Pluralismo cultural y universalismo civilizador
El presidente del Gobierno espa?ol, en su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU, propuso como meta de pacificaci¨®n global el futuro establecimiento de lo que llam¨® una "alianza de civilizaciones", entendida a la vez como la ant¨ªtesis y el remedio del temible "choque de civilizaciones". Enseguida se ha criticado su propuesta, tachada de contradictoria y ut¨®pica. Contradictoria tanto porque el concepto de "alianza" designa una coalici¨®n beligerante contra terceros (?qui¨¦nes ser¨ªan ¨¦stos?), lo que desmiente su voluntad pacifista, como porque el concepto de "civilizaciones", predicado en plural para subrayar su diversidad heterog¨¦nea, se opone al de "civilizaci¨®n", necesariamente singular en tanto que universalista. Y ut¨®pica, porque una alianza semejante deber¨ªa ser liderada por la potencia hegem¨®nica que detenta el monopolio de la violencia, hoy por hoy ileg¨ªtima en tanto que se niega a someterse al imperio de la ley internacional, sin que parezca tener la menor intenci¨®n de hacerlo en un futuro pr¨®ximo. Aqu¨ª no voy a discutir esta falta de pragmatismo que (quiz¨¢ premeditadamente) caracteriza a la propuesta. Y en cambio me centrar¨¦ en el otro punto cr¨ªtico se?alado: el pluralismo civilizador.
?Hasta qu¨¦ punto el concepto de "civilizaci¨®n" es sin¨®nimo de universalismo cultural y, por tanto, ant¨®nimo del "pluralismo de civilizaciones"? Cierta tradici¨®n del pensamiento occidental, que se retrotrae por un lado al idealismo plat¨®nico y por otro al monote¨ªsmo judeocristiano, parece creer que "civilizaci¨®n" no hay m¨¢s que una, identificable con el racionalismo europeo en cualquiera de sus dos versiones: la formalista de la Ilustraci¨®n francesa, que fundar¨ªa el kantiano Estado de derecho, y la pragm¨¢tica de la Ilustraci¨®n escocesa, que dar¨ªa lugar al contempor¨¢neo liberalismo de los derechos humanos. Pero frente a esta corriente principal, el pensamiento occidental tambi¨¦n alimenta otra tradici¨®n minoritaria, heredera del polite¨ªsmo presocr¨¢tico, que postula la imposibilidad de unificar la racionalidad humana, dada la perenne persistencia del m¨¢s radical pluralismo de valores en conflicto. Esta segunda tradici¨®n es la que Nietzsche recuper¨®, siendo retomada posteriormente por Weber y actualmente por Isaiah Berlin.
De modo que los creyentes en el monote¨ªsmo universalista postulan una sola civilizaci¨®n, occidental y etnoc¨¦ntrica, por supuesto. Y frente a ellos, los pluralistas radicales se?alan la imposibilidad de alcanzar un consenso universal de valores en conflicto. ?C¨®mo resolver este dilema? La forma m¨¢s f¨¢cil de lograrlo, inspirada en Isaiah Berlin precisamente, es partir de la distinci¨®n entre medios y fines en que se basa el concepto de "raz¨®n" como adecuaci¨®n de aqu¨¦llos a ¨¦stos. Y a partir de ah¨ª, apostar por el siempre posible universalismo de los medios (recursos t¨¦cnicos, procedimientos formales, reglas de juego), pero dejando a salvo el irreductible pluralismo de los fines (se?as de identidad personal y colectiva, valores culturales en conflicto y objetivos ¨²ltimos de la acci¨®n humana). En suma, la civilizaci¨®n material y formal s¨ª es universalizable, como revela que todos los pueblos del planeta recurran a la ciencia, la t¨¦cnica y el derecho de Occidente para resolver sus problemas pr¨¢cticos (incluso los terroristas antioccidentales lo hacen). Pero a cambio no hay, ni puede haber, una sola civilizaci¨®n cultural de alcance planetario, pues en este aspecto cada persona, cada grupo y cada pueblo forma un mundo aparte, con derecho a ser no s¨®lo diferente, sino adem¨¢s disidente de los dem¨¢s.
