M¨²sica para patriotas
MA?ANA SE CUMPLE el veinticinco aniversario de los referendos que validaron los dos primeros estatutos auton¨®micos, los de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco. No est¨¢ de m¨¢s recordar el origen de este proceso. El franquismo, despu¨¦s de ganar la Guerra Civil, destruy¨® el Estado republicano y se carg¨® las instituciones de autogobierno catalanas y vascas. La recuperaci¨®n de las instituciones auton¨®micas formaba parte de las reivindicaciones de la resistencia antifranquista, junto a la libertad y a la amnist¨ªa. De modo que en el proceso constituyente del nuevo r¨¦gimen la llamada cuesti¨®n nacional era decisiva para el ¨¦xito del cambio.
Todos sabemos los complicados caminos de la construcci¨®n de la democracia sin ruptura, con la figura del Rey como v¨ªnculo entre la vieja y la nueva legalidad. Y, probablemente, nunca tendremos una vara de medir que nos permita saber con certeza si los partidos ajenos al r¨¦gimen anterior evaluaron correctamente las relaciones de fuerzas. Aunque es cierto que hay, especialmente en las nacionalidades perif¨¦ricas, quien sospecha que hubo ventajismo en el uso de la amenaza de los poderes f¨¢cticos.
El Estado de las autonom¨ªas fue el resultado de lo que en aquellos momentos se impuso como lo realmente posible. La credibilidad del nuevo sistema pasaba por el reconocimiento de las nacionalidades hist¨®ricas de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco (el lenguaje eufem¨ªstico todav¨ªa les niega el nombre de naciones). Era algo tan imprescindible para la validaci¨®n de la nueva democracia como lo fue el reconocimiento del Partido Comunista. Los legisladores buscaron el punto de equilibrio en una generalizaci¨®n jerarquizada del principio de autogobierno que dio con este artefacto que denominamos Estado auton¨®mico. Donde deb¨ªa haber tres autonom¨ªas -?y el resto c¨®mo se llama?, se preguntaban algunos- acab¨® habiendo 17. Al mismo tiempo, en el proceso auton¨®mico surgi¨® el ¨²nico gesto de ruptura de la transici¨®n, la ¨²nica se?al que empalmaba la nueva legalidad con la legalidad republicana: el retorno del presidente Tarradellas para asumir legalmente la presidencia de la Generalitat que ya ejerc¨ªa en el exilio.
Veinticinco a?os m¨¢s tarde se puede afirmar que el instrumento ha funcionado razonablemente bien, conforme a la l¨®gica de una transici¨®n puesta bajo el signo de la reconciliaci¨®n, la amnist¨ªa, el posibilismo y la amnesia. Sin embargo, algunas de las reivindicaciones que provocaron el proceso siguen sobre la mesa, especialmente en Catalu?a y en el Pa¨ªs Vasco, con las reformas estatutarias y constitucionales de nuevo en el orden del d¨ªa. En estos a?os, Espa?a ha gozado del m¨¢s largo periodo de convivencia democr¨¢tica de su historia. Con una frustraci¨®n: la pervivencia de la violencia etarra. Era una idea extendida en el tardofranquismo que ETA desaparecer¨ªa con la llegada de la democracia. Fue un espejismo. Los partidarios de la integraci¨®n en el nuevo r¨¦gimen perdieron la batalla. La violencia impuso su l¨®gica. Y aunque hubo escisi¨®n y muchos militantes de ETA se reinsertaron, el terrorismo todav¨ªa contin¨²a.
El aniversario de los estatutos -que los partidos catalanes valoran de un modo razonablemente positivo y el nacionalismo vasco ve con enorme recelo- llega el mismo a?o en que Zapatero ha roto el tab¨² de las reformas constitucionales y estatutarias. Es decir, como si un ciclo se cerrara, los viejos estatutos se conmemoran pensando en los nuevos que ya est¨¢n en curso. ?Es necesario reformar los estatutos? La derecha se opone con el argumento del riesgo de destapar la caja de Pandora. Los socialistas sit¨²an la reforma en un marco de normalidad: la l¨®gica adaptaci¨®n a los nuevos problemas de una sociedad cambiante. Los nacionalistas vascos quieren ir m¨¢s all¨¢ (Estado libre asociado es la figura), y los nacionalistas de CiU se han apuntado a la reforma por emulaci¨®n con sus contrincantes, despu¨¦s de haber estado m¨¢s de veinte a?os sin ver razones para ello. Pero el proceso est¨¢ en marcha. Y en la l¨®gica del Estado auton¨®mico cuando se da un paso, inmediatamente surge la necesidad de acercar a los dem¨¢s a los que se escaparon del pelot¨®n.
El Estado de las autonom¨ªas ha multiplicado los focos de poder y el poder siempre quiere m¨¢s. El gran peligro del debate estatutario -que empieza ya a notarse, por ejemplo, en Catalu?a- es que quede como un espect¨¢culo reservado a los habitantes de la superestructura pol¨ªtica, que los ciudadanos lo vean en detrimento de necesidades m¨¢s urgentes. Porque en el fondo la clave de la cuesti¨®n auton¨®mica es una financiaci¨®n que no frene ni discrimine las expectativas de cada territorio. Fuera de esto, casi todo es simb¨®lico. Es decir, m¨²sica para patriotas.
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