Izquierdas, nacionalismos y racionalidad
El 20 de noviembre de 1975 muri¨® Francisco Franco y se continuaba con renovado br¨ªo lo que recibi¨® distintos nombres, aunque el que m¨¢s fortuna tuvo fue el de transici¨®n democr¨¢tica. Es sabido que en esta transici¨®n se renunci¨® a muchas de las reivindicaciones que hab¨ªan caracterizado a la oposici¨®n antifranquista. Entre ellas, y principalmente: la Rep¨²blica, el juicio a los responsables del r¨¦gimen franquista en donde y por medio del cual hab¨ªan medrado, asesinado y enriquecido, y el derecho de autodeterminaci¨®n de las naciones hist¨®ricas -Catalu?a, Pa¨ªs Vasco y Galicia, que antes del levantamiento militar hab¨ªan conseguido sus respectivos estatutos de autonom¨ªa en distintos momentos de la Segunda Rep¨²blica-. Las dos primeras no son el objeto de estas l¨ªneas, pero s¨ª el llamado "tema nacional" o, como despu¨¦s fue conocido, "auton¨®mico". Hay muchos que opinan que deber¨ªa ya cerrarse de una vez, porque es cargante que se vaya reproduciendo constantemente. Otros son los que defienden que es el momento, efectivamente, para hablar y actuar sin complejos (o prejuicios o dogmatismos, d¨ªgase como m¨¢s guste) y dejar bien cerrada la cuesti¨®n. Otros, en fin, son los que proclaman que los nacionalismos -sin matices, todos- son peligrosos, concluyendo que las izquierdas no tienen m¨¢s salida pol¨ªtica que su oposici¨®n a los mismos porque, al fin y al cabo, ser¨ªan cosa de las derechas. Voy a detenerme en hacer algunas consideraciones acerca de lo que defiende este ¨²ltimo grupo.
En pol¨ªtica hay dos grandes formas de razonar por muchas que sean las variantes: la liberal, dos veces centenaria, y la que a mi juicio es mucho m¨¢s rica, la republicana, m¨¢s de dos milenios veterana, de la que, con todas las matizaciones que se quiera, alguna herencia a¨²n queda a las izquierdas. La primera razona del siguiente modo. En sociedad, somos unos individuos atomizados con psicolog¨ªas intencionales que tenemos distintos conjuntos de oportunidades y si nos restringen alguna de estas oportunidades somos menos libres, mientras que si nos las aumentan, somos m¨¢s libres. As¨ª, por ejemplo, la pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica debe juzgarse, en funci¨®n de la restricci¨®n que sobre nuestro conjunto de oportunidades como individuos-¨¢tomos pueda hacerse. Pero las izquierdas (con toda la imprecisi¨®n del t¨¦rmino: de izquierdas, como de nacionalismos, ha habido y hay de todo punto diferentes), herederas de la tradici¨®n republicana, han tenido otra forma de ver las cosas. La sociedad est¨¢ compuesta por personas que pertenecen a clases sociales que tienen intereses materiales que han cristalizado hist¨®ricamente. Las personas tenemos creencias y deseos hoy d¨ªa, en 2004, pero tambi¨¦n sabemos, y ¨¦ste es el componente central al menos de determinadas izquierdas, que las creencias y los deseos est¨¢n modelados hist¨®ricamente. Y las izquierdas han razonado que las sociedades no son simplemente colecciones de psicolog¨ªas intencionales, sino que son el producto de trayectorias hist¨®ricas donde las conductas est¨¢n troqueladas por las clases, la estructura social, la divisi¨®n del trabajo, la capacidad de dominio de unos grupos sobre otros.
Continuemos con el ejemplo ya aludido, la pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica o, para precisar m¨¢s, las medidas de apoyo a la lengua catalana en Catalu?a. El primer razonamiento, el liberal, argumenta de la siguiente forma. La lengua catalana no necesita medidas de apoyo porque para las teor¨ªas ¨¦ticas m¨¢s extendidas lo que importan son las personas. Y ello supone que cada cual pueda elegir sin la menor restricci¨®n el idioma en el que quiere estudiar, leer, ver pel¨ªculas de cine, trabajar con los programas de ordenador, hablar con los distintos organismos de la Administraci¨®n p¨²blica, ver las indicaciones de su tel¨¦fono m¨®vil, etc¨¦tera. Como dicen algunos de los m¨¢s consecuentes y sinceros liberales: hacer que con la lengua tambi¨¦n funcione el mercado. El segundo razonamiento, el republicano, discurre de otro modo. Si vivi¨¦ramos en un mundo, como se figura la teor¨ªa econ¨®mica neocl¨¢sica de forma magistralmente expresada por Abba Lerner, quien dijo ya hace m¨¢s de 30 a?os que "la teor¨ªa econ¨®mica ha ganado el t¨ªtulo de reina de las ciencias sociales suponiendo que los problemas pol¨ªticos ya est¨¢n resueltos"; si vivi¨¦remos en un mundo, digo, en el que no hubiera clases, diferencias de poder, dominaci¨®n -pol¨ªtica en definitiva-, el catal¨¢n no precisar¨ªa de la menor medida de apoyo. Pero resulta que el mundo actual tiene algunas multinacionales del cine que deciden que el catal¨¢n no es beneficioso (en la cartelera, de las muchas docenas de pel¨ªculas que se pueden ver en Catalu?a, un porcentaje peque?¨ªsimo est¨¢ en catal¨¢n). En este mismo mundo, otras grandes empresas deciden que el catal¨¢n no es econ¨®mico para ponerlo en las indicaciones de los tel¨¦fonos m¨®viles. El mundo real tiene empresas editoriales que disponen que el catal¨¢n no es rentable, por acabar con los ejemplos. El mundo actual tiene estas realidades. Y es pensando en las personas que un poder p¨²blico, la Generalitat de Catalu?a en este caso, debe intentar compensar (y no lo consigue, claro, porque la desproporci¨®n de fuerzas es muy grande) estas enormes desigualdades y capacidades de influencia, de poder y de interferencias arbitrarias. Este "debe intentar", es decir, "tiene la obligaci¨®n de hacerlo", quiere decir exactamente que debe compensar hasta donde sea posible las decisiones de muy pocas personas que afectan a la vida de muchos millones. Dejar actuar el mercado tambi¨¦n para el caso de la lengua podr¨ªa ser maravilloso en un mundo de competencia perfecta (algo que todo estudiante de econ¨®micas sabe que es emp¨ªricamente imposible dados los supuestos irrealizables que deber¨ªan cumplirse), pero en el mundo real encontramos, entre otras delicias, asimetr¨ªas informativas, grandes monopolios y externalidades. Porque, efectivamente, el mundo real no tiene "los problemas pol¨ªticos resueltos".
