Robles
El ¨²ltimo libro de Mart¨ªnez de Pis¨®n, Enterrar a los muertos (Seix Barral) deber¨ªa ser de lectura obligada en los colegios. Tambi¨¦n pienso que los escolares deber¨ªan pasar un a?o en el extranjero para perder el pelo de la dehesa patriochiquera, que tantas calamidades ocasiona. Pero esto, claro, es mucho m¨¢s caro y m¨¢s dif¨ªcil. Mientras que el espl¨¦ndido libro de Pis¨®n est¨¢ ah¨ª, asequible y a mano, ense?¨¢ndonos las trampas criminales del dogmatismo.
La obra trata del asesinato de Jos¨¦ Robles, traductor de John Dos Passos al espa?ol y apasionado republicano. Aunque viv¨ªa en Estados Unidos, en donde trabajaba como profesor, cuando estall¨® la guerra civil Robles se qued¨® aqu¨ª para colaborar con el Gobierno leg¨ªtimo. A los pocos meses fue detenido por los servicios secretos sovi¨¦ticos y desapareci¨® para siempre. En 1937, Dos Passos vino a Espa?a e intent¨® descubrir su paradero. Pero choc¨® contra un siniestro muro de luchas de poder, de dogmatismo, mentiras, purgas, asesinatos, silencio c¨®mplice o cobarde. Cu¨¢nta miseria moral hubo tambi¨¦n en la Espa?a republicana (el horror de la represi¨®n franquista aparece igualmente en el libro, pero es m¨¢s conocido). "?Qu¨¦ es la vida de un hombre en un momento como ¨¦ste?", le dec¨ªan al desesperado Dos Passos, cuando preguntaba por su amigo, los Hemingway y otros figurones de la ¨¦poca, arrogantes como pavos y calzados con brillantes botas militares. Y con la palabra "momento" se refer¨ªan a la Guerra Revolucionaria, al Triunfo del Proletariado, a grandes ideales inflados de may¨²sculas. He aqu¨ª la frase maestra que lo dice todo, el concepto que resume los horrores. Porque no hay ning¨²n "momento" que justifique el miserable asesinato de un solo hombre. Ning¨²n fin que justifique el uso de medios abyectos. Todo esto suena muy sensato dicho en fr¨ªo. Pero luego, en el calor hipnotizante de los grandes sue?os, en la borrachera de esas palabras bellas que, como libertad, o igualdad, o justicia, enardecen el ¨¢nimo y aturden el pensamiento, los humanos nos convertimos con escalofriante facilidad en meros verdugos. Por eso, cuanto m¨¢s grande y hermoso sea el ideal, m¨¢s debe uno aferrarse, para no desbarrar, a la m¨¢s peque?a y esencial norma ¨¦tica: no se puede matar ni torturar por una idea.
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