?Yo quiero ser escritor!
Felisberto Hern¨¢ndez, como es sabido, fue un pianista talentoso, que trat¨® durante a?os de ganarse malamente la vida dando conciertos, como solista o en peque?os grupos (el tr¨ªo Hern¨¢ndez entre otros), recorriendo pueblos y peque?as ciudades de Uruguay y de Argentina, de los que m¨¢s de una vez tuvo dificultades para volverse a Montevideo, ya que lo que ganaba en los conciertos ni siquiera le alcanzaba para pagar el hotel. Estudi¨® m¨²sica con seriedad y perseverancia, ampliando su repertorio cl¨¢sico, y en Montevideo y en Buenos Aires dio algunos recitales exitosos. Pero cuando sus amigos mel¨®manos, que lo admiraban realmente, elogiaban sus interpretaciones, Felisberto adoptaba una expresi¨®n par¨®dica de exagerado sufrimiento, y protestaba: ?Yo quiero ser escritor! Y termin¨® si¨¦ndolo: sin la menor duda, uno de los m¨¢s grandes y originales del idioma espa?ol en el siglo XX.
En Las hortensias, una persona se convierte en mu?eco para hacer una broma a la vez infantil y cruel
En v¨ªsperas del centenario de su nacimiento, en 1902 en Montevideo, donde muri¨® de una leucemia el 13 de enero de 1964,el profesor Jos¨¦ Pedro D¨ªaz, incansable investigador, editor y comentador de su obra, public¨® en la editorial Planeta de Uruguay un nuevo libro sobre la vida y la obra de Felisberto. (Como Rub¨¦n Dar¨ªo, como Macedonio Fern¨¢ndez, como Juan L. Ortiz, Felisberto Hern¨¢ndez goza del privilegio de ser conocido por sus lectores por su nombre de pila y no por su apellido, no solamente porque los nombres de esos autores son f¨¢cilmente individualizables, sino sobre todo porque parecen condensar ciertos prestigios m¨ªticos de los personajes que representan). El libro del profesor D¨ªaz es una buena s¨ªntesis cr¨ªtica y biogr¨¢fica, de innegable utilidad, aunque la parte biogr¨¢fica propiamente dicha adolece de esa limitaci¨®n com¨²n a casi todas las obras del g¨¦nero, y que reside en la excesiva fascinaci¨®n del bi¨®grafo por el biografiado, lo cual transforma demasiado a menudo la biograf¨ªa en un desmesurado argumento ad hominem. Para el bi¨®grafo, el personaje que inspira su trabajo siempre tiene raz¨®n: la obra redime todas las contradicciones de su existencia, y cuando esas contradicciones resultan intolerablemente evidentes un silencio molesto, que el lector percibe de inmediato, suplanta al an¨¢lisis riguroso de los hechos.
La vida y los relatos de Felisberto Hern¨¢ndez a decir verdad se parecen mucho, y si algunos de sus textos, como el incomparable Por los tiempos de Clemente Colling por ejemplo, son rigurosamente autobiogr¨¢ficos, aun hasta en las fluctuaciones de veracidad propias del g¨¦nero, podr¨ªa sin embargo describirse el conjunto de su obra como una suerte de autobiograf¨ªa on¨ªrica, ya que en su mayor parte los relatos parten de una situaci¨®n autobiogr¨¢fica que va siendo modificada por una serie de motivos extra?os o fant¨¢sticos, exactamente como ocurre con cualquier individuo que sue?a o que, sin estar necesariamente dormido, se deja arrastrar por sus enso?aciones y sus fantasmas. Es obvio que el adjetivo on¨ªrico est¨¢ utilizado aqu¨ª metaf¨®ricamente, aunque s¨®lo en parte, ya que muchas de las vivaces im¨¢genes de sus libros, aun cuando recapitulen hechos emp¨ªricos, tienen esa extra?eza n¨ªtida propia de los sue?os. Pero la singularidad de sus ficciones no se agota en el mero clima on¨ªrico: la distorsi¨®n juega tambi¨¦n con la l¨®gica, con el s¨ªmbolo, como en La casa inundada, con la confusi¨®n deliberada y extremadamente sutil entre lo realista y lo fant¨¢stico, como en Las hortensias, donde un mu?eco que de pronto cobra vida resulta ser en realidad una persona que ha adoptado el aspecto y la pose del mu?eco para hacer una broma a la vez infantil y cruel. Si algunos de sus cuentos son fant¨¢sticos, como El acomodador entre otros, porque transgreden las fronteras de lo emp¨ªricamente posible, la casi totalidad de su obra transcurre en la claridad crepuscular de lo extra?o, distanciado por un tono de aparente ingenuidad que encarna en la prosa de Felisberto una forma de iron¨ªa refinada. No se encuentra mejor descripci¨®n que la que hizo ?ngel Rama en Marcha, en 1964, cuatro d¨ªas despu¨¦s de la muerte de Felisberto: "Esa inextricable mezcla de inocencia y perversi¨®n oscura que daba la enigm¨¢tica t¨®nica de su personalidad".
