La condesa sangrienta
Erzs¨¦bet (Elisabeth) Bathory fue posiblemente la primera asesina en serie de la historia. Descendiente de una de las familias m¨¢s poderosas de la regi¨®n centroeuropea que se extiende por las actuales Rumania, Hungr¨ªa y Croacia, tortur¨® y asesin¨® a m¨¢s de 650 j¨®venes a mediados del siglo XVI para conseguir la eterna juventud.
Erzs¨¦bet Bathory (1560-1614), alias La Condesa Sangrienta, alias La Tigresa de Csejthe. Hija de Jorge y Ana Bathory. Quiz¨¢ la asesina en serie m¨¢s abundante de la historia, en compa?¨ªa de varias sirvientas y brujas tortur¨® mediante los m¨¢s crueles procedimientos y asesin¨® a cerca de 650 muchachas en las despensas, salas ocultas, salas de calderas, subterr¨¢neos, cuartos de aseo y en sus mismos dormitorios de sus castillos de Lezticz¨¦, Kereszt¨²r, S¨¢rv¨¢r, Beck¨®, Csejthe. Estos horrores sucedieron mediado el siglo XVI, en perdidas y boscosas regiones h¨²ngaras batidas por el viento, que hoy pertenecen a la Rep¨²blica de Eslovaquia. Una vez fueron puestos a la luz sus cr¨ªmenes, Erzs¨¦bet fue juzgada en Presslau o Presburbo (hoy, la Bratislava eslovaca, y en aquel entonces, ca¨ªda Budapest en manos de los turcos, capital de Hungr¨ªa) por 20 jueces y condenada a encierro de por vida. Pas¨® los ¨²ltimos a?os encerrada en una habitaci¨®n del castillo donde hab¨ªa cometido la mayor¨ªa de sus horrendos cr¨ªmenes. Desde all¨ª clamaba su inocencia y enviaba cartas donde aseguraba que su desgracia obedec¨ªa a un complot del rey para quedarse con sus tierras. Pero ni el rey se qued¨® con sus tierras ni ella sali¨® de esa sala.
Con estas pocas frases podr¨ªa resumirse el relato de una vida tan est¨²pida y ruin, y acabar este art¨ªculo. Pero claro que podemos extendernos un poco m¨¢s, y agregar unos detalles, divinos detalles.
Las andanzas de esta mujer tarada est¨¢n excelentemente glosadas en la biograf¨ªa documentada y estilizada de la escritora francesa Valentine Penrose, bajo el t¨ªtulo La condesa sangrienta (Siruela). En esas p¨¢ginas de prosa fina, digna de un tema m¨¢s alto que la descripci¨®n a veces insoportablemente detallada y minuciosa de los tormentos f¨ªsicos inferidos por Erzs¨¦bet y su jaur¨ªa de locas a sus indefensas, aterrorizadas v¨ªctimas, se escruta y analiza el ¨²nico retrato que nos ha llegado de la condesa, realizado por un artista an¨®nimo cuando ella ten¨ªa aproximadamente 25 a?os.
En sus ojos de mirada extraviada puede apreciarse, nos dice Penrose, el invisible velo que la separaba de las cosas y que ella quer¨ªa atravesar mediante la crueldad extrema, causando el dolor y la muerte y experimentando los ¨¦xtasis epil¨¦pticos que sol¨ªan presentarse despu¨¦s de alguna sesi¨®n especialmente grotesca, de la que sal¨ªa manchada de sangre hasta las cejas y con un jir¨®n de carne humana entre los dientes. Parece, dice la bi¨®grafa citando documentos de la ¨¦poca, que fue una mujer de piel p¨¢lida, de impresionante aunque helada belleza, una de las m¨¢s lindas de su tiempo. Es posible. Pero lo que vemos en el an¨®nimo retrato es a una joven de fisonom¨ªa corriente y mirada inexpresiva, una noble enjoyada y vestida con ropa distinguida, con una gola aparatosa.
La historiograf¨ªa h¨²ngara y la alemana y los anales de la criminolog¨ªa patol¨®gica abundan en escritos sobre el personaje, en reflexiones meditabundas sobre el sinsentido del mal que ejerci¨® en l¨®bregas estancias, en recreaciones de la p¨¢lida condesa, a partir de las actas del juicio celebrado en el a?o de 1611, que su acusador, el palatino Thurz¨®, ocult¨®, m¨¢s que guard¨®, en su castillo, y exhumadas en el siglo XVIII por el padre jesuita Laszlo Turoczi, que escribi¨® la primera monograf¨ªa sobre la condesa.
