Duelo
Fue una de los primeras obras de Steven Spielberg y hoy est¨¢ casi olvidada. Ni siquiera figura en las listas de filmes sobre tema sat¨¢nico. Su t¨ªtulo original fue Duelo, que en la versi¨®n espa?ola se convirti¨® en el pedestre, pero adecuado en el fondo, de El diablo sobre ruedas. Era la historia de un automovilista perseguido kil¨®metros y kil¨®metros por un gigantesco cami¨®n que trata de aplastarle. El espectador s¨®lo entrev¨¦ en una ocasi¨®n al conductor de la bestia mec¨¢nica, que va asumiendo el car¨¢cter de un ente diab¨®lico. Al final, el automovilista se contagia de esa voluntad de destrucci¨®n y acaba celebrando hist¨¦rico el accidente que acaba con su perseguidor. Curiosamente, asist¨ª a la proyecci¨®n de la pel¨ªcula en compa?¨ªa de mi amiga Mary Carmen y de su marido, y poco tiempo despu¨¦s, conduciendo ¨¦l en un viaje de regreso de Barcelona a Madrid, tuvimos ocasi¨®n de revivir a peque?a escala el episodio, cuando en la carretera a¨²n sin desdoblar y por la noche fuimos objeto de una persecuci¨®n similar por parte de un cami¨®n que se echaba una y otra vez sobre el Austin Victoria, quiz¨¢s en castigo por un adelantamiento ajustado. Cada vez que intent¨¢bamos escapar por velocidad, el transporte volv¨ªa sobre nosotros amenazante, a favor de la densidad del tr¨¢fico. Me atrevo a pensar que como en el filme ninguno hubiera lamentado entonces la destrucci¨®n del agresor. Aqu¨ª hubo happy end: un hueco nos permiti¨® poner tierra de por medio.
La conclusi¨®n a extraer de la f¨¢bula es bien sencilla: el diablo diaboliza a quienes creen en ¨¦l y se ven a s¨ª mismos como v¨ªctimas de su actuaci¨®n. En palabras diferentes, la satanizaci¨®n del otro, incluso cuando ¨¦ste es un agresor, introduce una perversi¨®n radical en los juicios y en los comportamientos, tanto individuales como pol¨ªticos. Lo irracional llama a lo irracional, y cuando esa situaci¨®n se produce en un conflicto internacional a gran escala, los resultados pueden ser catastr¨®ficos, y no s¨®lo para los contendientes.
Lo ocurrido entre George W. Bush y Al Qaeda a partir de los atentados del 11-S ilustra punto por punto ese diagn¨®stico. Desde el punto de vista de la operaci¨®n de imagen, el presidente norteamericano supo convertir un trauma colectivo en agente de cohesi¨®n nacional. No era f¨¢cil, pero el pol¨ªtico republicano lo logr¨®, y es posible decir que vive todav¨ªa de ese gran ¨¦xito alcanzado en el plano de las mentalidades. Ha resultado secundario que en el terreno concreto de la lucha contra el nuevo terrorismo los logros no hayan pasado de discretos. Una vez que los talibanes se negaron a entregar a Bin Laden, la invasi¨®n de Afganist¨¢n se hac¨ªa inevitable y en el orden pol¨ªtico su precario balance no pod¨ªa ser otro, dadas las caracter¨ªsticas del pa¨ªs. El problema ha residido y reside en que la propuesta de guerra sin cuartel contra el terrorismo a escala mundial tiene m¨¢s de nueva Cruzada, en la cual adem¨¢s se introducen intereses econ¨®micos y vocaci¨®n imperialista, que de operaci¨®n cuyo contenido debiera estar regido por criterios t¨¦cnicos (militares, policiales y pol¨ªticos). La invasi¨®n de Irak fue un disparate de consecuencias incalculables, en tanto que la ignorancia de los factores religioso-culturales convirti¨® desde un primer momento la acci¨®n de los Estados Unidos en el apoyo que faltaba a Bin Laden y a Al-Zauahiri para ese enlace con las masas de creyentes que hasta el pasado a?o constitu¨ªa el punto d¨¦bil de su estrategia. Lo que Gurutz J¨¢uregui escribi¨® sobre la relaci¨®n entre ETA y el franquismo es del todo aplicable al caso: Al Qaeda se propon¨ªa como vanguardia encargada de generalizar el esp¨ªritu de yihad contra Occidente en las masas musulmanas, sin lograrlo por s¨ª misma; al sostener a Sharon e invadir Irak, Bush hizo efectiva esa vinculaci¨®n.
