Espa?oles contra Hitler
Muchos de los republicanos espa?oles que combatieron contra Franco lucharon tambi¨¦n en las filas de la Resistencia francesa para eliminar a Hitler. Fueron pioneros en todos los frentes y bajo todas las banderas contra el fascismo. El libro 'La ¨²ltima gesta' (Aguilar) cuenta su historia.
El comunista Manuel Alberdi, teniente de zapadores, se encontraba en Berl¨ªn el 2 de mayo de 1945, cuando la capitulaci¨®n. Hab¨ªa llegado con el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico, y la historia oral del exilio refiere que su unidad tendi¨® uno de los ¨²ltimos puentes sobre el r¨ªo Spr¨¦e, maniobra que permiti¨® el asalto al Reichstag. No lejos de Salzburgo, en el pueblo de Berchtesgaden, se hallaba Mart¨ªn Bernal, anarquista y jefe de secci¨®n de la Nueve. Pertenec¨ªa a la Divisi¨®n Leclerc, y palade¨® la dicha de alcanzar el Nido del ?guila de Hitler. Los dos combatientes estaban ligados por su condici¨®n de republicanos espa?oles y porque hab¨ªan participado en la victoria sobre los nazis. Como otros miles de refugiados. Hombres y mujeres marginados en el recuerdo de sus compatriotas, arrojados al basurero de la historia.
Alberdi y Bernal formaban parte de un relato antiguo, visible desde enero de 1939, cuando las columnas de vencidos de la Guerra Civil, acosadas por la ventisca y las tropas rebeldes, se encaminaron hacia la frontera francesa. Medio mill¨®n de espa?oles -soldados y civiles, hombres y mujeres, viejos y ni?os- se agolparon en el piedemonte pirenaico dibujando un revoltijo de cuerpos y de miedos y de esperanzas. Hab¨ªa madres enloquecidas que abrazaban a sus ni?os muertos; ancianos cuyos ojos parec¨ªan macerados en siglos de dolor, y j¨®venes soldados, de aspecto avejentado, que sent¨ªan nostalgia de la patria aun antes de abandonarla. Todos esperaban una se?al: que Francia, pa¨ªs de hospitalidad, les permitiera la entrada. La noche del 27 al 28 de enero pasaron heridos y civiles; el 5 de febrero comenz¨® el ¨¦xodo de los milicianos.
Uno de los fugitivos era el barcelon¨¦s Narc¨ªs Falguera, secretario contable nacido en 1940, quien entr¨® en Francia el 13 de febrero. "Fue el ¨²ltimo d¨ªa que se permiti¨® el paso, quedamos para cerrar la puerta". El viejo republicano recuerda que pasaron 629 hombres de su unidad y que en la Navidad de 1938 ascend¨ªan a 2.700. En la frontera, los espa?oles fueron vejados -robados, en muchos casos-, y los gendarmes y guardias les condujeron hasta las playas; fueron aparcados en los campos de arena, entre el mar y las alambradas: una vida a la intemperie. Falguera fue internado en Barcar¨¨s: "Nos levant¨¢bamos a las siete. Un caf¨¦, y despu¨¦s a la playa, pues no hab¨ªa nada que hacer. Nos serv¨ªan comida en mal estado deliberadamente; incluso dejaban que el pan se pusiera mohoso y, cuando estaba inservible, nos lo daban. Trataban de presionarnos para que nos enrol¨¢ramos en la Legi¨®n Francesa o regres¨¢ramos a Espa?a. En Barcar¨¨s estuvimos cerca de 65.000 espa?oles. Me enter¨¦ porque al saber franc¨¦s entr¨¦ en el Comisariado Especial y me encargaron del fichero", recuerda. En el invierno de 1939, los tres principales n¨²cleos de poblaci¨®n en Pirineos Orientales eran los campos de internamiento republicano de Argel¨¨s-sur-Mer, Saint-Cyprien y Barcar¨¨s. La ciudad de Perpi?¨¢n, la capital del departamento, apenas alcanzaba los 30.000 habitantes.
