El hombre inexistente
Han pasado 60 a?os del desembarco de Normand¨ªa. Un acontecimiento que cambi¨® el curso de la II Guerra Mundial. Pero a¨²n existen inc¨®gnitas. ?A qui¨¦n corresponde el cad¨¢ver que lleg¨® a la costa de Huelva y confundi¨® al mando alem¨¢n? ?sta es su enigm¨¢tica historia.
Era el amanecer del 30 de abril de 1943 cuando el marinero Jos¨¦ Antonio Rey, que pescaba boquer¨®n en su patera frente a la playa de La Bota, en Punta Umbr¨ªa (Huelva), divis¨® un bulto flotando en la mar encalmada. Al descubrir que se trataba de un cuerpo, lo iz¨® a bordo y se lo llev¨® a la orilla. "Ten¨ªa la cara ennegrecida, como si estuviera chamuscada", habr¨ªa de contar luego, "vest¨ªa uniforme militar, calzaba botas y llevaba una cartera atada al uniforme". Un peque?o grupo de curiosos se arracim¨® alrededor del cad¨¢ver, de cuyo hallazgo se dio conocimiento a las autoridades. Sin saberlo, Jos¨¦ Antonio Rey acababa de aportar su involuntario grano de arena a una de las operaciones m¨¢s sagaces y secretas de la II Guerra Mundial: tan sagaz que logr¨® cambiar el rumbo del conflicto a favor de las tropas aliadas, y tan secreta que, 61 a?os despu¨¦s, sigue rodeada de misterios sin resolver.
El gran desembarco del sur. El gran desembarco aliado en el sur de Europa fue aprobado por Churchill y Eisenhower en la Conferencia de Casablanca, celebrada en enero de 1943. Se llevar¨ªa a cabo en el mes de julio de ese mismo a?o a trav¨¦s de Sicilia, por lo que el primer ministro brit¨¢nico dio instrucciones a sus servicios de inteligencia para que tratasen de despistar al enemigo con la idea de que tendr¨ªa lugar en Grecia y Cerde?a. El comandante Ewen Montagu, miembro de la Divisi¨®n de Inteligencia Naval del Almirantazgo brit¨¢nico, decidi¨® dise?ar un plan que enga?ase por completo a los alemanes.
Consistir¨ªa en hacer llegar hasta las costas de Huelva el cuerpo sin vida de un supuesto piloto que habr¨ªa muerto ahogado tras estrellarse su avi¨®n. El piloto portar¨ªa informaci¨®n confidencial en la que se identificar¨ªa claramente a Grecia y Cerde?a como objetivos del desembarco aliado, y esa informaci¨®n tendr¨ªa que llegar a manos de los alemanes. Eligieron la costa onubense por tres razones fundamentales: la primera porque quedaba en la ruta a¨¦rea entre Inglaterra y el cuartel general aliado en Argel; la segunda porque, aunque en teor¨ªa Espa?a era un pa¨ªs neutral, en la pr¨¢ctica el r¨¦gimen del general Franco apoyaba a Hitler y daba cobertura a sus servicios secretos, y la tercera porque precisamente en Huelva operaba Adolf Clauss, el mejor esp¨ªa alem¨¢n del sur de Europa.
El 007 alem¨¢n. Todo un personaje, Adolf Clauss. Tras estudiar agronom¨ªa, de joven hab¨ªa trabajado en plantaciones de caf¨¦ y cacao en la Guinea Espa?ola. Despu¨¦s se afinc¨® en Huelva, se afili¨® a la Falange y durante la Guerra Civil se alist¨® en la Legi¨®n C¨®ndor. Al estallar la II Guerra Mundial se convirti¨® en jefe de la Abwehr (inteligencia militar alemana de la ¨¦poca) en Huelva, donde su padre ejerc¨ªa de c¨®nsul, y se instal¨® en una finca de La R¨¢bida para crearse una cobertura de t¨¦cnico agr¨ªcola y organizar comandos de sabotaje que sal¨ªan de noche desde all¨ª para colocar minas retardadas en las quillas de los mercantes brit¨¢nicos atracados en los muelles. Alto y delgado, osado y aventurero, culto y reservado, sin amigos, pero con multitud de contactos, a Clauss no se le pod¨ªa escapar un cad¨¢ver como el del falso piloto. Y en efecto, como habr¨ªa de reconocer Montagu a?os despu¨¦s de la guerra, "no nos defraud¨®".
