Un resistente de la pol¨ªtica
Conserva la lucidez y la socarroner¨ªa que le hicieron famoso. Santiago Carrillo est¨¢ a punto de cumplir 90 a?os, y desde esa atalaya ve la vida sin nostalgias ni arrepentimientos. Por sus venas de viejo comunista late la sangre de un francotirador de la pol¨ªtica de la izquierda. Todo un car¨¢cter.
Acercarse a la vida de Santiago Carrillo, que ahora va a cumplir 90 a?os, es la oportunidad de hacer un recorrido apasionante a trav¨¦s de la historia del siglo XX en Espa?a. Pero, sobre todo, es una experiencia singular porque Santiago Carrillo es un personaje irrepetible que trasciende a su trepidante peripecia pol¨ªtica. Luchador revolucionario desde los 15 a?os, periodista autodidacta, Santiago Carrillo fue decisivo en la unificaci¨®n de las Juventudes Socialistas y Comunistas en 1936. Protagonista comprometido y pol¨¦mico en la Guerra Civil espa?ola, como dirigente del partido comunista, fue durante su largo y azaroso exilio un referente clave de la lucha contra el franquismo dentro y fuera de Espa?a. A partir de su elecci¨®n como secretario general del PCE, en 1960, dirigi¨® la organizaci¨®n comunista con mano de hierro, para verse, finalmente, primero relevado de su cargo y despu¨¦s expulsado del partido que lider¨® durante m¨¢s de veinte a?os.
Hoy, Santiago Carrillo se define como "un francotirador de la pol¨ªtica de la izquierda", en la que sigue creyendo con pasi¨®n, y contempla su vida sin rencores. Es un hombre de piedra que admite, sin problemas de conciencia, haber dispuesto, en las oscuras etapas de la clandestinidad, de la suerte y en algunas ocasiones de la vida de las personas? Asegura que las razones de la disidencia nada tuvieron que ver con las que provocaron el derrumbamiento del sistema sovi¨¦tico que ¨¦l critic¨® ferozmente. En esta entrevista, Santiago Carrillo repasa con lucidez la etapa de la transici¨®n, en la que ¨¦l desempe?¨® un papel decisivo. Apasionado defensor de la figura de Adolfo Su¨¢rez, Carrillo evoca la noche tr¨¢gica del 23-F, y se manifiesta, con sincera desnudez, sobre la responsabilidad del Rey en el desencadenamiento de aquel intento de golpe de Estado.
Vive alimentado por el oficio de escribir y la pasi¨®n de leer. Y se reserva, con vigorosa lucidez, su derecho a decidir libremente sobre el final de su vida. Pero vive, tambi¨¦n pac¨ªficamente, con la posibilidad de morir "ahora mismo, mientras hablamos usted y yo"? Es dif¨ªcil encontrar otros 90 a?os tan ardorosamente vividos como los suyos.
A sus 90 a?os es usted, se?or Carrillo, un resistente, incombustible, de la pol¨ªtica. Pero nadie conoce c¨®mo ha resistido a la dureza de la vida que ha llevado, c¨®mo ha podido blindar a toda prueba su condici¨®n de ser humano?
La verdad es que para m¨ª no ha significado realmente algo extraordinario enfrentarme a la vida como lo he hecho. Nac¨ª en un hogar socialista, y desde muy ni?o, antes de cumplir los cinco a?os, yo he visto a la Guardia Civil que ven¨ªa a detener a mi padre ?tantas veces! Aunque el recuerdo m¨¢s lejano de mi padre es del a?o 1917, yo tendr¨ªa dos a?os y medio; tengo el recuerdo de haber ido a ver a mi padre a la c¨¢rcel, y de ver un muro que a m¨ª me parec¨ªa entonces muy alto, pero de chaval me llegaba s¨®lo a la cintura. Detr¨¢s estaba mi padre con una gorra de visera, y ese recuerdo me acompa?ar¨¢ siempre? Crec¨ª con la gente en la calle, en la lucha social, en la lucha pol¨ªtica, y la vida que he tenido ha sido s¨®lo la consecuencia de lo que yo vi a mi alrededor siempre. En ese ambiente he vivido toda la historia de este pa¨ªs hasta el final de la Rep¨²blica; despu¨¦s, un exilio tan largo; luego, el regreso a Espa?a, y de nuevo, la libertad despu¨¦s de tantos a?os de clandestinidad. Pero he vivido toda esa vida, que ha sido realmente muy dura, como la consecuencia l¨®gica de tener unas ideas que eran parte de mi forma de ser. Pero le dir¨¦ algo que le puede hacer entender mi capacidad de resistencia: entre comunistas, el sentimiento de la solidaridad, durante los largos a?os de nuestra lucha, fue un sentimiento y una actitud muy parecida a la de los cristianos de los primeros siglos; estuvieras donde estuvieras, la familia comunista era tu familia. Pero el soporte en el que yo me he apoyado para aguantar la dureza de mi vida han sido mis ideas comunistas.