Pero no todos los refugiados acabaron en los campos de internamiento. Los militares, los pol¨ªticos y los altos funcionarios, los miembros de las profesiones liberales y los cuadros de los partidos, as¨ª como los intelectuales, eligieron la reemigraci¨®n a Latinoam¨¦rica o a la URSS, sobre todo cuando Francia declar¨® la guerra a Alemania. Lo mismo hicieron quienes ten¨ªan patrimonio o lo consiguieron adelgazando los fondos de la Rep¨²blica. Unos 30.000 en total. Quedaban en los establecimientos represivos franceses los que no dispon¨ªan siquiera de dinero para hacerse una foto y completar la solicitud de evacuaci¨®n, o quienes carec¨ªan de amistades en los organismos encargados de elaborar los listados de candidatos a la reemigraci¨®n. Es decir, las gentes del com¨²n. "Fue un proceso selectivo que retuvo en Francia a los m¨¢s pobres", asegura con rotundidad un informe del Instituto de Historia Cronol¨®gica de M¨²nich. Pero los hombres y mujeres sin historia cogieron los trebejos de matar nazis y acreditaron una musculatura ¨¦tica admirable y un valor a prueba de afrentas.
Narc¨ªs Falguera, para salir del campo de Barcar¨¨s se vio obligado a incorporarse a las Compa?¨ªas de Trabajadores, aprobadas el 12 de abril de 1939 por el Gobierno franc¨¦s y que afectaban a los extranjeros varones entre 18 y 47 a?os. Los edictos de abril permit¨ªan la movilizaci¨®n laboral de los espa?oles por cuatro a?os, una especie de servicio militar de pico y pala -depend¨ªan del Ministerio del Ej¨¦rcito- que buscaba el beneficio de la econom¨ªa francesa. Al principio faenaban gratis, y luego el sueldo consist¨ªa en medio franco -el precio de un peri¨®dico- y un paquete de tabaco al d¨ªa. Entre 50.000 y 60.000 republicanos pasaron por las compa?¨ªas de trabajadores, la mayor¨ªa de ellos en tareas de fortificaci¨®n de la l¨ªnea Maginot, en la frontera con Alemania. Pero hab¨ªa tambi¨¦n refugiados que eran contratados por los campesinos de los departamentos pirenaicos, despu¨¦s de examinarles los dientes o palparles los m¨²sculos. En el caso de las mujeres, prefer¨ªan a las m¨¢s guapas: los propietarios buscaban criada y querida por el mismo precio. Falguera tuvo m¨¢s suerte: "En lugar de esperar a formar parte de una compa?¨ªa, nosotros creamos una y presentamos el proyecto a las autoridades, que aceptaron. ?ramos 250 compa?eros, todos comunistas, y nos enviaron a una f¨¢brica de p¨®lvora en Dordo?a. Ten¨ªamos sueldo, mucho mejor que en las compa?¨ªas normales, y est¨¢bamos lejos de la l¨ªnea Maginot". Pero el anacr¨®nico Ej¨¦rcito franc¨¦s no aguant¨® el ataque de la Wehrmacht, y Francia se convirti¨® entonces en una ratonera: los alemanes dominaban el norte, el filonazi P¨¦tain vigilaba el Midi y Franco pastoreaba al sur de los Pirineos. Despu¨¦s del armisticio franco-alem¨¢n, Falguera recorri¨® de nuevo los campos de internamiento pirenaicos: Saint-Cyprien, Argel¨¨s? Otros compa?eros capturados en la l¨ªnea Maginot tambi¨¦n fueron recluidos en campos, pero eran campos de exterminio nazis.
