Kiwi, la fruta m¨¢gica
Hace ahora un siglo, los agricultores de Nueva Zelanda descubrieron un fruto de origen chino peludo por fuera y verde por dentro. Rico en vitamina C y con nulo aporte cal¨®rico, el kiwi es hoy uno de los cultivos estrella de Galicia.
Cuando se citan los m¨¦ritos del gallego Jos¨¦ Fern¨¢ndez L¨®pez -el hombre que cre¨® Pescanova, los laboratorios Zeltia, la empresa de transporte por ferrocarril Transfesa, Construcciones Louri?a y un largo etc¨¦tera- suele pasarse por alto una de sus apuestas m¨¢s desconocidas. A finales de los a?os sesenta, Fern¨¢ndez L¨®pez tuvo conocimiento de un fruto feo, pero sabroso, procedente de Nueva Zelanda, que se estaba vendiendo con ¨¦xito en Alemania. Lo que le atrajo no fue su exotismo. El empresario, simplemente, ech¨® cuentas. Los supermercados alemanes estaban vendiendo el fruto a 200 y hasta 300 pesetas la pieza, lo que convert¨ªa a esta baya peluda, de pulpa verde y agridulce, en una mina de oro. El clima de las R¨ªas Bajas gallegas -h¨²medo, lluvioso y de temperaturas moderadas- pod¨ªa resultar tan id¨®neo para su cultivo como el de la bah¨ªa de Plenty, en la otra punta del planeta.
Carlos del R¨ªo, el otro hombre clave en la historia del kiwi, creci¨® en un enorme chal¨¦ de piedra contiguo al de Fern¨¢ndez L¨®pez. Desde que finaliz¨® sus estudios de ingenier¨ªa t¨¦cnica agr¨ªcola trabajaba para su vecino en una empresa agraria de valor irrelevante en el conglomerado del imperio de Fern¨¢ndez, pero de la que el empresario disfrutaba casi tanto como de su colecci¨®n de pintura espa?ola. Un d¨ªa, Del R¨ªo le cont¨® a su mujer que iba a experimentar con un fruto nuevo, una especie de patata con pelos, distinto a todo lo que hab¨ªa probado hasta entonces. Una vez m¨¢s, Jos¨¦ Fern¨¢ndez L¨®pez puso el dinero, y Del R¨ªo, el savoir-faire.
En 1969, Del R¨ªo plant¨® 100 ejemplares de kiwi en una peque?a parcela de 3.000 metros cuadrados en Gondomar (Pontevedra). Nadie conoc¨ªa el fruto, no hab¨ªa libros o especialistas a los que consultar, y el t¨¦cnico afront¨® acongojado las primeras heladas e imprevistos. Finalmente, Del R¨ªo, que estaba convencido de que Galicia pod¨ªa convertirse en "el reino del kiwi en el hemisferio norte", emprendi¨® un viaje de 30 horas para llegar al mejor lugar donde informarse: Nueva Zelanda.
El kiwi que conocemos hoy d¨ªa no se parece a su predecesor, m¨¢s peque?o y redondo y bastante m¨¢s malo. Era el yang tao, o fruta del tao, y crec¨ªa de manera silvestre en los bosques a lo largo del r¨ªo Changjiang, en la China oriental. En 1847, Robert Fortune, un coleccionista de la Royal Horticultural Society de Inglaterra, mand¨® ejemplares a casa, donde se le bautiz¨® bot¨¢nicamente: Actinidia chinensis. Medio siglo m¨¢s tarde fueron sus semillas las que viajaron al Reino Unido, Estados Unidos, Francia, etc¨¦tera.
Las primeras semillas de Actinidia chinensis llegaron a Nueva Zelanda hace un siglo. Varios horticultores las cultivaron sin muchas esperanzas. Algunos curiosos plantaron ejemplares en los huecos libres de su jard¨ªn, y los ni?os usaban los frutos como munici¨®n en sus batallas. Se desarrollaron distintas variedades, entre ellas la Hayward, la que comemos hoy d¨ªa, y poco a poco su popularidad aument¨®. Era novedoso; se consum¨ªa en junio, un mes en que escaseaba la fruta, y se conservaba bien, as¨ª que algunos cultivadores de limones les hicieron sitio en sus fincas. Vic Bayliss, de Te Puke, en la bah¨ªa de Plenty, dej¨® que sus tres hijos se encargaran de esas vi?as que ten¨ªa pr¨¢cticamente abandonadas. En 1930, atra¨ªdo por el precio al que los hermanos Bayliss estaban vendiendo esa extra?a fruta, Jim McLoughlin, un ex empleado de una compa?¨ªa naval, plant¨® la primera finca de relevancia de grosellas chinas, como se les llamaba entonces.
