Un subid¨®n de adrenalina
Jos¨¦ Antonio Hermida termina segundo despu¨¦s de estar a punto de perderlo todo por una ca¨ªda

Si no fuera tan bueno parecer¨ªa un payaso fuera de lugar, un histri¨®n sin sustancia.
Jos¨¦ Antonio Hermida termina la carrera de mountain bike. La termina segundo, medalla de plata. Su cara es una m¨¢scara de polvo marr¨®n empastado con sudor y agua. Los ojos son dos l¨ªneas rojas. La sangre mana por su rodilla izquierda. Su coraz¨®n a¨²n late a 200, el sistema simp¨¢tico a¨²n est¨¢ a tope, reci¨¦n la adrenalina ha dejado de inundar su torrente sangu¨ªneo. Los brazos a¨²n mantienen la vibraci¨®n de la tensi¨®n, de dos horas agarrados a los cuernos del manillar, a las manetas de los frenos, como si fueran un salvavidas. Cuando ha llegado el franc¨¦s Julien Absalon, el primero, el oro, ha agarrado por el asta una bandera francesa y la ha agitado, ha se?alado con un dedo el cielo, recuerdo de su padre muerto. Despu¨¦s se ha besado con su novia. Emotivo, pero trillado. Demasiado sencillo. Demasiado poco para el expansivo Hermida, demasiado simple para representar dram¨¢ticamente lo que significa esa medalla ol¨ªmpica.
"Quer¨ªa escenificar la carrera, dura, a muerte, que pas¨¦ miedo, que me port¨¦ como un tit¨¢n"
Al llegar, desenfund¨® sus pistolas, dispar¨® seis tiros y simulando un pasmo se tir¨® al suelo
Hermida tiene otros planes, otras m¨ªmicas que le hacen parecer un payaso. Primero, como convenido con su amigo Flecha, el ciclista del Fassa Bortolo, el que hace el papel de indio lanzando con su arco para celebrar sus victorias, Hermida, el cowboy de la pareja, desenfunda su colt e imaginariamente vac¨ªa el cargados, seis tiros, delante, a los lados, detr¨¢s. "Llevaba cuatro a?os sin hacerlo, desde Sidney", explica. Despu¨¦s, nada m¨¢s cruzar la l¨ªnea, frena en seco, se baja de la bici, su Merida, aluminio austriaco, duro, ligero, se endereza, finge un pasmo repentino, se desploma cu¨¢n largo es sobre el polvo, la gravilla, las piedrecitas que se clavan en la espalda. "Quer¨ªa escenificar la carrera", explica. "Quer¨ªa decir que hab¨ªa sido como un suicidio, dura, a muerte, que pas¨¦ miedo, que me port¨¦ como un tit¨¢n, que sobreviv¨ª".
Sus amigos dicen que Hermida -26 a?os cumplidos hace cinco d¨ªas- es un tipo que no conoce el miedo. No lo conoce en invierno, cuando se viste con pieles de foca y se sube con Flecha a esquiar, a hacer fondo, a lanzarse en BMX (motocross con bicicletas) por un circuito que el propio Hermida, incansable, hiperactivo, se curra con pico y pala al lado de su casa, entre Puigcerd¨¤, -donde pas¨® su infancia- y Ll¨ªvia, el enclave espa?ol en Francia, en los Pirineos, la farmacia m¨¢s antigua de Europa, su vida con Sandra, la de Can Rolland, la charcuter¨ªa con el mejor bull de toda la Cerdanya. Tampoco teme, o quiz¨¢s un poco s¨ª, las salidas en bicicleta con Flecha y con Joan, el amigo que le ense?a la vida, que le transmite su gusto por la aventura, por la vida sencilla al aire libre, sin cargas, sin necesidades. Con ellos, tremendos ciclistas, duros trabajadores, Hermida mantiene el tipo pistoleando con su bici, moviendo a velocidades incre¨ªbles, como su admirado Armstrong, sus peque?os desarrollos. Y hasta les ataca. Tambi¨¦n domina su adrenalina cuando burrea derrapando bajo la lluvia, sobre carreteras heladas y la bici calzada con neum¨¢ticos slick, lisos, sin tacos, logrando una tracci¨®n incre¨ªble sobre suelo mojado.
Pero todo eso es nada, pura exhibici¨®n t¨¦cnica, nada comparado con el subid¨®n de adrenalina que su organismo sufre entre las 12.35 y las 12.37 de ayer. Un s¨²bito despertar, desagradable, doloroso, en mitad de la enso?aci¨®n. Hermida marcha segundo, a unos 10 metros de Absalon, faltan apenas 13 kil¨®metros, 40 minutos, de carrera y ya el panorama est¨¢ claro. Absalon y Hermida, los amigos, los mejores, los m¨¢s fuertes, los que han atacado con m¨¢s vigor y determinaci¨®n, los que mejor se han manejado con los tres platos, han tomado las curvas, han sorteado los pedruscos, han evitado los engorros, han abierto hueco, han marcado la diferencia. Ellos se jugar¨¢n la victoria. "Y entonces comet¨ª el gran error que me cost¨® la victoria", dice Hermida. "En esos momentos todos los corredores de mountain bike sufrimos la crisis de la hora cuarenta, ataca la fatiga, el cuerpo se relaja sin querer, la mente se desconcentra. Todos lo pasamos pero no todos se caen. Los mejores son los que mejor gestionan la situaci¨®n. Yo me ca¨ª como un puto juvenil. Era un tramo as¨ª, normal, r¨¢pido, derecha, izquierda, derecha, izquierda. Cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo, con la rodilla sangrando, los cuernos torcidos, la visera de medio lado. Y entonces supe lo que quiso decir Armstrong cuando se cay¨® el a?o pasado en Luz Ardiden, cuando dijo que la adrenalina le hab¨ªa salvado. Y es verdad, eso se siente. El subid¨®n. Di una patada para enderezar el cuerno, me quit¨¦ la visera del casco porque no me dejaba ver. Y as¨ª, al l¨ªmite, he ido a ver si remontaba".
De repente, en cuesti¨®n de segundos, pas¨® de luchar por la victoria a luchar contra el fantasma de Sidney, la ca¨ªda en los otros Juegos que le conden¨® al cuarto puesto. Hermida temi¨®, pero se fue para arriba. Se ech¨® agua por la herida. Cerr¨® los dientes para aguantar el dolor. Guiado por el miedo, que no le paraliz¨®, aceler¨®. Tard¨® cinco kil¨®metros, menos de una vuelta, en adelantar al holand¨¦s Brentjens, que le hab¨ªa pasado en la ca¨ªda. Pero no pudo con Absalon. "?l iba gestionando la ventaja", dijo. "Gan¨® f¨¢cil y justamente". A Hermida, un hombre feliz nacido en Galicia, hijo de un alba?il emigrante en Catalu?a, sus amigos le llaman El K¨¢iser.

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