La vida de Charlotte
Tom Wolfe disecciona en su nuevo libro, 'Soy Charlotte Simmons' (Ediciones B), la vida de los universitarios. El autor de 'La hoguera de las vanidades' critica de forma ¨¢cida y sin piedad a los j¨®venes norteamericanos, y los describe como ¨¢vidos de sexo, alcohol y droga. Una obra pol¨¦mica.
Bettina, Charlotte y su nueva amiga Mimi, otra chica de primero, acababan de regresar de PowerPizza y estaban en el cuarto de la primera, con su habitual batiburrillo de s¨¢banas y mantas arrugadas, almohadas retorcidas, ropa y toallas desparramadas por todas partes, cat¨¢logos, manuales y hojas de instrucciones abandonados, estuches de CD, revistas de belleza, paquetes de lentillas vac¨ªos, cargadores sin nada que cargar y pelusa, pelusa y m¨¢s pelusa. (?)
Y all¨ª estaban las tres, evaluando la situaci¨®n, que se resum¨ªa as¨ª: era viernes por la noche y estaban encerradas en una habitaci¨®n de la residencia sin el m¨¢s remoto plan.
-Tengo que? Me voy al gimnasio -anunci¨® por fin Mimi.
-?A las diez y media de la noche del viernes? -se sorprendi¨® Bettina-. Seguro que est¨¢ cerrado. Adem¨¢s, qu¨¦ cuelgue. No somos tan pat¨¦ticas.
-Bueno, pues ?qu¨¦ propones t¨²?
-?Alguna tiene cartas o alg¨²n juego de mesa? -sugiri¨® Charlotte.
-?Va, venga! ?Que ya no estamos en el insti! -buf¨® Bettina.
-?Y una competici¨®n de chupitos, de esas que el que pierde tiene que beber? -propuso Mimi.
-?Chupitos de alcohol? -pregunt¨® Charlotte, intentando tragarse el susto.
-S¨ª. ?Sabes lo que quiero decir?
-S¨ª? -contest¨® Charlotte, que no lo sab¨ªa en absoluto.
-?Y de d¨®nde vamos a sacar el alcohol? -pregunt¨® Bettina.
-Es verdad -reconoci¨® Mimi. (?)
Comenzaban a llegar gritos procedentes del patio, los chillidos inconfundibles, una vez m¨¢s, de chicas que pregonaban su falsa angustia ante las payasadas de los chicos, que tambi¨¦n met¨ªan bastante ruido con su estruendosa respuesta coral de risas varoniles, bramidos y exclamaciones. Para Charlotte, aquellos berridos se hab¨ªan convertido en el himno de las vencedoras, es decir, de las chicas lo bastante atractivas, lo bastante experimentadas y lo bastante h¨¢biles como para triunfar en Dupont, un ¨¦xito que, por lo visto, se med¨ªa en funci¨®n de los chicos. (?)
-Podemos ir a la bolera -aventur¨® Charlotte.
-Vaaaale -convino Mimi, alargando la palabra con voz cansina-. ?Alguna tiene coche?
-No.
-No.
-Bueno, pues como que va a ser dif¨ªcil.
-Vale, pero vamos a alg¨²n lado -insisti¨® Bettina-. No s¨¦, a una fiesta de alguna hermandad o lo que sea. Se ve que hay una en Saint Ray.
-?Est¨¢s invitada? -quiso saber Charlotte, mirando tambi¨¦n a Mimi para incluirla en la pregunta.
-Da igual -contest¨® Bettina-. A veces no dejan entrar a alg¨²n t¨ªo, pero las t¨ªas siempre pasan.
-Pero no conocemos a nadie -objet¨® Charlotte.
-Pues por eso mismo. Vamos a conocer gente. ?C¨®mo vamos a hacer amigos si no salimos nunca de este pabell¨®n repleto de colgados?
-?Est¨¢ muy lejos? ?C¨®mo vamos a ir? ?Y a volver?
-Con un poco de suerte, no har¨¢ falta volver -terci¨® Mimi.
-?Qu¨¦ quieres decir? -pregunt¨® Charlotte.
-Pues que a lo mejor conocemos a unos chulazos y no nos hace falta volver a casa. (?)
En el cuarto de Bettina se encontr¨® con dos chicas m¨¢s que impacientes. Mimi llevaba vaqueros y el top rojo de Bettina con la espalda abierta, y ¨¦sta, tambi¨¦n vaqueros y una camiseta ajustada, de las caras y elegantes, pero lo que m¨¢s destacaba era el maquillaje. Las dos ten¨ªan los ojos marcados con las sombras de la noche, como los de Beverly cada vez que sal¨ªa. Las dos eran rubias, pero de repente ten¨ªan cejas y pesta?as negras. (?)
Al poco estaban andando a oscuras por el paseo Ladding, en la zona m¨¢s antigua del recinto universitario. (?) El lugar estaba envuelto en un silencio tan profundo que costaba hacerse a la idea de que fueran a toparse con una gran fiesta. (?)
