Un hombre averiado
Fue en las playas llenas de chapapote de Galicia donde Alfredo Gal¨¢n, el hombre hoy sentado en el banquillo ante la Audiencia Provincial de Madrid como el presunto asesino del naipe, dio las primeras se?ales de que alg¨²n resorte no andaba como deb¨ªa dentro de su cabeza. All¨ª, mientras participaba como militar profesional en las labores de limpieza de los pegotes de fuel arrojados por el Prestige, tuvo un col¨¦rico enfrentamiento por una nimiedad con una voluntaria que participaba en la misma tarea, y despu¨¦s con el mando que intervino para tratar de controlar la situaci¨®n. De resultas de aquello, tras cuatro a?os de servicio en las Fuerzas Armadas, en los que hab¨ªa participado en misiones internacionales de paz en la ex Yugoslavia, Gal¨¢n se vio arrojado a una baja psiqui¨¢trica que le abocaba a pasar a la reserva y dejar, por tanto, de vestir el uniforme que le hab¨ªa proporcionado oficio y sustento. Algo deb¨ªa de andar ya desajustado en su interior, pero parece que este acontecimiento agrav¨® la aver¨ªa.
Fue gracias al arma empleada en todos los cr¨ªmenes, y al testimonio de una de sus frustradas v¨ªctimas, como se logr¨® estrechar el cerco sobre Gal¨¢n
S¨®lo en dos momentos parece afectado por lo que sucede en el juicio. El primero, cuando entra a testificar uno de los hombres a los que presuntamente trat¨® de matar
Cuando se vio bajo el peso de la ley, se descolg¨® con una historia seg¨²n la cual unos 'cabezas rapadas' le habr¨ªan obligado a confesarse autor de las muertes
La aparente salida fue buscarse, mientras le daban la baja definitiva, un trabajo en una empresa de seguridad privada, donde entr¨® pese a sus problemas psicol¨®gicos, merced a la ingente demanda de mano de obra del sector, que impide examinar muy a fondo a los candidatos. Pero seg¨²n entiende el juez que le proces¨® en su d¨ªa, la Polic¨ªa y la Guardia Civil que le detuvieron, y el fiscal y los siete abogados que lo acusan, lo que en su ¨¢nimo se iba gestando realmente era un implacable y aleatorio desquite frente a la sociedad que le hab¨ªa utilizado y despu¨¦s arrumbado, que le llevar¨ªa a la postre a convertirse en uno de los pocos serial killers que registra la historia criminal espa?ola.
En el primer semestre de 2003
El asesino del naipe desarroll¨® toda su actividad delictiva en el primer semestre de 2003. En ese tiempo tuvo ocasi¨®n de consumar seis homicidios e intentar tres, en diversas poblaciones de la Comunidad de Madrid. Con ellos contribuy¨® de forma estelar a que en ese a?o se rozara en dicha comunidad el centenar de muertes violentas. Siempre actuaba de forma parecida, con frialdad y resoluci¨®n, sobre v¨ªctimas elegidas aparentemente al azar.
Y a partir de su segunda acci¨®n, junto al cad¨¢ver aparec¨ªa una carta de la baraja espa?ola, detalle que le dar¨ªa nombre y que sembrar¨ªa el terror entre la poblaci¨®n en tanto que suger¨ªa que se trataba de un psic¨®pata, de alguien que mataba por placer y sin motivo ni discriminaci¨®n alguna. La gente acepta como m¨¢s o menos normal que caigan quienes tienen contacto con el mundo del delito, y por eso la muerte de un camello o de alguien vinculado a alguna mafia se percibe como un suceso casi irrelevante. Pero el asesino del naipe pod¨ªa matar a cualquiera que se le pusiera a tiro. Ese hecho, unido a los meses que fueron transcurriendo sin que se le detuviera, y sin que dejara de subir la cuenta de sus acciones, produjo una alarma social inusitada y convirti¨® su captura en una prioridad policial absoluta.