Hay planteamientos te¨®ricos y pol¨ªticos que son interesantes vengan de donde vengan y que un buen an¨¢lisis racional no debe rechazar porque procedan de personas de pensamientos pol¨ªticos con los que no simpatizamos. Rechazarlos ¨²nicamente por este motivo, adem¨¢s de irracional o precisamente por ello, es fuente de muchos errores y horrores. El argumento ad hominem (la pretensi¨®n de establecer una afirmaci¨®n desautorizando a quien defiende la contraria: algo as¨ª como "?c¨®mo pueden defender las izquierdas algo que tambi¨¦n defienden los carcamales nacionalistas?") nunca es bueno: ya dec¨ªan los cl¨¢sicos que las verdades son verdades aunque las diga el diablo. Y cuando hablamos o tratamos del "tema nacional" (o "auton¨®mico", como otros prefieren), adem¨¢s de muchos argumentos ad hominem, hay inflaci¨®n de prejuicios. Muchos m¨¢s de lo que una impecable racionalidad aconsejar¨ªa. Quiz¨¢s sirva este ejemplito para dejar m¨¢s claro lo que pretendo apuntar. Cuando un pol¨ªtico del mismo partido al que pertenece el actual presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, dice sentirse orgulloso de ser espa?ol, ?es ello una muestra de nacionalismo? Muchos dir¨¢n que no. Si se opina en cambio que no es una muestra de nacionalismo, tampoco lo ser¨¢ la de un catal¨¢n o un vasco que diga que se siente orgulloso de ser catal¨¢n o vasco. Si es una muestra de nacionalismo, veremos que se le juzgar¨¢ con una elasticidad incomparablemente mayor que si lo dice el pol¨ªtico catal¨¢n o vasco. Creo que merece la pena reflexionar sobre ello.
Las izquierdas tienen pocas razones para rechazar la identidad compartida que es el fundamento de la soberan¨ªa pol¨ªtica y que supuestamente s¨®lo defienden los nacionalismos. De forma m¨¢s o menos expl¨ªcita, estas ideas tambi¨¦n las comparten multitud de personas y de pol¨ªticos que no entrar¨ªan f¨¢cilmente en el caj¨®n del nacionalismo. Que los estados pierden soberan¨ªa involuntariamente -supong¨¢moslo, ya sabemos que a menudo se cede premeditadamente- en beneficio de grandes multinacionales, o que tambi¨¦n la transfieren voluntariamente a organismos supraestatales como la Uni¨®n Europea, no sirve aqu¨ª para dejar zanjado el problema. El problema es otro: hay naciones que tienen estado y otras que no. Si una tiene estado y otra no y ¨¦sta reclama a la anterior soberan¨ªa, b¨¢sicamente hay dos actitudes: aceptarlo o no (y las versiones y concreciones que esto pueda tener en un pa¨ªs y en un momento determinado tambi¨¦n son variadas, como cualquier persona atenta a los debates actuales puede corroborar). Si no se acepta, debe hacerse en nombre de algo m¨¢s que la simple apelaci¨®n a los derechos de las personas. En todas partes hay personas.
Si bien es cierto que a veces, y en m¨¢s temas pol¨ªticos de los que ser¨ªa de desear, algunas izquierdas quedan desdibujadas y se hace dif¨ªcil distinguirlas de algunas derechas, todav¨ªa creo que hay buenas razones para asegurar que hay nacionalismos de derechas y nacionalismos de izquierdas. Las izquierdas y las derechas se diferencian (o deber¨ªan hacerlo, en su defecto) por la forma de abordar las grandes cuestiones de la pol¨ªtica cotidiana como la ciudadan¨ªa, la distribuci¨®n de la riqueza, la inmigraci¨®n pobre de los pa¨ªses pobres, las relaciones laborales, el poder arbitrario de las grandes multinacionales -hoy autocr¨¢ticamente gobernadas por poqu¨ªsimos dirigentes de formas no controlables por sus trabajadores, por sus peque?os accionistas y por el conjunto de la ciudadan¨ªa-, los derechos de los homosexuales, la violencia contra las mujeres, las relaciones internacionales..., aunque puedan compartir la voluntad de defender una lengua o de pertenecer a una misma naci¨®n.
Daniel Ravent¨®s es economista y profesor del departamento de Teor¨ªa Sociol¨®gica y Metodolog¨ªa de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.