En su Historia del diablo, Robert Muchembled ha destacado hasta qu¨¦ punto el bueno de Sat¨¢n, en persona o bajo la forma de fuerzas sat¨¢nicas, se convirti¨® en alguien necesario a la hora de impedir que tuviese lugar un relajamiento en la conciencia colectiva de los Estados Unidos, una vez que se vino abajo la amenaza de Lucifer encarnada por el comunismo. A falta de demonio real, los enemigos imaginarios se desencadenaron en las pantallas sobre la sociedad estadounidense, representada por su emblema moral, el n¨²cleo familiar, en la estela de Poltergeist. Menos mal que el h¨¦roe americano, reproducci¨®n de Superman o simple padre de familia, defiende con ¨¦xito, y en nombre de sus valores tradicionales, "la mejor civilizaci¨®n del mundo". En la esfera de la ficci¨®n encontramos ya los ingredientes que configuran la propuesta de los ide¨®logos neoconservadores del proyecto para el Nuevo Siglo Americano: sentimiento de estar amenazados por las fuerzas del Mal, recurso ilimitado a la fuerza que atesora la gran naci¨®n, sentimiento religioso y r¨ªgida moralidad privada. La fe evang¨¦lica a la que se adhiri¨® tard¨ªamente George W. Bush encaja perfectamente con ese esquema, y ¨²nicamente faltaba que un acontecimiento tr¨¢gico como el 11-S activara sus contenidos.
Reagan hab¨ªa planteado su presidencia bajo el signo de la lucha contra el Imperio del Mal, la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pero aun antes de que el viejo actor terminara su mandato era visible el hundimiento del Enemigo. Ahora, el joven Bush, gracias al 11-S, se encontraba en condiciones de reproducir el escenario: a falta de un resultado decisivo en la persecuci¨®n del grupo dirigente de Al Qaeda, la guerra contra el terrorismo se transform¨® en cruzada contra un nuevo protagonista sat¨¢nico, el Eje del Mal, integrado por componentes tan heterog¨¦neos como Irak, Ir¨¢n y Corea del Norte. No es que estos pa¨ªses dejaran de ofrecer peligro, cada uno en su estilo, y sobre todo los dos ¨²ltimos. Lo grave es que semejante planteamiento pod¨ªa responder con eficacia a la pretensi¨®n de afirmar una hegemon¨ªa norteamericana a escala mundial, no al prop¨®sito de acabar con el verdadero enemigo, y con el verdadero peligro, representado por el terrorismo isl¨¢mico. A la hora de satanizar, pura y simplemente Bush se equivoc¨® de diablo, y no es extra?o que el verdadero le mostrara p¨²blicamente su agradecimiento en v¨ªsperas de las elecciones presidenciales.Lo cierto es que ha surgido una nueva bipolaridad, con Dios y el Diablo como protagonistas simb¨®licos, y con ella formas de conflicto que nada tienen que ver con las que dominaron la escena en el pasado siglo. Es curioso que en las recientes valoraciones del triunfo de Bush se siguiera insistiendo en el papel tradicional de los Estados Unidos como escudo de Europa, cuando si sigue protegi¨¦ndonos con su pol¨ªtica de cara al Islam como en estos ¨²ltimos tiempos, mejor ser¨¢ que nos deje solos. El problema no es ya de guerra de las galaxias, ni siquiera de armas inteligentes con las que aplastar a los defensores de Faluya, sino de encontrar los medios para contener la met¨¢stasis del integrismo en el mundo musulm¨¢n, y entre los colectivos musulmanes en Occidente, evitando de paso el desplome de la conciencia democr¨¢tica. En ambos sentidos, lo ocurrido en Holanda en torno al asesinato de Theo van Gogh debe servir de ense?anza acerca de aquello que puede ser la forma efectiva de Blade Runner en un futuro pr¨®ximo. Porque los integristas de Al Qaeda tienen perfectamente claro, m¨¢s claro a¨²n que Bush, qui¨¦n es Dios y qui¨¦nes son el diablo y sus servidores, as¨ª como las t¨¢cticas y los recursos a emplear para que la victoria del primero sea un hecho. La dureza de las informaciones y de las im¨¢genes que dan cuenta de la acci¨®n de Israel y de la invasi¨®n de Irak basta para que masas de creyentes