La reina de la vela
Sola en el mar, a bordo de un velero, Ellen MacArthur se ha enfrentado de nuevo a uno de sus grandes retos: dar otra vez la vuelta al mundo sin escalas. La joven navegante inglesa lleva ya un mes en el mar y tocar¨¢ puerto el pr¨®ximo mes de febrero de 2005.
El destino de Ellen MacArthur parece sacado de un cuento de hadas. Nada que ver con las pirater¨ªas existenciales de un Olivier Kersauson, las peregrinaciones high-tech de un Michel Desjoyeaux o los retos industriales de un Bruno Peyron. En la estela de la nueva favorita de la navegaci¨®n de altura, lo importante es, ante todo, el sentimiento. El pasado 28 de noviembre cruz¨® la l¨ªnea de salida, frente a la costa francesa, para dar la vuelta al mundo en una traves¨ªa en solitario y sin escalas. Es una aventura arriesgada, que han intentado antes cinco marineros y tan s¨®lo uno la concluy¨®: el franc¨¦s Francis Joyon fij¨® el a?o pasado el r¨¦cord mundial en 72 d¨ªas, 22 horas, 54 minutos y 22 segundos. Para batirlo, Ellen MacArthur, de 28 a?os de edad, deber¨¢ estar de vuelta el 9 de febrero. Es el nuevo reto de una joven, menuda y tenaz, que se convirti¨® en un modelo de deportista a su pesar.
Earl's Court, un cascar¨®n de cemento encallado en el centro de Londres, acoge a principios de cada a?o el London Boat Show, el sal¨®n n¨¢utico brit¨¢nico. Una cita obligada en la que se cultivan las relaciones y se apuesta por el futuro. En numerosas ocasiones, el camino de Ellen MacArthur la ha llevado por sus pasillos saturados y sus puestos abarrotados. La tecnolog¨ªa asegur¨® su presencia en los actos inaugurales de la edici¨®n de 2004. En una conexi¨®n por sat¨¦lite, la joven aventurera present¨®, desde Australia, su ¨²ltima embarcaci¨®n, el trimar¨¢n B&Q Castorama, de 22,9 metros de eslora, 16,2 de ancho, un m¨¢stil de 90 metros y 8 toneladas de peso con el que a punto estuvo de batir, el verano pasado, la marca mundial de traves¨ªa del Atl¨¢ntico y con el que ahora da la vuelta al planeta.
Hace tres a?os complet¨® la competitiva regata Vend¨¦e Globe, el Everest de la navegaci¨®n, en 94 d¨ªas, 4 horas, 25 minutos y 40 segundos. Atraves¨® la meta en segunda posici¨®n, pero ninguna otra mujer ha navegado alrededor del mundo, sin escalas, a mayor velocidad. Pero avancemos el reloj hasta la edici¨®n de 2003 del sal¨®n n¨¢utico de Londres, donde nos encontramos frente a frente con la m¨¢s famosa navegante inglesa. Ultimaba entonces los preparativos del Trofeo Julio Verne, un proyecto finalmente malogrado al perder el m¨¢stil de su catamar¨¢n Kingfischer II en una colisi¨®n con un objeto sumergido bajo el agua, a unas 100 millas de las islas Kergu¨¦len, en el oc¨¦ano ?ndico.
Ellen MacArthur se presenta para la entrevista vestida con una camiseta negra y unas zapatillas de deporte desgastadas, con una c¨¢mara de televisi¨®n detr¨¢s y una discreta sonrisa como mascar¨®n de proa. Ha llegado esa ma?ana de Lorient (Francia), y tiene previsto coger el avi¨®n de vuelta esta misma tarde. El tiempo apremia tanto como el equipo que la rodea: una ayudante encargada de la planificaci¨®n, su compa?ero Ian, un miembro de su tripulaci¨®n y una periodista.
