Las caras de las ciudades
La mitad de la poblaci¨®n mundial vive en grandes conglomerados urbanos superpoblados y ca¨®ticos. La mirada del fot¨®grafo canadiense Robert Polidori ha captado el rostro oculto de cerca de treinta metr¨®polis. Por sus caras las conocer¨¦is.
A principios del siglo XX, hacia el a?o en que Fritz Lang construy¨® Metr¨®polis (1927) y acu?¨® en nuestro imaginario el car¨¢cter futurista del t¨¦rmino metropolitano, s¨®lo el 10% de la poblaci¨®n del globo viv¨ªa en ciudades, y muy pocas, excepto Nueva York, Londres, Par¨ªs o Mosc¨², ten¨ªan entonces una densidad millonaria. A principios del siglo XXI, en el momento en el que el gran Robert Polidori fotografi¨® estos urbanismos ca¨®ticos y mezclados, alrededor del 50% de la poblaci¨®n mundial vive en grandes ciudades, la mayor¨ªa de los conglomerados urbanos crecen como champi?ones salvajes en los pa¨ªses pobres, y, en rigor arquitect¨®nico, urban¨ªstico y demogr¨¢fico, a las ciudades del futuro ya no se les puede llamar metr¨®polis, sino megal¨®polis, y no s¨®lo por la desmesura poblacional. De las 33 megal¨®polis previstas en este primer decenio del nuevo milenio, 27 de ellas tendr¨¢n m¨¢s de 15 millones de habitantes, estar¨¢n ubicadas en los llamados pa¨ªses subdesarrollados (19 en Asia), y s¨®lo Tokio y Nueva York podr¨¢n en el futuro inmediato ser consideradas como ciudades ricas en la lista de las m¨¢s grandes del globo.
Tenemos una idea muy desfasada, rom¨¢ntica y peliculera de lo que hoy es una metr¨®poli futurista, y seguramente, ya digo, el cine y la ciencia-ficci¨®n, desde Metr¨®polis hasta Blade Runner y Matrix, por la gran fuerza imaginaria que todav¨ªa arrastra la s¨¢bana blanca de la sala oscura, han tenido gran parte de culpa de este despiste occidental, concretamente euroc¨¦ntrico, en el momento de imaginar no ya el futuro de la ciudad entendida como metr¨®poli, sino esta an¨¢rquica y extrema realidad urbana y suburbana que nos engulle; que poco a poco, pero inexorablemente, asfalta el planeta, ya s¨®lo es abarcable a ojo de buen sat¨¦lite y ha sido captada aqu¨ª por Polidori en los varios tiempos y espacios de su espectacular evoluci¨®n arquitect¨®nica de lo metro hacia lo mega. Porque estas y otras ciudades del libro Metr¨®polis, de Robert Polidori, como tambi¨¦n hizo en su anterior trabajo (Zonas de exclusi¨®n), est¨¢n fijadas por su c¨¢mara en el momento hist¨®rico de su mutaci¨®n: son ruinas urbanas de un pasado m¨¢s o menos metropolitano y son trabajos en construcci¨®n de esas futuras megal¨®polis. Ah¨ª est¨¢ captado, en la banda sonora de estas hermosas fotograf¨ªas, el gran ruido de fondo que actualmente emiten las placas tect¨®nicas de la globalizaci¨®n del planeta.
