El Carmel sin Mars¨¦
El paseo literario por el Carmel estaba anunciado como un recorrido por los escenarios de las novelas de Juan Mars¨¦. Sin embargo, el cicerone de la caminata, el escritor David Castillo, opt¨® por el senderismo. Creci¨® en el barrio y se lo conoce al dedillo. Como no son pocos los poemas que ha dedicado a sus callejuelas empinadas, aprovech¨® el encuentro para leer versos autobiogr¨¢ficos. Le segu¨ªan unas 20 personas, de las que apenas 3 eran vecinas de la barriada, que se quedaron fascinadas con las vistas que ofrece la monta?a del Carmel. "?Esto parece alpinismo!", exclam¨® una asistente sin resuello.
An¨¦cdotas novelescas no faltaron porque por all¨ª pasaron otrora literatos ilustres. Por ejemplo, Rub¨¦n Dar¨ªo. Parece ser que el c¨¦lebre modernista, adem¨¢s de ferviente cat¨®lico, era "amante de las juergas y cocain¨®mano", en palabras de Castillo. Por eso buscaba cobijos para liberar su entusiasmo festivo. Otros, como Joan Sales, editor de Merc¨¨ Rodoreda, llevaron en el Carmel una vida m¨¢s relajada.
Mars¨¦ no fue la estrella. Una parada en la carretera por la que descend¨ªa el Pijoaparte mientras presum¨ªa de moto y otra frente a la casa que aparece en la versi¨®n cinematogr¨¢fica de ?ltimas tardes con Teresa protagonizaron las escasas alusiones a su paisaje narrativo. Eso s¨ª, el piscolabis preceptivo se celebr¨® en el bar Delicias, un cl¨¢sico del autor de Rabos de lagartija.
El encuentro supuso de soslayo un animado ejercicio de memoria hist¨®rica. Durante la Guerra Civil, el ej¨¦rcito republicano situ¨® en las alturas del barrio un buen n¨²mero de bater¨ªas antia¨¦reas. Entre los soldados destinados en el cerro, se encontraba un jovenc¨ªsimo Joan Perucho, autor de poemarios como Sota la sang. Desde su posici¨®n, asisti¨® horrorizado a la entrada de las tropas franquistas. Espoleado por el oficial, sali¨® corriendo para su casa de Gr¨¤cia. En la huida, se iba despojando del uniforme. Al llegar, dijo el cicerone, "s¨®lo le quedaban los calzoncillos".
Algunos paseantes se adentraron con arrojo en los devastados refugios subterr¨¢neos de los milicianos, aunque fueron avisados de la voracidad de las pulgas. "Hemos disfrutado de un territorio de ruinas, que tambi¨¦n inspiran", concluy¨® Castillo, que pregunt¨® a los asistentes si les gustaba el recorrido. "S¨ª¨ª¨ª¨ª¨ª", contestaron todos de una tacada.
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