A pesar del ritmo, Ellen se toma su tiempo en el sal¨®n n¨¢utico de Londres. Escucha m¨¢s que habla. Descubre, se preocupa y aprecia. Un nuevo tipo de piloto, unas jarcias distintas, un nuevo tipo de chaqueta de guardia. En cada pabell¨®n, los profesionales la rodean pidi¨¦ndole aut¨®grafos. En un cartel, Ellen clava una chapa: "1995-2003: y todav¨ªa aqu¨ª". E insiste de viva voz: "Ten¨ªa 19 a?os y hab¨ªa enviado 2.000 cartas de presentaci¨®n a todos los proveedores imaginables. Al final, s¨®lo me respondieron dos, uno de los cuales era Keith Mutso [fabricante de vestimenta marina]. Despu¨¦s de eso, ?c¨®mo quiere que no le sea fiel?".
Y lo es. Por duplicado. El carisma evidente de Ellen no se mide por sus 1,57 metros de estatura, sino por esta alegre mezcla de confianza y reconocimiento. No se inventa nada, no calcula, no se anda con rodeos. Con ella, todo parece caer por su propio peso. Una intenci¨®n, provoca el agradecimiento. Un deseo, despierta la curiosidad. Un proyecto, suscita el entusiasmo. Tres pasillos m¨¢s all¨¢, Ellen se cruza con Hannah, de 14 a?os, campeona de Inglaterra de Optimist y vencedora del Trofeo al Yachtsman del a?o, en la categor¨ªa revelaci¨®n, una recompensa que la propia Ellen consigui¨® hace nueve a?os.
Una timidez compartida y una conversaci¨®n breve, llena de pasi¨®n y a¨²n m¨¢s de voluntad. Es el motor esencial que anima a esta mujer, un combinado de energ¨ªa y resoluci¨®n que afirma: "Es verdad, adoro los desaf¨ªos". Y a?ade: "Los obst¨¢culos me estimulan m¨¢s de lo que me asustan". Sentada en un taburete de bar, en la caseta de la Royal Yachting Association (la Federaci¨®n Brit¨¢nica de Vela), est¨¢ en medio de su en¨¦sima sesi¨®n de aut¨®grafos. Un padre y su hijo le pisan los talones a un oficial de marina. El libro es grueso; el rotulador con el que firma, tambi¨¦n, y enormes son los ojos de esta mujer menuda y segura de s¨ª misma. "He recibido mucho", insiste. "As¨ª que no me importa devolver algo a cambio". Detr¨¢s de ella, un v¨ªdeo instructivo muestra sus consejos para principiantes. Delante, un velero de 3,50 metros -el Laser Pico- reivindica su padrinazgo. Ellen puede ser objeto de admiraci¨®n, pero, sobre todo, es el m¨¢s bello instrumento de promoci¨®n que conoce la vela brit¨¢nica desde que se subi¨® por primera vez al puente del yate de su abuelo. "Es extra?o enterarme de que he desempe?ado este papel. Lo ¨²nico que puedo decir es: '?Tiene usted una idea? Pues no la suelte, hay que seguir siempre nuestros deseos'. No es muy original, pero es lo que pienso en el fondo de mi alma".
Ellen saluda al responsable de un astillero, contenta a otro equipo de televisi¨®n y, para terminar, preside una recepci¨®n. Junto al buf¨¦, Robin Knox-Johnson, aut¨¦ntico monumento de la vela, sonr¨ªe tras su barba: "Ellen es un aut¨¦ntico car¨¢cter, una perla rara". Otra copa m¨¢s, y el primer marino que dio la vuelta al mundo en solitario y sin escalas (en 1968) menciona sin pesta?ear la an¨¦cdota del Boat Show de 1996: "Tras volver del Julio Verne con Peter Blake, recib¨ª un premio, y Ellen, otro. Fuimos los dos a Hyde Park para hacernos la foto. Un fot¨®grafo nos pidi¨® que nos descalz¨¢ramos y meti¨¦ramos los pies en el agua. Yo me negu¨¦, y Ellen tambi¨¦n, y luego me agradeci¨® que le hubiera ense?ado con tanta claridad que en la vida tambi¨¦n hay que saber decir no".