Ascendieron cuatro o cinco escalones bajos hasta el p¨®rtico y cruzaron una puerta de dos hojas muy se?orial para toparse con (?toma ya!) aullidos, golpes sordos, chillidos, gru?idos y dem¨¢s agon¨ªas de guitarras el¨¦ctricas, bajos el¨¦ctricos, teclados el¨¦ctricos, bater¨ªas amplificadas, sintetizadores digitales y cantantes j¨®venes chillando a grito pelado por alguna extra?a raz¨®n; un buen esc¨¢ndalo, en resumen, una tormenta que rug¨ªa sobre una nube de chicos y chicas que aullaban y ga?¨ªan, que se retorc¨ªan por un lado y por otro, que revoloteaban como gorgojos en un delirante desfile a media luz, mientras un olor a podrido, acre, intenso y dulce iba extendi¨¦ndose como gas entre el calor (?qu¨¦ calor tan horroroso!) de tantos cuerpos aplastados unos contra otros y entrando en combusti¨®n a golpe de adrenalina. (?)
Les cortaba el camino una pesada mesa de madera al otro lado de la cual se sentaban dos chicos con camisas azules ligeramente desabrochadas y enormes cercos de sudor bajo las axilas. (?) Charlotte vio a una chica recia con vaqueros de cintura baja y el ombligo al aire colarse como pudo y seguir adelante sin hacer caso de los de la mesa, y a su espalda Bettina le met¨ªa prisas:
-?No te pares! ?No te pares!
As¨ª pues, tambi¨¦n ella se col¨®. Ten¨ªa la impresi¨®n de estar cometiendo una imprudencia, se sent¨ªa culpable, estaba asustada y no soportaba el calor. Bettina y Mimi tambi¨¦n pasaron y las tres lograron api?arse.
Mimi se peg¨® a Charlotte para hablarle por encima del estruendo general.
-?Lo ves? ?No es nada del otro mundo! -La seguridad, sin embargo, no se reflejaba en su rostro.
Se quedaron all¨ª unos instantes tratando de orientarse. La tormenta ac¨²stica que se abat¨ªa sobre ellas proced¨ªa? ?de d¨®nde? Estaban tocando dos grupos, uno en cada extremo de la casa. En la oscuridad, en la otra punta del pasillo, parpadeaban luces estrobosc¨®picas sobre una multitud de caras, blancas un momento y al siguiente en la m¨¢s absoluta oscuridad, de modo que las propias caras parec¨ªan encenderse y apagarse entre risas, gritos y aullidos. Chicos que hac¨ªan ostentaci¨®n de su estado et¨ªlico zigzagueaban entre la gente llevando vasos de pl¨¢stico de medio litro, sonriendo con la boca abierta y dando manotazos a diestro y siniestro. Hab¨ªa dos a los que les temblaban espasm¨®dicamente la cara, los ojos, el cuello y las manos, mientras otros tres los miraban desternill¨¢ndose de risa. Aquel comportamiento febril dej¨® muda de asombro a Charlotte. Estaba ante docenas de chicos y chicas que se desga?itaban, sumidos en un ¨¦xtasis debido? ?a qu¨¦? Se le iba la vista de una chica a otra en aquel palpitante crep¨²sculo discotequero. (?)
?Y los destinatarios de los ardides de seducci¨®n que ve¨ªa por todas partes? Los chicos presentaban el mismo aspecto de todos los d¨ªas, aunque tambi¨¦n sudaban. Camisas con los faldones por fuera de los vaqueros, pantalones caqui, camisetas, polos, bermudas, zapatillas de deporte y chanclas. "Exactamente la misma ropa que un cr¨ªo de doce a?os", se dijo Charlotte. Cr¨ªos con la cara ensombrecida por barbas de una semana, con el pelo sin raya y despeinado, cay¨¦ndoles sobre la frente casi como si llevaran flequillo, aunque algunos se hab¨ªan puesto gomina para darle forma. (?)
Apenas a metro y medio, un chico de caderas anchas y cejas pobladas y oscuras se abri¨® paso a codazos entre la multitud, borracho con orgullo, enarbolando un vaso de pl¨¢stico y berreando:
-??Quiero pillar cacho!! ??Tengo que pillar cacho!! ?Alguien sabe d¨®nde se puede pillar cacho? (?)
La crudeza de aquella gracia dej¨® a Charlotte aturdida y asustada, presa de un miedo que se acrecentaba por momentos, el miedo a que se produjera una cat¨¢strofe de naturaleza desconocida. Charlotte Simmons se hab¨ªa convertido en una n¨¢ufraga en aquel alboroto infernal ?y todo el mundo iba a darse cuenta! ?Deb¨ªa de parecerles pat¨¦tica! Una ni?ata de pueblo vestida como una gazmo?a en un sitio as¨ª, sin maquillaje, un animalillo desamparado en plena tormenta. (?)
