Nueva arquitectura, nueva gobernaci¨®n
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha mejorado su transparencia y su capacidad de autocr¨ªtica en los ¨²ltimos a?os. M¨¢s all¨¢ de las evidentes mejoras en la cantidad y calidad de la informaci¨®n p¨²blicamente disponible, desde dentro de la propia instituci¨®n se empiezan a reconocer algunas de las limitaciones en su funcionamiento, lo que indudablemente ha de interpretarse como una buena se?al. Algunas de esas denuncias, as¨ª como las sugerencias de adaptaci¨®n a los nuevos tiempos, que describe el propio historiador oficial de la instituci¨®n, James M. Boughton, en el ¨²ltimo n¨²mero de la tambi¨¦n oficial publicaci¨®n mensual, Finace&Development, hubieran sido consideradas propias de los "antisistema" no hace muchos a?os.
Las frecuentes, severas y f¨¢cilmente propagables crisis financieras registradas en los ¨²ltimos veinte a?os han cuestionado seriamente la eficacia de esa metamorfosis funcional en la que se encuentra inmerso el FMI desde la quiebra del sistema nacido en Bretton Woods. La misi¨®n original de la instituci¨®n era la supervisi¨®n de un r¨¦gimen cambiario que dej¨® de existir cuando la Administraci¨®n estadounidense, en 1971, abandon¨® la obligaci¨®n de convertibilidad del d¨®lar en oro, que asumi¨® en su fundaci¨®n. Las crisis que sufrieron M¨¦xico en 1994-1995 y las econom¨ªas del sureste asi¨¢tico a partir del verano de 1997 confirmaron la necesidad de abordar una reforma en profundidad de los sistemas de prevenci¨®n y tratamiento de esas crisis y de la propia estructura institucional del Fondo: una Nueva Arquitectura Financiera Internacional. Su completo dise?o sigue pendiente. Se han introducido mejoras, pero la asimetr¨ªa entre el ritmo de cambio de la realidad econ¨®mica y financiera internacional, la creciente interdependencia de las econom¨ªas, por un lado, y la lentitud de la instituci¨®n, por otro, no es mucho menos expl¨ªcita que cuando estall¨® la ¨²ltima de esas crisis.
Una primera lecci¨®n a deducir de esas convulsiones tiene que ver con el ritmo de integraci¨®n financiera internacional, de desmantelamiento de los controles de capital, exigido a las numerosas econom¨ªas menos desarrolladas que han pasado a ser socios del Fondo en los ¨²ltimos a?os. Las preferencias de los agentes financieros de las econom¨ªas avanzadas por extender el ¨¢mbito geogr¨¢fico de sus negocios no siempre coincide con las necesidades espec¨ªficas de aquellas econom¨ªas con d¨¦biles fundamentos macroecon¨®micos y una no menos precaria calidad de las instituciones financieras.
El fortalecimiento de las funciones t¨¦cnicas del Fondo ha de llegar a alcanzar una supervisi¨®n m¨¢s efectiva de las pol¨ªticas econ¨®micas y financieras de todos sus pa¨ªses miembros y, no menos importante, a garantizar una mayor eficacia en sus actividades crediticias, con el fin no s¨®lo de contribuir a la resoluci¨®n de las crisis financieras, sino igualmente facilitar el restablecimiento del acceso a los mercados de capitales de los pa¨ªses afectados. Tampoco ya se cuestiona desde la propia instituci¨®n la necesidad de que sus servicios de asesoramiento y apoyo financiero han de conducir a los pa¨ªses de baja renta al abandono de la pobreza.
El gobierno de la propia instituci¨®n, su efectiva democratizaci¨®n, ha de ser otra de las gu¨ªas en el trazado de la nueva arquitectura. El ajuste de las cuotas de los 184 socios actuales y el del poder de decisi¨®n de los mismos es la precondici¨®n para conseguirlo. Las actuales todav¨ªa reflejan, como muchos otros aspectos de la instituci¨®n, las circunstancias vigentes al final de la Segunda Guerra Mundial. Entonces la econom¨ªa estadounidense realizaba m¨¢s de la quinta parte de las exportaciones mundiales y manten¨ªa el 55% de las reservas oficiales de divisas, una base significativamente m¨¢s fortalecida que la anterior al conflicto y que, en todo caso, justificaba el dominio que ese pa¨ªs ejerci¨® en el dise?o del sistema suscrito en la Conferencia de Bretton Woods, incluida la distribuci¨®n del poder de voto en el FMI. El articulado del acuerdo estableci¨® el requerimiento de una mayor¨ªa del 85% para las decisiones m¨¢s importantes y del 50% para las restantes. Desde entonces ninguna decisi¨®n relevante ha sido adoptada sin la aceptaci¨®n de la Administraci¨®n estadounidense, incluidas las habituales de financiaci¨®n.
No menos incongruente con la amplitud de socios hoy existente y la evoluci¨®n de la importancia relativa de sus econom¨ªas es el mantenimiento de ese acuerdo informal respecto al reparto de la direcci¨®n de las dos instituciones nacidas en 1944, el Banco Mundial y el propio FMI. La primera, concebida entonces como la m¨¢s importante, es encomendada a un ciudadano estadounidense, y la segunda a un europeo. En las ocasiones en que se ha tratado de vencer esa tradici¨®n, proponiendo a candidatos no europeos, no ha sido posible. Como tampoco lo ha sido la afirmaci¨®n de la necesaria autonom¨ªa de la instituci¨®n frente al Grupo de los Siete.
La legitimidad y credibilidad pol¨ªtica del FMI depende del reconocimiento de las nuevas realidades que perfilan la econom¨ªa global, empezando por la m¨¢s elemental de la amplitud y diversidad de sus socios.
Emilio Ontiveros es autor del libro Sin orden ni concierto. Medio siglo de relaciones financieras internacionales. Escuela de Finanzas Aplicadas. Madrid, 1995.
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