Un d¨ªa de experimentos por Gredos
Mancebo ataca varias veces, pero se demuestra la fortaleza de Heras, Santi P¨¦rez y Valverde
Dicen los cient¨ªficos que el momento del descubrimiento es espectacular, pero que lo hermoso es la v¨ªa que lleva a ello, el proceso de demostraci¨®n, el tiempo de las intuiciones, los sudores a medianoche, los s¨²bitos despertares con una idea luminosa y el trabajo de comprobaci¨®n, la energ¨ªa derrochada en los d¨ªas de rutina, la descripci¨®n de ese trabajo, paso a paso. El triunfo, o el fracaso, no son m¨¢s que consecuencias, elementos secundarios. La emoci¨®n, o la desaz¨®n, est¨¢n en otra parte. En el camino (m¨¢s hermoso cuanto m¨¢s ¨¢spero, m¨¢s tortuoso).
Desde hace a?os tiene una intuici¨®n Paco Mancebo, el rey de la regularidad, el hombre que siempre est¨¢ entre los 10 primeros en el Tour, en la Vuelta, en casi todas las partes, el hombre que casi nunca est¨¢ entre los tres mejores. Sospecha que cuando ¨¦l est¨¢ a tope, el resto de corredores que le rodean a¨²n dispone de una marcha m¨¢s. Y cuando los que hablan de espect¨¢culo -neg¨¢ndole la imagen- le desprecian porque nunca ataca, Mancebo, ciclista limitado pero generoso, responde que si no ataca es porque cree que los dem¨¢s van a ir m¨¢s deprisa que ¨¦l, que no puede, y que ¨¦l es de natural atacante. Eusebio Unzue, su director, no cree en los h¨¦roes rom¨¢nticos. Al contrario, piensa que en estos tiempos en que las etapas de monta?a, puerto tras puerto, se disputan tras un rodillo azul -en el Tour y en la Vuelta- que allana las cuestas, que desalienta al seguidor, que fatiga, todo intento de ruptura est¨¢ condenado, que Chiappucci, por ejemplo, ser¨ªa hombre muerto. O Hinault. Son intuiciones, la suya y la de Mancebo, que ayer, en Serranillos, en Navalmoral, tuvieron su comprobaci¨®n cient¨ªfica.
Corredor y director llegaron a un acuerdo previo. Uno, el ciclista de la mu?eca rota (escafoides) puso sobre la mesa sus ganas y su conocimiento del terreno, el amor de sus amigos, los ¨¢nimos de Julio, de Burgohondo, el que le cocina los huevos escondidos, el que le llama el turbo de Navaluenga (qu¨¦ amor), la necesidad de mostrar a todos que las carreteras por las que iban, por los puertos que hizo famosos Hinault aquel 1983 en que revent¨® a Gorospe, son las carreteras de su infancia, el asfalto ¨¢spero y duro, siempre batido por el viento, en que se hizo ciclista. Tambi¨¦n aplic¨® su conocimiento de corredor. El convencimiento de que al d¨ªa siguiente de la Covatilla aquellos que se creen grandes iban a salir de resaca, con ganas de etapa tranquila, de transici¨®n. Unzue puso a su disposici¨®n su talento t¨¢ctico, sus dotes de mariscal de campo, todos los corredores del equipo. Se trataba de atacar, pero no de morir en el intento. Se trataba de comprobar si era posible un ciclismo a la antigua (pero no tan antiguo: con compa?eros fugados de antemano esperando en los puntos clave de los puertos de Gredos). Se trataba, sobre todo, de comprobar en el terreno si cualquier ataque de Mancebo estaba condenado al fracaso (como ¨¦l intu¨ªa, ¨¦l tem¨ªa). Lo prob¨® tres veces.
En Serranillos, a 75 kil¨®metros de ?vila a¨²n, el primer ataque de Mancebo gener¨® extra?eza y desconcierto. ??sto qu¨¦ es? ??ste ad¨®nde va? El segundo, unos kil¨®metros m¨¢s tarde, sent¨® peor. Coincidi¨® con un momento en que Nozal, el gregario de Heras, hab¨ªa bajado a por agua, en que el equipo se recompon¨ªa, en que Valverde estaba descolocado, y durante algunos kil¨®metros Heras anduvo aislado, Valverde cortado y Mancebo al frente, media docena a su rueda, nadie pensando en relevarle, todos tom¨¢ndole por iluso. El tercer ataque, el que deb¨ªa ser el decisivo, lleg¨® 40 kil¨®metros despu¨¦s, pasado Burgohondo y su repecho, en el puerto de Navalmoral, el del asfalto descarnado. Como si Mancebo fuera Armstrong en Alpe d'Huez (all¨ª donde Rubiera y Beltr¨¢n le lanzan), Arrieta y Osa aceleraron, pusieron su coraz¨®n al l¨ªmite unos metros y tras ellos salt¨® Mancebo. Solo. Contra el viento. Doloroso. Cuando volvi¨® la cabeza la primera vez ten¨ªa cinco metros de ventaja sobre el grupo, estirado, del que tiraba Koldo Gil, el gregario de Heras. La segunda vez no necesit¨® volver la cabeza, Gil estaba a su rueda. Lo o¨ªa. Lo siguiente que sinti¨® fue una exhalaci¨®n por su derecha, y otra, y otra. Santi P¨¦rez hab¨ªa cre¨ªdo llegado el momento de frenar todo el desasosiego. A su rueda se fue Heras. A la suya Valverde. Mancebo se qued¨® seco. Pidiendo ox¨ªgeno. Y todos sus compa?eros avanzados, Txente, Pradera, que le esperaban para llevarle en triunfo, trabajaron luego, en el descenso, para llevarle a enlazar, muy lejos de Pascual e Iv¨¢n Parra, el hermano peque?o del gran Fabio, que se jugaron el triunfo de etapa con ventaja para el leon¨¦s.
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