Volvi¨® a abrirse paso entre la multitud en busca de Bettina y Mimi. Se top¨® con un corrillo de chicas y pas¨® casi pegada a una de ellas, de aspecto ex¨®tico y con una melena morena lisa, muy larga y con raya en medio que le enmarcaba la cara.
-Pero ?qu¨¦ dices, t¨ªa? -gritaba-. ?Qu¨¦ va! ?Si no hicimos nada!
En ese instante un chico corpulento y risue?o dio un paso atr¨¢s y empuj¨® a Charlotte, cuyo hombro a su vez choc¨® contra el de la chica, que volvi¨® la cabeza y la mir¨® con ce?o desde su capucha de pelo.
-?Lo siento! -se disculp¨® Charlotte.
La otra estudi¨® su cara y su vestido estampado sin decir nada, ni siquiera una palabra de reproche. Luego se centr¨® de nuevo en sus amigas y, como si Charlotte se hubiera desvanecido por arte de magia, dijo:
-Las t¨ªas de primero es que me dan una rabia? Yo voy a tercero y no tengo novio, pero no me paso todo el d¨ªa por ah¨ª de guay en plan: "T¨ªo, p¨¦game un polvo". ?Y ellos como que flipan! Les va la carne fresca cantidad.
M¨¢s desesperada que nunca por encontrar refugio, Charlotte se retorci¨® y serpente¨® entre la gente para seguir avanzando. (?)
Sinti¨® una mano en el brazo. Se volvi¨® y se top¨® con un chico que aparentaba m¨¢s de veinte a?os. Era asombrosamente guapo, aunque ten¨ªa la cara colorada y la frente cubierta de sudor. Todo ¨¦l le pareci¨® imponente: la hendidura del ment¨®n y la mand¨ªbula recta, el pelo casta?o claro perfecto, los ojos color avellana que sin duda se burlaban de ella, la sonrisa que denotaba apenas una pizca de suficiencia, la camisa blanca con cuello de botones (tan reci¨¦n lavada y planchada que a¨²n se ve¨ªan las marcas del doblez) y los pantalones caqui, que no estaban sucios, desgastados y deformados como los de los dem¨¢s chicos, sino lavados y planchados impecablemente, con la raya bien visible. Irradiaba autoridad por todos los poros. Charlotte hab¨ªa quedado atrapada en su red. No quer¨ªa ni pensar en las palabras que ¨¦l estaba a punto de pronunciar, que ser¨ªan "?qui¨¦n te ha invitado?" y luego "?pues entonces qu¨¦ haces aqu¨ª?".
-?Hola! -exclam¨® el chico, inclinando la cabeza hacia ella para que lo oyera-. ?Te molesta que te pregunte una cosa? Seguro que est¨¢s superharta de que la gente te diga que te pareces a Britney Spears.
Pero ?a qu¨¦ ven¨ªa aquello? Llevaba un vaso de pl¨¢stico blanco en una mano, ?estar¨ªa borracho? Charlotte tard¨® unos instantes en plantearse la posibilidad de que en realidad estuviera ligando con ella. Enrojeci¨® como un tomate y sonri¨® para evitar que se le notara el nerviosismo. Por fin logr¨® decir:
-Pues no.
?Pero con qu¨¦ vocecilla! ?Y con una sonrisita tan torpe y tan tonta! ?Y una ambig¨¹edad tan burda! El chico quiz¨¢s entender¨ªa que no se cansaba de que la confundieran con Britney Spears. ?Qu¨¦ violenta se sent¨ªa entre aquel enjambre de chicas estupendas con el ombligo al aire y falditas de cuero de cintura baja!
El chico volvi¨® a ponerle la mano en el brazo, como si s¨®lo pretendiera sostenerse mientras se acercaba un poco m¨¢s.
-Bueno, a m¨ª me parece que eres clavada, y los de Saint Ray no decimos mentiras. (?)
?l le dio unas palmaditas en el brazo y a?adi¨®:
-No, mujer, que es broma. S¨ª que te pareces a Britney Spears, pero, si quieres que te sea sincero, lo que pasa es que me apetec¨ªa saludarte. -Clav¨® los ojos en los de ella desde una distancia de quince cent¨ªmetros. Le puso la mano en el hombro y se lo apret¨®, como si fuera un mentor a punto de hacer una pregunta muy importante a su joven disc¨ªpula-. ?Te lo pasas bien? (?)
-Supongo -respondi¨®-. M¨¢s o menos.
?l apart¨® la mano del hombro, puso la palma hacia arriba y la mir¨® boquiabierto.
-?Que lo supones! ?M¨¢s o menos! -La mano regres¨® a su sitio-. ?Y c¨®mo podemos remediar eso?
Ella segu¨ªa sonriendo.
-Es que estoy buscando a dos personas.
-?Chicos o chicas?
-Dos chicas de mi pabell¨®n, del Patio Menor.
