Entre copas y humos
Madrid, entre copos, y yo, entre copas. Tan lejos de la nieve y tan cerca de Estados Unidos. No tengo arreglo: precisamente esta semana, con esa espectacular recuperaci¨®n de la infancia que siempre trae el regreso a las nieves de anta?o, precisamente esta semana, se me ocurre escaparme a M¨¦xico DF, que es como Madrid a lo desmadrado, pero con menos negritos, con m¨¢s indios. Ten¨ªa raz¨®n el flaco Agust¨ªn Lara: "Madrid, Madrid, en M¨¦xico se piensa mucho en ti". Debe de ser por la nostalgia de la nieve, porque no tengo ninguna maldici¨®n de Moctezuma. Aunque no descarto que tambi¨¦n est¨¦n ayudando a mi nostalgia de nacionalismo madrile?o los documentales que estoy viendo en el festival de cine del DF. No digo que no me interesen las cuatro horas de interpretaci¨®n de Heidegger a los poemas de Holderling; ni las nueve horas, nueve, de un documental chino sobre la decadencia de una zona industrial; ni que me parezcan pocas otras cuatro horas sobre el papel de Henri Langlois en la filmoteca francesa. No ser¨¢ por eso, pero me siento nost¨¢lgico tan lejos del Chicote; quiero decir de El Cock, nuestro Chicote desde hace casi veinte a?os. ?O ser¨¢ que en la ¨²ltima noche en el bar de tantas noches me encontr¨¦ a Elsa Pataki en carne mortal? S¨ª, estaba Elsa en compa?¨ªa de dos guardaespaldas que se parec¨ªan mucho a Garci y Carlos Hip¨®lito. Celebraban el fin de rodaje de la nueva versi¨®n de Ninnette y un se?or de Murcia, una manera de conmemorar el centenario de Miguel Mihura. El humorista madrile?o, cuando tuvo que razonar por qu¨¦ hab¨ªa nacido en Madrid, en vez de en Burgos o en Santillana del Mar, decidi¨® que eligi¨® Madrid porque le pillaba m¨¢s cerca de Chicote. As¨ª eran nuestros bebedores de anta?o, con sus arcaicas aficiones a mezclar las copas con la crema de la intelectualidad.
Nostalgias nevadas aparte, M¨¦xico no se diferencia mucho de Madrid. Tambi¨¦n tiene su estatua de la Cibeles, su ateneo, su casino espa?ol, los viejos cafes, muchos quijotes -?que se lo pregunten a Eulalio Ferrer!- y su enorme bandera en el mejor estilo de la plaza de Col¨®n, ?o es al rev¨¦s? Les faltan, eso s¨ª, monarcas y mon¨¢rquicos; a cambio tienen muchos republicanos. Nadie es perfecto.
En mi primer paseo por el centro de la ciudad me tropec¨¦ con la crema de la intelectualidad. Con la crema y con la nata. Estaban todos en la celebraci¨®n del cincuentenario del m¨¢s prestigioso de sus premios literarios, el Xavier Villaurrutia. Una versi¨®n mexicana de nuestro Cervantes, pero con menos corbatas y m¨¢s tequila. Mexico DF ser¨¢ muy grande, pero no se libra de ser un poblach¨®n manchego venido a m¨¢s. Sin tener que recurrir a las Instrucciones para vivir en M¨¦xico -un imprescindible libro del gran Jorge Ibarg¨¹engoitia, muy ¨²til para los que piensen en fugas mexicanas-, uno se tropieza con los intelectuales sin tener ning¨²n esfuerzo. Pongo por testigo a mi admirado Juan Villoro. Con ¨¦l, y con otros m¨¢s bajitos, me tropec¨¦ por azar o necesidad en pleno centro hist¨®rico de la capital, en el neto set de la arquitectura de la conquista. Villoro, despu¨¦s de sus voluntarios exilios por Europa, Espa?a incluida, ha regresado a la patria, es decir, al mole de la abuela; los mexicanos no sirven para los exilios. Villoro, tampoco. Es un gusto encontrarse con este escritor, ni criollo metaf¨ªsico, ni mariachi evaporado. En un momento te hace un inteligente recorrido por lo ¨²ltimo de la historia cultural de su pa¨ªs. Las historias se parecen, se repiten, ocurren dos veces: primero como tragedia, despu¨¦s como telenovela. As¨ª transcurr¨ªa la noche mexicana, relajada, entre maledicencias, tequilas y libros, cuando se asom¨® la pu?etera realidad en forma de tragedia. Guillermo Cabrera Infante acababa de morir lejos de La Habana. Se nos jodi¨® la alegre vista al amanecer desde nuestro tr¨®pico mexicano. Nos quedamos como tristes tigres, como tigres que escriben ochos en sus jaulas. Tuvimos que sacar oficio, hacer humos y volver al recuerdo del amigo que mejor nos cont¨® La Habana, a partir de ahora m¨¢s difunta.