Una palabra que la "ni?a teledirigida por el mercantilismo del entorno", "el instrumento de la mercadotecnia triunfante", "el juguete de la aventura teledirigida" -como ella misma se define- utiliza sin vacilar. Sencillamente porque nunca se ha deshecho ni de su facilidad de r¨¦plica ni de su sinceridad. Desde luego, Ellen MacArthur ha madurado y evolucionado, pero no ha abandonado su espontaneidad. Ed Gorman, especialista en vela del Times, dice: "?sa es la raz¨®n de que su trayectoria sea tan buena. No es nadie complicado. No intelectualiza nada ni da su opini¨®n sobre todo. No se queja ni pone mala cara. Es muy parecida a la gente normal que vive en provincias o en el campo, dos realidades que Ellen conoce a la perfecci¨®n".
Al sureste de Manchester, el campo es ondulado, salvaje, y a principios de enero est¨¢ cubierto de una fina capa de nieve. Los MacArthur residen en pleno coraz¨®n de Derbyshire, una regi¨®n de vacas hermosas y ardillas enloquecidas, desde hace, al menos, tres generaciones. M¨¢s que un pueblo propiamente dicho, Watstandwell, el lugar en el que naci¨® Ellen, consiste en dos calles paralelas tan amplias y prometedoras como dos galer¨ªas mineras abandonadas desde hace lustros. Plomo y cal ofrec¨ªan hace tiempo a la regi¨®n sus recursos esenciales. Ahora toman el relevo los suaves pastos y los turistas, que cada vez lo son menos. La zona vive de los reba?os de cuadr¨²pedos o de b¨ªpedos, aunque sin que ello perturbe la tranquilidad de este valle concreto.
"Es tranquilo, ?verdad? Es peque?o y est¨¢ un poco estropeado, pero he disfrutado mucho en este sitio". Ellen est¨¢ orgullosa de sus ra¨ªces y encantada de saber que nos hemos molestado en ir a desenterrarlas un poco. Su casa natal no ha cambiado, es una sucesi¨®n de dependencias y caba?as construidas a lo largo de los a?os y en funci¨®n de las necesidades. En cuanto tiene una oportunidad, descansa aqu¨ª durante unos d¨ªas. Se re¨²ne con Ken y Avril, sus padres, profesores jubilados; Fergus y Lewis, sus hermanos; su perro Mac y todos los dem¨¢s animales de la familia. Desde su habitaci¨®n se ve, a dos kil¨®metros de distancia, el impresionante Crick Stand Memorial, una torre de piedra de 30 metros de alto dedicada a los muertos de las dos guerras mundiales y que recuerda la silueta de un faro al borde del mar.
"Por la noche es incre¨ªble", bromea Ellen, "parpadea de verdad", afirma. "Por supuesto, esa asociaci¨®n s¨®lo la hice al cabo de unos a?os, pero es curioso que esa luz, en cierto modo, me mostrara el camino?". Otro camino, un atajo placentero y un letrero divertido, el del pub Hope & Anchor (Esperanza y Ancla), una taberna de ambiente marinero situada en el centro de Wirksworth, por el que se dirig¨ªa Ellen todos los d¨ªas al pueblo vecino para sentarse en los bancos de la ¨²nica escuela decente de la zona.
Meros gui?os, sin duda, aunque la biblioteca de dicho colegio contiene una prueba adicional e indiscutible: todo un estante de libros sobre el mar y, en concreto, el de Francis Chichester, fetiche de todos los navegantes solitarios del mundo y cuya ficha de lectura revela el nombre de Ellen MacArthur, por supuesto. Un argumento que casi resulta embarazoso hoy para la encargada de la biblioteca: "Ya pr¨¢cticamente no me piden nunca este tipo de libros. Para m¨ª sigue siendo un misterio c¨®mo es posible que una ni?a criada aqu¨ª pudiera interesarse por los barcos".
En la historia de la ni?a de mejillas redondas que hoy disputa un lugar de renombre a los mejores marinos del planeta existen otros fragmentos m¨¢s tradicionales: relatos sobre comedores olvidados y huchas llenadas con paciencia; estudios veterinarios, notas insuficientes y una mononucleosis que la at¨® a la cama. Pero por encima de todo ello se impone la personalidad de la abuela, que vive en un valle cercano aunque comparte con los MacArthur la parte fundamental de su vida cotidiana. Una mujer orgullosa y ejemplar, aunque s¨®lo sea porque, contra viento y marea, al final logr¨® ver cumplidos sus sue?os de juventud.