-Ah, qu¨¦ alivio. En ese caso, ?bailamos?
La sola idea la aterr¨®. No sab¨ªa pr¨¢cticamente nada sobre bailes modernos, su experiencia en ese campo se limitaba a los bailes country del Grange Hall, en Sparta. No obstante, si recib¨ªa las atenciones de un chico tan atractivo no tendr¨ªa que seguir preocup¨¢ndose por si estaba de m¨¢s en la fiesta.
Tard¨® un poco, pero acab¨® asintiendo con la cabeza y diciendo con voz tenue:
-Vale.
-?Perfecto! -exclam¨® ¨¦l.
Le dio m¨¢s palmaditas en el brazo, bebi¨® un sorbo del vaso, le coloc¨® la otra mano en la parte baja de la espalda y empez¨® a guiarla entre la multitud. Bueno, lo ¨²nico que hac¨ªa era ayudarla, ?no? No resultaba f¨¢cil avanzar entre tanta gente. Hac¨ªa un calor espantoso y sudaba tanto que la presi¨®n de la palma de su acompa?ante le pegaba el vestido al cuerpo. ?Gemidos! ?Ruidos sordos! La percusi¨®n le hac¨ªa temblar el t¨®rax. (?)
Junto a una pared, cerca del grupo musical, entre destellos, un chico y una chica bailaban encima de una mesa tambi¨¦n por fases. Eran dos cabezas que se meneaban, que aparec¨ªan y desaparec¨ªan (luz, oscuridad, luz, oscuridad) por fases, unos brazos que se agitaban como aspas de molino por fases, unas piernas que se abr¨ªan y se cerraban por fases, pero los dos estaban unidos por la cadera. Ambas pelvis se sacud¨ªan y se ergu¨ªan por fases, sin separarse en ning¨²n momento. Ella llevaba unos vaqueros de cintura tan baja que, cuando se retorc¨ªa lo suficiente, se vislumbraba el final de la hendidura entre unas nalgas sudorosas y resbaladizas. Los socarrones "uuuuh", "uuuuh", "uuuuh" de los chicos arremolinados en torno a la mesa hac¨ªan cabrillas sobre la cresta del estruendo. Hoyt tambi¨¦n aparec¨ªa y desaparec¨ªa por fases, lo mismo que los brazos de la propia Charlotte, cuya vista fue acostumbr¨¢ndose gradualmente al fen¨®meno. Entonces descubri¨® parejas en la pista que tambi¨¦n bailaban as¨ª, pubis contra pubis. Dio un respingo. ?Estaban simulando el acto sexual! ?All¨ª delante de todo el mundo! Se acord¨® de una expresi¨®n repugnante de Regina, "follar en seco". ?Estaban frot¨¢ndose los genitales! ?Algunas chicas se encorvaban para que ellos pudieran simular el coito por detr¨¢s, toma, toma, toma, toma, como perros en un corral!
Hoyt volvi¨® a pasarle el brazo por detr¨¢s, inclin¨® la cabeza hasta casi pegarla a la de ella y pregunt¨®:
-?Te apetece bailar?
Charlotte fue incapaz de responder, tan horrorizada se sent¨ªa, y rechaz¨® la propuesta con un brusco gesto de la cabeza.
-?Eh, no puedes hacerme eso! -exclam¨® ¨¦l con tono jocoso. ?O quiz¨¢ no? Charlotte abri¨® la boca pero s¨®lo logr¨® componer una sonrisa forzada (al fin y al cabo, no era culpa suya) mientras volv¨ªa a sacudir la cabeza. (?)
?l dobl¨® el cuello y la mir¨® fijamente con la lengua clavada en la mejilla, como diciendo: "?Te crees t¨² que voy a dejar que te niegues?".
-?Vamos! -La agarr¨® de la mano y tir¨® de ella hacia la pista.
-?Eh! -chill¨® ella. Un arrebato de rabia irrefrenable-. ?Su¨¦ltame! ?D¨¦jame! ?He cambiado de opini¨®n, no quiero bailar!
?l la solt¨®, sorprendido por aquel arranque, y levant¨® las manos en actitud defensiva.
-?Vale, t¨ªa! Tranquila, que no pasa nada. -Sonri¨® de oreja a oreja-. ?Qui¨¦n quer¨ªa bailar? ?He dicho que iba a darte una vueltecita para que vieras la casa y voy a d¨¢rtela! (?)
Cuando volvi¨® a colocarle la mano en la parte baja de la espalda y encauzarla desde la terraza hacia el gran sal¨®n, Charlotte fue consciente de que deb¨ªa zafarse, pero? ?Bettina y Mimi! Estaban en medio de la multitud con varias chicas, entre ellas Hadley, la amiga de la primera, ?y Bettina la estaba mirando fijamente! La distancia les imped¨ªa decirse algo a gritos, pero Charlotte vio que arqueaba las cejas y hac¨ªa una mueca que pr¨¢cticamente dec¨ªa: "?Qu¨¦ fuerte! ?Menudo chulazo te has buscado!". Mimi se qued¨® helada y la mir¨® con gesto de sorpresa y envidia. Bettina y ella a¨²n segu¨ªan metidas en una manada de novatas. (?)