Otro punto delicado de la operaci¨®n, que pronto fue bautizada por el equipo de inteligencia brit¨¢nico como Operation Mincemeat (literalmente, Operaci¨®n Carne Picada), era el del cad¨¢ver. Seg¨²n cuenta Montagu en su libro The man who never was, que public¨® en 1953 con la autorizaci¨®n de su Gobierno, el eminente pat¨®logo forense sir Bernard Spilsbury le aconsej¨® utilizar el cuerpo de un fallecido por neumon¨ªa. Los cad¨¢veres de personas as¨ª fallecidas presentan un encharcamiento de los pulmones similar al de los ahogados, provocado, en el caso de los primeros, por l¨ªquido pleural. La diferencia, a juicio de Spilsbury, ser¨ªa muy dif¨ªcil de detectar. "No hay nada que temer de una autopsia espa?ola", sentenci¨® el soberbio forense ingl¨¦s. "Para descubrir el enga?o se necesitar¨ªa un pat¨®logo de mi experiencia, y no hay ninguno en Espa?a". Quedaba, pues, elegir un cad¨¢ver, y en este punto es donde, como se ver¨¢ m¨¢s adelante, comienzan las medias verdades y los misterios que se perpet¨²an hasta la actualidad.
Seg¨²n la versi¨®n oficial de Montagu, localizaron a un hombre que hab¨ªa muerto por neumon¨ªa en un hospital de Londres, y ¨¦l mismo se puso en contacto con la familia y obtuvo su permiso para utilizar su cuerpo sin especificar los pormenores de la misi¨®n, aunque a cambio de prometer que recibir¨ªa cristiana sepultura. Entonces lo metieron en una c¨¢mara frigor¨ªfica a la espera de presentar el plan ante sus superiores y obtener su aprobaci¨®n.
El nacimiento de William Martin. Churchill en persona aprob¨® el plan el 15 de abril de ese mismo a?o de 1943, y el equipo de Montagu se apresur¨® a construir una personalidad para el cad¨¢ver y definir los elementos que portar¨ªan sus ropas y su cartera, los detalles del cebo que har¨ªa tragar el anzuelo a los alemanes.
Le llamaron William Martin y le dieron el rango de capit¨¢n de la Royal Marine en funciones de mayor. Adscrito al Cuartel General de Operaciones Combinadas, William Martin era hijo de John y de la difunta Antonia Martin, de Cardiff (Gales). Hab¨ªa nacido en marzo de 1907 y, por tanto, contaba 36 a?os reci¨¦n cumplidos en el momento de su presunta muerte. Algo derroch¨®n, le pusieron en los bolsillos una carta del Lloyds Bank fechada el 14 de abril en la que se le instaba a saldar un descubierto de 80 libras, y una factura de 53 libras por la compra de un anillo de boda para su novia, Pam.
Tambi¨¦n llevaba una foto y dos cartas de Pam que el equipo de inteligencia brit¨¢nico pleg¨® y despleg¨® una y otra vez para simular que hab¨ªan sido rele¨ªdas obsesivamente por el joven piloto enamorado. Entre los efectos personales incluyeron un reloj, cigarrillos, cerillas, llaves, billetes viejos de autob¨²s y dos entradas usadas para la comedia Strike a new note, representada en el teatro Pr¨ªncipe de Gales de Londres el 22 de abril de ese a?o.
