Hoteles para Agatha Christie
Historias de aventureros y arque¨®logos pioneros en Siria y L¨ªbano
Seg¨²n se mire, existe un pu?ado de hoteles en el mundo que podr¨ªan considerarse piezas de estudio en la inexistente disciplina de la arqueolog¨ªa tur¨ªstica. En Oriente Pr¨®ximo se encuentra el principal yacimiento. La rareza estriba en que a¨²n quedan hoteles sin restaurar en los que todo est¨¢ tal y como lo vivieron los personajes famosos que nos sonr¨ªen desde las fotos de sus paredes y que parecen invitar al viajero a una melanc¨®lica excursi¨®n por el primer cuarto del siglo XX. La regi¨®n de Oriente Pr¨®ximo fue para los europeos objeto de peregrinaci¨®n primero y, m¨¢s tarde, destino culto de los que sal¨ªan a ver mundo, el mundo de la Antig¨¹edad que hab¨ªa dejado su rastro consecutivo en estas tierras b¨ªblicas: desde los pueblos que menciona el libro de los libros hasta los humildes escribanos de Ugarit en la edad del bronce, pasando por los fenicios, griegos, romanos, bizantinos, cruzados y pueblos tan peculiares que crearon ciudades m¨ªticas como la de los nabateos en Petra o los palmirenses en Palmira, adem¨¢s de la influencia de civilizaciones como la egipcia o la mesopot¨¢mica.
A comienzos de siglo y hasta la II Guerra Mundial, europeos y norteamericanos ricos hac¨ªan su inmersi¨®n en Oriente c¨®modamente arrebujados en un pu?ado de hoteles: el Shepheard's y el Heli¨®polis Palace, en El Cairo; el Cataract, en Asu¨¢n; el Saint Georges o el Grand Hotel d'Orient, luego llamado Albergue Bassou, en Beirut; el hotel d'Europe, en Jerusal¨¦n; el Orient Palace, en Damasco; el Reina Zenobia, en Palmira; el Bar¨®n, de Alepo, y el Palmira, de Baalbeck, por citar algunos de los m¨¢s conocidos. S¨®lo los cuatro ¨²ltimos sobreviven casi intactos.
Los elegantes vagones del tren Orient Express dejaban en Alepo a los turistas europeos que en esas primeras d¨¦cadas se mezclaban codo a codo con los m¨¢s famosos arque¨®logos. En realidad, el tren era el Taurus Express, la rama del Orient Express que se adentraba en Asia y cuyo objetivo era dar conexi¨®n a dos ciudades clave: El Cairo y Bagdad. La escritora Agatha Christie y su segundo marido, el arque¨®logo Max Mallowan, al que conoci¨® durante una excursi¨®n que hizo sola a Bagdad, eran clientes habituales de esa l¨ªnea y tambi¨¦n de la mayor parte de estos alojamientos.
1 Cazar patos desde el balc¨®n
Alepo era, a comienzos del siglo XX, la primera y la ¨²ltima etapa de los viajes a Oriente Pr¨®ximo que se hac¨ªan por tierra. Los viajeros bajaban del tren con la intenci¨®n de recorrer los restos arqueol¨®gicos que se hab¨ªan descubierto hasta el momento y despu¨¦s de varios meses regresaban de nuevo a la ciudad siria para tomar el Orient Express de regreso a Europa. Entonces, como ahora, era una ciudad cargada de historia que se iba modernizando gracias a una importante minor¨ªa cristiana, entre la que destacaban los armenios huidos de la represi¨®n turca en su pa¨ªs. Los hermanos Masloumian pertenec¨ªan a esta comunidad, que se hizo muy pr¨®spera, y en 1911 inauguraron el importante hotel Bar¨®n, en la parte europea de Alepo, ante el que se extend¨ªa un salvaje descampado. Los clientes incluso pod¨ªan disparar desde sus balcones a los patos para dar m¨¢s variedad a la cena. Agatha Christie y su marido se alojaron all¨ª en diversos periodos a lo largo de 11 a?os. Incluso algunas de las p¨¢ginas de su c¨¦lebre novela Asesinato en el Oriente Expr¨¦s fueron creciendo tras los postigos verdes de sus balcones.