O para decirlo de otro modo, el punto l¨ªmite de la idea y de la identidad de la ciudad se sit¨²a ahora en los 10 millones de habitantes. M¨¢s all¨¢ de esa densidad; m¨¢s all¨¢ de los sem¨¢foros, las autopistas de circunvalaci¨®n, la tercera o cuarta l¨ªnea de los suburbios, los centros residenciales, los centros comerciales y las ¨¢reas industriales; m¨¢s all¨¢ de la metr¨®poli fotografiable, empiezan a borrarse los perfiles de la ciudad y a dibujarse la nueva realidad de unas megal¨®polis que ya s¨®lo pueden ser captadas por las c¨¢maras del sat¨¦lite o por las grandes estad¨ªsticas de la globalizaci¨®n. Recientemente, en su libro Content, el arquitecto holand¨¦s Rem Koolhaas nos muestra, a base de gr¨¢ficos y fotograf¨ªas nocturnas del planeta visto desde una ventana del Apolo 16, ese nuevo contexto megaurbano que ya no pueden captar los objetivos de Polidori, y concentra las nuevas energ¨ªas econ¨®micas del globo y todos sus flujos y reflujos financieros, empresariales, capitalistas, demogr¨¢ficos, tecnol¨®gicos. Ya no son ciudades, ni siquiera ¨¢reas metropolitanas, sino unas nuevas e in¨¦ditas geograf¨ªas urbanas, econ¨®micas, financieras y poblacionales de asfalto, cubiertas, techumbres, tr¨¢fico y junkspace que de ninguna manera encajan en la tipolog¨ªa de metr¨®polis y exigen para los nuevos atlas del globo nomenclaturas y visiones muy distintas a las del siglo pasado. Ah¨ª est¨¢n esas nuevas hiperrealidades que se llaman Tokaido (Tokio-Kioto), con 60 millones de habitantes y un ¨¢rea de 45.000 km2; Boswash (Boston-Washington), con 39 millones y 87.420 km2; Eurocore (el meollo de Europa), con 32 millones y 43.000 km2, y Saor¨ªo (S?o Paulo-R¨ªo de Janeiro), Sansan (San Francisco-San Diego), el delta del Ganges, el delta del r¨ªo Azul, el tri¨¢ngulo Pek¨ªn-Tianjin-Tangshan y dem¨¢s megal¨®polis concentradas, digamos hiper¨¢reas megapolitanas en espera de un nuevo t¨¦rmino arquitect¨®nico, que de entrada arruinan todos nuestros viejos mapamundis escolares.
Pero en este nuevo atlas de Koolhaas, aunque su intenci¨®n filos¨®fica sea otra, tambi¨¦n pueden captarse esas zonas de exclusi¨®n de las que aqu¨ª nos habla Polidori a ras de tierra, y de las que en este reportaje fotogr¨¢fico hay varios ejemplos. Basta a?adirle un teleobjetivo al ojo del Apolo 16, rebajar en una potencia de 10 la escala de la visi¨®n nocturna del planeta, convertirla en 106 metros, para distinguir las muy diferentes luces que emiten las distintas metr¨®polis de all¨¢ abajo; es decir, para distinguir las ciudades globales de las concentraciones urbanas que han quedado descolgadas de la globalizaci¨®n. Y entonces se establecen nuevas fronteras en el atlas nocturno. Por un lado, las luces potentes, nerviosas y expansivas con inequ¨ªvoca pinta de neurona de esas metr¨®polis ricas en PIB y que a finales del siglo pasado supieron reconvertirse en ciudades globales; por otro, el brillo opaco y mon¨®tono de unas ciudades millonarias, s¨ª, pero cuyas luces se extinguen bruscamente al final de las periferias desgraciadas y circulares, las intransitivas autopistas de circunvalaci¨®n y los ¨²ltimos aparcamientos y vallas publicitarias del espacio basura.
Estas metr¨®polis de Polidori tampoco son ciudades globales, a pesar de que algunas de ellas (Las Vegas, Dubai, Brasilia, Shanghai) tambi¨¦n sean potentes focos de luz que brillan en mitad de sus desiertos como brillan los parques tem¨¢ticos. Pero ninguna de estas metr¨®polis pertenece a la categor¨ªa futurista de ciudad global, a pesar de que muchas de ellas, en su d¨ªa, formaron parte de aquellas ciudades-mundo de las que habl¨® Goethe y luego teoriz¨® Braudel.
Y son precisamente las luces inconfundibles de las ciudades globales de esta nueva cartograf¨ªa -a veces, pero no siempre situadas en el centro de la convulsi¨®n megapolitana- las que se?alan las fronteras con esas nuevas zonas de exclusi¨®n del globo, las que se?alan los l¨ªmites con esas periferias del planeta de fluorescencias mortecinas que ya apenas se distinguen en potencia de 106 metros. Las ciudades globales que se inauguran a finales del siglo XX, que inauguran el nuevo mileno, son la nueva frontera entre los distintos mundos en los que todav¨ªa se divide este mundo construido hasta el delirio urbano. Son las ciudades que emiten las inconfundible luces del opulento PIB metropolitano, el resplandor central de las telecomunicaciones, los parpadeos de esas infinitas pantallas que fundan y sostienen las econom¨ªas en red; los reflejos de los neo-neones de esas multinacionales cuyo centro est¨¢ en todas las partes y su circunferencia en ninguna, que pronunciar¨ªan Pascal y Borges; los chispazos de las conexiones neuronales entre las ciudades informacionales, que dir¨ªa nuestro Manuel Castells; el destello de los links entre los distintos mercados del planeta capitalista.
