Aire fresco

Las funciones fuera de abono tienen en el Real un sabor distinto. Entre el p¨²blico no abonado, pero entendido, y el que llega por vez primera se crea un clima que suma al goce est¨¦tico una suerte de celebraci¨®n extraordinaria, de manera que el aire, en lugar de cortarse con un cuchillo, se hace como m¨¢s fresco. Luego, las cosas pueden salir mejor o peor, pero que no se diga que el ambiente no est¨¢ por la labor del triunfo.

Y lo hubo, y con raz¨®n. La verdad es que mimbres hab¨ªa y la empresa apostaba sobre seguro reponiendo la producci¨®n de Pier Luigi Pizzi que tanto hab¨ªa gustado en su presentaci¨®n la temporada pasada. El concepto de Pizzi se sostiene sobre dos aspectos: la situaci¨®n cronol¨®gica de la acci¨®n en el Par¨ªs ocupado de la Segunda Guerra Mundial y la realizaci¨®n de una escenograf¨ªa de muy cuidada decoraci¨®n. Lo primero, simplemente, no tiene sentido, pues es imposible pensar en unos personajes as¨ª en un ambiente que quiere tener algo de viscontiniano, pero se queda en el camino, sin arriesgar de verdad. Violetta Val¨¦ry pertenece a su ¨¦poca y acercarla al hoy es disminuirla. Respecto de la escena, Pizzi cae en el primer acto en la tentaci¨®n del exceso de esa informaci¨®n complementaria que suele distraer de la principal al p¨²blico. Sobre el decorado, nada que oponer, incluido el vac¨ªo y oscuridad de la habitaci¨®n de Violetta en el tercer acto.

En lo canoro se repet¨ªa igualmente el reparto de la primera vez. Si entonces Norah Amsellem nos pareci¨® una estupenda cantante, hoy se puede decir que su Violetta es ya una de las mejores de los ¨²ltimos tiempos. Pero, adem¨¢s, es l¨ªcito pensar que su inteligencia va a llevarle todav¨ªa m¨¢s all¨¢ en la caracterizaci¨®n de un personaje al que presta una voz muy bella, controlada con muy buena t¨¦cnica, sobre todo en medias voces y en pianos. A?¨¢dase a ello una figura m¨¢s que cre¨ªble y el resultado no puede ser sino el que es: sensacional. Jos¨¦ Bros le brind¨® una r¨¦plica apasionada y precisa, excelente en el decir, con un admirable buen gusto, aunque cabe pedirle algo m¨¢s en lo actoral. Renato Bruson sigue siendo un verdadero animal esc¨¦nico, un Giorgio Germont con toda su carga de hipocres¨ªa contenida. La voz nota el paso del tiempo —incluso en relaci¨®n a su Scarpia madrile?o—, no en vano el a?o pr¨®ximo cumplir¨¢ los setenta, pero el artista permanece inc¨®lume.

Jes¨²s L¨®pez Cobos hizo en el foso un trabajo de una extraordinaria finura con una Orquesta Sinf¨®nica de Madrid que luci¨® esa calidad que debe exigirse en el Real. Al director zamorano, sin duda, le gusta La traviata y la entiende a las mil maravillas. No falt¨® un matiz, un subrayado, un gui?o de esa orquesta verdiana que aqu¨ª tiene tantas cosas que decir. El coro tambi¨¦n estuvo a la altura. Y tanta excelencia, como no pod¨ªa ser de otro modo, recibi¨® las aclamaciones de ese p¨²blico al que hay que hacerle volver a la ¨®pera.