Cuando quiso darse cuenta, Hoyt ya la hab¨ªa guiado por un mal iluminado y neblinoso pasillo de paredes revestidas de nogal tallado. En las juntas entre panel y panel hab¨ªa medias columnas nervadas del mismo tipo de madera. Los paneles eran tan oscuros que absorb¨ªan la poca luz existente. La neblina se convert¨ªa en una bruma espesa y los asistentes a la fiesta iban de un lado para otro parloteando y cacareando de forma demencial. (?)
Hoyt volvi¨® a pasarle el brazo por la cintura, como si s¨®lo quisiera hacerla cruzar el umbral. Charlotte se puso r¨ªgida por un instante, pero no se solt¨®. Hoyt solamente quer¨ªa? ser un buen anfitri¨®n.
-?Ad¨®nde vamos? -insisti¨®.
-Abajo -insisti¨® ¨¦l.
-?Y abajo qu¨¦ hay?
-Ya lo ver¨¢s. (?)
Cada vez estaba m¨¢s molesta, y no se tranquiliz¨® cuando Hoyt la hizo entrar en la sala sin soltarla en ning¨²n momento. "?Que me quite la mano de encima de una vez!". Sin embargo, aquel cuarto subterr¨¢neo lleno de gente que beb¨ªa y fumaba le dio claustrofobia, y adem¨¢s ¨¦l era su protector y su carta de presentaci¨®n, as¨ª que dej¨® que la condujera as¨ª hacia lo desconocido. Los estudiantes estaban arremolinados en torno a una antigua barra de madera oscura con reposapi¨¦s de lat¨®n. Contentos (excesivamente contentos) por haber llegado a un territorio al que no pod¨ªan acceder los dem¨¢s, parloteaban, re¨ªan y chillaban. La parte inferior de una botella surgi¨® describiendo un arco por encima de las cabezas del enjambre. Charlotte tard¨® un instante en darse cuenta de que la sujetaba un chico que dirig¨ªa el chorro de su contenido, fuera el que fuese, directamente hacia su propia garganta. (?)
Tras la barra hab¨ªa dos negros cuarentones con camisa blanca arremangada dejando los antebrazos al descubierto y corbata negra muy apretada en torno a la garganta. Los dos ten¨ªan grandes cercos de sudor bajo las axilas. Ante ellos, sobre la barra, ten¨ªan una hilera de botellas de whisky, ron, vino, vodka y otras bebidas m¨¢s dif¨ªciles de distinguir. Todo (fuera cerveza, vino o vodka) se serv¨ªa en vasos de pl¨¢stico id¨¦nticos.
Sin dejar de aferrar a Charlotte, Hoyt le ofreci¨®:
-?Te apetece beber algo?
-Nada, gracias.
Sonrisa forzada.
-Va, mujer. ?Si ni siquiera has querido bailar conmigo! ?Al menos t¨®mate una copa! -Lo dijo a gritos y la gente de la mesa se volvi¨® hacia ellos.
Poco m¨¢s que un susurro:
-Es que no bebo.
A grito pelado:
-?Ni siquiera cerveza?
Con voz ronca:
-Eh? no. Pero t¨² tampoco est¨¢s bebiendo nada.
Sin dejar de berrear:
-?Si te tomas una copa me animo!
Segu¨ªa con el brazo en torno a Charlotte. La mir¨®, sonri¨®, le dio un buen achuch¨®n y empez¨® a llevarla hacia el bar. (?)
-A lo mejor una copita de vino.
-?As¨ª me gusta! -se alegr¨® ¨¦l, y sin soltarla la llev¨® hasta el grupo de gente que hab¨ªa en la barra.
El grandull¨®n Julian se les acerc¨® y solt¨®:
-Qu¨¦ morro tienes, Hoyt.
Como si ella no estuviera delante.
Hoyt se inclino hacia ¨¦l y le dijo en voz baja:
-Vive y deja mojar, Julian, colega. -Se volvi¨® hacia Charlotte y a?adi¨®-: ?Tinto o blanco?
-No s¨¦. ?Tinto?
La solt¨® un momento y empez¨® a abrirse camino a la fuerza hacia primera l¨ªnea de la barra. De pronto se detuvo y mir¨® hacia un lado. Y acto seguido grit¨® a pleno pulm¨®n:
-?Eh! ?Que no tenemos por qu¨¦ enterarnos de todo!