Usted siempre se ha blindado detr¨¢s de su personaje, ciertamente ¨¦pico, para esconder a un hombre de una gran dureza, sobre todo con sus enemigos, y en especial con sus enemigos en el interior del partido.
Es verdad que a lo largo de mi vida yo he mantenido pol¨¦micas y conflictos, dentro y fuera del partido, a veces muy duros, dur¨ªsimos; pero hoy, cuando pienso en el pasado, me hago cargo con toda claridad de que la hostilidad con la que yo trat¨¦ a una serie de personas que estuvieron enfrentadas conmigo ha desaparecido, y hoy las veo en el aspecto positivo que tienen. Porque todas esas personas con las que yo me enfrent¨¦ son gentes que han tenido un periodo de su vida de lucha y de sacrificio por las mismas ideas que yo. Y a veces pienso, al mirar hacia atr¨¢s: ?hombre!, ?c¨®mo me gustar¨ªa poder tomar un caf¨¦ con fulano o con mengano! No me importa reconocer ahora que mis momentos de mayor desasosiego personal han sido casi siempre por raz¨®n de las luchas internas en el partido, con personas que han luchado a mi lado pr¨¢cticamente toda la vida. Y ahora estoy pensando en Fernando Claud¨ªn, en Ignacio Gallego, que hemos llegado a ser como hermanos, y que los momentos de la ruptura han sido para m¨ª un verdadero desgarro.
Pues sus detractores, o, mejor dicho, sus v¨ªctimas, le recuerdan como un m¨¢ximo sacerdote, pero con un coraz¨®n de m¨¢rmol, fr¨ªo y duro.
Yo no creo que eso fuera cierto. Puede ser que no sea objetivo, porque es muy dif¨ªcil juzgarse a uno mismo. Es verdad que siempre he tenido la idea de que militaba en un partido que era necesario para los trabajadores, y que el mantener, fortalecer y cohesionar ese partido era vital. Es cierto que yo he sido en¨¦rgico, duro si se quiere; pero lo de implacable, que es una leyenda con la que han querido desprestigiarme, es una exageraci¨®n. En cuanto a las v¨ªctimas del carrillismo que dice usted, pues creo que ha sido justamente al rev¨¦s. Porque hemos sido nosotros, los carrillistas, los que finalmente fuimos expulsados del partido, ?y nada menos que 3.000 afiliados! Es cierto que hubo, en algunos momentos de la clandestinidad, situaciones muy duras en las que recuerdo casos de personas sobre los que no pudimos aclarar si hab¨ªan estado o no en manos de la polic¨ªa. Y en esos casos, a esas personas las retiramos y las mandamos a pa¨ªses socialistas a trabajar. Lo que est¨¢ absolutamente claro es que un partido clandestino, como lo fue el nuestro tantos a?os, tiene que aceptar las leyes de la clandestinidad. Y las leyes de la clandestinidad significan que este partido es un peque?o Estado dentro del Estado, con sus leyes propias, y que algunas veces, para proteger al partido, tienes incluso que cometer injusticias, como dejar de lado o separar a las gentes que no sabes si est¨¢n o no colaborando con la polic¨ªa. Yo eso lo he asumido, con todas las consecuencias. Incluso, en alg¨²n caso, yo he tenido que eliminar a alguna persona, eso es cierto; pero no he tenido nunca problemas de conciencia, era una cuesti¨®n de supervivencia, porque estaba en juego tambi¨¦n la vida de muchos militantes, que muchos de ellos acabaron en la c¨¢rcel o ejecutados.
