Minicrisis del petr¨®leo
La evoluci¨®n del precio del petr¨®leo desde mediados del pasado a?o est¨¢ constituyendo el principal factor de sorpresa e incertidumbre para los analistas. Al poco de acabar la guerra de Irak, la cotizaci¨®n del crudo tipo brent se situ¨® en unos 25 d¨®lares el barril, cifra que por aquel entonces parec¨ªa incluso elevada teniendo en cuenta que entre 1986 y 2000 la cotizaci¨®n media se hab¨ªa situado en torno a los 18 d¨®lares y que parec¨ªa haber capacidad productiva para atender al aumento de la demanda previsto para los pr¨®ximos a?os por los especialistas. Hay que reconocer que tales supuestos han constituido uno de los mayores fiascos en cuesti¨®n de previsiones que yo recuerde en los ¨²ltimos a?os.
A toro pasado, este fracaso podemos atribuirlo no s¨®lo a imprevistos de dif¨ªcil inclusi¨®n en los modelos de previsi¨®n, sino a una mala captaci¨®n de las variables econ¨®micas fundamentales que determinan el precio de esta materia prima. En definitiva, ahora parece claro que los elevados precios no son s¨®lo consecuencia de los riesgos geopol¨ªticos, sino que, en lo fundamental, reflejan las tensiones entre una demanda que crece mucho m¨¢s deprisa de lo que se cre¨ªa y una oferta de crudo y de productos refinados que est¨¢ al l¨ªmite. Como la demanda va a seguir creciendo fuerte a corto plazo, debido sobre todo al dinamismo de las econom¨ªas emergentes, y los riesgos geopol¨ªticos van para largo, mi conclusi¨®n es que los actuales 50 d¨®lares por barril pueden perdurar bastante tiempo, el suficiente como para afectar de forma significativa a la coyuntura econ¨®mica mundial y espa?ola.
Los 50 d¨®lares que vale hoy un barril de brent suponen una subida del 100% respecto al precio medio de 2002, si bien este porcentaje queda reducido a poco m¨¢s del 50% si el precio lo expresamos en euros (a un tipo de cambio de 1,25 d¨®lares por euro), dada la apreciaci¨®n de ¨¦ste. En principio, esto significa que el impacto directo puede ser mayor en EE UU que en Europa, aunque el dinamismo y la flexibilidad del sistema productivo americano facilitan su absorci¨®n de forma m¨¢s r¨¢pida y eficiente. Adem¨¢s de la cuant¨ªa nada despreciable de la subida, hay que tener en cuenta la situaci¨®n en la que se encuentran las familias de la mayor¨ªa de los pa¨ªses desarrollados: muy endeudadas y con niveles de ahorro en m¨ªnimos hist¨®ricos. Esto significa que, ante la p¨¦rdida de poder adquisitivo derivada del aumento de la inflaci¨®n, no pueden mantener durante mucho tiempo su ritmo de gasto en consumo e inversi¨®n apelando en una primera instancia a un menor ahorro o a m¨¢s endeudamiento.
Para Espa?a, dicha subida representa una p¨¦rdida de poder adquisitivo del 1% del PIB, aproximadamente la cuarta parte de la p¨¦rdida que se produjo en cada una de las dos crisis energ¨¦ticas de mediados de los setenta y comienzos de los ochenta. Por eso podemos calificarla de minicrisis. Ahora bien, teniendo en cuenta la rigidez que caracteriza al sistema de formaci¨®n de precios y rentas y que los responsables de nuestra econom¨ªa ya no disponen del instrumento de la pol¨ªtica monetaria para controlar la inflaci¨®n, hay un gran peligro no s¨®lo de que disminuya el PIB y el empleo a corto plazo, sino de que la crisis agudice la p¨¦rdida de competitividad de la econom¨ªa espa?ola en la escena mundial. Pensemos menos en recuperar el poder adquisitivo -imposible de recuperar, por cierto, en una situaci¨®n como ¨¦sta- y m¨¢s en mantener nuestras empresas y puestos de trabajo a medio plazo.
?ngel Laborda es director de coyuntura de la Fundaci¨®n de las Cajas de Ahorros (FUNCAS).
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