Otro cliente asiduo en varias ocasiones fue el joven arque¨®logo ingl¨¦s Thomas Edward Lawrence, m¨¢s conocido a?os despu¨¦s como el coronel Lawrence de Arabia. Como si de un peque?o altar se tratara, a¨²n es posible ver una de sus facturas en la vitrina que se encuentra en el sal¨®n de la televisi¨®n seg¨²n se entra a mano derecha. Pero la lista de famosos es enorme: aviadores como Charles Lindbergh, Amy Johnston y Charles Kingsford-Smith; pol¨ªticos como Theodore Roosevelt, el rey Faisal, Kemal Ataurk; diplom¨¢ticos y esp¨ªas como Kim Philby, y viajeros y personajes de la cultura como Freya Stark, Zsa Zsa Gabor, Rossellini o Pier Paolo Pasolini, que hizo en la ciudad parte del rodaje de Medea. Hoy permanece inmune y altivo en la calle que lleva su nombre, s¨®lo afeado por los locales comerciales instalados en sus bajos. Hasta ¨¦l se dejan caer peque?os grupos que echan pestes de sus incomodidades y alg¨²n que otro viajero solitario en busca de fantasmas.
2 El hotel de la francesa
Alepo era la primera etapa, pero puede que la segunda fuera sin ninguna duda las deslumbrantes ruinas de la antigua ciudad de Palmira, esparcidas por el desierto sirio. Palmira alcanz¨® su esplendor y declive con la archifamosa reina Zenobia, una mujer de gran temperamento que se atrevi¨® a desafiar a la mism¨ªsima Roma y pag¨® con su cautiverio y muerte sus sue?os de grandeza. La historia moderna de Oriente Pr¨®ximo est¨¢ trufada de viajeras c¨¦lebres y mujeres con car¨¢cter, desde la pionera Hester Stanhope hasta Jane Digby el Mezrab, Anne Blunt, Freya Stark o Gertrude Bell, y tambi¨¦n por otras con menos cabeza. Una vez empezado el siglo XX, una mujer llegaba a las ruinas de la imponente ciudad dispuesta a emular una vida nada convencional inspirada en Zenobia. La condesa francesa Margot d'Andurain hab¨ªa viajado a Siria con su marido en los primeros a?os del siglo buscando, con la excusa de su inter¨¦s por la arqueolog¨ªa, una vida suficientemente ex¨®tica. La pareja abri¨® en los a?os treinta el hotel, bautizado, como era de esperar, con el nombre de Zenobia, utilizando para ello algunas de las piedras del recinto arqueol¨®gico. Ah¨ª sigue estando el hotel, varado en la misma orilla de las ruinas, con sus sillones de tapicer¨ªa de ¨¦poca y con su agradable terraza sombreada de olivos donde tomar una cerveza y picar unos platillos de mezze (aperitivos) mientras cae el sol de la tarde.
Pero la condesa dio bien que hablar. Sus fiestas y org¨ªas asombraban tanto como su atuendo informal y su costumbre de conducir veh¨ªculos. Despu¨¦s asesin¨® a su marido para unirse a uno de sus sirvientes beduinos, se convirti¨® al islam y fue arrestada cerca de La Meca. De la c¨¢rcel la salv¨® el embajador franc¨¦s. M¨¢s tarde acudi¨® a Espa?a para trabajar como esp¨ªa a las ¨®rdenes del bando franquista en la Guerra Civil, hasta que unos a?os despu¨¦s se la encontr¨® muerta en un barco.
Agatha Christie y su arque¨®logo tambi¨¦n se alojaron en el Zenobia. Quiz¨¢ viendo las espl¨¦ndidas ruinas, la autora aprendi¨® a valorar m¨¢s la profesi¨®n de su marido, pues "un arque¨®logo -dec¨ªa con sorna- es el mejor marido que una mujer puede tener, dado que cuanto m¨¢s vieja se vuelve ella, m¨¢s inter¨¦s tiene ¨¦l".
3 La sombra de Cocteau
Como otra pieza de arqueolog¨ªa hay que contemplar el peque?o y desvencijado caser¨®n del hotel Palmira, en las ruinas de Baalbeck (L¨ªbano), situado tambi¨¦n estrat¨¦gicamente justo enfrente del recinto. Levantado en 1874, fue utilizado como cuartel general por los alemanes en la Primera Guerra Mundial, y durante la segunda fueron los ingleses los que se instalaron en sus habitaciones, decoradas con estricto gusto europeo. Durante d¨¦cadas, el hotel Palmira alberg¨® a los valerosos turistas que despu¨¦s de un viaje complicado llegaban hasta su peque?o jard¨ªn festoneado de jazmines, y en la d¨¦cada de los sesenta, coincidiendo con el auge del Festival de las Artes de Baalbeck, tuvo hu¨¦spedes como Duke Ellington, Ella Fitzgerald o Rudolf Nureyev. Fue en los cincuenta cuando Jean Cocteau acudi¨® al hotel para colgar una peque?a exposici¨®n de dibujos que a¨²n se puede visitar tal y como ¨¦l la dej¨®, a pesar de haber transcurrido m¨¢s de medio siglo, el tiempo que dicen las malas lenguas lleva la pared sin pintar para no mover los cuadros. Toda una lecci¨®n de respeto a la historia.
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