Tambi¨¦n deslizaron entre sus ropas una factura del Club Naval de Londres por la estancia de seis noches (entre el 18 y el 23 de abril), una invitaci¨®n a un club nocturno y, finalmente, su tarjeta de identidad, para cuya fotograf¨ªa tuvieron que utilizar un doble porque el mayor Martin sal¨ªa en los retratos con un irremediable aire de muerto. Por ¨²ltimo, le pusieron una cadenilla con una cruz de plata alrededor del cuello y dos placas de identidad en las mu?ecas con la inscripci¨®n "Mayor Martin, R. M., R/C". Las siglas significaban Royal Marine, Roman Catholic. Interesaba que Martin fuese cat¨®lico. As¨ª se aseguraban que, si todo sal¨ªa bien, ser¨ªa enterrado en el cementerio municipal de Huelva, donde los esp¨ªas alemanes se mov¨ªan a su antojo.
Hasta aqu¨ª los aderezos; pero el verdadero cebo, guardado en la cartera de mano, constaba de tres documentos. El primero era una carta del general Nye, subjefe del Estado Mayor Imperial, al general Alexander, responsable de las fuerzas brit¨¢nicas destacadas en T¨²nez a las ¨®rdenes de Eisenhower. Una misiva entre dos amigos salpicada de confidencias en la que Nye hablaba de las playas griegas de Kalamata y Cabo Araxos, en el Peloponeso, como los puntos del gran desembarco, y de alg¨²n otro lugar del Mediterr¨¢neo que no especificaba. La carta a?ad¨ªa que Sicilia ser¨ªa utilizada para desviar la atenci¨®n del enemigo.
El segundo documento era una carta de lord Mountbatten -entonces responsable de Operaciones Combinadas y, por tanto, jefe m¨¢ximo de Martin- al almirante Cunningham, comandante en jefe de la flota brit¨¢nica en el Mediterr¨¢neo. Escrita tambi¨¦n en un tono personal, remataba con una broma envenenada. "Creo que encontrar¨¢ en Martin al hombre adecuado", dec¨ªa Mountbatten, "pero le ruego lo vuelva a enviar apenas haya terminado el asalto. Podr¨ªa, de paso, traernos algunas sardinas. ?Est¨¢n racionadas aqu¨ª!". Los ingleses le llaman Sardinia a Cerde?a. La broma, pues, le estaba se?alando a los alemanes el segundo falso objetivo del desembarco.
El tercer documento contribu¨ªa a dar veracidad a los otros dos, y se trataba de otra carta de Mountbatten al propio Eisenhower, en la que le solicitaba un pr¨®logo para la edici¨®n americana de un folleto sobre operaciones combinadas. Tanto Mountbatten como Nye escribieron las misivas de su propio pu?o y letra para evitar que los alemanes descubriesen una eventual falsificaci¨®n. No se pod¨ªan cometer errores.
Rumbo a Huelva. Tras la luz verde de Churchill, el cad¨¢ver de Martin se introdujo en un contenedor met¨¢lico de dos metros de largo por 60 cent¨ªmetros de ancho con forma de cilindro y relleno de amianto. Cubrieron el cuerpo del mayor de nieve carb¨®nica para retrasar su descomposici¨®n y grabaron en el cilindro la inscripci¨®n "Instrumentos ¨®pticos" para disimular su contenido ante la tripulaci¨®n del Seraph, el submarino elegido para transportarlo hasta la lejana Punta Umbr¨ªa. Siempre seg¨²n la versi¨®n oficial de Montagu, se decidieron por el Seraph porque su comandante, el teniente Norman Jewell, atesoraba, a pesar de su juventud, un amplio curr¨ªculo en operaciones arriesgadas; pero luego veremos que quiz¨¢ ¨¦sta no fue la ¨²nica raz¨®n.