Es verdad que la perversi¨®n salta a la vista casi a cada p¨¢gina en esta obra singular. Pero su singularidad reside justamente en el hecho de que no claudica ante ella sino que, por el contrario, la universaliza y la revela de esa manera en cada uno de sus lectores. La magia que segregan sus textos no existir¨ªa sin el reconocimiento de su pertinencia profunda por parte de todos los receptores imprevisibles y lejanos que poco a poco han venido, con los a?os, por inclinaci¨®n propia, sin sufrir coerci¨®n ninguna, a reconocerse en ella. Esa perversi¨®n que podr¨ªa ser calificada de compulsi¨®n, de extravagancia e incluso de crueldad en el plano biogr¨¢fico, se transfigura en verdad universal en las metamorfosis incesantes del texto. Y en la urgencia angustiosa de quien vive la dimensi¨®n doble de la biograf¨ªa y de la escritura, la parodia de sufrimiento que acompa?aba el reclamo constante de Felisberto ?Yo quiero ser escritor! , lo que pasado en limpio significa en realidad "no puedo ser otra cosa m¨¢s que escritor", cobra retrospectivamente una gravedad particular y un sentido al mismo tiempo transparente y misterioso. Transparente porque creemos un poco ingenuamente que se verifican la catarsis aristot¨¦lica y la sublimaci¨®n freudiana en esa tentativa de salvarse a trav¨¦s de la escritura, pero misteriosa porque dudamos de que la explicaci¨®n de esa irresistible necesidad de escribir sea tan simple y pueda resolverse, como un problema racional, con un par de conceptos.
Algo es seguro: Felisberto Hern¨¢ndez era tambi¨¦n un narrador oral eficaz, y en cierto periodo de su vida combinaba sus recitales de piano con historias que le¨ªa o que contaba directamente. Cuando Jules Supervielle, que lo apadrin¨® durante a?os, lo hizo viajar a Francia y lo present¨® en la Sorbona, lo incit¨® a leer y a referir algunas historias improvisadas. Algunos de sus amigos afirmaban que no siempre era f¨¢cil hablar con ¨¦l, ya que sol¨ªa interponer entre ¨¦l y su interlocutor una especie de muro compulsivo de historias, como si esas historias que contaba lo protegiesen, y a trav¨¦s de la forma que la transmisi¨®n oral iba haciendo cada vez m¨¢s pulida, y m¨¢s reconocible y n¨ªtida, se valiese de una mediaci¨®n objetiva para su comercio con la materia informe y chirle del mundo, manteniendo a distancia la amenaza que bland¨ªan silenciosamente para ¨¦l tanto lo interno como lo exterior.
Nadie ignora que uno de los m¨¢s antiguos ciclos narrativos que posee la humanidad se lo debemos a una muchacha que, para salvar su vida y la de su hermana, le contaba historias a un tirano para embrujarlo con ellas y, dej¨¢ndolas en suspenso cada noche, incitarlo a postergar la ejecuci¨®n capital. Como todos los grandes narradores es esa pr¨®rroga lo que parece buscar Felisberto Hern¨¢ndez en cada uno de sus admirables relatos.
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