Al acabar la II Guerra Mundial, el Gobierno neozeland¨¦s prohibi¨® importar fruta, lo que aument¨® el consumo de grosellas chinas. En 1950 exist¨ªan ya 30 hect¨¢reas de grosellas chinas, que produc¨ªan 50 toneladas. En julio de 1952, un barco refrigerador lleno de limones m¨¢s una veintena de bandejas de grosellas chinas parti¨® del puerto de Auckland (Nueva Zelanda) con destino a Londres, donde arrib¨® cinco semanas m¨¢s tarde. Era la primera exportaci¨®n de kiwis propiamente dicha, y los neozelandeses descubrieron que conservados a cero grados, y lejos de manzanas o cualquier fruto que desprenda etileno, los kiwis pod¨ªan resistir los largos viajes hacia el otro hemisferio.
Durante las dos d¨¦cadas siguientes, el fruto -ya bautizado kiwi por motivos comerciales- se dio a conocer al resto del planeta. No era f¨¢cil convencer a los compradores de que aquel huevo piloso era un fruto rico y sano. En septiembre de 1959, varios peri¨®dicos estadounidenses publicaron una foto del primer ministro ruso, Nikita Jruschov, tomando kiwis durante una recepci¨®n. Dos a?os m¨¢s tarde, los 30.000 socios del club La Fruta del Mes, aficionados a los espec¨ªmenes novedosos, recibieron una caja con "la gigante baya kiwi" acompa?ada de un aviso: "Haz tu pedido ahora. Son m¨¢s escasos que las ventanas en los submarinos".
Fue precisamente esa escasez la que puso su precio por las nubes. Cuando Fern¨¢ndez tuvo conocimiento del kiwi hac¨ªa apenas dos a?os que hab¨ªa empezado a consumirse en Francia y Alemania. Tras aquel primer ensayo, Fern¨¢ndez fund¨® Productores de Actinidias Chinensis, SA, que exportaba kiwis a Alemania a 100 pesetas la pieza y con el reclamo "Kiwis aus Galicien". Del R¨ªo velaba con celo y secretismo de las plantaciones, aunque no pudo evitar que se corriera la voz de que Fern¨¢ndez hab¨ªa vuelto a dar con una mina de oro. Cuando los primeros curiosos intentaron abrir sus propias plantaciones se encontraron con un problema: la ¨²nica manera de obtener ejemplares era a trav¨¦s de Productores de Actinidias Chinensis, SA, que ofrec¨ªa plantas y consejo a cambio de que los interesados se comprometieran a venderles su cosecha durante los siguientes 20 a?os. Muy pocos aceptaron.
En el verano de 1981, Vicente Villar, un mal estudiante de 22 a?os, inquieto y espabilado, se sube a su Citro?n 2CV y, acompa?ado por un amigo que chapurrea franc¨¦s, pone rumbo a Francia. Villar trabaja en el vivero de su padre y no piensa regresar hasta encontrar un lugar donde comprar plantas de kiwi. "Lo primero que descubrimos fue que el mercado del kiwi no era nada secreto", recuerda hoy Villar. "Como ven¨ªa de Nueva Zelanda, parec¨ªa algo retorcido, complicado; pero en Francia hab¨ªa plantaciones. Encontr¨¦ un vivero, volv¨ª a casa y en invierno me traje dos tr¨¢ileres con 7.000 plantas, de las que vend¨ª unas 5.000. Yo abr¨ª el mercado del kiwi a todos los mortales".
Por esas fechas, el kiwi empieza a ganar popularidad gracias al empe?o de Nueva Zelanda, que lanza una costosa campa?a para divulgar sus cualidades: tiene pocas calor¨ªas, le sobra vitamina C y es un magn¨ªfico laxante. A ra¨ªz de la campa?a, los neozelandeses aumentan sus exportaciones de 1,4 millones de bandejas en 1976 a 70 en 1990. Carrefour Espa?a estrena el kiwi en sus fruter¨ªas en 1982, a un precio de entre 99 y 125 pesetas la pieza, y Eroski, que en 1980 vend¨ªa 10 toneladas de kiwis mensuales, triplica las ventas.
Entre 1982 y 1987, su cultivo se expande por Galicia, especialmente en Pontevedra, y sube de 45 a 357 hect¨¢reas. Todos se lanzan a cultivarlo con la ¨²nica ayuda del libro que Carlos del R¨ªo publica en 1979: Kiwi, el fruto del futuro. Empresarios como Antonio Est¨¦vez, un ebanista que se hizo millonario gracias a los colchones de espuma y que plant¨® 15 hect¨¢reas, y trabajadores como Rique Portela, delineante mec¨¢nico de una empresa de calderer¨ªa pesada que a principios de los a?os ochenta, viendo amenazado su puesto de trabajo, pide un pr¨¦stamo de dos millones de pesetas para plantar 1,5 hect¨¢reas de kiwis. La Administraci¨®n, sin embargo, no apoya un cultivo que considera elitista. Carmen Salinero, t¨¦cnica agr¨ªcola de la estaci¨®n fitopatol¨®gica Do Areeiro y una de las personas que m¨¢s saben sobre el kiwi, no le encuentra explicaci¨®n. "Nos dec¨ªan que era cosa de ricos. Una tonter¨ªa, porque una industria no la monta un pobre, hace falta dinero".