Fue gracias al arma empleada en todos los cr¨ªmenes, y al testimonio de una de sus frustradas v¨ªctimas (y hoy testigo protegido), como se logr¨® estrechar el cerco sobre Gal¨¢n. La pistola del asesino era rara y antigua, una Tokarev, y la munici¨®n que utilizaba hab¨ªa sido fabricada en Yugoslavia. Eso hizo pensar a los investigadores que pudiera tratarse de un militar profesional que hubiera estado en los Balcanes, donde las armas circulaban con facilidad y les constaba que no pocos soldados se hab¨ªan hecho con alguna pieza que se hab¨ªan tra¨ªdo de contrabando como recuerdo. En cuanto a la testigo, identific¨® a su agresor como un hombre de 1,80, 26 a?os, moreno, con barba cerrada, y complexi¨®n normal tirando a delgada. Por otra parte, las acciones del homicida llevaban a suponer que residiera por la zona del corredor del Henares. Un buen d¨ªa, merced a una filtraci¨®n period¨ªstica, todos estos datos trascendieron. Poco tiempo despu¨¦s, Alfredo Gal¨¢n, que respond¨ªa con toda exactitud al perfil que arriba queda expuesto, y visiblemente bebido, se entregaba a la polic¨ªa de Puertollano y confesaba ser el hombre al que todos los polic¨ªas de Madrid andaban buscando.
En aquel momento se dijo que el asesino dejaba en rid¨ªculo a la polic¨ªa, que no hab¨ªa sido capaz de apresarlo, en una t¨ªpica afirmaci¨®n de vanidad propia del psic¨®pata que busca el reconocimiento p¨²blico. Puede que el desenlace fuera algo m¨¢s complejo. Por un lado, Gal¨¢n ten¨ªa razones para temer que era cuesti¨®n de d¨ªas que fueran por ¨¦l con lo que ya sab¨ªan. Por otro, resulta que poco antes, y presionado por su familia, hab¨ªa empezado a medicarse para hacer frente a sus trastornos ps¨ªquicos. No deja de ser tambi¨¦n significativo que desde que comenz¨® a tomar la medicaci¨®n no volviera a actuar. En cuanto al detalle de los naipes, los investigadores est¨¢n convencidos de que no fue idea suya. La carta que apareci¨® junto al segundo cad¨¢ver lleg¨® all¨ª accidentalmente, y fue al leer que la prensa le daba importancia a ese punto, y especulaba sobre un psic¨®pata, cuando se le ocurri¨® dejar naipes junto a los cad¨¢veres siguientes (todos de una misma baraja, distinta de la de esa primera carta). Llama la atenci¨®n, finalmente, su reacci¨®n posterior a la confesi¨®n inicial (en la que no s¨®lo se inculp¨® de todos los cr¨ªmenes, demostrando conocer muchos detalles de ellos, sino que se?al¨® d¨®nde hab¨ªa arrojado el arma, aunque despu¨¦s trat¨® de localizarse sin ¨¦xito). Cuando se vio bajo el peso de la ley, se descolg¨® con una confusa historia seg¨²n la cual unos cabezas rapadas le habr¨ªan obligado a confesarse autor de las muertes bajo amenazas.
Ensimismado y ausente
En el juicio que ahora se celebra, Alfredo Gal¨¢n aparece ensimismado y ausente, y por momentos (cuando se levanta), como si estuviera sonado. Ha hecho uso de su derecho a negarse a declarar y siempre lleva una gorra de visera y mantiene la mirada gacha. Pese a su relativa envergadura, se deja conducir como un cordero por los cuatro polic¨ªas que continuamente lo flanquean. No da la impresi¨®n de reaccionar en ning¨²n momento: como mucho, cruza y descruza las piernas o se toca de vez en cuando la nariz (sus manos son relativamente finas, y sus dedos, largos). Cuando entra y sale, los familiares de las v¨ªctimas presentes en la sala de vistas lo increpan, pero ¨¦l sigue mirando al suelo, si acaso con un gesto m¨¢s de desorientaci¨®n que otra cosa.
Despu¨¦s de observarle durante varias horas, s¨®lo en dos momentos parece afectado por lo que sucede en el juicio. Cuando entra a testificar uno de los hombres a los que presuntamente trat¨® de matar, y se anuncia que el testigo desea que se retire el biombo que le oculta y poder ver a su agresor, Alfredo Gal¨¢n toma aire de forma perceptible y elude la mirada que se clava furiosa en ¨¦l. Cuando el hermano de una de las fallecidas refiere la situaci¨®n de desamparo en que quedaron los hu¨¦rfanos, uno de ellos una ni?a ciega, la cabeza humillada del acusado se abate un poco m¨¢s, como si reparara de pronto en las consecuencias duraderas de aquel fugaz y excitante lance de caza.
?Se trata de un psic¨®pata imputable o de un enajenado que no era due?o de sus actos? Tras analizar el caso y asistir al juicio, parece que ¨¦se es el ¨²nico debate posible ante el alud de pruebas que le se?alan como autor de los hechos. Y aun en este punto su abogada tiene un trabajo dif¨ªcil. Pero Alfredo Gal¨¢n, entretanto, sigue siendo presuntamente inocente.
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