Como el submarino estaba atracado en ese momento en la base de Holy Loch, en la costa oeste de Escocia, metieron el cilindro en una furgoneta y condujeron sin parar los 800 kil¨®metros que los separaban de Londres. El Seraph zarp¨® finalmente, con el cuerpo del mayor Martin en su interior, a las seis de la tarde del 19 de abril, y naveg¨® durante 10 d¨ªas sumergido de d¨ªa y en superficie durante la noche, hasta que el 29 de abril, seg¨²n lo previsto, se posicion¨® a 1.500 metros de la costa de Huelva.
Mediante el periscopio descubrieron la presencia de pescadores y tuvieron que esperar sumergidos a que llegase la noche. A las 4.15 del d¨ªa siguiente emergieron finalmente, izaron el contenedor a cubierta y sacaron el cad¨¢ver de su interior. Martin hab¨ªa empezado a descomponerse, una especie de moho verde le cubr¨ªa la cara, y la piel hab¨ªa empezado a despegarse de la nariz y las mejillas. Le inflaron el chaleco, rezaron por ¨¦l una breve plegaria y lo depositaron con sumo cuidado en el mar. A las 7.15 enviaban, ya desde Gibraltar, una se?al confirmando que, por su parte, la Operaci¨®n Mincemeat hab¨ªa concluido.
Esp¨ªas en acci¨®n. Una de las autoridades que se trasladaron a la playa de La Bota fue Mariano Pascual del Pobil, entonces juez instructor de Marina de Huelva. Tras ordenar el levantamiento del cad¨¢ver, Pobil se llev¨® la cartera de Martin para entreg¨¢rsela a quien, en su opini¨®n, correspond¨ªa; esto es, al vicec¨®nsul brit¨¢nico y amigo personal suyo, Francis Haselden. Pero Haselden era una de las pocas personas en Espa?a, si no la ¨²nica, que estaban al tanto de la trama, precisamente porque su objetivo era evitar que le entregasen la documentaci¨®n y propiciar as¨ª que cayese en manos de los esp¨ªas alemanes. Seg¨²n la hija del vicec¨®nsul ya fallecido, Elizabeth, Haselden escurri¨® el bulto pidi¨¦ndole a su amigo Pascual del Pobil que "siguiese los cauces oficiales y se lo entregase antes al comandante de Marina". Las pertenencias de Martin segu¨ªan el camino correcto.
La ma?ana del 1 de mayo, el cad¨¢ver fue depositado en la sala de autopsias del cementerio municipal de Nuestra Se?ora de la Soledad. Se llam¨® al forense titular de la ciudad, Eduardo Fern¨¢ndez del Torno, quien concluy¨® que Martin todav¨ªa estaba vivo cuando hab¨ªa ca¨ªdo al mar y que hab¨ªa muerto de asfixia por sumersi¨®n. Matiz¨®, no obstante, que deb¨ªa llevar entre 8 y 10 d¨ªas en el mar, a pesar de que, sorprendentemente, no presentaba las t¨ªpicas mordeduras de peces y cangrejos en las zonas blandas del cuerpo, como tantas veces hab¨ªa visto en los cuerpos de marineros ahogados. La cuesti¨®n era que, si llevaba ya 10 d¨ªas en el mar, dif¨ªcilmente podr¨ªa haber dormido en el Club Naval de Londres el d¨ªa 23, como atestiguaban sus facturas, e incluso haber ido con su novia, Pam, al teatro el d¨ªa 22. Todo un poco raro; pero, al parecer, los alemanes no repararon en ello.