Usted nunca se va a liberar de esa perversa dualidad de haber sido en el interior del partido una especie de 'mister' Jekill y doctor Hyde. Pero cuando usted se muera, y perdone, los dem¨®cratas de este pa¨ªs le vamos a recordar con una imagen que le honra: de pie, apoyado en una columna cercana a su esca?o, fumando parsimoniosamente. Creo que no s¨¦ si va a romper su icono si puede aceptar que sinti¨® miedo.
Mire, le dir¨¦ sinceramente que el que yo no me tirara al suelo no fue tanto una cuesti¨®n de tener m¨¢s coraje que los dem¨¢s, sino de tener m¨¢s reflejos. Cuando vi a Tejero pens¨¦ que si ganaban aquellos energ¨²menos se hab¨ªa acabado todo y que ten¨ªa que tratar al menos de que no se rieran de m¨ª. Y por eso yo me qued¨¦ en mi sitio, y siempre he pensado que en realidad hice lo que he hecho toda la vida: estar en mi sitio. ?Hombre!, con un sentimiento de dolor y de indignaci¨®n porque aquella entrada de aquellos b¨¢rbaros en las Cortes era una humillaci¨®n brutal. Bueno, tambi¨¦n lamentaba que no hubiera m¨¢s gente que tuviera los mismos reflejos que yo tuve, que tuvo Adolfo Su¨¢rez, que tuvo Guti¨¦rrez Mellado, porque hubi¨¦ramos dado, sin duda, un ejemplo. ?F¨ªjese usted lo que son las cosas de la vida y de la pol¨ªtica! Su¨¢rez y yo, que de todos los diputados fuimos los ¨²nicos que no nos tiramos al suelo, en las elecciones siguientes terminamos juntos en el Grupo Mixto. ?As¨ª es la vida! Result¨® que al final los que se hab¨ªan tirado al suelo tuvieron como recompensa la mayor¨ªa enorme, y los que permanecimos en nuestro sitio, pues? al rinc¨®n. Y mire, le aseguro a usted que no sent¨ª miedo alguno, aunque percib¨ª la muerte muy cercana a m¨ª. Yo s¨¦ que hay mucha gente, sobre todo a ciertas edades, que vive con la angustia de la muerte encima. Pero yo voy a cumplir 90 a?os y estoy viviendo, y aunque s¨¦ que me puedo morir cualquier noche, porque a esta edad es lo l¨®gico, no siento para nada la angustia de la muerte. S¨¦ que me puedo morir en cualquier momento, a lo mejor mientras hablamos?
No siento la angustia de la muerte. Vivo con el placer de vivir, sabiendo que puedo desaparecer en cualquier momento
?Hombre, se?or Carrillo, no j...?!
?Pues no me negar¨ªa usted que ser¨ªa un golpe, ?eh?! Pero le aseguro que vivo con el placer de vivir, sabiendo que puedo desaparecer en cualquier momento. No se trata de tener un valor extraordinario, sino de toda una filosof¨ªa de vida que consiste en saber que mientras respiras eres un ser vivo que debe hacerlo con plenitud, pensando en lo que uno puede hacer para s¨ª mismo y para los dem¨¢s. L¨®gicamente, mientras nos ten¨ªan encerrados en la Sala de los Relojes del Congreso, por supuesto que pensaba en mi mujer y en mis hijos, y en el placer que ser¨ªa si pudiera volver a verles. Pero yo estaba convencido de que iban a matarme, y me dec¨ªa a m¨ª mismo: "Mira, va a ser un momento. Se va a acercar este b¨¢rbaro que me est¨¢ mirando y me va a pegar un tiro, y ya est¨¢". Tambi¨¦n pensaba que ser¨ªa un descanso para m¨ª, porque ya para entonces hab¨ªa muchas batallas en el partido y yo ya estaba bastante harto y cansado, y as¨ª podr¨ªa descansar.
Perdone por la frivolidad, pero a m¨ª me pareci¨®, desde la tribuna de prensa en la que yo estaba (en el suelo, desde luego), que s¨®lo le faltaba a usted la gabardina para acabar de recordarme a Humphrey Bogart. Y hubiera dado algo por saber lo que pensaba sobre las consecuencias pol¨ªticas de todo aquello.
