Caro Larrea
Como regalo de Reyes no hubiese estado mal que la Diputaci¨®n vizca¨ªna nos echase el legado del poeta bilba¨ªno Juan Larrea. Un legado que lleva varios a?os a la venta en las manos maliciosas y sabias de Alejandro Finisterre. Pero nuestra Diputaci¨®n ha dicho lo que suele decir en estos casos, que no hay guita. No hay medio mill¨®n de euros disponible para comprar las cosas de Larrea.
A veces, como suele decir F¨¦lix de Az¨²a, hay que ser generoso para aceptar un regalo. Y lo cierto es que el precio del legado de Larrea, comparado con las aportaciones de la Diputaci¨®n vizca¨ªna al equipo de f¨²tbol local o con el desembolso derivado de la celebraci¨®n de alg¨²n evento fashion es lo m¨¢s parecido a un regalo. Claro que Juan Larrea, no vamos a negarlo, es poco o nada fashion. Y lo que de verdad seduce a las instituciones es lo fashion, cuanto m¨¢s absolutamente fashion y m¨¢s caro mejor. De modo que Larrea, con su cacharrer¨ªa de exiliado y sus delirios priscilianistas no parece una pieza imprescindible en los planos del futuro Bilbao. Y quiz¨¢s, en el fondo, este desinter¨¦s por la cultura escrita sea lo mejor para nuestro pa¨ªs y para los autores implicados. ?Por qu¨¦ empe?arnos en ser lo que no somos ni nunca fuimos? Nunca fuimos la Atenas del Norte. Ni siquiera los se?oritos de Hermes, que hac¨ªan los banquetes en Madrid a la vera de Ortega y Gasset, fundaron esa Atenas cultural en la que algunos todav¨ªa creen.
Juan Larrea es poco, o nada, 'fashion'. Y eso es lo que de verdad seduce a las instituciones
Juan Larrea naci¨® en la capital vizca¨ªna, es cierto. Pero el nacimiento es s¨®lo un avatar geogr¨¢fico. Larrea se march¨® en cuanto pudo de Bilbao, como todos los grandes escritores que ha dado la Villa. En los a?os sesenta le dec¨ªa el autor de Orbe a su corresponsal bilba¨ªno Gregorio San Juan que el nombre de su ciudad natal le sonaba "tan a antigualla como Taprobana o las Term¨®pilas". Larrea no se acordaba de Bilbao y Bilbao no pod¨ªa recordarle porque, sencillamente, nunca le conoci¨®. Larrea, para muchos, era un invento de Gerardo Diego, que aunque estudi¨® Derecho en Deusto tuvo la buena idea de venir al mundo en Santander.
No creo que se trate de un problema, como muchos sostienen, de ignorancia o miop¨ªa, aunque resulte muy consolador pensarlo. No lo creo. Como tampoco creo en la impericia de nuestros gestores culturales, entre los cuales hay, como en cualquier lugar, aut¨¦nticos melones y personas competentes y documentadas que merecen nuestra estima y respeto. Es s¨®lo una cuesti¨®n de prioridades y de preferencias. En Bilbao no hay una calle dedicada a Larrea porque en 1980 seis concejales de la Villa (ninguno analfabeto) se opusieron a ello. Ahora, sencillamente, nuestra Diputaci¨®n foral no se quiere gastar el dinero en el legado de un hombre raro que adem¨¢s escrib¨ªa en erdera, es decir, en franc¨¦s.
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