El chico del sof¨¢ hab¨ªa encajado una pierna enfundada en vaquero entre los muslos enfundados en vaquero de su compa?era, que hab¨ªa subido una pierna hasta pr¨¢cticamente rodearlo por la cintura, y se mov¨ªan con peque?as embestidas. La gente se ech¨® a re¨ªr y tres o cuatro chicos les gritaron tambi¨¦n en tono jocoso que se fueran a otro lado. La pareja se desenred¨® y se incorpor¨® a medias para mirar con cara de tontos a su p¨²blico. La chica sostenida por Julian empez¨® a hacer un ruidito con los labios apretados, como si se escapara el aire por la boquilla de un globo sujetada con dos dedos. Le temblaban los labios y ten¨ªa los ojos abiertos, pero sin ver nada. Y as¨ª, sin m¨¢s, se derrumb¨®. Julian evit¨® por los pelos que fuera a dar con sus huesos en el suelo.
-?Qu¨¦ putada! -exclam¨®. Levant¨® el cuerpo inerte y se lo ech¨® al hombro-. Me cago en el Rohypnol.
Se dio media vuelta para llev¨¢rsela y qued¨® visible un reguero fangoso que le bajaba a la chica por la parte trasera de una pierna. Era repugnante. Heces.
-Hoyt? Hoyt? -empez¨® Charlotte, horrorizada.
-Puaj -exclam¨® ¨¦l-. No te preocupes -le sonri¨®-. Esa t¨ªa est¨¢ chalada. Se mete relajantes musculares.
Al cabo de poco rato, Hoyt regres¨® de la barra con dos vasos de pl¨¢stico, uno para ella y otro para ¨¦l, que levant¨® como proponiendo un brindis. (?) Como no se le ocurr¨ªa nada m¨¢s, ella se lo llev¨® a los labios y bebi¨® un sorbo. No era tan repugnante, pero aun as¨ª sinti¨® una punzada de culpa. El ¨²nico motivo por el que sosten¨ªa aquella bebida alcoh¨®lica era el miedo a quedar como una majadera delante de un mont¨®n de borrachos a los que no hab¨ªa visto en su vida. Sin embargo, bebi¨® otro sorbo, esta vez m¨¢s largo, y despu¨¦s otro a¨²n m¨¢s largo. Hasta entonces no hab¨ªa reparado en que Hoyt ni siquiera se hab¨ªa llevado el vaso a los labios.
No hac¨ªa m¨¢s que vigilar de refil¨®n el interior del vaso de ella y, con la sonrisa m¨¢s afable y m¨¢s sincera que pudiera imaginarse, mirarla a los ojos. Luego ech¨® a andar hacia la puerta met¨¢lica.
-Ya te he dicho que no ¨ªbamos a quedarnos mucho -record¨® el hombre del que una siempre pod¨ªa fiarse-. Ven, voy a ense?arte lo de arriba.
Charlotte asinti¨® y engull¨® otro trago.
Por fin se hab¨ªa relajado; confiaba plenamente en ¨¦l. Qu¨¦ cambio: en lugar del escalofr¨ªo de ansiedad que se hab¨ªa apoderado de ella nada m¨¢s poner un pie en aquella casa, de repente corr¨ªa algo c¨¢lido y tranquilizador por sus venas. Aquel chico tan guapo, Hoyt, que la hab¨ªa estimulado y asustado a un mismo tiempo, hab¨ªa resultado todo un caballero, adem¨¢s de todo un "chulazo", como dir¨ªa Mimi. ?Qu¨¦ cara se le hab¨ªa quedado! ?Y a Bettina! Eso era lo que ve¨ªa al mirar a Hoyt a los ojos. No le import¨® que la agarrara de la mano y se la llevara escaleras arriba. (?)
Hoyt la conduc¨ªa hacia la escalera noble, justo delante, con una barandilla que ascend¨ªa hasta el piso superior describiendo una curva exuberante. Se puso tiesa por una punzada de remordimientos provocada por la Gran Duda? ?De verdad era sensato ir a ver "lo de arriba", fuera lo que fuese? Pero ya hab¨ªa compa?eros de ambos sexos que sub¨ªan y bajaban, en realidad, un flujo considerable. Tampoco era que el chico y ella fueran a quedarse solos en aquel piso. (?)
La escalera desembocaba en un rellano el triple de grande que el sal¨®n de la casa de Charlotte en Sparta. Nunca hab¨ªa visto un techo tan alto en el piso de arriba de una casa. En el centro, donde en su ¨¦poca ten¨ªa que haber habido una ara?a, hab¨ªa un fluorescente que emit¨ªa una luz cruda, azulada y gaseosa. Por un ancho pasillo vio montones de estudiantes agrupados en torno a las puertas abiertas, riendo a mand¨ªbula batiente y estallando en v¨ªtores, alaridos y aplausos con los que evidentemente fing¨ªan dar su aprobaci¨®n a alguien a modo de chanza, o en gemidos y rechiflas para mostrar su decepci¨®n, tambi¨¦n simulada, sin dejar de beber de sus grandes vasos de pl¨¢stico.
-?Qu¨¦ hacen? -quiso saber Charlotte. (?)