En esas actas, las criadas que la asistieron en la comisi¨®n de aquellas atrocidades hablan expl¨ªcitamente de su narcisismo, de su obsesi¨®n por retener la juventud, de las ceremonias sat¨¢nicas que celebraban:
-?Cu¨¢ntas mujeres has matado?
-Mujeres, no s¨¦; j¨®venes he matado a treinta y siete.
-?Qu¨¦ torturas empleaban?
-Les ataban muy fuerte las manos y los brazos con cuerda de Viena, y las golpeaban mortalmente hasta que se les pon¨ªa el cuerpo negro como el carb¨®n y se les abr¨ªa la piel. Una aguant¨® m¨¢s de doscientos golpes antes de morir. Dork¨® les cortaba los dedos uno a uno, con unas cizallas, y luego les pinchaba las venas con unas tijeras.
Etc¨¦tera, etc¨¦tera, etc¨¦tera. Testimonios que pondr¨ªan muy caviloso a Bataille. Pero tales documentos y los libros sobre la dama de Csejthe (hoy en d¨ªa, Chactice, burgo en la zona m¨¢s occidental de Eslovaquia, con una plaza medieval, un peque?o museo municipal y las ruinas del castillo en lo alto) no explican c¨®mo fue posible que una dama, por noble que fuese, pudiera cometer tantos cr¨ªmenes, a lo largo de tantos a?os, sin que las quejas y las protestas de las v¨ªctimas llegaran a o¨ªdos de las autoridades superiores y ¨¦stas tomasen medidas.
El hecho de que sus c¨®mplices fueran condenados a muerte, pero ella ni siquiera tuviese que declarar en el juicio habla ya de su alta posici¨®n social. En efecto, aunque en la vida de Erzs¨¦bet todo habla de un apartamiento abismal, de una soledad escondida en compa?¨ªa s¨®lo de otros monstruos y de sus aullantes v¨ªctimas, su familia era una de las m¨¢s importantes y poderosas de la regi¨®n centroeuropea que se extiende por las actuales Rumania, Hungr¨ªa, Croacia.
Durante los siglos XV y XVI, esa regi¨®n fue campo de batalla entre los pr¨ªncipes cristianos y los ej¨¦rcitos del imperio turco, empe?ado en expandirse por los Balcanes y la Europa Central, aprovechando las guerras de religi¨®n que empezaron con la revuelta de los husitas (protoprotestantes) en Bohemia. Aquellos pr¨ªncipes a menudo cambiaban de lealtades y ora se pon¨ªan al servicio de las majestades cat¨®licas ora pagaban tributo a la Sublime Puerta, seg¨²n las necesidades de la supervivencia o las conveniencias de la estrategia.
Pocas d¨¦cadas antes del nacimiento de Erzs¨¦bet Bathory, el rey Luis II de Hungr¨ªa (1516-1526) y casi toda su nobleza y gobierno murieron en la batalla de Mohacs, la cat¨¢strofe nacional h¨²ngara. La capital, Budapest, y la mayor parte del pa¨ªs, cayeron bajo el yugo turco. El pa¨ªs se dividi¨® en dos monarqu¨ªas: la una, habsb¨²rguica; la otra, tributaria de los turcos durante 150 a?os. El poder real se redujo a la m¨ªnima expresi¨®n.
En esas circunstancias, con campa?as guerreras que empezaban cada primavera y quedaban suspendidas o terminadas con la llegada del invierno, los monarcas Habsburgo, transilvanos o polacos perd¨ªan y ganaban continuamente regiones y plazas fuertes; en estas regiones fronterizas el absolutismo no pudo imponerse con la rotundidad con que lo hizo en Espa?a, Inglaterra o Francia. La evoluci¨®n de las estructuras sociales se demor¨®. Tras la represi¨®n de las revueltas de campesinos propias de la ¨¦poca, pero all¨ª especialmente feroces, el servilismo se extrem¨®. Los se?ores feudales, a los que los reyes ten¨ªan que recurrir cada vez que emprend¨ªan una acci¨®n guerrera, gozaban de una autonom¨ªa casi absoluta, y de gran n¨²mero de criados a su servicio, cuyo precio era muy bajo, para los par¨¢metros de la ¨¦poca.
