Rotundos pero sin alma
Gran triunfo de p¨²blico en el concierto madrile?o de este d¨²o de Manchester que naci¨® a finales de los ochenta con la intenci¨®n de fusionar de una vez por todas la m¨²sica electr¨®nica y de baile con otros g¨¦neros como el rock o el rap, hasta entonces considerados poco id¨®neos para entroncarse con la m¨¢quina pura. Tom Rowlands y Ed Simons consiguieron en su visita a Legan¨¦s con su mezcla sonora una rotundidad mayor que en anteriores actuaciones en el mismo recinto.
Adem¨¢s, la disposici¨®n del sonido como en la mayor parte de los conciertos -de modo frontal-, la proyecci¨®n de im¨¢genes tras ellos en una gran pantalla y unos efectos lum¨ªnicos y de l¨¢ser que recordaban a los de la discoteca brit¨¢nica La Hacienda, result¨®, aunque no excesivamente novedosa, s¨ª tremendamente efectiva para energetizar y poner en movimiento al numeroso p¨²blico que copaba hasta el ¨²ltimo espacio del coso y que se manifest¨® entusiasmado hasta el delirio.
Chemical Brothers
Tom Rowlands y Ed Simons (teclados y programaciones). Plaza Toros La Cubierta de Legan¨¦s. Desde 37 euros. Madrid, 5 de marzo.
El concierto vino a consistir en un largo loop musical de estructuras de series de cuatro compases en las que el d¨²o fue engarzando fragmentos y riffs de la mayor parte de sus ¨¦xitos, con especial hincapi¨¦ en los temas de su ¨²ltimo disco, Push the Button. Los conocidos principios de los m¨¢s famosos temas del grupo - Hey Boy Hey Girl, con el que comenzaron su actuaci¨®n, Block Rockin' Beats, Star guitar o Out of control, entre otras- iban levantando al p¨²blico en ¨¢nimo en oleadas de subid¨®n -que as¨ª se llama en el argot bakaladero- con las que aqu¨¦l celebraba los pasajes musicales que, anunciando la entrada de los citados, acompa?¨¢ndolos con un rugido colectivo y sin dejar de moverse al ritmo.
Un ritmo que a veces se ralentizaba hasta el silencio hasta la entrada del tema siguiente. Alrededor de hora y media estuvieron Chemical Brothers sobre el escenario, que esta vez, por el efecto de pantallas con audiovisuales y la enorme pantalla detr¨¢s, no parec¨ªa una simple exhibici¨®n de electrodom¨¦sticos. Rowlands y Simons se encontraban parapetados tras unos teclados y consolas que manipulaban para extraer de ellas los sonidos a volumen id¨®neo.
Sin embargo, pes¨® tambi¨¦n en el ambiente cierta sensaci¨®n de que la propuesta del grupo est¨¢ ya un tanto gastada y que ha perdido capacidad de sorpresa. Adem¨¢s, como la riqueza musical de dicha propuesta es ciertamente limitada y no existe la ejecuci¨®n musical in situ, la sensaci¨®n que, tras verles y o¨ªrles, le queda a alguien que no est¨¦ tan metido en el asunto como los incondicionales, es la de, al final, tener que admirar la belleza de, sin querer ofender, una serie de fotocopias en las que la perfecci¨®n depende s¨®lo de algo tan poco art¨ªstico como el estado del t¨®ner de la tinta. Un entretenimiento muy warholiano que sin duda estuvo bien cuando apareci¨®, pero que ahora, una d¨¦cada despu¨¦s, evidencia falta de alma humana.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.