Hicham se convirti¨® en Herb Elliot
El Guerruj, que lo hab¨ªa ganado todo, s¨®lo ansiaba la gloria ol¨ªmpica que le igualase al australiano, el gran vencedor en Roma 60
Mal augurio. El sonido del list¨®n cayendo son¨® claro, muy claro; rompi¨® el silencio cuando los atletas de los 1.500 metros estaban preparados, en fila, esperando el disparo de la pistola -la segunda espera tras una salida nula- para echarse a correr. Al sonido del list¨®n le siguieron las exclamaciones del p¨²blico. Era imposible, Elena Isinbayeba, la invencible pertiguista rusa, hab¨ªa fallado en su salto sobre los 4,75 metros. Pod¨ªa no ganar los Juegos Ol¨ªmpicos. No era una buena se?al para el marroqu¨ª Hicham el Guerruj.
Hassan, su amigo de Toulouse (Francia), fundador, presidente y miembro m¨¢s activo de la Asociaci¨®n 3.26.00 -expresada en minutos, segundos y d¨¦cimas de segundo, la marca que le vale para ser precisamente el plusmarquista mundial de los 1.500 metros- siempre hablaba a Hicham de Herb Elliot.
"Mira, esto es grandeza. C¨®mo sigue cambiando y acelerando", le dec¨ªa ante el v¨ªdeo su amigo Hassan
Este a?o el miedo aument¨®. Por primera vez se hab¨ªa visto vulnerable
All¨ª arriba, en su sobrio chalet de Ifrane, en el Atlas, en un claro en un bosque de cedros, en su cuarto de estar despojado de todo lo accesorio -tan s¨®lo una tetera, su bandeja, sus vasitos, en la mesa alta-, frente al aparato de v¨ªdeo, Hassan hablaba y hablaba. Pon¨ªa una pel¨ªcula una y otra vez. Era la final ol¨ªmpica de Roma 60.
Una pista roja de tierra batida. Una tarde de septiembre. Quiz¨¢s la final de los 1.500 metros m¨¢s bella de la historia. La m¨¢s m¨ªtica, por lo menos. Y all¨ª, por delante de todos, un australiano de 22 a?os de edad educado en la escuela del dolor, Herb Elliot. Y Hassan lo se?alaba y le explicaba la carrera a Hicham, a su amigo, al hombre por el que dar¨ªa una pierna, un brazo, la cabeza. "Mira, Hicham", le dec¨ªa; "esto es grandeza. Mira c¨®mo sale en el 700, c¨®mo abre el hueco sobre Jazy y Rozsavolgy, c¨®mo sigue cambiando y acelerando". "?Sabes en cu¨¢nto hizo el ¨²ltimo 800?", le pregunta por en¨¦sima vez. "S¨ª, claro", responde Hicham, c¨®mo olvidarlo; "lo hizo en 1m 52,6s. S¨ª, fue tremendo. Esa velocidad..., despu¨¦s de una salida tan r¨¢pida". "S¨ª, Hicham, Elliot fue el m¨¢s grande. Y fue el m¨¢s grande porque hizo su mejor carrera justamente para ganar con ella los Juegos Ol¨ªmpicos".
Era el mes de marzo de 2001. Hicham el Guerruj, el atleta m¨¢s r¨¢pido de la historia en los 1.500 metros y la milla (1.609 metros), se sent¨ªa el ser m¨¢s desgraciado del mundo. Hab¨ªa intentado ser Herb Elliot, hab¨ªa intentado ser campe¨®n ol¨ªmpico en la cita de Atlanta 96. Se cay¨®. Volvi¨® a ser derrotado, por un keniano, Ngeny, que le super¨® en los ¨²ltimos 20 metros de la recta, en la de Sidney 2000.
