Diario
So?¨¦ que no hab¨ªa nadie m¨¢s en la calle, s¨®lo yo, que volv¨ªa a casa despu¨¦s de una jornada de trabajo. Entonces me dieron ganas de escupir. Detesto a la gente que escupe. Jam¨¢s me enamorar¨ªa de un hombre que escupiera. Mi padre lo hac¨ªa y sus escupitajos me amargaron la juventud. Un d¨ªa, al regresar del colegio con una amiga a la que hab¨ªa invitado a merendar, lo vimos caminar unos pasos delante de nosotras, tambi¨¦n en direcci¨®n a casa. En esto, volvi¨® el rostro y escupi¨® sobre la fachada. Mi amiga me mir¨® y yo quise morirme. Nunca entend¨ª que mi madre le tolerara aquella costumbre repugnante, por lo que la odi¨¦ durante toda su vida. Creo que no he visto escupir jam¨¢s a una mujer. Quiz¨¢ ¨¦sa sea una de las diferencias de fondo entre ellos y nosotras.
El caso es que all¨ª estaba yo, en mi sue?o y en mi calle, la calle donde esta mujer de mediana edad que soy yo misma tiene una casa normal, un marido normal, un hijo normal, una hipoteca normal, y una jaqueca de las de toda la vida. No hab¨ªa nadie m¨¢s, ya digo, y entonces me dieron unas ganas incontenibles de escupir, como hac¨ªa mi padre a todas horas. Volv¨ª a mirar a uno y otro lado, para cerciorarme de que no hab¨ªa un alma, acumul¨¦ con torpeza una cantidad suficiente de saliva entre el paladar y la lengua y me dispuse a lanzarla sobre la acera. Entonces, justo cuando el impulso ya no ten¨ªa marcha atr¨¢s, sali¨® de un portal Virginia Woolf, que vio volar con asombro el escupitajo y estrellarse justo a sus pies. No dijo nada, pero volvi¨® a meterse corriendo en el portal, como si la realidad le pareciese demasiado sucia.
No soy una experta en Virginia Woolf ni nada parecido, pero le¨ª de joven un par de novelas suyas que estuvieron a punto de cambiarme la vida. Quise ser como ella y ahora, al ver su reacci¨®n frente a mi escupitajo, comprend¨ª que no le llegar¨ªa jam¨¢s ni a la altura de los tobillos. Me despert¨¦ aliviada al comprobar que todo hab¨ªa sido un sue?o, pero tras el alivio me invadi¨® un malestar insoportable. No me habr¨ªa importado que me hubiera visto escupir Simone de Beauvoir, o la propia Fran?oise Sagan. Pero Virginia Woolf, precisamente Virginia Woolf...
Voy a volverme loca.
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