Porque Adolf Clauss, mientras el cad¨¢ver del mayor era diseccionado en el cementerio, ya estaba fotografiando toda la documentaci¨®n de Martin con su Leika de alta precisi¨®n. Se cree que tom¨® las im¨¢genes en la propia Comandancia de Marina de Huelva; no en vano, el comandante de Marina y el padre del esp¨ªa, el c¨®nsul Clauss, eran ¨ªntimos amigos. Poco despu¨¦s, la documentaci¨®n original fue remitida al Estado Mayor de la Armada en Madrid, donde, ante la importancia del asunto, les falt¨® tiempo para avisar al jefe de la Abwehr en Espa?a, Gustav Leissner. Los sobres y papeles fueron abiertos, fotografiados y cerrados por segunda vez en la Embajada alemana. Aunque no hubiera hecho falta. Clauss ya los hab¨ªa enviado a Berl¨ªn.
La Embajada brit¨¢nica recibi¨® finalmente la documentaci¨®n, que fue enviada con urgencia a Londres para verificar si hab¨ªa sido manipulada. Los resultados fueron positivos. Montagu, como tantos otros secretos relacionados con este asunto, se llev¨® a la tumba el del sistema utilizado para saber si los alemanes hab¨ªan abierto los sobres, pero se cree que hab¨ªan puesto pesta?as en los cierres. Y las pesta?as ya no estaban.
William Martin fue enterrado con honores militares el caluroso domingo del 2 de mayo, a las doce de la ma?ana, y d¨ªas despu¨¦s se coloc¨® una l¨¢pida de m¨¢rmol sobre la tumba. El Almirantazgo difundi¨® la noticia de su muerte y The Times del 4 de junio la public¨® junto a la de otros dos oficiales que realmente hab¨ªan muerto en accidente a¨¦reo sobre el mar. Montagu comunic¨® a sus jefes el fin de la operaci¨®n y ¨¦stos enviaron un escueto mensaje cifrado a Churchill, de viaje oficial en Washington: "Mincemeat swallowed whole" ("Carne picada tragada entera"). Ahora s¨®lo cab¨ªa esperar al desembarco.
Hitler traga el anzuelo. Cuando, en la ma?ana del 10 de julio de 1943, las tropas aliadas desembarcan en el sur de Sicilia se encuentran la isla desguarnecida. Dos semanas despu¨¦s, Hitler sigue tan convencido de que el desembarco es una maniobra de distracci¨®n que env¨ªa al mariscal Rommel al Peloponeso. En efecto, se hab¨ªa tragado entera la carne picada de Martin, y para cuando quisiera darse cuenta, ya ser¨ªa demasiado tarde.
Al finalizar la contienda, las tropas aliadas descubrieron en la ciudad alemana de Tambach los archivos navales secretos del III Reich, y entre ellos aparecieron las fotograf¨ªas de los documentos que llevaba el cad¨¢ver de Punta Umbr¨ªa en la cartera. Tambi¨¦n se descubri¨® el diario del almirante Doenitz. El 14 de mayo de 1943, tras una entrevista con Hitler, Doenitz escribi¨®: "El F¨¹hrer no est¨¢ de acuerdo con la idea del Duce de que el punto m¨¢s probable de una invasi¨®n sea Sicilia. Seg¨²n su opini¨®n, los documentos anglosajones descubiertos confirman que el ataque ser¨¢ dirigido principalmente contra Cerde?a y el Peloponeso".
Mincemeat hab¨ªa sido un ¨¦xito, pero ?hab¨ªa concluido? Es m¨¢s: ?ha concluido ya? En absoluto.
Papeles desclasificados. En 1953, el Comit¨¦ Conjunto de Inteligencia brit¨¢nico, ante el riesgo de que apareciesen informaciones period¨ªsticas fuera de su control, encarga a Montagu que escriba la versi¨®n oficial de la Operaci¨®n Mincemeat. El libro se convierte en un ¨¦xito de ventas e incluso da lugar a una pel¨ªcula, El hombre que nunca existi¨®, protagonizada por Clifton Webb.