Antes y despu¨¦s del armisticio, miles de refugiados hab¨ªan regresado a la Espa?a franquista. No lo hizo Jos¨¦ Goytia, Bar¨®n, madrile?o, de 1920, y aviador durante la Guerra Civil, inquilino de Saint-Cyprien. Derrotada Francia, Goytia y unos amigos planearon una maniobra audaz. Mientras los espa?oles trataban de ganar el territorio de la Francia libre, al sur de la l¨ªnea de Demarcaci¨®n, ellos exploraron el trayecto contrario y viajaron en bicicleta desde Bayona, en la frontera franco-espa?ola, hasta Angulema, fort¨ªn hitleriano en la Francia atl¨¢ntica. Gracias a las redes de falsificaci¨®n de documentos, Goytia logr¨® enrolarse en la Organizaci¨®n Todt, un organismo alem¨¢n que reclutaba mano de obra para levantar una barrera infranqueable entre Hendaya y Saint-Malo. Unos 25.000 republicanos trabajaron en el muro del Atl¨¢ntico. La invasi¨®n alemana de la URSS, el 22 de junio de 1941, acab¨® con el pacto germano-sovi¨¦tico y tambi¨¦n con la esquizofrenia de los comunistas franceses y espa?oles, atenazados por un acuerdo que aceptaban pero que entend¨ªan con dificultad. Fue un episodio capital para el cambio de actitud del PCE y su apuesta por la guerrilla.
El aviador madrile?o se inici¨® pronto en la resistencia urbana contra los nazis, primero en Angulema y luego en Burdeos. "No se puede hablar de los espa?oles en la Resistencia, sino de algunos resistentes espa?oles", matiza. "Sabote¨¢bamos los alimentos de los almacenes alemanes: reg¨¢bamos o me¨¢bamos los montones de patatas para que se pudrieran, y a los quesos gruy¨¨re y emmental les introduc¨ªamos basura en los agujeros". En 1942, Goytia ingres¨® en los Franco-Tiradores y Partisanos de la Mano de Obra Inmigrada, los FTP-MOI, organizaci¨®n de extranjeros que combat¨ªa a los hitlerianos en Francia. Se produjo entonces un cambio en los objetivos: "Asaltamos trenes, volamos puentes, destruimos l¨ªneas telef¨®nicas; tambi¨¦n atac¨¢bamos a las patrullas alemanas, a las que deb¨ªamos causar las mayores bajas posibles", concreta. Cuando lo arrestaron, en enero de 1943, era responsable de los francotiradores de cinco departamentos. "Me detuvieron en un tranv¨ªa y el causante fue un confidente espa?ol: era mi cumplea?os".
Aunque no fue identificado como dirigente de la Resistencia, Goytia pasar¨¢ los a?os siguientes entre prisiones de m¨¢xima seguridad y campos de exterminio. "Durante tres meses, en la c¨¢rcel de Burdeos, fui torturado diariamente por la polic¨ªa especial francesa que trabajaba para los alemanes. Y no ten¨ªa derecho a que me curaran, ni a cortarme el pelo, ni a ropa (me la hab¨ªan destrozado durante la detenci¨®n, y tambi¨¦n perd¨ª un zapato); la Gestapo supervisaba las declaraciones. Despu¨¦s de cinco meses me trasladaron a Par¨ªs, al fuerte de Romainville. Iba con el cuerpo roto y lleno de heridas, con barba, sin un zapato, pelo largo, con la palidez de cinco meses encerrado; me esposaron con los brazos a la espalda y una bola de hierro a los pies. En Romainville estuve metido en una especie de casamata, sin poder moverme". Jos¨¦ Goytia termin¨® en el campo de exterminio de Mauthausen, un campo nazi ubicado en Austria, en la confluencia de los r¨ªos Enns y Danubio. Acogi¨® a miles de republicanos, incluidos los civiles de Angulema deportados con el conocimiento y la indiferencia del Gobierno de Franco.