Guillermo se fue. Nos quedan sus historias, sus libros, su capacidad de hacer literario el habla, la m¨²sica y el esp¨ªritu de un pueblo que ning¨²n comandante podr¨¢ parar. Bien lo expresaba Enrique Krauze: Castro no lo castr¨®. Siempre nos quedar¨¢ Guillermo. Espero que alg¨²n d¨ªa, m¨¢s pronto que tarde, pueda volver en forma de cenizas, de polvo enamorado, en manos de Miriam G¨®mez, a La Habana de la que nunca se fue del todo.
Cerca de un cine, antes de mi fuga de M¨¦xico, me encontr¨¦ al astur-mexicano Paco Ignacio Taibo, el dos. Nada que ver con Cabrera Infante, ni con el Premio Villaurrutia, ni con la crema de la intelectualidad. Taibo es otra cosa. Un volc¨¢n en perpetua ebullici¨®n, que se guarda mucho de colocarse bajo el volc¨¢n. S¨®lo bebe coca-cola, aunque est¨¦ subvencionado por la pepsi. Dentro de pocas semanas publicar¨¢ su novela escrita a cuatro manos en compa?¨ªa del subcomandante Marcos. Parece que la idea surgi¨® como homenaje a Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, y que fue el letraherido sub el que tir¨® los tejos para conseguir su boda civil y literaria con Taibo. El subcomandante renace de sus cenizas; para no quitarse la careta, no elige mal a sus compa?¨ªas medi¨¢ticas. Taibo, el escritor blanco con el alma negra, no lo dud¨® dos veces. Aplaz¨® su anunciada biograf¨ªa de Pancho Villa, del que terminaremos sabiendo todas sus amantes, conociendo todos sus sombreros. Taibo est¨¢ metido de lleno en la vida sin milagros de un bandolero que domin¨® un imperio, pero no dud¨® en dar el s¨ª al subcomandante. Ya que no consigue el triunfo de la revoluci¨®n, al menos se prepara para el Premio Planeta.
Despu¨¦s de Taibo y su revoluci¨®n con cola nos volvemos a las copas. Al vino de Ribera de Duero que en una fiesta bebimos con alegr¨ªa con un joven de moda. Se llama Alexander Payne. Es el ganador de dos Globo de Oro con su pel¨ªcula Entre copas, y pasaba por el Festival de M¨¦xico a la espera de la noche de los Oscar, en la que tiene cinco nominaciones. Con Payne es f¨¢cil brindar con vino espa?ol: habla un castellano de Salamanca, se reconoce experto en vinos del Duero, no es pijo, no vota a Bush y asegura que su espa?ol mejora cada d¨ªa con la lectura de EL PA?S. Permanezcan atentos a la pantalla en esta noche de Oscar: es muy posible que vean a este joven director que confiesa que ha bebido.
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