Un Papa para el tercer milenio
El pasado agosto, el papa Juan Pablo II, al visitar Lourdes en su 104? viaje oficial, anunci¨® con su proverbial voz temblorosa: "Completo aqu¨ª mi peregrinaje". Era su adi¨®s a Lourdes, pero quiz¨¢ tambi¨¦n una despedida de esta existencia, quiz¨¢ estaba dici¨¦ndonos adi¨®s viendo ya muy pr¨®ximo el final de sus d¨ªas.
En el Vaticano se piensa que el Papa puede vivir "lo que Dios quiera" en t¨¦rminos de meses e incluso de un par de a?os, con sus dolencias actuales controladas, y en bastante buenas condiciones mentales. Que el mayor riesgo que corre, aunque parezca mentira, es el de una ca¨ªda o el de atragantarse comiendo. Es el segundo pontificado m¨¢s largo de la historia (16-X-1978), s¨®lo superado por el de P¨ªo IX (1846-1872).
Wojtyla no s¨®lo ha designado a todos los cardenales que elegir¨¢n a su sucesor, sino que ha establecido hasta el ¨²ltimo detalle del procedimiento completo
"Morto un Papa, se ne fa un altro". Muerto un Papa, se hace otro: as¨ª de crudo es el tradicional refr¨¢n romano. Hasta 122 cardenales con los 80 a?os a¨²n no cumplidos se reunir¨¢n en c¨®nclave para elegir el sucesor de Juan Pablo II entre 15 y 20 d¨ªas despu¨¦s de su muerte. El elegido necesitar¨¢ 82 votos, dos tercios del total. Por primera vez en seis siglos se podr¨¢ adoptar el sistema de mayor¨ªa simple si tras 30 votaciones no hubiera vencedor, y entonces ser¨¢n solamente 62 los votos necesarios.
Periodo de los secretarios
En Roma reina el periodo de los secretarios, una provisionalidad generalizada en espera del relevo. Este verano ha habido no pocos contubernios para analizar la situaci¨®n. Las posibilidades que se barajan para hacer frente a la creciente ingobernabilidad, de menos a m¨¢s audaces, son: reanudar las reuniones interdicasteriales (interministeriales) instituidas por Pablo VI para reforzar la coordinaci¨®n, descuidadas en los ¨²ltimos tiempos; convencer al Papa de que nombre un nuevo secretario de Estado, aceptando la jubilaci¨®n de Angelo Sodano, al que se considera superado por las tareas pendientes; y, en tercer lugar, crear una comisi¨®n especial que controle la Curia en ayuda del Pont¨ªfice enfermo.
Muchos creen que el Papado se encuentra en el ojo del hurac¨¢n de una nueva y devastadora crisis de identidad. Para empezar, es la misma figura del Papa y sus funciones lo que estar¨ªa pendiente de revisi¨®n. Los cat¨®licos progresistas juzgan el sistema de elecci¨®n en c¨®nclave como propio de una concepci¨®n gerontocr¨¢tica de cooptaci¨®n, incomprensible en el marco de la cultura actual. ?Necesita el c¨®nclave democratizarse, ampliarse, elegirse de forma representativa, o ello perjudicar¨ªa su esencia y su tarea, que no es la de elegir administradores de la cosa p¨²blica, sino ni m¨¢s ni menos que al representante oficial del Dios cristiano en la Tierra?
Wojtyla no s¨®lo ha designado a todos los cardenales que elegir¨¢n a su sucesor, sino que ha establecido hasta el ¨²ltimo detalle todo el procedimiento con que lo har¨¢n. Nunca un c¨®nclave ha estado tan atado y bien atado. Y, aunque pueda parecer anecd¨®tico, hasta ha habilitado el lugar donde vivir¨¢n los electores, y restaurado el excepcional espacio -la c¨¦lebre Capilla Sixtina- donde votar¨¢n. Ni un detalle ha escapado al Papa polaco. Los que dicen que es un visionario sin sentido pr¨¢ctico, deber¨ªan pens¨¢rselo dos veces.
Pero la ley no escrita de los c¨®nclaves es que los cardenales promovidos por un Papa eligen un sucesor muy diferente. Si esto se cumple con Woytila, su sucesor ser¨¢ liberal, anciano, italiano o latino, y discreto; los cardenales entran en los c¨®nclaves pensando en corregir los defectos del difunto, sus excesos, su forma de hacer. Y en ese sentido tienen muy presentes qu¨¦ virtudes y cualidades han faltado en el ¨²ltimo papado para que la carencia no se repita en el siguiente. Hasta el punto de que es lugar com¨²n reconocer una ley del p¨¦ndulo entre papados consecutivos.