Y su amigo Hassan no le hablaba de otros grandes mediofondistas, de otros mitos como Roger Bannister, el primero que baj¨® de los cuatro minutos en la milla; de James Ryun, el prodigio de Kansas; de Steve Ovett, maltratado por Sebastian Coe y la historia; de otros nombres se?eros que nunca hab¨ªan ganado los Juegos Ol¨ªmpicos. S¨®lo le hablaba de Elliot. Y le a?ad¨ªa: "?Sabes por qu¨¦ corr¨ªa tanto Elliot? Por miedo. El miedo, s¨ª era su gran estimulante".
El miedo. Hicham el Guerruj conoc¨ªa el miedo desde su tropez¨®n con el argelino Nurredin Morcelli en Atlanta. Conoc¨ªa el pavor a los codazos y a los clavos de los rivales, a las carreras trabadas, apretadas, agobiadas. El Guerruj quiso salir del miedo corriendo siempre igual, con un compa?ero de liebre, acelerando desde los 400 metros, enfilando al grupo. A su rueda ha crecido una generaci¨®n de corredores que se pierden en las carreras t¨¢cticas, que no saben maniobrar, que necesitan un El Guerruj que abra el camino. Y, corriendo as¨ª, El Guerruj perdi¨® en Sidney. El miedo creci¨® m¨¢s a¨²n. El miedo a fallar. A fallarse.
Este a?o el miedo aument¨®. Por primera vez se hab¨ªa visto vulnerable. Por primera vez, atletas que aprovechaban siempre su rebufo, su espalda, su espl¨¦ndida zancada, para lograr sus mejores marcas, siempre m¨¢s lentas que las suyas, empezaban a ganarle. Bernard Lagat, sobre todo, el keniano que siempre hab¨ªa sido su segundo. Un d¨ªa le gan¨® en Roma, en el templo de Elliot. Y, adem¨¢s, El Guerruj hab¨ªa estado enfermo, hab¨ªa sufrido asma, alergia al cedro precisamente. Y se hab¨ªa casado con Najoua -nieta de un antiguo primer ministro marroqu¨ª- y ten¨ªa ya una ni?a, Habia, el don de Dios. Todo hab¨ªa cambiado en su vida. Y los Juegos Ol¨ªmpicos de Atenas estaban ya all¨ª. Su tercera oportunidad -pocos atletas han tenido tres oportunidades de ganar una medalla de oro-, la ¨²ltima.
Pero todo desapareci¨® de su memoria, de su vista, unos agonizantes y eternos segundos, seis o siete, no m¨¢s, los pen¨²ltimos segundos de la ¨²ltima recta, de la ¨²ltima vuelta, que terminar¨ªa cubriendo en 52 segundos pasados, del ¨²ltimo 800, que hab¨ªa hecho m¨¢s r¨¢pido que Elliot en Roma, en 1m 49s -el primer 800 hab¨ªa sido mucho m¨¢s lento, 2m 1,93s frente al 1m 58,4s del australiano-. Todo se borr¨® de su vida en el codo a codo fren¨¦tico y crispado que vivi¨® con Lagat cuando parec¨ªa que la tercera vez tambi¨¦n ceder¨ªa. El miedo lo borr¨® todo. S¨®lo el miedo, como a Elliot, le empuj¨®.
Cuando termin¨® la carrera, cuando Hicham el Guerruj se cans¨® de besar el suelo, de besar a su familia, a su hija, a sus amigos, cuando termin¨® de bailar el sirtaki con la bandera imperial ce?ida al cuello, cuando termin¨® de hablar por el m¨®vil con Mohamed VI, mucho despu¨¦s, se hizo el silencio en el estadio. Iba a saltar Isinbayeba, la reina de la p¨¦rtiga. Salt¨®, elegante y potente, salt¨® 4,91 metros, nuevo r¨¦cord del mundo. La medalla de oro ol¨ªmpica tambi¨¦n iba en el lote. Era la noche de los campeones. La noche en la que, al fin, Hicham el Guerruj fue Herb Elliot.
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