Ellen no pierde ocasi¨®n de rendir tributo a la abuela Nan. ?Porque le mostr¨® el camino del mar? ?Porque hizo que le gustara la navegaci¨®n? No, sencillamente porque, a pesar de su edad y su c¨¢ncer, cuando ten¨ªa 66 a?os, no dud¨® en volver a estudiar, consigui¨® matricularse en la Universidad de Derby y, 15 a?os m¨¢s tarde, obtuvo su diploma en Asuntos Europeos y Franc¨¦s. No hace falta ir m¨¢s lejos para encontrar las razones de una convicci¨®n, los fundamentos de una personalidad. Ellen se ha hecho a s¨ª misma, ha aprendido y luchado m¨¢s que la media, pero tambi¨¦n se ha beneficiado enormemente de ese ¨¢ngel guardi¨¢n que siempre, y hasta su muerte -tres meses despu¨¦s de obtener su diploma-, le ofreci¨® consejo y est¨ªmulo.
Durante mucho tiempo, el mar de Ellen se limit¨® a las orillas embarradas de un estanque, a los muros de cemento de una presa y a unos cuantos veleros de madera o de pl¨¢stico. Ocho a?os plenos de descubrimientos y tanteos, antes de irse a Hull, en la costa este del pa¨ªs, paso obligado de todas las mercanc¨ªas con destino o con origen en Alemania y Escandinavia. Muelles abarrotados y refiner¨ªas humeantes donde, como una flor superviviente en medio del asfalto, se abre una peque?a marina, 50 barcos como m¨¢ximo, protegida del mar por una esclusa digna del canal de Panam¨¢.
?Ah, la esclusa de la marina de Hull! "Cuando se abrieron y part¨ª para mi vuelta en solitario a Gran Breta?a, tuve verdaderamente la sensaci¨®n de despegarme de la tierra y abrirme al mundo". Fue en 1995. Ellen MacArthur, la candidata a hacer el viaje, no hab¨ªa cumplido a¨²n 20 a?os y se hab¨ªa pasado los seis meses anteriores preparando su peque?o Iduna y planeando su curso de navegaci¨®n. Hasta tal punto que, en el momento de la salida, Ellen la obstinada se hace con una balandra casi nueva y el diploma de yachtmaster con las mejores notas te¨®ricas y pr¨¢cticas que puedan imaginarse. Lo que busca Ellen en ese momento preciso de su vida es un "billete de ida", el derecho a "levar el ancla", la autorizaci¨®n de obtener su libertad. Confiesa que las relaciones con su padre se iban enturbiando cada vez m¨¢s y los escasos di¨¢logos que manten¨ªa con ¨¦l s¨®lo serv¨ªan para aumentar su deseo de "hacerse a la mar".
En la fachada blanca de la casa del esclusero se adivina todav¨ªa, medio borrado, el nombre de David King, que ten¨ªa una escuela de navegaci¨®n en el primer piso. Este ex capit¨¢n de la marina mercante, que hoy pilota un ferry, depuso las armas al mismo tiempo que se iba su alumna m¨¢s asidua. Alex, un amigo que los conoci¨® a ambos a mediados de los a?os ochenta, recuerda: "La verdad es que dar las clases aqu¨ª no es lo ideal. Las condiciones meteorol¨®gicas no son precisamente estimulantes y el decorado es horrible. Pero ella lo deseaba realmente". Con los deportistas de la marina, Ellen realiza peque?os trabajos, y con los pescadores de Grimsby, al otro lado del r¨ªo Humble, hace de marinera. "Cada d¨ªa que pas¨¦ en Hull", confiesa ahora, "me ense?¨® una cosa m¨¢s".
All¨ª se encuentra, como invitaci¨®n a?adida, un hermoso barco abierto de 18 metros, el Panic Major, de vuelta del primer Trofeo Vend¨¦e bajo el mando de Patrice Carpentier. Una epopeya que no conmueve a Robert Nickleson, su propietario y arquitecto, con prisa por cobrar hasta el ¨²ltimo c¨¦ntimo del alquiler que ha acordado. Pero qui¨¦n se atreve a alterar el orden de prioridades de la peque?a Ellen. Alex comenta: "Aquel gran burgu¨¦s no pertenec¨ªa a su ambiente, pero creo que Ellen MacArthur seduce a todo el mundo. Tiene un formidable sentido del contacto humano. Dedica el tiempo que haga falta a ganarse la confianza de sus interlocutores. Sabe ser discreta y esperar su momento. En Inglaterra, desde la reina hasta el pescador del pueblo tienen ganas de ayudar a una joven como ella?".