acepten la aplicaci¨®n a hoy de los dos escenarios hist¨®ricos de la fundaci¨®n del Islam y de la resistencia victoriosa contra las Cruzadas. El t¨ªtulo del libro escrito para explicar la estrategia del 11-S por Al-Zauahiri, Caballeros bajo el estandarte del Profeta, indica perfectamente ese prop¨®sito. Hay que enmarcar en el plano imaginario la yihad actual contra Occidente dentro de las circunstancias hist¨®ricas e ideol¨®gicas del siglo VII. La escenograf¨ªa de los v¨ªdeos de propaganda difundidos por Al Yazira responden puntualmente a la misma intenci¨®n: a pie unas veces, a caballo otras, blanca la t¨²nica, con la gruta evocadora de la revelaci¨®n a Mahoma al fondo, solamente el Kal¨¢shnikov nos recuerda que en el plano de las t¨¦cnicas de la guerra Bin Laden, igual que su n¨²mero dos, s¨ª admite una modernizaci¨®n. Por lo dem¨¢s, todo apunta a un regreso a los or¨ªgenes. Estamos ante una arqueo-utop¨ªa, esto es, ante la exaltaci¨®n de una supuesta edad de otro, el tiempo de los piadosos antepasados -de ah¨ª el salafismo- que siguieron el ejemplo de vida virtuosa y de guerra permanente mostrado por el Mensajero de Al¨¢. La apropiaci¨®n de las t¨¦cnicas actuales, tanto en el armamento y en las t¨¢cticas como al adecuarse org¨¢nicamente a la globalizaci¨®n, resulta del todo compatible con la b¨²squeda minuciosa de una reconstrucci¨®n de los procedimientos empleados por el Profeta armado en sus a?os de Medina. En v¨ªsperas del 11-S, las instrucciones finales de Mohammed Atta dan fe de esa convergencia. La imaginativa conversi¨®n de unos aviones comerciales en instrumentos de agresi¨®n est¨¢ acompa?ada por la puntillosa rese?a, siempre cita del Cor¨¢n o de los hadices en mano, de los comportamientos que el m¨¢rtir en potencia ha de adoptar para que su acci¨®n ben¨¦fica le haga merecedor de que le acojan las hur¨ªes en el Para¨ªso en calidad de 'amigo de Al¨¢'. Ninguna prescripci¨®n puede ser eludida, ni siquiera el deber de matar a los prisioneros (en interpretaci¨®n claramente abusiva del texto sagrado), considerar sus pertenencias como bot¨ªn o utilizar el deg¨¹ello como forma de ejecuci¨®n. Un tradicionalismo macabro que en los documentos de ejecuciones transmitidas por las televisiones ¨¢rabes, por ejemplo de los rehenes de Irak, se convierte en modo de actuaci¨®n ejemplar. Y es que la vida del Mahoma guerrero ofrece suficientes recursos para que la ortodoxia de los integristas sea eficaz, tanto en el plano psicol¨®gico como en el de unas t¨¢cticas de lucha orientadas a la destrucci¨®n del adversario por todos los medios, comprendidos los que hoy denominar¨ªamos intimidaci¨®n y terrorismo. La contienda sagrada, esto es, la yihad del terror, se apoya en la exigencia de que el partido de Al¨¢ venza a los 'judeo-cruzados', mientras la despreocupaci¨®n por las v¨ªctimas civiles queda justificada por el estigma de satanizaci¨®n que recae sobre todos los infieles. Los elementos simb¨®licos desempe?an un papel importante, y no s¨®lo en lo que se refiere al incumplimiento que veda la presencia en tierra ¨¢rabe de los no-musulmanes o a Palestina, sino incluso a al-Andalus, convertida en el ejemplo negativo, por ser la parte de dar al-Islam que nunca debi¨® perderse y que ha de ser recuperada, tal y como nos explica Gilles Kepel en su magn¨ªfico libro reci¨¦n publicado, Fitna. El islam¨®logo franc¨¦s se muestra a fin de cuentas optimista. Conviene advertir, no obstante, que el tejido de la reconstrucci¨®n de las relaciones entre el mundo musulm¨¢n y Occidente requiere suma lucidez y paciencia, para remediar lo destruido por el terror y la sacralizaci¨®n en poco tiempo. Frente al integrismo salaf¨ª y al imperialismo providencialista, deber¨¢ ser por parte de ambos una prolongada y laboriosa yihad en la senda de la paz.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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