Para decirlo como me interesa: estas nuevas ciudades globales, que ya no son las ciudades-mundo, son sencillamente globales porque est¨¢n sincronizadas en tiempo real con todas y cada una de las ciudades de la globalizaci¨®n; sus ritmos productivos, financieros y consumistas ya s¨®lo saben funcionar online; han abandonado definitivamente los placeres del diferido en sus ocios y negocios, y aunque sus arquitectos, urbanistas e ingenieros no se han puesto de acuerdo (peor todav¨ªa: finjan originalidad a base de teor¨ªas seudofilos¨®ficas sobre la planificaci¨®n y de verticalidades / horizontalidades megal¨®manas que s¨®lo son posibles gracias al cerebro binario del ordenador), repiten siempre la misma ciudad, machaconamente, sean metr¨®polis o megal¨®polis, y como dijo no s¨¦ qui¨¦n, en estos momentos la arquitectura no es nada o empieza a ser una actividad muy peligrosa.
En fin, estas ciudades hermosamente fotografiadas por Robert Polidori en toda su decadencia que se sit¨²an en la otra orilla de los telepuertos de esas bul¨ªmicas ciudades globales e informacionales, estas metr¨®polis perif¨¦ricas e intransitivas que en rigor son las nuevas provincias del imperio de la globalizaci¨®n, no s¨®lo nos hablan de las nuevas fronteras de ese atlas nocturno que ya no divide el mundo por continentes, imperios, Estados, culturas, naciones, lenguas o regiones, sino por redes megapolitanas de expansi¨®n y por zonas metropolitanas de exclusi¨®n, tambi¨¦n, cuando se apagan las luces y llega el alba; no hablan de la miseria de unas arquitecturas que tantas veces s¨®lo son arquitecturas de la miseria, para reutilizar un viejo debate filos¨®fico.
La pregunta final es: ?qu¨¦ pueden todos los aspirantes de este mundo al Premio Pritzker, incluidos los premios Pritzker, ante unas realidades arquitect¨®nicas y urban¨ªsticas que congestionan la piel del planeta y que ya funcionan como gigantescas placas tect¨®nicas de superficie, con sus deslizamientos incontrolados y a veces tambi¨¦n catastr¨®ficos? Pueden evidentemente hacer lo que suelen hacer hasta ahora: construir bellos objetos singulares muy identificados y firmados en medio de una masiva producci¨®n de tantos y tantos objetos no identificados ni singulares, ni siquiera firmados, y que en rigor ¨²nicamente obedecen a las leyes del caos de la naturaleza. Pero al margen de las bellezas singulares que a veces produce el star-system de la profesi¨®n, tambi¨¦n irremediablemente contagiado por el virus de la megaloman¨ªa, los profanos nos seguimos preguntando, creo que muy leg¨ªtimamente, lo que dec¨ªa anteriormente: ?qu¨¦ puede en estos momentos la arquitectura cuando la hiperrealidad arquitect¨®nica y urban¨ªstica del planeta va por su lado ca¨®tico y tect¨®nico y no se deja influir ni determinar por los proyectos de autor? Hubo un tiempo, lo recuerdo muy bien, en que la filosof¨ªa quer¨ªa cambiar el mundo, y como el mundo no se dejaba, y mira que lo intentaron, decidieron cambiar de conversaci¨®n, y muchos fil¨®sofos escarmentados se dedicaron a escribir bellos poemas de autor y de amor. La arquitectura, al menos los arquitectos m¨¢s medi¨¢ticos, siguen empe?ados, a estas vertiginosas alturas megapolitanas de la globalizaci¨®n, en cambiar la superficie habitable del globo, y todav¨ªa no se han dado cuenta de que, en realidad, han cambiado de conversaci¨®n: ya s¨®lo hacen bellos poemas de aluminio, vidrio, acero y cemento en medio de esas ca¨®ticas placas tect¨®nicas que, mira por d¨®nde, son arquitecturas de autor: est¨¢n firmadas por el dios megaecon¨®mico y ultracapitalista que rige las gigantescas fuerzas globales del planeta Tierra y que nos est¨¢ dotando de una nueva naturaleza.
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