Me gusta esa comparaci¨®n que usted me hace con Bogart como actor y como hombre progresista. ?Realmente me gusta eso que me ha dicho! Y si quiere que se lo diga, le confieso que lo que sent¨ªa era una amargura tremenda. Pensaba: esta derecha espa?ola no tiene remedio; tenemos una derecha en Espa?a b¨¢rbara, incivilizada, salvaje, y bueno, otra vez han vuelto a las andadas. Yo hab¨ªa luchado contra esa derecha desde que era un ni?o, y no pod¨ªa sentir m¨¢s que rabia y amargura de comprobar que era como siempre, implacable. Por eso, lo recuerdo bien, me llen¨® de orgullo que mi hijo mayor, cuando alguien le dijo que todos los diputados se hab¨ªan tirado al suelo, pudiera asegurar sin equivocarse: "Mi padre, no". En ese momento pens¨¦ que hab¨ªa educado bien a mis hijos. Y bueno, tambi¨¦n en esos momentos, tan dram¨¢ticos, supe por qu¨¦ respetaba sinceramente a Adolfo Su¨¢rez.
Siempre he pensado que su afinidad con Su¨¢rez surgi¨® de la percepci¨®n de que, a pesar de ser de derechas, no era un se?orito, ?no?
Desde luego, Su¨¢rez no era un falangista. Era hijo y nieto de republicanos. Era un hombre que proced¨ªa de los movimientos cat¨®licos, y creo que en aquella hora de la verdad se comport¨® con la dignidad de un verdadero dem¨®crata. Y no me importa confesarle que cuando yo valoraba sus actitudes, su coherencia en medio de tantos obst¨¢culos, pero que, al final, la izquierda vot¨¢bamos siempre en contra suya, en el fondo de mi conciencia me preguntaba a favor de qui¨¦n est¨¢bamos votando. Creo que fuimos injustos con ¨¦l, porque ¨¦l hizo por la democracia de este pa¨ªs lo que probablemente no hubiera hecho ninguno de los pol¨ªticos de aquel momento. ?l ten¨ªa algo que no ten¨ªan los dem¨¢s: coraje. Y creo que cuando vot¨¢bamos contra ¨¦l, que estaba amenazado por la derecha m¨¢s que por nosotros mismos, est¨¢bamos ayudando a que esa derecha ultra se radicalizara.
Reconozca que quien le rompi¨® todos los esquemas a usted fue Guti¨¦rrez Mellado, arriesgando su vida para imponerse a aquella tropa golpista.
Aparte de su gesto, que a m¨ª me parec¨ªa l¨®gico en un general, porque yo creo que se port¨® como un aut¨¦ntico dem¨®crata frente a aquellos rebeldes, nunca podr¨¦ olvidar aquella noche junto a Guti¨¦rrez Mellado. Estuvimos sentados toda la noche, el uno junto al otro, en aquella Sala de los Relojes, y aunque no nos dejaban hablar, s¨ª pod¨ªamos intercambiar cigarrillos, miradas? Y yo me sent¨ª entonces muy cercano a ¨¦l en muchas cosas. Pensaba: ?hay que ver lo que es la vida! Porque en 1936 este general era uno de los jefes de la Quinta Columna, y yo era el consejero de Orden P¨²blico en Madrid, que ten¨ªa la misi¨®n de luchar contra la Quinta Columna. Es decir, que en aquel momento ¨¦ramos enemigos a muerte. Y pensaba: ahora estamos aqu¨ª, juntos, y en el peor de los casos vamos a morir juntos esta noche. A m¨ª aquello me result¨® muy reconfortante.
He sido un buen comunista. Los que fueron malos comunistas, los traidores,? fueron ellos, los dirigentes sovi¨¦ticos
?Usted pens¨® en alg¨²n momento que el Rey ten¨ªa alguna simpat¨ªa por el golpe, que lo apoyar¨ªa si triunfaba?
La verdad es que yo aquella noche pens¨¦ que el Rey pod¨ªa haber sido imprudente en algunas conversaciones con jefes militares hablando de Adolfo Su¨¢rez, del que ya estaba muy distanciado. Porque a m¨ª mismo, sabiendo la amistad que yo ten¨ªa con Adolfo, me hab¨ªa mostrado abiertamente su disgusto con ¨¦l. Yo tuve la impresi¨®n de que los comentarios cr¨ªticos del Rey respecto a Su¨¢rez les dio pie a algunos de estos personajes militares para pensar que el Rey les aceptar¨ªa un golpe o una maniobra de esta naturaleza. Pese a todo, yo nunca pens¨¦ que el Rey pudiera estar comprometido con los golpistas.