Cuando en 1993, transcurridos los 50 a?os de secreto oficial, se desclasifica la mayor parte de los documentos de la operaci¨®n guardados en la Public Record Office de la ciudad inglesa de Kew, la decepci¨®n de los investigadores es enorme al descubrir que ninguno revela la identidad del mayor Martin. Sin embargo, en 1996, un funcionario local, Roger Morgan, descubre unos papeles reci¨¦n desclasificados donde se identifica el cad¨¢ver con el nombre de Glyndwr Michael, un mendigo nacido en Gales y muerto por suicidio con matarratas. Los peri¨®dicos se hacen eco del secreto finalmente desvelado tras cinco d¨¦cadas de persistente misterio, y el Gobierno brit¨¢nico, apenas dos a?os despu¨¦s, encarga que se grabe ese nombre en la l¨¢pida de Huelva. Todo muy r¨¢pido. Demasiado r¨¢pido, seg¨²n algunos, para ser convincente.
Jes¨²s Ram¨ªrez Copeiro, ingeniero de minas retirado y residente en la localidad onubense de Valverde del Camino, lleva a?os estudiando, con el apoyo entusiasta de su esposa, la noruega Elin von Muthe, la Operaci¨®n Mincemeat. Juntos han pasado meses enteros en archivos brit¨¢nicos y espa?oles, y ¨¦l mismo public¨® hace ocho a?os un fascinante libro, titulado Esp¨ªas y neutrales. Huelva en la II Guerra Mundial, donde recoge el resultado de sus pesquisas. Desde la autoridad que le otorga el ser quiz¨¢ el mayor experto mundial en este asunto, Copeiro es concluyente: el cad¨¢ver no pod¨ªa ser el de un mendigo suicidado con matarratas. Hubiera sido demasiado burdo y demasiado f¨¢cil de detectar por los alemanes.
El doctor Luis Concheiro, catedr¨¢tico de Medicina Legal de la Universidad de Santiago y uno de los m¨¢s eminentes forenses espa?oles, tambi¨¦n se ha sentido atra¨ªdo desde hace tiempo por los pormenores de esta operaci¨®n. Concheiro disculpa a su colega onubense de la ¨¦poca diciendo que "hubiera sido f¨¢cil que confundiese el aspecto de un pulm¨®n afectado por neumon¨ªa con los pulmones de un sumergido, pues si el an¨¢lisis microsc¨®pico necesario para distinguirlos no se hace de forma rutinaria ni en la actualidad, mucho menos en 1943".
Los especialistas no hacen si no plantear unas dudas sobre la versi¨®n oficial que ya subieron de tono hace unos a?os, cuando otro concienzudo investigador del caso, el ingl¨¦s Colin Gibbon, consigui¨® entrevistar al que entonces era uno de los ¨²ltimos testigos vivos de la operaci¨®n, el hombre que vio el cad¨¢ver antes de depositarlo en el agua: Norman Jewell, ex comandante del Seraph. Jewell -fallecido el pasado verano- fue bastante expl¨ªcito: era muy improbable, dijo, que el cuerpo de un mendigo suicidado con veneno hubiera sido utilizado en la operaci¨®n.
Pero, entonces, ?por qu¨¦ tanto misterio?
Las piezas comienzan a encajar. John Steele era s¨®lo un ni?o cuando el 27 de marzo de 1943 vio c¨®mo frente a su pueblo, ubicado en el estuario del Clyde, en el noroeste de Escocia, un enorme barco explotaba y se hund¨ªa en un suspiro. Aquella imagen le obsesion¨® durante toda su vida, y cuando le lleg¨® la jubilaci¨®n se dedic¨® a investigar el que es uno de los episodios m¨¢s tr¨¢gicos y oscuros de la historia naval inglesa: el hundimiento del portaaviones HMS Dasher, que se fue a pique en s¨®lo 18 minutos tras sufrir una explosi¨®n fortuita a bordo. Murieron 379 marinos, pero por alguna raz¨®n el Gobierno brit¨¢nico se limit¨® a enviar un telegrama a las familias y s¨®lo enterr¨® oficialmente 12 cuerpos. Ante la lluvia de reclamaciones, la respuesta fue "alto secreto". Nunca se entregaron los cientos de cad¨¢veres restantes ni se dieron m¨¢s explicaciones.