Destacaban entre esos se?ores los Wenzelin, descendientes de ancestros de la Suavia alemana que se convirtieron en "Valientes" o "Bravos" (Bator, Bathory) al servicio de los reyes h¨²ngaros, y en grandes latifundistas. Diez a?os antes de Mohacs, fue uno de ellos precisamente el que dirigi¨® al ej¨¦rcito regular contra los campesinos sublevados. Ya en tiempos de Erzs¨¦bet, un primo suyo era pr¨ªncipe de Transilvania, y otro primo, rey de Polonia. En su familia hab¨ªa cardenales, obispos, jueces. Hab¨ªa tambi¨¦n antecedentes de enfermedades mentales, de violencia desmedida. La misma condesa era hija de primos consangu¨ªneos.
Su esposo, Francisco, pertenec¨ªa a la muy rica y poderosa, aunque un poquito menos distinguida, familia N¨¢dasdy, y era uno de los m¨¢s distinguidos se?ores de la guerra que se pasaron la vida batallando al servicio de la corona, contra el turco.
La Ungr¨ªa restaurada, compendiosa noticia redactada en toscano por D. Simpliciano Bizozeri y traducido en espa?ol por Un curioso, publicado en 1688 en Barcelona, retrata Hungr¨ªa como un pa¨ªs riqu¨ªsimo. Un pa¨ªs donde no se ver¨ªa, "en algunas de sus ciudades en vez de la Cruz enarbolada la Luna si la perfidia de sus moradores no hubiera ayudado al enemigo com¨²n a establecer en ¨¦l su tiran¨ªa". Un reino fertil¨ªsimo, al que s¨®lo le faltaban "hombres de buena ley, puesto que todos los historiadores que de ellos escriben los llaman crueles, sediciosos, inconstantes, avarientos, vengativos y sin fe". Un pa¨ªs tan f¨¦rtil en minerales y toda clase de riquezas naturales que incluso se hab¨ªan hallado "yemas de oro fin¨ªsimo brotado de la tierra y un p¨¢mpano medio de oro y que se dice se conserva y se guarda en el tesoro del emperador".
Sobreabundaban los caballos, corderos, ovejas y carneros; los ciervos, cisnes, cabras monteses, b¨²falos, liebres y comadrejas. Las vacas eran tantas que no se recog¨ªan por la noche, se las dejaba sueltas por los pastos. De p¨¢jaros era inmensa la cantidad, "en particular de tordos, faisanes, perdices, t¨®rtolas y otros semejantes".
En cuanto a las yemas de oro que seg¨²n Simpliciano Bizozeri brotaban de la tierra, y el misterioso p¨¢mpano de oro, seguro que llegaron al tesoro imperial en tiempos de Rodolfo II, aquel sobrino de Felipe II, gran coleccionista de extravagancias de las ciencias, de la alquimia y de las artes que llev¨® la capital imperial a Praga; hombre peculiar, rey lunar, humanista notable y raro, pero estadista pasivo y militar perezoso, durante cuyo reinado la condesa sangrienta se dedic¨® a sus fechor¨ªas impunemente, con el ¨²nico y negligible obst¨¢culo de las protestas del pastor J¨¢nos Ponikenus, escamado de sorprender demasiado a menudo a enterradores clandestinos trabajando por la noche en el cementerio junto a su parroquia.
La Hungr¨ªa de Erzs¨¦bet, que pasaba a solas largas temporadas de d¨ªas interminables, mientras su marido viajaba entre las diferentes fortalezas que defend¨ªan la frontera y persegu¨ªa las huestes de jinetes enemigos que se aventuraban al pillaje en las aldeas m¨¢s expuestas, era una Hungr¨ªa muy diferente de la que describe Bizozeri: una serie de severas mansiones de piedra en lo alto de montes pelados, a la sombra de los montes Tatra, s¨®lo sobrevolados por milanos y otras aves de presa, fortalezas en cuyo interior ella conjuraba a los esp¨ªritus de los bosques y las fuerzas tel¨²ricas de la tierra, donde sus criadas preparaban cocciones repulsivas y recitaban hechizos que hab¨ªan de proporcionar a su ama eterna juventud y protecci¨®n contra sus enemigos. Para la blancura de la piel lo mejor, cre¨ªa la condesa, eran los ba?os de sangre de doncella.