Trece son los papables con m¨¢s posibilidades. Se trata del nigeriano Francis Arinze, el colombiano Dar¨ªo Castrill¨®n Hoyos, el peruano Juan Luis Cipriani Thorne, el indio Iv¨¢n Dias, el brasile?o Claudio Hummes; los italianos Carlo Mar¨ªa Martini, Giovanni Batista Re y Dionigi Tettamanzi; el hondure?o ?scar Andr¨¦s Rodr¨ªguez Maradiaga, el espa?ol Antonio Mar¨ªa Rouco Varela, el austriaco Cristoph Sch?nborn, el filipino Jaime Lachica Sin, y finalmente, siguiendo un orden alfab¨¦tico con sus apellidos, el canadiense Jean-Claude Turcotte.
Seis proceden del mundo desarrollado y siete de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. Ninguno, por supuesto, ha presentado su candidatura oficialmente, y varios se han declarado p¨²blicamente carentes de m¨¦rito para la misma, como el presidente de la Conferencia Episcopal Espa?ola, que, preguntado hace un tiempo, dec¨ªa: "Nadie debe pensar que yo pueda ser apto para ello. Es mejor no hablar de ello".
De todos, s¨®lo el jesuita Martini representar¨ªa una alternativa al wojtylismo. Con la edad ha ido dome?ando sus disidencias, ya no pide la convocatoria de un concilio, pero todav¨ªa aboga por mayor colegialidad: "El Vaticano II y Pablo VI, cuando instituyeron el S¨ªnodo de los Obispos, ten¨ªan en mente una especie de consejo permanente de regencia de la Iglesia junto al Papa, una intuici¨®n que se ha desarrollado s¨®lo en parte".
El jesuita Martini parece una opci¨®n demasiado comprometida, como lo ser¨ªa elegir al cardenal del Opus Dei, Cipriani. Son demasiado curiales y continuistas Castrill¨®n y Re, demasiado j¨®venes Maradiaga y Sch?nborn, demasiado exc¨¦ntricos (lejanos del centro de gravedad de la iglesia cat¨®lica) Hummes y Dias. Turcotte, una apuesta arriesgada. Tettamanzi, impredecible.
Dos de los candidatos acaban de sufrir serios problemas de salud que perjudican notablemente su candidatura. La grave intervenci¨®n quir¨²rgica de Rouco, y la hospitalizaci¨®n en estado cr¨ªtico de Sin, les aleja de la contienda, en el caso del primero puede que s¨®lo temporalmente. Queda Arinze: dr¨¢stico cambio formal, pero controlado por la Curia Romana. El candidato, de raza negra y nacionalidad nigeriana, tiene y va a tener en los pr¨®ximos tiempos el m¨¢ximo protagonismo al iniciarse el proclamado A?o de la Eucarist¨ªa, siendo como es prefecto del ministerio del ramo, la Congregaci¨®n para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Un ritual firmemente establecido
LA SUCESI?N se desarrollar¨¢ de acuerdo con normas y rituales firmemente establecidos, desde las personas que rodear¨¢n el lecho de muerte del anciano Pont¨ªfice, hasta la rotura del anillo pescatorio, del cese autom¨¢tico de altos cargos a la exposici¨®n p¨²blica del difunto, del funeral en la plaza de San Pedro a los Novemdiales, esos nueve d¨ªas de funerales continuados en los que tres o cuatro cardenales tejer¨¢n la trama del c¨®nclave entre las presiones de los diversos grupos de intereses. As¨ª se llegar¨¢, tras no menos de 15 y no m¨¢s de
20 d¨ªas, al inicio mismo del c¨®nclave, cuando sea pronunciada solemnemente la frase "Extra omnes", se distribuyan las papeletas dise?adas por Pablo VI y todos esperemos las dos fumatas diarias a las que se a?adir¨¢ un combustible especial para que el humo sea claramente blanco o negro, y no gris como
ocurr¨ªa a menudo.
Hasta llegar al "Anuntio vobis, habemus papam". Entonces comenzar¨¢ propiamente el tercer milenio para la Iglesia Cat¨®lica Romana, un periodo del que los ¨²ltimos a?os de Juan Pablo II han sido apropiado pr¨®logo. Muchos creen que la instituci¨®n humana m¨¢s antigua y compleja est¨¢ al borde de la extinci¨®n, cada vez m¨¢s aislada. Desde dentro se ve muy diferente.
Una persona muy cercana al Papa que posee el m¨¢ximo conocimiento de la situaci¨®n actual de la Iglesia y de sus interioridades lo explica as¨ª: "Durante el A?o Santo pasaron por Roma unos 26 millones de cat¨®licos que se han confesado y han comulgado. Tan s¨®lo a trav¨¦s de esas confesiones, la Iglesia ha ido acumulando much¨ªsimo conocimiento de esta realidad social, de los problemas que afectan a la humanidad".
La elecci¨®n del sucesor de Karol Wojtyla va a ser uno de los acontecimientos capitales de este principio de siglo. La Iglesia Cat¨®lica se juega en ello, sin exagerar, su supervivencia.
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