?Sabe??, siempre he pensado si tendr¨ªa usted un punto de arrepentimiento, de maldecir su suerte, mejor dicho, el d¨ªa que vio que le hab¨ªan arrebatado a Dolores sus camaradas, los que le hab¨ªan sustituido en la direcci¨®n del PCE. Fue el homenaje en el que festejaban a Dolores precisamente su 90? cumplea?os, en el Palacio de los Deportes de Madrid, en el que no le dejaron hablar y tuvo que conformarse con contemplar todo desde el gallinero.
Fue dur¨ªsimo para m¨ª soportar aquello, fue algo bastante m¨¢s cruel que una humillaci¨®n. Pero me consolaba saber que Dolores, para entonces, ya no se daba cuenta de nada de lo que pasaba. Recuerdo que en una reuni¨®n con los que me sustituyeron en la direcci¨®n del partido, al llegar yo, Dolores dijo abiertamente: "Ah¨ª llega nuestro secretario general". Y yo tuve que decirle: "No, Dolores, el secretario general ya no soy yo, es este del bigote que se llama Gerardo". Ella s¨®lo pudo hacer una ¨²ltima cosa por m¨ª, que fue oponerse por escrito a mi dimisi¨®n tras los resultados catastr¨®ficos de las elecciones de 1982. S¨®lo eso, que ya es bastante. Siempre pens¨¦ que ¨¦se era su ¨²ltimo acto reflejo de recuerdo del pasado, de tantos a?os juntos en la lucha comunista.
En el exilio, usted tuvo que cargar adem¨¢s con una leyenda siniestra que le va a perseguir mientras viva: Paracuellos. No s¨¦ c¨®mo soporta el hecho de que muchos espa?oles de la derecha sigan convencidos de que usted fue el responsable, el inductor incluso de aquella matanza.
Que todav¨ªa haya gente que pueda pensar eso, la verdad es que me produce tristeza. Durante muchos a?os se han escrito cosas terribles sobre m¨ª a prop¨®sito de aquel desgraciado episodio. Pero la verdad es que la ¨²nica decisi¨®n que yo tom¨¦, de acuerdo con el general Miaja, en la Junta de Defensa en la que yo era responsable de las cuestiones de orden p¨²blico, fue, respecto a aquellos 2.000 militares que estaban en la c¨¢rcel de Madrid porque se hab¨ªan sublevado en el cuartel de la Monta?a, fue, ya digo, trasladarlos a Valencia. Porque nos dimos cuenta de que esa gente pod¨ªa formar perfectamente un cuerpo de ej¨¦rcito, que eso era, en realidad, la Quinta Columna. Yo entonces estaba desbordado organizando la resistencia de Madrid y puse aquella misi¨®n en manos de mis colaboradores, que tuvieron que organizar, con muchas dificultades, la seguridad de aquel traslado. La conclusi¨®n a la que llegamos el general Miaja y yo fue que la gente de la calle que vio aquel traslado, que era gente que ya hab¨ªa sufrido los ataques fascistas, se lanz¨® a por ellos, y la guardia que iba custodi¨¢ndoles no les defendi¨®. En Madrid, en aquellos momentos de caos, hab¨ªa grupos radicales, igual que hab¨ªa grupos fascistas que sal¨ªan de noche a poner bombas. Pienso que si alguna responsabilidad tuve yo en aquello fue la de no tener capacidad para controlar y castigar a los responsables. Pero? en fin, no se puede olvidar que hab¨ªa un frente de guerra en Madrid. Sin duda fue muy doloroso que muriera aquella gente as¨ª, pero tambi¨¦n estaban muriendo ni?os, y mujeres, y viejos, y defensores de Madrid que eran chavales que ni siquiera hab¨ªan hecho el servicio militar. Es verdad que yo no pude defender a aquella gente con eficacia y llevarla a Valencia con seguridad. Fue una desgracia tremenda, pero en tiempos de guerra hubiera sido mucho peor que se hubieran unido al ej¨¦rcito que estaba atacando Madrid. Le puedo asegurar que si Franco hubiera tenido un grupo de presos de esas caracter¨ªsticas, los hubiera fusilado sin m¨¢s. La Rep¨²blica, no. Nosotros hicimos lo que pudimos, pero la verdad es que no ten¨ªamos fuerzas con moral suficiente y ganas para defenderles. Y no lo hicimos, eso est¨¢ claro. Pero, mire usted, en la Guerra Civil muri¨® mucha gente inocente que no deber¨ªa haber muerto y otra gente que ha muerto que no era tan inocente. Yo he soportado esta calumnia de Paracuellos como un peso m¨¢s que hay que soportar en esta vida. No he encontrado forma de neutralizar esa calumnia, pero opt¨¦ por tomar un camino: actuar en la pol¨ªtica de este pa¨ªs. Quiero la paz entre los espa?oles, yo no soy un hombre que odiara f¨ªsicamente a nadie. Creo que muchos lo han entendido as¨ª.