No ser¨¢ Mark Turner quien diga lo contrario. Presentado apresuradamente como el deus ex machina del fen¨®meno MacArthur, su met¨®dico iniciador y su amplificador insensible, este cuarent¨®n infatigable comprendi¨® enseguida las circunstancias de la l¨®gica que anima a su compa?era favorita: "Ellen es espont¨¢nea, y ¨¦sa es la base de todo. Asimila las cosas una despu¨¦s de otra. Intenta comprenderlas, en vez de controlarlas. Y sobre todo, sabe aprovechar el momento, cada instante".
Una de las regatas, la Mini-Transat 1997 -en la que ¨¦l termin¨® en 5? lugar y ella en el puesto 17?-, fue el punto de partida de su asociaci¨®n: "Fundamentalmente, yo apreci¨¦ el instante en el que franque¨¦ la l¨ªnea de llegada, mientras que a Ellen le encant¨® cada uno de los 20 d¨ªas que dur¨® su traves¨ªa. Yo me alegr¨¦ de mi resultado, ella estaba satisfecha de su experiencia. A m¨ª me motivaba el deporte, la principal fuente de satisfacci¨®n para ella fue el placer de estar en el mar. Son sentimientos que no tienen nada que ver unos con otros. Aquel d¨ªa comprend¨ª que mi lugar estaba m¨¢s bien en tierra, organizando proyectos, mientras que el futuro de Ellen estaba sin duda en el agua?".
Mark Turner se uni¨®, en ocasiones, a la tripulaci¨®n del Kingfisher y supervis¨® las pruebas t¨¦cnicas de su sucesor, el Kingfisher II, y su malograda traves¨ªa alrededor del mundo, en febrero de 2003. Desde el centro neur¨¢lgico, en el segundo piso de la base del D¨¦fi Areva, un catamar¨¢n gigante antigua propiedad de Bruno Peyron poseedor de la mejor marca, pas¨® horas clavado a su ordenador y a sus dos tel¨¦fonos m¨®viles (uno en ingl¨¦s y otro en franc¨¦s). En las paredes, mapas y organigramas de funciones. Incluso las tareas de mantenimiento y las sesiones de limpieza figuraban ah¨ª, claramente repartidas.
"Encadenar un proyecto con otro puede parecer precipitado", admite Ellen, "pero la verdad es que eso me permite no dispersarme. Los periodos posteriores al triunfo son agradables, pero no son necesariamente los momentos que prefiero. Lo que me gusta es el reto, y ¨¦ste lo es".
Para Ellen MacArtur, Breta?a no puede concebirse m¨¢s que como un ejemplar duplicado. Hasta el punto de que, a uno y otro lado de la Mancha, la petite fran?aise o la british lady aprovecha cada vez m¨¢s esta ambivalencia. Aunque est¨¢ satisfecha de que la l¨ªnea de ropa que dise?a, ? donf, guste en su pa¨ªs, y su acento, como el de Jane Birkin, seduzca en el extranjero, lo que m¨¢s le importa es que las dos culturas con las que hace malabarismos desde hace m¨¢s de media docena de a?os a¨²nen, sobre todo, sus ventajas. Que el sentido estricto de la organizaci¨®n, el esp¨ªritu de empresa y el respeto a la autoridad de unos se acoplen a la tendencia a la astucia, la capacidad y la afici¨®n a autogestionarse de los otros.
