El Cid, por la puerta del Pr¨ªncipe
Dicen algunos que no es un torero de pellizco, que no pertenece a dinast¨ªa alguna y que ni siquiera es fotog¨¦nico. Lo ¨²nico que ocurre es que torea como los ¨¢ngeles este chaval de pueblo, con la cara curtida por el sol del campo, pero con el m¨¢s puro clasicismo taurino en la cabeza.
All¨¢ que se lo llevaron en volandas por la orilla del Guadalquivir despu¨¦s de haber dibujado una p¨¢gina gloriosa de la tauromaquia sevillana y llevar el delirio a quienes tuvieron la fortuna de ver torear.
Porque ¨¦se el ¨²nico misterio de El Cid: que torea como hay que torear. Ejecuta el toreo eterno, con naturalidad, con hondura, con personalidad, y vuelve locos a los espectadores, muchos de los cuales no han visto nada igual en su vida.
Domecq / Ponce, El Juli, El Cid
Toros de Juan Pedro Domecq, muy justos de presentaci¨®n, muy blandos y nobles. Enrique Ponce: estocada trasera y ca¨ªda y dos descabellos (ovaci¨®n); estocada trasera (oreja). El Juli: dos pinchazos y media tendida (silencio); dos pinchazos y un descabello (silencio). El Cid: estocada (dos orejas); casi entera ca¨ªda (oreja). Sali¨® a hombros por la Puerta del Pr¨ªncipe. Plaza de la Maestranza. 27 de marzo. Primera corrida de feria. Lleno. Se guard¨® un minuto de silencio por Leonardo Castillo, can¨®nigo de la catedral de Sevilla.
Y torea, adem¨¢s, con la izquierda; es decir, por naturales. Y resulta que cita de largo, como en su primero -¨¦l en el centro y el toro en tablas-, y le presenta la muleta, adelanta la pierna contraria, carga la suerte, embarca la embestida con largura, suavidad y lentitud, y queda en posici¨®n para repetir. Y liga los naturales y los abrocha, como ayer, con un inconmensurable pase de pecho. ?Ah¨ª queda eso...!
Vuelve a retar a su oponente, y repite en c¨¢mara lenta otra tanda, y una tercera, m¨¢s corta, pero no menos profunda. Dominador y artista el torero, embebido el toro. Un circular y unos bell¨ªsimos ayudados con la rodilla flexionada que supieron a gloria.
Parte del p¨²blico pidi¨® a gritos la devoluci¨®n del sexto por considerarlo flojo de remos. La verdad es que no desenton¨® del resto, blando y sin fuelle y, adem¨¢s, inc¨®modo. Pero hab¨ªa un torero en actitud de triunfo, dispuesto a explotar para abrir la ansiada Puerta del Pr¨ªncipe. Surgi¨®, entonces, el torero t¨¦cnico, sereno y seguro. El animal se resist¨ªa a embestir, y El Cid lo convenci¨® poco a poco, con mimo, pero con mando. Y el toro obedeci¨®, primero, por el lado derecho, corto y a rega?adientes; despu¨¦s, largo y suave por la izquierda. Surgieron cuatro naturales largos, dos m¨¢s en la tanda siguiente, un pase de la firma de aut¨¦ntico cartel y un recorte final.
El Cid cumpli¨® su sue?o. Los dem¨¢s, tambi¨¦n, porque el toreo excelso y solemne como el de ayer es una chispa que permanecer¨¢ para siempre en el recuerdo.
Ante el triunfo incontestable del torero de Salteras quedaron en segundo plano las dos figuras del cartel.
Claro que es verdad que sus toros -sus exigidos toros artistas del no menos afamado ganadero Juan Pedro Domecq- no ten¨ªan dentro m¨¢s que invalidez y soser¨ªa. Pero tampoco ellos demostraron actitud de figura.
Maduro, Ponce, muy maduro, pero fr¨ªo y pulcro ante su noble primero, que parec¨ªa un juguete de peluche. Muy buenos los naturales de frente y el de pecho con los que homenaje¨® a Manolo V¨¢zquez, a quien le hab¨ªa brindado el toro. Se emple¨® m¨¢s a fondo en el cuarto, y consigui¨® mementos de inter¨¦s.
De todos modos, tanto ¨¦l como El Juli son toreros ventajistas, torean al hilo del pit¨®n y no se cruzan. Por tanto, emocionan poco.
Poco material tuvo El Juli, pero menos recursos mostr¨® el torero, despegado, mal colocado y aburrido. Escuch¨® el silencio de La Maestranza, que ayer s¨®lo tuvo ojos para quien hizo el toreo.
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