Su militancia comunista le marc¨® a usted de forma apasionada y feroz. Porque, por su causa, usted rompi¨® con su padre, Wenceslao, que hab¨ªa sido un ¨ªdolo para usted.
Me cuesta mucho, mucho, hablar de aquello en t¨¦rminos personales. Porque le aseguro que fue tremendo y que me produjo un gran desconsuelo. El d¨ªa que rompimos, yo iba llorando a l¨¢grima viva por la calle, y creo que hasta entonces yo no hab¨ªa llorado jam¨¢s por nada ni por nadie. Pero el ver a mi padre en la Junta de Casado, que entreg¨® la Rep¨²blica a los golpistas; ver a mi padre, luchador socialista de toda la vida, traicionando la causa de la Rep¨²blica...? Yo, para entonces, ya era un dirigente comunista, y para m¨ª aquello era una mancha terrible, la mayor desgracia que pod¨ªa caer sobre m¨ª. Romp¨ª con mi padre, y mil veces que hubiera tenido que romper lo hubiera hecho. Yo no pod¨ªa soportar la idea de que aqu¨ª, en las c¨¢rceles, Casado dejaba miles de camaradas presos y que Franco no tuvo m¨¢s que cogerles all¨ª y fusilarlos. Aquello nunca pude superarlo. En el a?o 1956 fui a Bruselas, donde mi padre viv¨ªa ya muy enfermo, y se arregl¨® todo en el plano personal. La verdad es que nunca m¨¢s volvimos a hablar de aquello, porque yo no quer¨ªa hurgar en la herida. Pero tengo el convencimiento pleno de que mi padre estaba m¨¢s orgulloso de lo que hab¨ªa hecho yo que de lo que hab¨ªa hecho ¨¦l. Aquello fue dur¨ªsimo, quiz¨¢ lo m¨¢s duro que me ha pasado en mi vida pol¨ªtica y personal. Mire, yo quer¨ªa much¨ªsimo a mi padre, le adoraba. Pero me hizo mucho m¨¢s da?o del que me hab¨ªa hecho la propia muerte de mi madre, que fue casi al mismo tiempo.
Durante muchos a?os, el santuario de la izquierda antifranquista estaba en su casa de Par¨ªs, de donde la gente sal¨ªa convencida de que la libertad comenzaba al d¨ªa siguiente. Pero me imagino que en su fuero interno pasar¨ªa usted por momentos de desaliento que nada ten¨ªan que ver con las soflamas quim¨¦ricas de la Pirenaica.
La verdad es que nunca experiment¨¦ eso que se llama desaliento, pero s¨ª le dir¨¦ que la percepci¨®n de la lejan¨ªa s¨ª que me jug¨® malas pasadas. Recuerdo que cuando viv¨ªa en Nueva York me compr¨¦ una radio potente para poder escuchar flamenco, que nunca me hab¨ªa atra¨ªdo hasta entonces, y me pasaba horas escuchando flamenco, y eso me consolaba much¨ªsimo. La verdad es que, en los primeros a?os, la lejan¨ªa de Espa?a me pes¨® como nunca. Sobre todo en una ciudad tan fr¨ªa y tan inh¨®spita como era para m¨ª Nueva York. En esos momentos sent¨ª la lejan¨ªa de Espa?a de una manera tan lacerante que me resultaba insoportable.
Le estoy oyendo y me parece que est¨¢ usted 'cantando' 'Suspiros de Espa?a', aquel pasodoble de Concha Piquer que habla de algo muy parecido.