A Goytia le acompa?¨® la suerte en Mauthausen. Cuando lleg¨® a finales de 1943 ya hab¨ªan pasado los tiempos aciagos: entre el verano de 1940 y los primeros meses de 1941, todos los d¨ªas hab¨ªa alg¨²n muerto republicano. Pero a partir de 1943 cambi¨® la actitud de las autoridades con respecto a los espa?oles, que pudieron organizarse. El activista confiesa con un punto de irreverencia que, comparado con lo que hab¨ªa padecido en las c¨¢rceles de Burdeos y Romainville, el campo austriaco le pareci¨® un lugar de reposo. Pero Mauthausen y sus 186 escalones tallados en piedra, que los cautivos ascend¨ªan con bloques de m¨¢rmol; el campo anexo de Gusen, un matadero de republicanos, y el castillo de Hartheim, donde se efectuaron experimentos m¨¦dicos atroces, representan una met¨¢fora de explotaci¨®n y muerte. El Instituto de Historia Cronol¨®gica cifra en 7.211 los espa?oles deportados en Mauthausen y en 4.813 los muertos, el 66%.
La resistencia urbana en Par¨ªs y la zona ocupada -"pistoleros de Par¨ªs", seg¨²n Lequerica, el embajador de Franco en la capital- hab¨ªa sido desmantelada a finales de 1943, y en el mes de febrero del a?o siguiente, la ejecuci¨®n en Mont-Val¨¦rien de 22 destacados activistas -entre ellos, el zamorano Celestino Alfonso- cancel¨® cualquier tipo de oposici¨®n. Pero los guerrilleros del Mediod¨ªa ocuparon entonces su lugar. El Servicio de Trabajo Obligatorio, que reclutaba por la fuerza mano de obra con destino a Alemania, hab¨ªa echado a muchos franceses y espa?oles al monte; a los maquis, ubicados en explotaciones forestales y pantanos en construcci¨®n. En un principio, la oposici¨®n armada de los republicanos era insignificante, testimonial. Jos¨¦ Antonio Alonso, asturiano, de 1919, conocido como Comandante Robert, relata su contacto inicial con los resistentes despu¨¦s de su paso por el campo de Septfonds: "Cuando llegu¨¦ al maquis, yo bien vestido, veo a seis hombres, aut¨¦nticos pordioseros, al lado de una casa en ruinas, y pasa un d¨ªa, dos, tres? Nada. En el primer golpe econ¨®mico llev¨¢bamos una pistola y una granada, que nos pas¨¢bamos unos a otros para que pensaran que ¨ªbamos armados. Al jefe de EM, Conejero, lo detuvieron porque baj¨® a ver un partido de f¨²tbol. Eso era la brigada". Estos grupos aislados, an¨¢rquicos y poco efectivos, se organizaron poco a poco en torno al Estado Mayor, dispon¨ªan de un peri¨®dico, Reconquista de Espa?a, y ampliaron su presencia a una parte significativa del territorio franc¨¦s.
En mayo de 1944, la Agrupaci¨®n de Guerrilleros Espa?oles despleg¨® 10.000 hombres por 31 departamentos. "La Tercera Brigada, que tuve el honor de mandar como jefe de estado mayor, estaba compuesta de unos 300 guerrilleros que dividimos en tres grupos que llam¨¢bamos batallones. Estas unidades tend¨ªan emboscadas e imped¨ªan que los alemanes circularan como Pedro por su casa. Los del estado mayor est¨¢bamos situados en el centro de esos batallones, y las relaciones con ellos se efectuaban por medio de enlaces. Nosotros ten¨ªamos, sobre todo, dos mujeres; una muchacha de 17 a?os, que a¨²n vive, y una mujer, Serafina V¨¦lez, cuyo marido estaba en la Resistencia", relata Alonso. Las unidades guerrilleras ten¨ªan como objetivo los sabotajes contra las v¨ªas de comunicaci¨®n, los golpes econ¨®micos y la eliminaci¨®n de alemanes.