-No s¨¦ -suspir¨® ¨¦l, moviendo la cabeza para dar a entender que daba igual, porque seguramente se trataba de algo absurdo, tedioso e infantil que no val¨ªa la pena investigar-. Venga, que te ense?o las habitaciones. Vas a flipar. (?)
Hoyt se detuvo ante una puerta, esper¨® unos instantes en silencio a ver si o¨ªa algo y despu¨¦s la abri¨®. Era un gran dormitorio repleto de estudiantes de ambos sexos sentados al borde de las camas o en el suelo, en medio de una nube de humo de olor intenso y dulz¨®n, sin decir palabra. Observaron a los reci¨¦n llegados con unos ojos cautelosos y bien abiertos que recordaban a los de un mapache sorprendido en su escondite en plena noche, salvo una chica que se llev¨® a los labios un deforme cigarrillo sostenido entre pulgar e ¨ªndice y aspir¨® una buena bocanada con los ojos cerrados.
-Paz -salud¨® Hoyt mientras cerraba la puerta y se alej¨®.
Abri¨® otra. Estaba a oscuras. La luz del pasillo bast¨® para revelar una litera. Accion¨® el interruptor de la pared. Una manta rojiza con estampado de indios norteamericanos metida por debajo del colch¨®n de arriba y por debajo del de abajo formaba una especie de tienda. Charlotte oy¨® el susurro de una voz masculina:
-?Qui¨¦n co?o anda ah¨ª?
Hoyt apag¨® la luz y cerr¨® la puerta.
-?Has o¨ªdo algo? ?Alguien ha dicho algo?
-Ser¨ªa alg¨²n t¨ªo que est¨¢ durmiendo, no s¨¦ -contest¨® Hoyt.
Sigui¨® avanzando a toda prisa por el pasillo, tirando de ella. Otra puerta. La abri¨® y asom¨® la cabeza. La luz estaba encendida. Dos camas. Una estaba hecha un asco, con las s¨¢banas, la manta y la almohada revueltas y el forro del colch¨®n arrugado. En la otra, la manta estaba estirada sobre la almohada como si alguien hubiera querido hacerla con esmero, pero por debajo hab¨ªa unos extra?os bultos. Hoyt le indic¨® que entrara y cerr¨® la puerta. Rode¨¢ndole los hombros con delicadeza, se?al¨® la pared del fondo.
-Mira qu¨¦ ventanas. Tienen m¨¢s de dos metros y medio de altura. (?)
-??sta es tu habitaci¨®n? -pregunt¨® Charlotte.
-No. La m¨ªa est¨¢ abajo, donde toda la gente. En realidad es m¨¢s grande que ¨¦sta, pero, vamos, ¨¦sta es un buen ejemplo. ?Sabes qu¨¦?, le tengo much¨ªsimo cari?o a esta casa. (?)
En aquel instante se abri¨® la puerta del cuarto y en el umbral reson¨® una conversaci¨®n animada casi convertida en un agudo canto. Sin soltar un ¨¢pice a Charlotte, Hoyt gir¨® sobre los talones. Estaba entrando un chico alto y delgado de cabello rubio y alborotado. Rodeaba con el brazo a una chica casta?a, peque?a y guapa que pr¨¢cticamente se sal¨ªa de una camisetita de tirantes finos y unos vaqueros de tiro bajo, atuendo que le dejaba el ombligo al aire.
-?Joder, Vance, sal de aqu¨ª! -vocifer¨® Hoyt-. ?Esta habitaci¨®n la hemos pillado nosotros!
La chica se qued¨® inm¨®vil, con una sonrisa tonta congelada en la cara.
-?Vaaaale, t¨ªo! -contest¨® Vance sin liberarla-. Tranqui, tranqui, tranqui. Es que Howard y Lamar me hab¨ªan dicho?
-?T¨² ves a Howard y a Lamar por alguna parte? Aqu¨ª estamos nosotros. Nos la hemos pillado.
El intruso mir¨® el reloj y a?adi¨®:
-No s¨¦, Hoyt, a m¨ª me parece como que hace rato que se han acabado los siete minutos.
-Vance?
Vance levant¨® las manos hacia su amigo y cedi¨®:
-Vale, de buen rollo. Pero cuando acab¨¦is me avisas, ?vale? Estamos en el piso de en medio.
"?Esta habitaci¨®n la hemos pillado nosotros!". "?Vale, cuando acab¨¦is me avisas!". A Charlotte se le helaron las manos. Ten¨ªa la cara al rojo vivo. Se solt¨® del abrazo de Hoyt y le dijo:
-?Me parece que no te has enterado! ?No hemos pillado esta habitaci¨®n, te la habr¨¢s pillado t¨²! ?Y no vamos a acabar nunca porque no vamos ni a empezar!
Hoyt mir¨® un instante a Vance y a la morenita y luego ech¨® la cabeza atr¨¢s y a un lado, suspir¨® y abri¨® los brazos con gesto de indefensi¨®n hasta quedar en posici¨®n de crucificado.