S¨ª, s¨ª que es verdad. A m¨ª, Concha Piquer, como persona, nunca me cay¨® simp¨¢tica; pero s¨ª me gustaron sus canciones, y ¨¦sa en especial. Pero es que aquello? Le tengo que confesar que a m¨ª nunca me gustaron los comunistas americanos, nunca me entend¨ª con ellos. As¨ª que luego, en Par¨ªs, todo result¨® ser m¨¢s f¨¢cil, m¨¢s pr¨®ximo. Por mi despacho de la calle de N?tre Dame pas¨® toda la oposici¨®n al franquismo. Y lo de la Pirenaica, que dec¨ªa usted antes, pues? Es que la Pirenaica est¨¢ en Bucarest y? bueno, la lejan¨ªa y la clandestinidad nos hac¨ªa vivir las cosas con una pasi¨®n sin duda excesiva, entre otras cosas porque quer¨ªamos infundir confianza y esperanza como fuera. Pero el d¨ªa en el que muri¨® Franco, yo ve¨ªa c¨®mo la gente brindaba con champa?a y lo celebraba, y a m¨ª no se me ocurri¨® celebrarlo porque lo que sent¨ªa es que era un drama hist¨®rico que Franco pudiera morir tranquilamente en la cama despu¨¦s de todo el da?o que hab¨ªa hecho al pa¨ªs.
Pero estoy segura de que comparti¨® usted esa noticia con los m¨¢s suyos, con su mujer y sus hijos, con los que usted ha vivido siempre muy unido, ?no?
?Por supuesto! Mire, para m¨ª, Carmen, mi familia, mis hijos? Sin su apoyo s¨ª que hubiera podido tener momentos de des¨¢nimo; pero la verdad es que, a lo largo de toda esta interminable noche, su apoyo ha sido? ?Es que ¨¦ramos como una pi?a! Y ten¨ªamos siempre preparadas las maletas para regresar, est¨¢bamos convencidos de que un d¨ªa podr¨ªamos regresar. Sin mi familia, creo que no s¨¦ si hubiera podido aguantar tanto y tanto tiempo. Mi mujer, Carmen, tiene el enorme m¨¦rito de haberme soportado y de haber soportado el tipo de vida que yo he llevado con una paciencia infinita. Y bueno, le tengo que decir que yo he tenido siempre y tengo verdadera pasi¨®n por mis hijos, y que, aparte de la vida perra que les he obligado a llevar, yo dir¨ªa que he sido un buen padre.
?Y ha sido usted un buen comunista? Se lo pregunto porque usted se situ¨® en la avanzadilla de la heterodoxia cr¨ªtica al comunismo sovi¨¦tico, entre los traidores.
Mire, creo que yo s¨ª he sido, y sigo siendo, un buen comunista, y que los malos comunistas, los traidores, fueron ellos. Yo s¨®lo denunci¨¦ anticipadamente que, por aquellos graves errores de burocracia y represi¨®n, iban al desastre. Como as¨ª fue. Es cierto que hubo un tiempo en el que el PCE apoy¨® a Stalin, pero tambi¨¦n es cierto que supimos rectificar cuando supimos c¨®mo era aquello realmente, cuando conocimos todos los horrores. Por eso siempre he admirado y respetado tan seriamente a Jruschov; fue el ¨²nico que tuvo el coraje de decir la verdad, de enfrentarse a toda la direcci¨®n del PCUS.
No s¨¦ si est¨¢ usted dispuesto a reconocer que los errores que denunciaron los dirigentes de aquel partido comunista que usted dirigi¨® con mano de hierro, Fernando Claud¨ªn y Jorge Sempr¨²n, se parecen mucho a las causas del derrumbamiento del mundo sovi¨¦tico. Esto es, la imposibilidad de la convivencia del comunismo con la libertad.
