Adi¨®s a la cantera
Vuela solitaria una paloma zurita y luego pasa un ave nocturna a la que se le ha echado el d¨ªa encima. Los p¨¢jaros empiezan a hacer sus nidos de primavera. Quiebran su canto en un gorjeo insistente y se contestan unos a otros desde todas partes de la cantera. Este a?o he querido salirle al paso a la primavera a la altura de la cantera de la Vallensana, en la linde de Badalona con Montcada, en plena sierra de Marina. Una cantera es una sangr¨ªa que se le hace a la tierra. Se le practica un corte y se dejan brotar sus piedras y su arena. La cantera de la Vallensana la est¨¢n desmantelando ahora. El 31 de diciembre de 2004 expir¨® la concesi¨®n de su explotaci¨®n, y desde entonces la empresa que la llevaba cuenta con siete meses para retirar la maquinaria. Lo que estos d¨ªas puede verse en la cantera son m¨¢quinas viejas, grandes montones de gravilla, pilas de balastro y cintas trasportadoras inm¨®viles, dispuestas en pendiente como toboganes obreros. Tambi¨¦n hay un transformador de la luz, achacoso, encaramado a unos postes de madera, que se ha quedado all¨ª el ¨²ltimo para alimentar noche y d¨ªa a una vieja l¨¢mpara de posici¨®n.
La cantera de la Vallensana la est¨¢n desmantelando. Badalona quiere devolver a la zona su entorno forestal en cinco a?os
En un plazo de cinco a?os el Ayuntamiento de Badalona tiene previsto haber devuelto plenamente la zona a su entorno forestal. Un bosque saqueado es como una ciudad saqueada, y hasta que no le devuelven lo que es suyo no descansa; aunque a menudo ni a los bosques ni a las ciudades se les da lo que pretenden. La cantera de la Vallensana est¨¢ rodeada de una multitud de pinos que se han emboscado y que llevan una eternidad aguardando a su alrededor el momento cabal para asaltarla. La empresa que cierra esta cantera empez¨® a trabajarla en el a?o 1949. Durante todo ese tiempo ha extra¨ªdo de ella m¨¢s de 4,5 millones de metros c¨²bicos de tierra, arena y piedra. Tengo una de esas piedras, una de esas ¨²ltimas piedras, claro, sobre la mesa donde trabajo. Es como un pez venenoso, de los del ¨²ltimo fondo del mar. Pero en realidad es un trozo de zahorra, una de esas piedras brillantes, salpicadas de relumbrantes motas blancas y negras, sobre las que se asientan las traviesas del ferrocarril. Y a su manera es, adem¨¢s, como un extra?o ocelote o como un abrigo antiguo o como el diosecillo de un barrio de las afueras. (Junto a piedras como ¨¦sta, sobre las v¨ªas que atraviesan el extrarradio, se colocaban las llaves de las latas de conserva para que el tren las convirtiera en espadas).
La primavera la han tra¨ªdo hoy, ya a media ma?ana, unos hombres con los zapatos relucientes, lustrados a conciencia, y con camisas de cuadros reci¨¦n planchadas, que pasean y disfrutan del domingo hablando de su trabajo. Y tambi¨¦n la han tra¨ªdo sus mujeres, que les siguen unos pasos atr¨¢s y que conversan, por supuesto, de cosas del trabajo y de los ni?os. La gente va al campo a ver llegar a la primavera, pero asimismo va a llevarla y a dejarla disimuladamente entre los ramosos chaparros y entre las persistentes madro?eras y entre las l¨¢nguidas mimbres lloronas, y entonces la primavera se sube a las copas de los pinos para sacudirles sus pi?as viejas y abiertas, para tirar por el suelo sus pi?as del a?o pasado.
La gente va a esta parte del campo a pasearse entre la primavera y ante todo va a comer en las antiguas mas¨ªas, que los payeses transformaron hace d¨¦cadas en restaurantes. En ellos se celebran los grandes acontecimientos de una familia, que son, ya se sabe, bodas, comuniones... Y tambi¨¦n se festejan los peque?os aniversarios. La gente come y habla de su trabajo, a veces habla al tiempo que come, quiero decir, a la vez que mastica. Come carne a la brasa ("?nos puede traer m¨¢s all i oli?"), y come jud¨ªas con butifarra, y come, desde luego, caracoles. La gente es feliz hablando mucho y comiendo bien. Y sobre todo a la gente se la ve feliz cuando se queda encandilada, mirando por la ventana del comedor a una higuera sin hojas y con la yema de los brotes ya apuntando. En el campo, las mansiegas echan sus jopos delicados como penachos de humo o como colas de zorro, y entonces el domingo huele a le?a puesta en el fuego. En la ciudad, ya se sabe, hay pocas mansiegas y el domingo tiene olor a pollo a l'ast. Pero ambos son buenos olores. A mediod¨ªa las mas¨ªas ya han preparado el servicio y esperan a la clientela con su pan de pay¨¦s cortado y metido en bolsas de pl¨¢stico, y con sus botellas de vino y de gaseosa sobre los manteles. La mas¨ªa que, en el siglo XIX, levant¨® el primer propietario de la cantera, para alojar en ella a los trabajadores que llegaban de fuera con sus familias, tambi¨¦n es ahora un restaurante.
La primavera la ha tra¨ªdo la gente a la Vallensana en sus paseos y en las canciones que se sabe, y as¨ª han empezado a abrirse las flores amarillas de las genistas de Serrat, y tambi¨¦n se han abierto las flores azules del romero, para ponerse como el romero en flor de Lole y Manuel. En una mas¨ªa se oye el canto de un gallo joven y luego le contesta con voz ronca un gallo viejo. Y lejos canta el p¨¢jaro perdiz. Y los otros p¨¢jaros cantan entonces muy flojito, para no comprometerse, y a¨²n sopla, llev¨¢ndose los vilanos, el dulce viento de la ma?ana del domingo, que es un viento suave al que no le gusta trabajar.
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