Novela de s¨ª mismo y del otro
La nueva y esperada novela de Javier Cercas, La velocidad de la luz, lo es sobre la soledad y lo indecible. Claro que tambi¨¦n reflexiona sobre el ¨¦xito, sobre c¨®mo un hecho tan inesperado como la cara amable del azar es mal digerido y puede conducir a la mayor indigencia moral a quien no ose relativizarlo. Pero yo sigo pensando que Cercas no pudo escribir s¨®lo esta novela para hablarnos de una circunstancia tan conocida por ¨¦l. En su nueva novela, el ¨¦xito apenas es un dispositivo m¨¢s en el engranaje de su magn¨¦tica trama. Tambi¨¦n se habla del sentimiento de culpa, de la amistad incondicional, del abismo expiatorio que le sucede. La velocidad de la luz, esa magnitud que hace a su narrador intuir en cada paso del presente un indicio del futuro desdichado, lo que realmente importa es el dibujo de una soledad extrema y de un hecho inenarrable. Hacia su final, el narrador dice: "Claro, que a lo mejor no hace falta entender del todo una historia para poder contarla".
LA VELOCIDAD DE LA LUZ
Javier Cercas
Tusquets. Barcelona, 2005
304 p¨¢ginas. 18 euros
Exactamente, no se escribe pa
ra entender algo, sino precisamente porque algo no se entiende (o no se sabe, que dir¨ªa Henry James), se escribe. Algo as¨ª como si la escritura o la novela (toda su maquinaria de simulaci¨®n) se pusiera en marcha para la gran operaci¨®n de desciframiento. A prop¨®sito de su libro La invenci¨®n de la soledad, Paul Auster (que creo, dicho sea de paso, que es el autor que el narrador de La velocidad de la luz est¨¢ leyendo en un tr¨¢mite de la misma ante la mirada desaprobadora de su amigo) dec¨ªa que el "escritor escribe siempre sobre el otro". Tenemos entonces soledad, lo indecible, la ficcionalizaci¨®n de lo que no se puede contar (teor¨ªa que defiende nuestro narrador) y la narraci¨®n que simula hablar de uno para hablar del otro, ecuaci¨®n esta que, tambi¨¦n hay que se?alarlo, puede ser perfectamente conmutativa. El azar a veces tambi¨¦n juega a favor del cr¨ªtico y, si el autor lo permite, tambi¨¦n a su favor. El azar puso a este cr¨ªtico un art¨ªculo de la ensayista mexicana Silvana Rabinovich en torno a la memoria y el mal, y en donde se incluyen dos versos del poeta ruso Osip Mandelstam: "Y el contrapunto de un cuervo y un arpa / estoy oyendo en un silencio aciago". Pues bien, un silencio aciago gravita sobre la novela de Javier Cercas. Es lo indecible. El mal. El cuervo y el arpa. Tal vez no sea ¨¦sta una mala l¨ªnea de decodificaci¨®n de una novela tan sofisticadamente codificada.
La velocidad de la luz nos relata desde la primera persona de un narrador la experiencia de su escritura. Porque la novela que estamos leyendo es la novela que se nos cuenta c¨®mo se hace. No pod¨ªa ser de otra manera puesto que el narrador es novelista. (Y lo es como novelista en ciernes, luego m¨¢s o menos invisible y al final exitoso). Todo lo referente a la ficci¨®n dentro de la ficci¨®n queda en segundo plano en cuanto comenzamos a vislumbrar la magnitud tr¨¢gica de la experiencia humana que se nos relatar¨¢. La acci¨®n se remonta atr¨¢s, cuando el narrador se traslada a Urbana (Estados Unidos) para dar clases de espa?ol. All¨ª conoce a Rodney Falk, un compa?ero de seminario. All¨ª, en Urbana (una ciudad universitaria como apareciera en El vientre de la ballena y El inquilino, introduciendo de paso en nuestra narrativa la novela de campus, extra?a a nuestra tradici¨®n), el narrador ir¨¢ conociendo a medias algunas circunstancias de Rodney Falk. Un asunto oscuro en Vietnam. Un dolor incomunicable que lo consume. Luego sabremos del regreso a Espa?a del narrador, de la edici¨®n de sus novelas, de su sorprendente victoria, de su casamiento con una periodista, un hijo, la ca¨ªda, el desastre, un fugaz regreso a Urbana para completar los datos dolorosos que le permitan finalizar la novela. La novela de s¨ª mismo. La novela del otro.
Como suced¨ªa en Soldados de
Salamina, en La velocidad de la luz hay un escritor, un proceso de creaci¨®n, una guerra. Pero mientras en aquella exitosa novela la barbarie permit¨ªa un acto de piedad iluminadora (el milagro del perd¨®n), en ¨¦sta la guerra arroja a sus pobres h¨¦roes a una degradaci¨®n insalvable. Hay s¨ª, para Rodney Falk, una oraci¨®n. Un milagro p¨®stumo. Al final de la novela el narrador y un amigo de juventud y compa?ero de esperanzas se impregnan resignados de una urgente melancol¨ªa. Un buen remedio para las ilusiones perdidas. La novela que le¨ªmos es la ¨²nica que se pudo escribir para poder contar lo que nunca se entender¨¢. Una aventura moral. Una lecci¨®n magistral de invenci¨®n y verdad.
Fitzgerald, Hemingway y Rodoreda
EN EL M?VIL, una nouvelle plet¨®rica de exactitud, Javier Cercas ya firmaba las tres cualidades m¨¢s caracter¨ªsticas de su inteligencia compositiva: inventiva, escritura y estructuraci¨®n narrativa. En La velocidad de la luz la escritura tambi¨¦n es un acto de invenci¨®n, toda vez que hay que reproducir para el lector ese fraseo vacilante, conjetural, conmiserativo de un narrador que bebe de Scott Fitzgerald, y que tiene que dar la sensaci¨®n de poseer m¨¢s clarividencia para poder adentrarse en la realidad que el autor que lo ha gestado. Toda una lecci¨®n de Flaubert. En La velocidad de la luz la desilusi¨®n se reparte entre Flaubert y Balzac. De Balzac, tambi¨¦n esa utilizaci¨®n de los mismos personajes en distintas novelas, como el caso del profesor Marcelo Cuartero. La guerra de Vietnam, que ensombrece el alma de Rodney para siempre, Cercas en su novela la remite como met¨¢fora de su ominosa puntualidad a las dos obras de Merc¨¦ Rodoreda que ley¨® Rodney Falk (La plaza del diamante y Espejo roto, tal vez junto con Incierta gloria de Joan Sales, las mejores novelas de la literatura catalana sobre la Guerra Civil espa?ola y todas las guerras). La plegaria que el narrador dedica a Rodney ante su tumba ¨¦l mismo nos las se?ala en el cuento de Hemingway Un lugar limpio y bien iluminado. Recomendar¨ªa leer esta pieza, con ella Cercas impregna su historia de esa serena tristeza que s¨®lo los esp¨ªritus nobles, despu¨¦s de un dolor crucial, saben sobrellevar. No es menor la presencia de los muertos en la conciencia del narrador. Esa sensaci¨®n de que, como en la frase de Samuel Butler, los muertos del narrador vivir¨¢n en sus labios. Y es capital el dibujo de lo premonitorio, Rodney hablando casi al o¨ªdo con unos ni?os en un parque de Urbana, las fotos de una insondable felicidad en Girona. J. E. A.-D.
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