Pero Galicia no es la ¨²nica que aspira a convertirse en "el reino del kiwi en el hemisferio norte". El a?o 1992, las importaciones de kiwis m¨¢s el aumento de la producci¨®n local (de 2.000 a 10.000 toneladas) desplomaron los ingresos de los productores, que llegaron a cobrar el kilo de kiwis a unas dolorosas 40 pesetas. Era el inicio de lo que Vicente Villar llama "la traves¨ªa del desierto".
Con la ca¨ªda del precio, la reputaci¨®n del kiwi cay¨® tambi¨¦n por los suelos y le ha costado levantar cabeza. En la d¨¦cada de los noventa, los pa¨ªses productores se repartieron el mercado: Nueva Zelanda y Chile, entre junio y noviembre, y a partir de diciembre pasan a disput¨¢rselo Italia, Francia, Grecia, Jap¨®n, Estados Unidos, Portugal, Espa?a? Algunos, sobre todo italianos y griegos, han intentado burlar al resto recolectando prematuramente para ser los primeros en vender su fruta de p¨¦sima calidad a los supermercados. Los kiwicultores gallegos que resistieron los a?os malos sin arrancar sus plantaciones tuvieron que espabilar.
Beatriz Losada, t¨¦cnica de la Asociaci¨®n Gallega de Kiwicultores y de la sociedad Kiwi Atl¨¢ntico, conduce su Seat Ibiza en direcci¨®n a Tui, en la frontera con Portugal, donde viven Florencio Rodr¨ªguez-Carre?o y Gloria de Cominges, que poseen una hect¨¢rea de kiwis de la que Florencio, un almirante jubilado de 78 a?os, cuida con mimo. Como la mayor¨ªa de los kiwicultores gallegos, Gloria y Florencio venden su cosecha a Kiwi Atl¨¢ntico, una sociedad de 105 productores, la mayor¨ªa de ellos propietarios de peque?as parcelas como la suya. Beatriz tiene que visitarlos uno a uno para aconsejarles t¨¦cnicamente. ?ltimamente, con la entrada en vigor de varias normas de calidad que pretenden rescatar la reputaci¨®n del kiwi, est¨¢ especialmente atareada.
Si sumamos cada min¨²scula parcela de kiwis plantada en Espa?a nos encontramos con un total de 900 hect¨¢reas, m¨¢s de la mitad de ellas en Galicia y el resto en Asturias, Pa¨ªs Vasco, Navarra, Cantabria, Catalu?a y Extremadura. Entre todos producen 10.000 toneladas de kiwis, un volumen rid¨ªculo al lado de la cosecha espa?ola de naranja (2,5 millones de toneladas) o de melocot¨®n (660.000). Sin embargo, Espa?a es el pa¨ªs que m¨¢s kiwis consume: 2,2 kilos por cabeza, seg¨²n estimaciones de Carmen Salinero. Eso mantiene viva la esperanza de los kiwicultores. Pero en Galicia, profundamente minifundista, reunir una hect¨¢rea de tierra es misi¨®n imposible adem¨¢s de prohibitivamente cara, por no hablar de las dificultades para conseguir jornaleros para la poda y recolecci¨®n, por lo que su expansi¨®n all¨ª parece improbable.
?Y qu¨¦ fue de Productores de Actinidias Chinensis, SA? Rebautizada Kiwi Espa?a, la empresa hace vida aparte. Produce m¨¢s de mil toneladas, que vende al mejor postor, y a Edurne Sendra, la actual responsable, se le escapa una carcajada cuando alguien recuerda la ¨¦poca en que el kiwi se vend¨ªa a 100 pesetas la pieza. Su jefe es Manuel Fern¨¢ndez, el hijo mayor de don Jos¨¦. Pero al igual que otros empresarios gallegos, Fern¨¢ndez, hijo, parece m¨¢s interesado en el albari?o que en el kiwi.
En septiembre pasado se celebr¨® el centenario del nacimiento de Jos¨¦ Fern¨¢ndez, que muri¨® en 1986 sin ver la popularidad de su descubrimiento. Carlos del R¨ªo falleci¨® en diciembre de 2003, a los 68 a?os, de un c¨¢ncer fulminante. Apenas prob¨® los kiwis ni ninguna otra fruta, excepto los pl¨¢tanos. Pas¨® sus ¨²ltimos a?os cuidando del jard¨ªn de su casa, en el que plant¨® distintas variedades de ¨¢rboles y flores.
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