La capital del Guada¨ªra
El autor invita a un matrimonio y a sus dos hijos a un paseo por una ciudad hist¨®rica situada a 15 kil¨®metros de Sevilla
Uno no es viajero, sino estable. Aqu¨ª, por lo menos, no. Es la tierra vivida, revivida, recorrida, la tierra del nacimiento y de la habitaci¨®n. As¨ª que no va dando uno ahora una vuelta, sino que est¨¢ sentado, esperando a unos amigos, ¨¦stos s¨ª viajeros, a los que va a ense?ar el pueblo. Sentado en Casa Pinichi, a la entrada del pueblo, dando buena cuenta de una tostada de manteca color¨¢, con tropezones de carne, mientras llegan esos amigos, matrimonio y dos hijos adolescentes. Y as¨ª, sentado, saboreando el jugoso mollete, piensa en qu¨¦ les dir¨¢ a esos amigos, qu¨¦ carta de presentaci¨®n les dar¨¢, por d¨®nde va a llevarlos de paseo...
Llegan los amigos y, despu¨¦s de los saludos, enfilamos la subida al Castillo, a pie, por la cuesta de Santa Mar¨ªa. Vamos despacio, disfrutando de las vistas y de los paisajes que desde aqu¨ª se alcanzan. Ya arriba, entramos en el santuario, entre g¨®tico y mud¨¦jar, y en otro tiempo mezquita, de Santa Mar¨ªa del ?guila, patrona de la ciudad, de la que ya hablaba Blanco White en sus Cartas de Espa?a. Como todas las v¨ªrgenes g¨®ticas, tambi¨¦n la Virgen del ?guila tiene su leyenda, tradicional y popular, medieval por los cuatro costados. Cristiana un a?o antes que Sevilla, Alcal¨¢ fue sede del cuartel general de San Fernando mientras dur¨® el asedio de la Isbilia musulmana. Es casi seguro que el Rey mandar¨ªa cristianar la mezquita. Mientras duraban las obras, un ¨¢guila ven¨ªa a posarse no lejos del templo, y siempre en el mismo sitio. A veces, alzaba en sus garras una piedra, que dejaba caer lejos. El extra?o ir y venir del ¨¢guila llam¨® la atenci¨®n de los nuevos pobladores; escarbaron en el sitio marcado por el ¨¢guila y encontraron una talla de la Virgen Mar¨ªa que hab¨ªa permanecido oculta durante la prolongada supremac¨ªa musulmana. La imagen se coloc¨® en el altar mayor de la mezquita, ahora nueva parroquia, bajo la advocaci¨®n de Santa Mar¨ªa del ?guila. Al menos, eso es lo que cuenta la leyenda.
Pero hay otras leyendas en este mismo cerro. La de la princesa Alguadayra, hija del reyezuelo moro, enamorada de un cristiano cautivo... La de Leonor de Guzm¨¢n, aunque ¨¦sta m¨¢s historia verdadera que leyenda, amante de Alfonso XI, el del poema medieval de Alfonso Onceno, que nos la retrata no s¨®lo bella y bondadosa, sino m¨¢s lista que el hambre: "E diole seso e sabiencia/ e de raz¨®n la colm¨®/ e gracia e de apariencia,/ flor de cuantas omne vio". Era, en realidad, la reina de facto. El Rey le concedi¨® este castillo -¨¦l pasaba m¨¢s noches aqu¨ª que en el alc¨¢zar sevillano- y en ¨¦l est¨¢n sus armas grabadas en piedra. Desde estas almenas y estas torres contemplamos el llano sevillano, la Giralda diminuta en la lejan¨ªa.
Y descendemos. Nos vamos hacia el r¨ªo, para ver sus molinos medievales, almenados y silenciosos. Cruzamos el puente de Carlos III, por cuyos ojos fluye un Guada¨ªra l¨¢nguido y despacioso. Subimos, otra vez, otro cerro, el de San Roque, a cuya ermita procesiona en Semana Santa la venerada imagen de Jes¨²s Nazareno, en una estampa ins¨®lita de pasos barrocos pisando los lirios morados de que se cubre el monte por la primavera. Desde all¨ª, desde su altura, otro vistazo al paisaje, el de la ciudad enfrente, el fluvial a nuestros pies. Cruzamos el pinar, que anta?o perteneci¨® a los Duques de Montpensier, que pensaron incluso en establecer aqu¨ª su peque?a Corte provinciana y conspiradora. Paseamos por el bosque de ribera que es el parque natural de Oromana, frondoso de ¨¢lamos blancos y de verdes fresnos, rinc¨®n favorito de los incontables pintores paisajistas que proporcionaron a Alcal¨¢ su otro apellido, el de "la ciudad de los paisajes". Como con tanto subir y bajar se nos ha abierto el apetito, nos sentamos en uno de sus merenderos para tomar un ligero tentempi¨¦ del que nuestros amigos han tenido la previsi¨®n de proveerse.
Pero a¨²n no hemos visto el pueblo, y hacia su callejero enfilamos, para visitar sus dos principales parroquias, la de Santiago el Mayor y la de San Sebasti¨¢n, para detenernos un momento ante edificios singulares, como el Teatro Guti¨¦rrez de Alba, cuyo interior encierra un antiguo molino subterr¨¢neo, como el P¨®sito de Granos (ahora sede de la polic¨ªa local), mandado construir en tiempos de Carlos III. Estamos en la Plaza de la Era (porque lo fue, aunque ahora se llama Plaza del Duque), donde se encuentran las Casas Consistoriales, en lo que anta?o fue Hospital de San Ildefonso, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Callejeamos, tom¨¢ndole el pulso a una ciudad viv¨ªsima, en crecimiento, pero que no por eso olvida sus ra¨ªces ni su historia. Es hora de comer. Mis amigos y yo dejamos las conversaciones hist¨®ricas y nos pasamos a las gastron¨®micas. Que son m¨¢s arduas. Porque hay d¨®nde elegir. As¨ª que les digo que vuelvan otro d¨ªa. Para alimentarse de lo que hoy no puedan degustar. Y, claro, para profundizar en la historia y sus paisajes, a un paso de Sevilla.
- Para Dormir: Hotel Oromana (955686416), en pleno parque natural, junto al r¨ªo. Hacienda La Boticaria (955698820), un rural con mucho encanto.
- Para comer: Restaurante Pinichi (955681038), para degustar su c¨¦lebre arroz con perdiz. El Rinc¨®n de Bernardo (955680691) es otro fog¨®n muy recomendable. Montecarmelo (955612473), al pie de la autov¨ªa A-92.
- Para comprar: En las confiter¨ªas La Centenaria y San Joaqu¨ªn, ambas en la calle de La Mina, bizcotelas rellenas. La tortas de Alcal¨¢, otro producto t¨ªpico de la reposter¨ªa alcalare?a, son dulce propio de la Navidad. Pero es posible que tambi¨¦n las encuentre fuera de temporada. Si es as¨ª, ll¨¦vese por lo menos una docena.
- Para leer: Viaje al Guada¨ªra, de Enrique Baltan¨¢s, y El castillo de Alcal¨¢ de Guada¨ªra, de F. Garc¨ªa Rivero (Librer¨ªa Albero).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.