Los espa?oles estuvieron en primera l¨ªnea en los combates de la Liberaci¨®n durante el verano de 1944. En Ari¨¨ge, por ejemplo, intervinieron de manera decisiva en todas las escaramuzas que llevaron la libertad al departamento pirenaico: Foix, Saint-Girons, Prayols o Rimont. Republicanos como Pedro Abascal, Madriles, o el propio Comandante Robert, se cubrieron de gloria cuando, ante la adversidad, no le volvieron la cara a la pelea. "Llegamos a Foix a los dos de la ma?ana del 23 de agosto, y aquello no se puede describir. Todos tem¨ªan que la columna nazi llegara all¨ª. Aquello fue incre¨ªble: nos gritaban, nos aplaud¨ªan, nos besaban; fue verdaderamente inolvidable. Esa fue nuestra revancha, y, como espa?ol, sent¨ª el orgullo de tener de rodillas delante de m¨ª a los que se consideraban una raza superior", refiere Alonso. Al d¨ªa siguiente de la liberaci¨®n de Ari¨¨ge, los espa?oles de la Nueve, voluntarios de la Divisi¨®n Leclerc, entraban en el Par¨ªs ocupado por los nazis. El c¨®nsul general de la Espa?a franquista en Par¨ªs, Alfonso Fiscowich, remiti¨® una comunicaci¨®n a Madrid donde aportaba su versi¨®n del episodio: "En el abigarrado desfile de las tropas que segu¨ªan al general De Gaulle en su entrada oficial en Par¨ªs, observ¨® el p¨²blico con sorpresa las banderas republicanas espa?olas que adornaban algunos de los tanques del cortejo. El m¨¢s curioso o avisado pudo tambi¨¦n satisfacer su curiosidad o completar su conocimiento leyendo los nombres con los que hab¨ªan sido bautizados dichos carromatos evocadores de batallas y hechos de la guerra civil de Espa?a -Guadalajara, Brunete, Ebro-, e impuestos en los mismos por sus tripulantes espa?oles enganchados en ?frica y Francia".
La guerra termin¨® para los franceses en el oto?o de 1944, pese a que una parte del pa¨ªs segu¨ªa en manos alemanas y unidades del Ej¨¦rcito gaullista se dirig¨ªan hacia Berl¨ªn. Pero continuaba para los espa?oles: el combate contra los nazis era solamente otro cap¨ªtulo m¨¢s de la guerra contra Franco. Parec¨ªa adem¨¢s el tiempo propicio para que los aliados correspondieran al esfuerzo de los republicanos y expulsaran a Franco. Pero la diplomacia desconoc¨ªa el mundo de las emociones y de los agradecimientos. Para remediar la galbana de los pa¨ªses democr¨¢ticos y sus tejemanejes pol¨ªticos, los exiliados planificaron una arriesgada operaci¨®n en la que se aunaron ambiciones personales, deseos de hacer algo con los miles de hombres que esperaban al norte de los Pirineos y la nostalgia de la tierra. Fueron las llamadas invasiones pirenaicas, comenzadas en septiembre de 1944 y cuya operaci¨®n central se desarroll¨® en el valle de Ar¨¢n entre el 19 y el 28 de octubre. El objetivo consist¨ªa en liberar un peque?o territorio y alentar en toda Espa?a un movimiento insurreccional. Un Gobierno provisional completar¨ªa el programa insurgente.
En las invasiones estuvieron Narc¨ªs Falguera y Jos¨¦ Antonio Alonso. El primero afirma: "M¨¢s o menos se podr¨ªa justificar una acci¨®n como Ar¨¢n para atraer a la opini¨®n internacional sobre el problema de Espa?a cuando el fascismo estaba derrotado. Ahora bien, los medios que ten¨ªamos no estaban a la altura. Quer¨ªa hacerse una guerra tradicional con guerrilleros. Faltaba armamento?, y adem¨¢s se desconoc¨ªa lo que pasaba en Espa?a. La informaci¨®n que nos pasaron era falsa, dijeron que nos iban a recibir con los brazos abiertos. Fue un proyecto descabellado y muri¨® mucha gente preparada. Objetivamente, esa operaci¨®n no interesaba a nadie, y menos que a nadie, a Gran Breta?a y Estados Unidos, favorables a Franco. Francia se mostraba proclive porque en el sur de su territorio no nos pod¨ªa controlar y le parec¨ªa bien que nos march¨¢ramos. Los aliados nos traicionaron, nos abandonaron".
