Claveles
S¨¦ que ahora est¨¢s buscando la copia del escrito que le enviaste a Lisboa, atendiendo su petici¨®n, al historiador y cr¨ªtico literario Joaquim de Montezuma de Carvalho, y cuyo original se encuentra, con cientos y cientos m¨¢s, en el Centro de documentaci¨®n 25 de abril, de la Universidad de Coimbra, junto con los de Guillermo Carnero, los Goytisolo, Mar¨ªa Zambrano, Vicente Gaos, Ana Mar¨ªa Matute, Manuel And¨²jar y tantos otros de aqu¨ª y de todo el mundo. Recuerdas, eso s¨ª, que era un escrito entre airado y melanc¨®lico, entre intenso y extenso, que redactaste no mucho despu¨¦s de salir de la c¨¢rcel. Porque fue en la c¨¢rcel, donde, con tus compa?eros de redada, supiste, crees que el d¨ªa 27, de la Revoluci¨®n de los claveles, en Portugal. Un funcionario de prisiones os dio la noticia, con temeraria complicidad y en apenas un susurro y unos recortes de prensa, y fue como si de pronto las rejas y los cerrojos tambi¨¦n florecieran sobre la ya pulverizada dictadura zalazarista. Llegabas -llegabais- de 72 horas de interrogatorios, con unos tipos de la brigada politicosocial, que no se andaban con chiquitas, y que ten¨ªan toda la traza y la mezquindad de la polic¨ªa fascista. Pero aquella noche, la celda fue un j¨²bilo. Aunque solo por buena vecindad, ya le tocaba el turno al franquismo. Cuando, por fin, en la calle, viste la imagen del clavel rebosante de perfume y esperanza en la boca de un fusil, comprendiste c¨®mo la decisi¨®n de unos j¨®venes capitanes y la entereza de todo un pueblo hab¨ªan hecho el prodigio: el acero de las armas y los principios del exterminio ya eran sustancia vegetal y canci¨®n: por entonces, sonaba, d¨ªa tras d¨ªa, Gr¨¤ndola Vila Morena, que era un llamamiento a la paz y al futuro. 31 a?os despu¨¦s, ?qui¨¦n recuerda aquel d¨ªa, que tambi¨¦n conmovi¨® al mundo?, ?qui¨¦n conoce la alquimia que transform¨® la industria del armamento en una lecci¨®n de floricultura?, ?qui¨¦n puede calcular cu¨¢ntos claveles son necesarios para enviarles a las tropas que ocupan Irak, Afganist¨¢n y tantos pa¨ªses?, ?y qui¨¦n sabe, si en lugar de exhibirlos en lo alto de sus fusiles, no terminar¨¢n comi¨¦ndoselos?
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