Cuando Steele public¨® en 1995 la primera edici¨®n de su libro Los secretos del HMS Dasher todav¨ªa no hab¨ªa establecido relaci¨®n alguna entre ese suceso y la Operaci¨®n Mincemeat ni sab¨ªa que un tenaz ingeniero de minas de un pueblo del sur de Espa?a segu¨ªa concienzudamente los pasos del mayor Martin. Sus investigaciones causaron cierto revuelo, y, curiosamente, pocos meses despu¨¦s apareci¨® el papel m¨¢gico en los archivos oficiales con el nombre del mendigo suicidado.
Estos tres hombres, Steele, Gibbon y Copeiro, entran finalmente en contacto, y, tras varias reuniones en Huelva y Escocia, las piezas del puzzle comienzan finalmente a encajar. Buceando en la documentaci¨®n desclasificada, reparan en que Montagu se reuni¨® con el comandante del submarino en Londres para comunicarle los pormenores de la operaci¨®n el 31 de marzo de 1943, esto es, cuatro d¨ªas despu¨¦s de haberse hundido el Dasher. En ese encuentro se le ordena que lleve el Seraph, que estaba atracado en la base de Blyth, al noreste de Inglaterra, hasta la de Holy Loch, en el noroeste de Escocia? y a s¨®lo 18 millas del punto donde acababan de morir, la mayor parte ahogadas, casi 400 personas.
Montagu, en su libro, dice que trasladaron el cad¨¢ver desde Londres a Holy Loch conduciendo sin parar durante horas en una furgoneta. Pero si el submarino ya estaba atracado en Blyth, mucho m¨¢s cerca de la capital, ?por qu¨¦ hacerle navegar cientos de millas hasta el noroeste de Escocia en plena guerra y en un mar lleno de peligros? "Pues la respuesta", concluye Copeiro, "es que se utiliz¨® uno de los cuerpos de los fallecidos en el hundimiento del Dasher".
Todos los investigadores piensan lo mismo. S¨®lo as¨ª se explicar¨ªa la convicci¨®n de Hitler. Porque, por otra parte, tambi¨¦n est¨¢n convencidos de que los alemanes hicieron su propia autopsia. El hijo de Adolf Clauss, Federico, que reside en un pueblo sevillano, tambi¨¦n lo cree. "Mi padre", cuenta, "me dijo que se llevaron el cuerpo poco despu¨¦s del entierro, que lo metieron en un submarino alem¨¢n que se acerc¨® en secreto a la costa y se lo llevaron a analizar a Alemania". "Estoy convencido", a?ade, por su parte, el doctor Concheiro, "que un pat¨®logo alem¨¢n, en una segunda autopsia, habr¨ªa realizado el an¨¢lisis histol¨®gico de los pulmones y, por tanto, descubierto el enga?o".
?Est¨¢, pues, la tumba del cementerio de Nuestra Se?ora de la Soledad vac¨ªa? "Es posible", opina Copeiro. Pero por ahora es dif¨ªcil que lo sepamos porque la voluntad de ocultamiento persiste. El ingeniero espa?ol lo sabe bien. Cuando en 1993 quiso acceder, tras su desclasificaci¨®n, a uno de los ¨²ltimos y m¨¢s secretos documentos de la Operaci¨®n Mincemeat, el CAB 93/7, le negaron el acceso porque hab¨ªa pasado a situaci¨®n de "pr¨¦stamo permanente" (permanent loan).
Al interesarse por el destino del pr¨¦stamo, la respuesta le dej¨® estupefacto: el 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro. All¨ª escribi¨® para solicitar una copia. Hasta la fecha no ha obtenido respuesta.
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