-Ya lo s¨¦?
-?T¨² qu¨¦ vas a saber! -chill¨® ella-. ?Eres un guarro!
-?Eh! ?Tampoco hay que gritar! Es que? ?Co?o!
Era el macho eterno, de conducta modificada perpetuamente por la Mujer que Monta una Escena.
-?Grito si me apetece! ?Y me voy!
Y dicho eso ech¨® a andar, ya con l¨¢grimas en las mejillas, pasando por delante de ¨¦l, de Vance y su morenita?
-?Eh! ?Espera?! -llam¨® Hoyt sin convicci¨®n. (?)
Cuando sali¨® del ascensor en el quinto piso y se encontr¨® con el vest¨ªbulo totalmente silencioso le pareci¨® un santuario, o al menos el ¨²nico al que pod¨ªa acudir Charlotte Simmons, y se permiti¨® un buen sollozo lastimero. Luego enfil¨® el pasillo y? oy¨® susurros? ?Santo cielo! Seis, siete, ocho chicas sentadas en hilera con el trasero en el suelo, la espalda contra la pared y las piernas, las de casi todas, estiradas para formar una fila de vaqueros envejecidos, pantalones cortos, zapatillas de deporte, chanclas, pies descalzos, rodillas huesudas? Ojos, todos los ojos, clavados en ella. Eran alumnas de primero que viv¨ªan en aquel piso. ?Qu¨¦ hac¨ªan en mitad del pasillo en plena noche? ?Y qu¨¦ pensar¨ªan de ella? Lagrimones, ojos hinchados? Ten¨ªa la impresi¨®n de que su nariz hab¨ªa doblado de tama?o, tan congestionada estaba de tanto llorar. Y seguro que hab¨ªan o¨ªdo el gemido que hab¨ªa soltado al salir del ascensor. Su presencia era un reto. Para dejarla llegar a su cuarto tendr¨ªan que mover las piernas. Si se ve¨ªa obligada a hablar con ellas, a pedirles que la dejaran pasar? ?No; ser¨ªa incapaz! ?Se echar¨ªa a llorar otra vez! Se mordi¨® el labio inferior y se orden¨® ser fuerte, muy fuerte, venga, sin rendirse, aguantando. El primer par de rodillas y vaqueros ra¨ªdos se pleg¨® para dejarle paso. Eran de lo m¨¢s enclenque y pertenec¨ªan a una chica de origen chino, esquel¨¦tica, con la cara sumamente p¨¢lida y el pelo color manzanilla y cortado a lo gar?on. Se llamaba Maddy y era horrorosa, a pesar de que hab¨ªa ganado una competici¨®n de ciencias muy importante a nivel nacional, el premio Westinghouse o algo as¨ª. Charlotte no la soportaba, pero no logr¨® escapar de aquellos ojazos desproporcionados, que se alzaron hacia ella para que la asquerosa de Maddy preguntara:
-?Qu¨¦ te ha pasado?
Charlotte mantuvo la cabeza gacha y se limit¨® a sacudirla, que era todo lo que se sent¨ªa capaz de hacer para indicar que no le hab¨ªa pasado nada. S¨®lo sirvi¨® para azuzar la curiosidad de Maddy.
-Te hemos o¨ªdo llorar. (?)
A Charlotte no se le ocurri¨® ninguna forma de responder con un movimiento de la cabeza y, adem¨¢s, ten¨ªa interiorizada la idea, por ¨®smosis social, de que era protorracista no hacer caso a los estudiantes negros, por mucho que la chica en cuesti¨®n tuviera un padre, como por lo visto sab¨ªa todo el mundo en la planta, que era uno de los principales promotores inmobiliarios de Atlanta, seguramente m¨¢s rico que todos los Simmons de las monta?as Azules de toda la historia juntos. As¨ª pues, hizo un esfuerzo para reforzar la presa que conten¨ªa el torrente y pronunci¨® s¨®lo dos palabras:
-Una hermandad.
No hizo falta m¨¢s. La presa revent¨® y Charlotte recorri¨® los metros que le quedaban tambale¨¢ndose, sollozando y temblando. Las brujas la remataron por la espalda:
-?Qu¨¦ hermandad?
-?Hab¨ªa una fiesta?
-?Seguro que no quieres que vayamos a ayudarte?
-?Ha sido un t¨ªo?
Cuando por fin gir¨® el pomo de su puerta ya se o¨ªan los cotorreos, los susurros, las risillas, la falsa compasi¨®n de aquel colectivo contrahecho.
"Lo que me faltaba", se dijo entre l¨¢grimas. El desmoronamiento de Charlotte Simmons acababa de convertirse en el gran entretenimiento del viernes por la noche de aquella panda.
La novela de Tom Wolfe 'Soy Charlotte Simmons', traducida al espa?ol por Eduardo Iriarte y Carlos Mayor, y publicada por Ediciones B en su colecci¨®n Afluentes, sale a la venta ma?ana.
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