Gibraltar como indicio
A caballo de su pol¨ªtica exterior ensoberbecida y arrogante, el anterior Gobierno del Partido Popular aparent¨® fiar el regreso de Gibraltar a la soberan¨ªa espa?ola a la simple empat¨ªa personal y pol¨ªtica entre Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y Tony Blair. El resultado fueron unas expectativas ilusorias, unas negociaciones sin base s¨®lida entre los ministros Jack Straw y Josep Piqu¨¦..., y el completo naufragio del proceso en el verano de 2002. Aleccionada sin duda por el a¨²n reciente fracaso, la flamante diplomacia de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero decidi¨® la semana pasada un trascendental cambio de estrategia: se constituye un nuevo foro de di¨¢logo triangular en el que participar¨¢n, al mismo nivel, los gobiernos de Espa?a, el Reino Unido y Gibraltar, un foro sin agenda ni calendario cerrados en el que cualquier acuerdo deber¨¢ ser tomado por unanimidad y, en consecuencia, cada parte -incluidas las autoridades del Pe?¨®n- posee derecho de veto. Ni que decir tiene, a Mariano Rajoy y a sus adl¨¢teres les ha faltado tiempo para calificar el nuevo dise?o negociador de "desatino", "grav¨ªsimo error" que perjudica "los intereses generales de Espa?a", "humillaci¨®n para los espa?oles" y otras lindezas por el estilo. Por el estilo del PP, claro est¨¢.
Vistas las cosas con la perspectiva hist¨®rica que exige un litigio tricentenario, la eventualidad de que Espa?a recuperase Gibraltar ha pasado por fases y enfoques distintos seg¨²n las ¨¦pocas. A lo largo del siglo XVIII el enclave pudo ser retomado por el mismo camino que lo hab¨ªa puesto en manos inglesas desde 1704: a viva fuerza; s¨®lo que los asedios ordenados por Felipe V en 1726 y por Carlos III de 1779 a 1783 no tuvieron ¨¦xito. Despu¨¦s, desde la guerra contra Napole¨®n y hasta 1939, el desequilibrio entre las partes ved¨® el recurso a las armas y bloque¨® cualquier reivindicaci¨®n; ?c¨®mo iba una Espa?a atrasada y sumida en sus guerras civiles a desafiar a la Gran Breta?a, la primera potencia mundial? M¨¢s tarde, el franquismo regres¨® a los m¨¦todos de fuerza, aunque s¨®lo fuese simb¨®lica: manifestaciones y esl¨®ganes hostiles y, a partir de 1968, ese asedio light que representaba el cierre de la verja fronteriza.
En suma, la democracia espa?ola nacida en 1977 hered¨® una relaci¨®n desastrosa con los gibraltare?os y, durante los 25 a?os siguientes, tampoco hizo mucho para mejorarla: arbitrarios e interminables controles aduaneros s¨®lo para fastidiar, maniobras en Bruselas contra -por ejemplo- el libre uso del aeropuerto del Pe?¨®n, vehementes protestas ante cualquier visita oficial a dicho territorio, descripciones de ¨¦ste como un nido de delincuencia econ¨®mica... y, sobre todo, la empecinada tesis de que el futuro de Gibraltar era un asunto bilateral entre Madrid y Londres, sobre el cual ni los llanitos ni sus representantes pol¨ªticos ten¨ªan nada que decir. La aplicaci¨®n de esta t¨¢ctica de acoso y desd¨¦n no ha hecho avanzar las pretensiones de Espa?a ni un solo mil¨ªmetro en casi tres d¨¦cadas. Y ello es as¨ª porque, a estas alturas de la historia y dentro de la Uni¨®n Europea, nadie puede decidir la suerte de un territorio sin la aquiescencia de sus habitantes. Gibraltar no resulta equiparable a Hong Kong o a Macao por la simple raz¨®n de que -afortunadamente- Espa?a no es la Rep¨²blica Popular China y, adem¨¢s, porque el Reino Unido nunca tratar¨¢ del mismo modo a una colonia blanca que a una amarilla (v¨¦ase, en caso de duda, el ejemplo de las Malvinas). Con mucha demora, tanto La Moncloa como el palacio de Santa Cruz parecen haberlo entendido al fin, y sacado conclusiones juiciosas: lo ¨²nico que cabe hacer, a corto y medio plazo, es crear confianza, desactivar los justificados recelos de los gibraltare?os, garantizarles que ellos conservan la llave de su porvenir como pueblo... y esperar que, un d¨ªa, sean los propios llanitos quienes deseen alguna forma -necesariamente compleja- de incorporaci¨®n a Espa?a. Lo cual, visto desde Catalu?a, me parece un indicio esperanzador.
?Qu¨¦ tiene que ver -se preguntar¨¢n ustedes- el pleito de Gibraltar con la cuesti¨®n catalana? Pues a mi juicio existen v¨ªnculos, y no me refiero a la presencia de casi 300 catalanes en la flota angloholandesa del almirante Rooke que ocup¨® el Pe?¨®n en 1704 en nombre del rey-archiduque Carlos de Austria (la revista S¨¤piens public¨® sobre el asunto un interesante reportaje en su n¨²mero del pasado julio). Tampoco pensaba en aquella vieja y optimista tesis de algunos nacionalistas seg¨²n la cual, cuando se revise el tratado de Utrecht (1713) para devolver Gibraltar a Espa?a, tambi¨¦n habr¨ªa que restituir a Catalu?a la soberan¨ªa arrebatada en 1714.
Coincidencias hist¨®ricas al margen, el nuevo rumbo de la pol¨ªtica oficial espa?ola con respecto a Gibraltar me parece positivo por lo que tiene de aceptaci¨®n -aunque sea t¨¢cita- del derecho de un peque?o pueblo a autodeterminarse, por lo que comporta de superaci¨®n de la anterior l¨®gica estatalista (la que circunscrib¨ªa el contencioso a Espa?a y el Reino Unido) para reconocer voz y voto a la comunidad humana cuyo porvenir se debate, porque supone sentar un principio crucial: que los gibraltare?os no pueden ser obligados a ser aquello que no quieran ser (espa?oles, en este caso).
A partir de ah¨ª, sin analog¨ªas f¨¢ciles y con la vista puesta en el inminente debate neoestatutario, un servidor se pregunta: ?ser¨¢n los 28.300 gibraltare?os m¨¢s afortunados que 6,5 millones de catalanes, en materia de derechos colectivos? ?Se mostrar¨¢ Madrid m¨¢s d¨²ctil con respecto a una colonia diminuta surgida de una guarnici¨®n sin lengua ni cultura espec¨ªficas, que ante un pa¨ªs milenario con atributos y voluntad nacionales? V¨ªctima tal vez de un ataque de optimismo navide?o, quiero creer que no. Pese a los chillidos del Partido Popular, se?al inequ¨ªvoca de que vamos por el buen camino.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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