Vivir en sociedad
La crisis de la pol¨ªtica no es s¨®lo atribuible a los pol¨ªticos. La ciudadan¨ªa tambi¨¦n tiene que asumir su responsabilidad en este asunto. No s¨®lo por aquella idea seg¨²n la cual "los pol¨ªticos son el reflejo de la sociedad que representan", sino por los muchos indicios que disponemos sobre la existencia de una dimisi¨®n individual en el ejercicio y la asunci¨®n de la responsabilidad ciudadana. No es exagerado afirmar que en nuestra sociedad se puede localizar una tendencia creciente al no ejercicio de las obligaciones impl¨ªcitas que existen de hecho al formar parte de una sociedad o de una colectividad. No es posible construir ning¨²n proyecto en com¨²n si s¨®lo se est¨¢ dispuesto a recibir los beneficios de formar parte de esa comunidad y no se est¨¢ en predisposici¨®n de ofrecer nada a cambio a esa misma comunidad.
Ciertamente, ¨¦ste no es un fen¨®meno nuevo y es evidente que siempre han existido aquellos que se han aprovechado para mejorar sus condiciones de vida de los logros de la acci¨®n colectiva ejercida por otros. ?Cu¨¢ntos barrios de nuestras ciudades no han visto cambios positivos en el bienestar de los que all¨ª viven gracias a las mejoras del paisaje urbano y de sus infraestructuras b¨¢sicas obtenidas por la presi¨®n y la movilizaci¨®n de s¨®lo unos pocos del vecindario? ?Cu¨¢ntos trabajadores no han visto mejorar sus condiciones laborales y su retribuci¨®n sin estar tan siquiera sindicados? Que no sea un fen¨®meno nuevo no es motivo suficiente para dejar de preocuparnos. Y en cualquier caso, la sensaci¨®n que produce una mirada actualizada a nuestra sociedad es que estas actitudes han tendido a incrementarse y por otro lado a derivar en nuevas expresiones a¨²n m¨¢s preocupantes.
Como ejemplo de estas derivas m¨¢s recientes podemos citar las pancartas en las ventanas de muchas viviendas de algunos barrios de Barcelona a trav¨¦s de las cuales los vecinos exigen que determinadas infraestructuras ferroviarias no se hagan debajo de su casa. O puede ser sencillo refrescar la memoria y recordar algunas de las movilizaciones que se han producido recientemente a lo largo de la geograf¨ªa de nuestro pa¨ªs contra la ubicaci¨®n de determinados equipamientos (prisiones, algunas comisar¨ªas, centros de rehabilitaci¨®n y desintoxicaci¨®n e incluso alg¨²n tanatorio y m¨¢s de una residencia de ancianos), a pesar de que todos estos equipamientos forman parte de un modelo social de desarrollo ampliamente aceptado y valorado. Para entendernos, el problema no est¨¢ en el rechazo de la prisi¨®n como instituci¨®n, sino en la negativa a que la prisi¨®n est¨¦ en nuestro municipio o en nuestro barrio. Nos preocupan la drogadicci¨®n y los problemas sociales que comporta, pero no vamos a tolerar que en la zona donde vivimos se instale ese centro de desintoxicaci¨®n. Es evidente que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n quiere m¨¢s despliegue policial, pero eso no quita que nadie desee ni acepte la comisar¨ªa en el solar vecino a su vivienda.
No es razonable estar a la espera de recibir permanentemente los resultados de vivir en sociedad sin ofrecer o requerido en cada momento por las circunstancias para mejorar precisamente esa vida en sociedad. Es realmente dif¨ªcil dibujar un escenario de futuro cuando los intereses propios pasan claramente a ser un acto reflejo de protecci¨®n ante lo que percibimos como la amenaza que nos provoca determinada concreci¨®n de determinados "intereses colectivos" o "bienes p¨²blicos". Parece rid¨ªculo, pero lo poco que aceptamos de lo p¨²blico en nuestro entorno residencial son las zonas verdes o ajardinadas, eso s¨ª, sin que dispongan de un pipic¨¢n en su interior.
Es evidente que en determinadas ocasiones el desarrollo del inter¨¦s general requiere el sacrificio de una parte -normalmente peque?a- de esa colectividad. Y es igualmente evidente que no se puede pedir siempre a los mismos que asuman los costes que a veces supone el inter¨¦s p¨²blico. Pero igualmente cierto es que no podemos estar pendientes siempre de c¨®mo externalizamos de nuestro particular entorno residencial estos costes. Estamos ante un problema de falta de sensibilidad social o, si se prefiere, de ausencia de virtudes c¨ªvicas. Empezamos a recoger los frutos de determinadas ideas que con fuerza han ido imponi¨¦ndose en las ¨²ltimas d¨¦cadas. De alguna manera, estas actitudes pueden ser ya el resultado en lo comunitario de la ideolog¨ªa neoliberal. El yo gana terreno de manera peligrosa al nosotros, hasta el extremo de poder apreciar s¨ªntomas de irresponsabilidad individual para el necesario funcionamiento de la comunidad.
En este contexto la acci¨®n pol¨ªtica es enormemente dif¨ªcil. No es posible que el gobierno de una sociedad se traduzca en gran medida en la gesti¨®n de los conflictos derivados del desarrollo de determinadas actuaciones de innegable inter¨¦s general. Y es aqu¨ª donde los pol¨ªticos tienen tambi¨¦n alguna responsabilidad, ya que en demasiadas ocasiones acaban siendo presas de las perversas l¨®gicas electoralistas. Ante el temor de supuestas decisiones impopulares, optan por abdicar de sus responsabilidades en el gobierno de la comunidad, cediendo a intereses particulares y renunciando a decisiones de inter¨¦s p¨²blico, alimentado as¨ª, involuntariamente, esas posiciones. La sociedad ser¨¢ pol¨ªticamente y democr¨¢ticamente sostenible s¨®lo si todos y cada uno de sus integrantes estamos dispuesto a asumir una parte de los costes que representa el progreso y modelo social que decimos desear. ?se es uno de los retos pol¨ªticos de los pr¨®ximos a?os, educar y aprender a vivir en sociedad.
Jordi S¨¢nchez es profesor de Ciencia Pol¨ªtica.
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