Por su parte, Jos¨¦ Antonio Alonso asegura: "Particip¨¦ en la operaci¨®n, donde mand¨¦ la 521? Brigada. Habr¨ªa mucho que decir sobre Ar¨¢n, sobre esos grupos enviados a Espa?a. Habr¨ªa mucho que explicar sobre la organizaci¨®n pol¨ªtica; habr¨ªa que hablar de las envidias, las intrigas y las ambiciones personales". La llegada de Santiago Carrillo al Mediod¨ªa franc¨¦s aceler¨® la retirada de los guerrilleros. Pero entre los supervivientes de la guerrilla francesa no hay, para el veterano dirigente -quien se resguard¨® de la metralla nazi en Am¨¦rica durante los a?os dif¨ªciles: como la mayor¨ªa de los pol¨ªticos-, ni una palabra de piedad.
En la operaci¨®n de Ar¨¢n intervino tambi¨¦n el teniente guerrillero Francisco Samaniego, Paco, jiennense nacido en 1915, quien pas¨® por el campo de Argel¨¨s y trabaj¨® luego en las minas de Cransac-Decazeville, en Aveyron. En 1943 se hab¨ªa casado con Jeanne Samaniego -de soltera, Juana Antonia Parra de la Muela-, hija de emigrados. Como a muchos republicanos del ¨¦xodo, a Jeanne Samaniego se le par¨® el reloj cuando las luchas contra el nazismo y el franquismo. "Nunca he tenido el carn¨¦ del partido comunista, pero soy m¨¢s del partido que nunca. No s¨¦ si es porque mi marido se ha muerto -¨¦l s¨ª era militante- y he de continuar un poco sus ideas".
Pero la verdadera pasi¨®n de Juana Antonia Parra de la Muela es Espa?a. "Yo veo a muchos espa?oles que se han aclimatado aqu¨ª, pero mi marido nunca lo hizo. Yo siempre converso con los espa?oles en castellano, me niego a hacerlo en franc¨¦s. No estoy nacionalizada, mi padre no lo quiso". Jos¨¦ Antonio Alonso s¨ª est¨¢ nacionalizado franc¨¦s; al igual que Narc¨ªs Falguera. En 1984, la asociaci¨®n que reun¨ªa a todos los guerrilleros espa?oles en Francia se dividi¨® en dos entidades. Una la preside Alonso; la otra, Falguera. Jos¨¦ Goytia ya ha muerto.
Los republicanos espa?oles pelearon por la libertad, pero nadie les ayud¨® a conseguir la suya propia, y los supervivientes recuerdan con nostalgia y amargura los tiempos de lucha. "Aqu¨¦llos fueron unos a?os maravillosos, despu¨¦s de todo. Adem¨¢s de la juventud, pens¨¢bamos que pod¨ªamos cambiar el mundo. Para m¨ª no fueron a?os perdidos", evoca Jeanne Samaniego. Pese a todos sus esfuerzos, fueron orillados por la historia francesa. "El mundo democr¨¢tico no nos ha reconocido el papel que jugamos los republicanos refugiados en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. En todos los frentes y bajo todas las banderas fuimos pioneros en la lucha contra el fascismo", insiste Alonso. Pero si en Francia fueron marginados, en Espa?a han sido ignorados. Durante a?os s¨®lo se acordaron de ellos para ponerlos como ejemplo de malos espa?oles, y la memoria de la democracia contin¨²a margin¨¢ndolos con encono.
En el pueblo franc¨¦s de Prayols est¨¢ ubicado un monumento que recuerda a los republicanos de la Resistencia; en la base aparece esculpida esta leyenda: "Caminante: di a nuestro pueblo que los espa?oles supieron combatir por la libertad y morir por ella". El consejo no ha surtido efecto alguno: cada d¨ªa se arroja ceniza sobre la historia de la Rep¨²blica port¨¢til. Pero el trato afable y los testimonios apasionados de los republicanos que lucharon contra Hitler nos interpelan cada d¨ªa sobre nuestros deberes de memoria.
El libro de Secundino Serrano 'La ¨²ltima gesta. Los republicanos que vencieron a Hitler' (Aguilar) sale a la venta el pr¨®ximo 14 de abril.
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