Creo sinceramente, cuando ya ha pasado tanto tiempo y no tiene ya sentido cualquier pol¨¦mica interesada, que la disidencia de Claud¨ªn y Sempr¨²n no tiene nada que ver con las causas que determinaron el fracaso del sistema sovi¨¦tico. Ellos no personificaron el conflicto entre el comunismo y la libertad, sino entre su militancia en un partido clandestino y sus proyectos profesionales. Por lo dem¨¢s, cuando expulsamos a Claud¨ªn y a Sempr¨²n, yo segu¨ª siendo amigo de ellos y ellos siguieron frecuentando mi casa clandestina de Par¨ªs. El problema estuvo en que ellos no estaban dispuestos a seguir en un partido clandestino, con todo lo que ello significa. Y adem¨¢s ya est¨¢bamos un poco de vuelta de la fidelidad a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El fondo de su disidencia fue el que, para aquella ¨¦poca, hab¨ªa en Espa?a un proceso de liberalizaci¨®n desde la derecha franquista y ellos pensaban que hab¨ªa que montarse en ese tren. El partido, y yo, por supuesto, pens¨¢bamos que en Espa?a hab¨ªa que conseguir un cambio democr¨¢tico. Entonces, Claud¨ªn ten¨ªa 52 a?os, y ¨¦l se me quejaba de que a su edad -yo ten¨ªa 50 a?os- no hab¨ªa podido llevar a cabo ning¨²n proyecto personal: "Mira", me dec¨ªa, "es que ya no aguanto m¨¢s las reuniones del partido, ya no aguanto estar aqu¨ª". En fin, no deb¨ªan de tener mucha raz¨®n mis disidentes cuando me acusaban de dirigismo y de falta de democracia interna, porque precisamente en esa ¨¦poca el PCE creci¨® much¨ªsimo.
"Con la muerte en el alma". As¨ª se meti¨® un viejo zorro como usted en la trama que le lleva a afrontar las elecciones de 1982, que, sin duda, fueron su tumba pol¨ªtica frente a la marea socialista. Nunca entender¨¦ por qu¨¦ se fue solo al matadero.
Con aquella expresi¨®n m¨ªa, quiz¨¢ un tanto dram¨¢tica, lo que yo quer¨ªa decir es que intu¨ªa lo que nos iba a suceder a los comunistas y a m¨ª como chivo expiatorio de la situaci¨®n, que pas¨¦ de la sustituci¨®n de la secretar¨ªa general a la expulsi¨®n del PCE. Estaba intuyendo el golpe terrible que iba a sufrir el partido, como as¨ª fue. Fue en la noche de 1982 cuando yo tuve claro que el PCE hab¨ªa perdido definitivamente la batalla por la hegemon¨ªa de la izquierda en este pa¨ªs. Y para m¨ª fue duro tener que asumir que la batalla la hab¨ªa perdido yo, al menos formalmente. Lo que mucha gente no sabe es que, a pesar de aquella terrible noche de 1982, donde reconozco que perd¨ª los papeles, trat¨¦ de convencer a los camaradas de que, a pesar de que nos hab¨ªa hecho la pu?eta, era bueno para el pa¨ªs que hubieran ganado los socialistas, porque ellos estaban en condiciones de ejercer el gobierno con apoyos internacionales y garantizar la consolidaci¨®n del sistema democr¨¢tico. Eso no lo sabe mucha gente, pero fue as¨ª.
?Y qu¨¦ puede hacer ahora, a sus 90 a?os, en estos tiempos en los que las ideas comunistas parecen no tener presente, y mucho menos futuro?
Sigo siendo un luchador; me considero hoy un francotirador pol¨ªtico, y a mi manera sigo sembrando ideas para crear una nueva izquierda en la que yo ya no voy a desempe?ar ning¨²n papel, pero que creo que hace falta en este pa¨ªs y en el mundo. Y le puedo asegurar que mis propuestas est¨¢n encontrando una gran receptividad en la gente joven. Pienso que lo que hago no es in¨²til porque, si no, ellos, los j¨®venes, no me escuchar¨ªan.
Adem¨¢s de escribir, es usted un lector empedernido, a pesar de su grave limitaci¨®n de la vista. No me lo imagino sin poder hacer esas dos cosas que le son tan queridas.
Mire, hasta ahora, y con la ayuda de mi oculista, estoy manteniendo la capacidad de leer, que es fundamental para m¨ª. ?Hombre!, si llega el momento en que pierdo m¨¢s vista, o que me pasan otras cosas que me pueden pasar a mi edad, lo ¨²nico que yo quiero es tener el suficiente conocimiento para decidir yo lo que pueda hacer. Desde luego, decidirlo yo. Es lo ¨²nico que tengo claro: que si llega un momento en el que no pueda hacer las cosas que estoy haciendo y me convierto en un obst¨¢culo, en un problema, pues que cuando tenga todav¨ªa suficiente cabeza pueda decidir el momento en el que todo se acabe.
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