El gran fuego
El devastador incendio de la madrile?a Torre Windsor deber¨ªa llevar al ¨¢nimo de todos una serie de consideraciones tanto m¨¢s cruciales a medida que avanza la modernizaci¨®n de la ciudad y su inclusi¨®n en un paisaje urbano vertical. El gran fuego en el coraz¨®n del barrio financiero de Madrid, que adquiri¨® en la madrugada del domingo proporciones gigantescas, se ha saldado afortunadamente sin p¨¦rdida de vidas. Cabe felicitarse, adem¨¢s, por
la eficacia de cuantos acudieron a combatirlo, desde bomberos -m¨¢s de 200 en los momentos culminantes- a personal sanitario y fuerzas de seguridad. Millones de personas pudieron valorarlo en directo gracias al encomiable trabajo de las televisiones. El incendio de la Torre Windsor ha venido a corroborar la gran puesta a punto de los servicios de emergencia madrile?os, desgraciadamente a prueba en muchas y m¨¢s tr¨¢gicas ocasiones de lo que ser¨ªa razonable.
Pero resulta obvio, aunque no se conoce si el siniestro fue accidental o pudo deberse a negligencia, que no funcion¨® el sistema contra incendios del rascacielos, un edificio de hace 30 a?os sometido a costosas obras de remodelaci¨®n, entre otros motivos para adecuarlo a las actuales normas de seguridad. El fuego ha reducido el altivo edificio a un esqueleto espectral, precariamente en pie gracias a un n¨²cleo de hormig¨®n que ha resistido temperaturas de mil grados. Si la desmochada torre va a aguantar sin desplomarse es la gran inc¨®gnita del momento y la que ha obligado a medidas cautelares como cerrar a cal y canto un per¨ªmetro de seguridad en los pr¨®ximos d¨ªas y cortar l¨ªneas de metro y tr¨¢fico ferroviario. Un eventual derrumbe, que nadie se atreve a descartar todav¨ªa, podr¨ªa afectar incluso al complejo subterr¨¢neo de Azca. La alternativa demolici¨®n del rascacielos es, en opini¨®n de los expertos, una opci¨®n muy delicada, dado el empotramiento de la torre entre otros edificios de gran volumen.
No tiene sentido especular sobre si hubiese bastado con un extintor de haberse iniciado el fuego en horario laboral. O si, por el contrario, habr¨ªa ocasionado una mortandad. Los pr¨®ximos d¨ªas ir¨¢n aclarando sin duda numerosos detalles del siniestro. En cualquier caso, a la luz de lo vivido, las autoridades har¨¢n bien en repensar sobre la seguridad de los rascacielos existentes y la veintena en construcci¨®n en Madrid.
Los fuegos en altura no pueden atacarse con eficacia desde el exterior por encima del alcance m¨¢ximo de las escalas de bomberos, en torno a 50 metros. Los sistemas contraincendios -desde detectores de humo y sprinklers supersensibles hasta puertas cortafuegos y compartimentos estancos- deben estar alojados en el interior. Los rascacielos, en la medida de lo posible, han de autoprotegerse de las llamas. Por eso cualquier requisito de seguridad, por audaz que parezca, cualquier inspecci¨®n, por implacable que sea, de los mecanismos de seguridad de una prisi¨®n vertical de cientos de metros de altura deben darse por bien empleados. Todo con tal de evitar el infierno que ha consumido uno de los signos emblem¨¢ticos de este Madrid que despega.
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