Mark Turner, pionero en este aspecto, es uno de los que m¨¢s se alegran de esta revoluci¨®n. De los seis a?os que pas¨® en la marina brit¨¢nica, Turner, oriundo de la isla de Wight, ha conservado algunos tics muy destacados, pero tambi¨¦n una aversi¨®n a los reglamentos demasiado r¨ªgidos y las promociones demasiado inseguras: "En materia de vela y libertad, parad¨®jicamente, fueron Chichester, Knox-Johnston, Chay Blyth y Clare Francis quienes nos mostraron el camino que debemos seguir. Y de pronto, a mediados de los a?os setenta, se invirti¨® la tendencia. La obsesi¨®n por la seguridad y el reglamento se apoder¨® de todo, y las innovaciones m¨¢s atractivas se convirtieron en propiedad francesa. Personalmente, lo ¨²nico que he hecho ha sido nadar un poco contra corriente, y Ellen me ha acompa?ado".
Mark habla un franc¨¦s m¨¢s que correcto. Es un hombre l¨²cido y reconoce que "un mal marino ingl¨¦s entre franceses es m¨¢s rentable que un buen marino ingl¨¦s entre ingleses". Y est¨¢ de acuerdo en que "eso nos permite progresar m¨¢s deprisa y encontrar m¨¢s financiaci¨®n, en la medida en que podemos jugar en los dos terrenos".
Turner se reconoce insaciable en el trabajo, workaholic, ya que trabaja tambi¨¦n para el departamento comercial de Spinlock, una empresa de cabos para barcos muy cotizada en Francia. El nexo de uni¨®n est¨¢ claro. Alguien que trabaja 14 horas diarias y sabe hacerse indispensable. El sue?o de competir sigue estando presente, pero tambi¨¦n el cansancio. Entre avi¨®n y avi¨®n, Mark recarga sus pilas a los pies de Chamonix, en la zona de Argenti¨¨re, a s¨®lo 800 metros del lugar que durante mucho tiempo habit¨® Eric Tabarly, el m¨ªtico navegante a vela.
El v¨ªnculo no le deja indiferente, y tampoco a Ellen, a la que la prensa brit¨¢nica ha comparado, en m¨¢s de una ocasi¨®n, con la gran figura francesa de la vela. Al acabar la regata Mini-Transat, Mark escogi¨®: a partir de entonces, la vida del mar la disfruta por persona interpuesta, al servicio de su apasionada compatriota, que le paga con creces su valiente decisi¨®n de apartarse de la competici¨®n, una decisi¨®n en la que no faltaron lamentaciones ni oposiciones. Ellen dice: "?Por qu¨¦ ocultar las cosas? Hubo momentos de tensi¨®n. Pero siempre hemos sido leales y positivos". Y Mark responde: "El problema de Ellen, una cosa de la que yo mismo soy v¨ªctima, es que no sabe detenerse. Despu¨¦s del Trofeo Vend¨¦e hubo un periodo agotador. Se hab¨ªa propuesto saludar a todos los que iban llegando. Una verdadera locura: dos meses de idas y vueltas constantes, con todo lo que eso implica. Y adem¨¢s estaba el dichoso libro".
Ellen quiso contar su vida por escrito, pero se neg¨® a dejar que fuera otro quien lo hiciera por ella. La joven navegante afront¨® por s¨ª sola y con tenacidad esta nueva aventura. M¨¢s de mil p¨¢ginas en un a?o. El editor de Comi¨¦ndose el mundo [publicado en Espa?a por editorial Juventud], el libro autobiogr¨¢fico de Ellen MacArthur, se agobiaba por momentos: hab¨ªa que tirar por la borda al menos la mitad, para no hundir todo el conjunto. Despu¨¦s de muchas discusiones, Ellen acept¨®: "Quit¨¦ muchas cosas de mi juventud que me resultaban divertidas a m¨ª, pero no a mis socios".
Valga como ejemplo del talante de Ellen MacArthur este comentario hecho al final de la entrevista: "Quiz¨¢ he conocido momentos dif¨ªciles. Pero tampoco ha sido un infierno. Vivir dos a?os en un barrac¨®n de obra no es un infierno, es una oportunidad. Aquel barrac¨®n, con un trozo de moqueta por suelo, fue mi primera casa. Fue una ¨¦poca verdaderamente feliz: estaba construyendo mis sue?os y era libre. Y esa libertad no quiero malgastarla".
Para seguir la vuelta al mundo de Mac-Arthur: www.ellenmacarthur.com/
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