Pol¨ªtica de la tragedia
Atravesamos un largo periodo de cat¨¢strofes, dilemas morales e irrupciones de religiosidad medi¨¢tica que obligan a replantearnos viejas certezas. Dec¨ªa Adorno que el iluminismo "ha perseguido siempre el objetivo de quitar el miedo a los hombres para convertirlos en amos. Pero la tierra iluminada resplandece bajo el signo de una triunfal desventura". Los 100 d¨ªas del desastre del tsunami, los estertores de Ferry Schiavo o la agon¨ªa televisada del Papa y la org¨ªa interminable de su deceso y sucesi¨®n, lanzan retos poderosos a nuestra bien asentada racionalidad occidental y laica. La naturaleza, la muerte, eran para Freud, en su El malestar de la cultura, un encuentro continuo con aquellos aspectos que no tienen resoluci¨®n en la vida social. Esa condici¨®n tr¨¢gica de los humanos se ha pretendido atemperar con el aumento de las seguridades materiales, de los gadgets de vigilancia, o con el blindaje de aseguradoras y cautelas legales. Pretendemos que todo est¨¦ bajo control, pero descubrimos a cada paso nuestra constante y persistente vulnerabilidad, y la fragilidad de las certezas construidas. Insistimos en reforzar nuestra individualidad con medidas tendentes a mejorar nuestra sensaci¨®n de bienestar, con una sofocante preocupaci¨®n por esconder nuestra impotencia. Y es por ese lado por el que nos aparece con redoblada fuerza la religi¨®n de siempre, o las nuevas versiones de equilibrio emocional y f¨ªsico, para contrarrestar esas sensaciones crecientes de precariedad.
El fervor de estos d¨ªas alrededor de una persona que ha desempe?ado el papel de representar, en su efigie y despliegue informativo, un mundo de valores y certezas inusuales en nuestros tiempos, se entiende mejor si se compara con la evidente endeblez de muchos otros personajes de revistas del coraz¨®n, programas de televisi¨®n de gran audiencia o concursos que acaparan ratings televisivos, a los que consagramos precisamente por el hecho de representar eficientemente nuestro lado banal y negativo, aquello que nos hace sonrojar. La frivolidad y la superficialidad de esos montajes nos reconfortan y logran mantenernos m¨¢s o menos estables en la inanidad emocional y de sentido vital. Nos saturan, y as¨ª nos vacunan de nuestras sombras y del sentido tr¨¢gico de lo que no comprendemos o controlamos. Frente a esas im¨¢genes esperp¨¦nticas de los medios m¨¢s masivos, nuestra vida se torna mucho m¨¢s apacible, segura y estable de lo que realmente es. Frente a esos melodramas televisados, la cotidianidad, la rutina de la precariedad e inseguridad laboral, social y familiar, resulta incluso reconfortante por conocida.
Se nos dice que la falta de religiosidad nos empobrece y envilece. Se acusa a los modos de vida dominantes de excesivamente materiales, cuando, de hecho, es la dura materialidad de la supervivencia diaria la que deja pocos resquicios para espiritualidades m¨ªsticas que no sean alienadoras y tergiversadoras de la realidad social. Necesitamos nueva espiritualidad si por ello entendemos un necesario paso por la individualidad y sus complejidades en el retorno a una pol¨ªtica que vaya m¨¢s all¨¢ de los criterios a los que nos hemos y nos han acostumbrado en todos estos a?os. No podemos seguir aceptando el binomio p¨²blico-privado si con ello se pretende encerrar sentimientos y pasiones, miedos e incertidumbres en los rincones de la intimidad o de la religi¨®n en sus distintas versiones. No podemos tampoco contentarnos con divisorias de derecha e izquierda, si con ello se pretende dividir los campos de los que se preocupan por los individuos y los que se preocupan por los colectivos. Las cl¨¢sicas preguntas de qui¨¦n soy, qu¨¦ quiero, a d¨®nde voy, tienen sentido en s¨ª mismas y nos conducen a lo que Beck llama la "pol¨ªtica de la vida y de la muerte". Estos d¨ªas, ello es nuevamente evidente; lo individual y lo global no pueden escindirse. No nos podemos escapar de la tragedia, de los dilemas de la vida y de la muerte, y no podemos seguir aludiendo a las limitaciones de la naturaleza para justificar la desigual suerte de ricos y pobres, de educados y sin educar, en el azaroso mundo en el que habitamos. Cada d¨ªa que pasa comprobamos lo dif¨ªcil que ser¨ªa de escindir nuestro microcosmos de vida ¨ªntima y personal, de la terrible indisolubilidad de los problemas globales.
Es en esas constantes encrucijadas en las que vida y pol¨ªtica se van cruzando sistem¨¢ticamente, donde nos esperan los dilemas morales y los prejuicios religiosos para enfrentar a personas y colectivos con estilos y opciones muy diferenciados. Y es ah¨ª donde necesitamos lo que Barman define como "una segunda reforma". Si la primera reforma permiti¨® que las personas encontraran su propio camino a la salvaci¨®n, desregulando el arrepentimiento y la redenci¨®n, en esta segunda, lo que est¨¢ en juego es liberarnos de los esquemas que por encima de los individuos sancionan en positivo o negativo las opciones vitales de cada uno. Cada uno tiene derecho a escoger su dicha, su personal modo de entender la vida y su sentido. Esa libertad de elegir sin muletas morales externas es gratificante, pero seguramente tambi¨¦n angustiosa y dolorosa, y puede ser que para muchos el precio que pagar sea excesivo y se prefiera la calidez de los ritos, de las normas, de las opciones tomadas por quienes se nos presentan como poseedores de certezas y de finalidades trascendentales. Este horizonte incierto puede resolverse delegando, dejando que otros decidan por ti, o puede encontrar acomodo en el compartir esas incertidumbres y dilemas en la posibilidad de convivencia humana diaria, con sus conflictos pol¨ªticos, con sus tragedias compartidas. En definitiva, con la b¨²squeda individual y social, es decir pol¨ªtica, de sentido.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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