De modo que los occidentales siempre podremos venderles al resto de pueblos nuestras reglas de juego (procedimientos t¨¦cnicos, comerciales, b¨¦licos, jur¨ªdicos, electorales o deportivos), pero jam¨¢s les convenceremos para que se pasen a nuestro equipo (excepci¨®n hecha de los inmigrantes de doble lealtad), asumiendo como propios los colores y los valores occidentales. Y adem¨¢s, menos mal que es as¨ª, pues esto es lo mejor que podr¨ªa pasar. En efecto, como descubri¨® la sociolog¨ªa hist¨®rica, el gran secreto que explica la eclosi¨®n del "milagro europeo" (as¨ª se denomina a la invenci¨®n coincidente entre los siglos XVII y XVIII del Estado-naci¨®n, la ciencia, el capitalismo, el parlamentarismo y la industrializaci¨®n) fue el fracaso del universalismo a escala continental, dado el irreductible pluralismo de culturas territorialmente enfrentadas que rivalizaban entre s¨ª para no ser asimiladas unas por otras. Si Occidente invent¨® la Modernidad fue gracias a que nadie logr¨® imponer su imperialismo cultural por mucho que lo intent¨®: ni los espa?oles en el XVI, ni los franceses en el XVII, ni los ingleses en el XVIII, ni los alemanes en el XIX, ni los rusos en el XX, ni los estadounidenses en el XXI. Por el contrario, siempre ha prevalecido una insumisa voluntad de libertad e independencia culturales que constituye la fortaleza del mejor Occidente, dando ejemplo a escala global.
Por eso resulta falaz predicar la supremac¨ªa monote¨ªsta de una sola civilizaci¨®n universal. No es pol¨ªtico proclamarlo porque despierta la insumisi¨®n de los "paganos infieles" a los que se busca convertir y colonizar. Pero, adem¨¢s de contraproducente, tambi¨¦n es falso, pues si la ¨²nica civilizaci¨®n com¨²n fuera el neoliberalismo estadounidense, estar¨ªamos acabados; para eso resultar¨ªa preferible ser b¨¢rbaros, como lo seremos todos si se destruye el planeta tras el contagio universal del depredador consumismo occidental. Entonces, si no se puede hablar de una sola civilizaci¨®n imperialista en singular, ?conviene hablar, como Zapatero, de diversas civilizaciones en plural? S¨ª y no. S¨ª, porque la cada vez m¨¢s frecuente interacci¨®n entre culturas diversas no conduce a una sola civilizaci¨®n universal, sino a un creciente pluralismo cultural. Y no, porque si nos limitamos a registrar la evidencia de esta irreductible multiplicidad cultural se nos har¨¢ imposible gobernarla, como conviene hacer para evitar sus peores efectos perversos.
La proliferaci¨®n de las interacciones entre culturas heterog¨¦neas puede dar lugar tanto al conflicto cultural, con creciente divergencia entre civilizaciones cada vez m¨¢s antag¨®nicas, como a la cooperaci¨®n cultural, con progresiva convergencia entre civilizaciones cada vez m¨¢s afines entre s¨ª. Y es nuestra responsabilidad colectiva lograr que las interacciones culturales no degeneren hacia el conflictodivergente, tipo choque de civilizaciones, sino que se encaminen hacia la coexistencia pac¨ªfica, construyendo una convergente convivencia entre culturas plurales. Al final del camino no surgir¨¢ una sola civilizaci¨®n universal, sino m¨²ltiples culturas plurales, capaces de convivir en paz respetando rec¨ªprocamente sus identidades respectivas. Pero lo que cuenta no es tanto el final del camino como su recorrido compartido, consistente en el aprendizaje del respeto a los dem¨¢s caminantes ajenos. Pues lo que hay que lograr es precisamente que nadie intente imponer sus creencias a los dem¨¢s: que no lo haga el monote¨ªsmo isl¨¢mico porque tampoco lo hagan el estadounidense ni el europeo.
Y a esa senda de progreso posible cabe llamarla "proceso civilizatorio" en honor de Norbert Elias, el gran soci¨®logo hist¨®rico que bautiz¨® con ese nombre la larga v¨ªa de pacificaci¨®n interior que sigui¨® cada pa¨ªs por separado a lo largo de la construcci¨®n del Estado de derecho. Si en cada territorio los grupos sociales aprendieron a convivir civilizadamente, renunciando a matarse por su identidad o sus creencias, ?por qu¨¦ no habr¨ªa de suceder lo mismo a escala planetaria? No se trata de imponer una sola civilizaci¨®n com¨²n, sino de recorrer juntos un mismo proceso civilizador, que reconozca el derecho al pluralismo cultural fundado en el principio de reciprocidad que exige respeto a los derechos ajenos. Y dada la oposici¨®n l¨®gica entre lo civil y lo militar, este proceso civilizador habr¨¢ de consistir, tambi¨¦n, en un proceso desmilitarizador, que exige pasar de la l¨®gica de la guerra contra el terrorismo a la l¨®gica de la pacificaci¨®n c¨ªvica de las causas del terror.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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