A Ferencz Nadasdy parece que le sorprend¨ªa pero no escandalizaba la severidad de su mujer con el servicio. Una vez vio a una criada atada a un ¨¢rbol, dejada a la intemperie en el patio de armas. A otras, castigadas a barrer y fregar desnudas en lo m¨¢s crudo del invierno. Pero ¨¦l bregaba en una guerra en que ambos bandos recurr¨ªan a la sa?a m¨¢s cruel para infundir terror al enemigo, y aquellos episodios le debieron parecer poco m¨¢s que juegos de mujercita caprichosa. Cuando el caballero muri¨®, a los 49 a?os, en Csejthe, su viuda se vio con las manos libres para entregarse sin m¨¢s freno ni disimulo a sus pasiones s¨¢dicas. Y as¨ª lo hizo durante muchos a?os.
El rey Mat¨ªas, despu¨¦s de deponer a Rodolfo, escuch¨® las alegaciones de algunas familias de la peque?a nobleza rural, donde las malvadas ajustadoras de criadas para el servicio de la condesa Bathory en el castillo de Csejthe hab¨ªan empezado a reclutar muchachas de buena cuna, de las que nunca m¨¢s se supo nada; mal estaba que en torno a los castillos de una noble viuda falleciesen o desapareciesen las jovencitas campesinas en n¨²mero alarmante; ese fen¨®meno pod¨ªa achacarse a la combinaci¨®n de las enfermedades a las que eran tan proclives los tiempos, los rigores de sus vidas y la severidad de su ama. Pero que desapareciesen doncellas de sangre azul ya eran palabras mayores.
Mat¨ªas encarg¨® la investigaci¨®n de las denuncias que le llegaban al pr¨ªncipe palatino, conde Jorge Thurzo. El palatino era la primera persona del Estado despu¨¦s del rey, y el encargado de juzgar al mismo monarca en el caso de que ¨¦ste fuese acusado. El 29 de diciembre de 1610, Thurzo lleg¨® a Csejthe para poner a Erzs¨¦bet bajo arresto domiciliario, y en el registro del castillo encontr¨® una c¨¢mara de tortura, y en ella a varias muchachas muertas y alguna otra agonizante, olvidadas all¨ª la noche anterior por las sacerdotisas de la ordal¨ªa s¨¢dica, que se hab¨ªan retirado a dormir agotadas y sin acordarse de limpiar la sangre y los despojos y de enterrar los cad¨¢veres.
En el juicio subsiguiente, cuatro de las c¨®mplices de la condesa (que respond¨ªan a los nombres de Helena Jo, Ficzko, Dorotea Sientes y Katarina Beneczky, habiendo ya fallecido de muerte natural la m¨¢s demon¨ªaca, que respond¨ªa al muy adecuado nombre de Darvulia) confesaron sus cr¨ªmenes con absoluta franqueza, confiando en obtener a cambio clemencia del tribunal. Entre la docena larga de criadas y vecinos de las aldeas que dieron testimonio de los asesinatos, de las torturas, o de los entierros clandestinos que hab¨ªan presenciado, una criada identificada como "la doncella Zusanna" declar¨® haber visto una lista en la que la condesa hab¨ªa apuntado con su propia mano los nombres de 650 v¨ªctimas. Y Penrose agrega que junto a cada nombre la condesa hab¨ªa rese?ado alguna caracter¨ªstica: "Era muy baja", "Ten¨ªa el pelo negro", etc¨¦tera.
A pesar de la mencionada franqueza de las acusadas, el tribunal conden¨® a algunas a que les arrancasen los dedos -por haber torturado con ellos a mujeres- y luego las quemasen vivas; otra, en consideraci¨®n a su maleable juventud, s¨®lo fue condenada a ser ahorcada y luego arrojada a la hoguera; y Erzs¨¦bet Bathory, en atenci¨®n a los servicios prestados por su familia a la monarqu¨ªa, salv¨® la piel. Fue declarada demente y condenada a reclusi¨®n por vida en una sala de su propio castillo, donde se la empared¨® y pas¨® casi cuatro a?os sola, recibiendo alimentos por una rendija practicada en la pared, y sumida en qui¨¦n sabe qu¨¦ meditaciones y recuerdos, hasta que, cumplida la edad de 54 a?os, el ¨¢ngel de la muerte, con una mueca de repugnancia, la bes¨®.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.