Pensar antes de almacenar
El 'homo econ¨®micus', que se informa, reflexiona y aplica su sentido com¨²n antes de decidirse por un producto o servicio, est¨¢ en peligro de extinci¨®n. Cada vez almacenamos m¨¢s cosas por el simple placer de tenerlas. Renunciar a estos caprichos supone un importante ahorro.
El ego¨ªsta racional. Uno de los principales supuestos sobre los que se asientan muchos modelos econ¨®micos es el del homo econ¨®micus, el ciudadano que trata de maximizar la utilidad econ¨®mica de cada decisi¨®n que toma, que piensa siempre en reducir el coste de oportunidad, un coste que equivale a "lo que te pierdes al decantarte por una opci¨®n determinada". La figura del homo econ¨®micus se basa en tres sencillas premisas: que el hombre es ego¨ªsta por naturaleza, que es racional en sus decisiones y que es capaz de acumular informaci¨®n y, en consecuencia, tiende a elegir la mejor opci¨®n. En otras palabras, es un "ego¨ªsta racional" que act¨²a conforme a decisiones reflexivas y calculadas.
Hasta aqu¨ª, una teor¨ªa defendible desde la l¨®gica m¨¢s purista. Seg¨²n sus par¨¢metros, recogidos por Adam Smith en La riqueza de las naciones, si uno asume que no act¨²a as¨ª se equipara a un tonto o a un loco.
Todos locos. Al parecer, todos estamos locos, porque son innumerables los ejemplos en los que los consumidores del siglo XXI no actuamos racionalmente. Algunos ejemplos bastar¨¢n para reflejar las casu¨ªsticas en las que se puede encontrar la mayor¨ªa de ciudadanos en uno u otro momento.
El producto estrella en la lista de compras in¨²tiles es la c¨¢mara de v¨ªdeo. Una buena parte de estas compras se produce con la llegada del primer beb¨¦. El comprador recuerda entonces que a¨²n no tiene videoc¨¢mara y, ante esta falta, siente una llamada que no puede esperar. Uno de estos aparatos cuesta entre 300 y 1.500 euros. La c¨¢mara llega al hogar coincidiendo con el primer llanto del beb¨¦ en la cl¨ªnica, pero s¨®lo reaparecer¨¢ en un par de ocasiones. Naturalmente, hay excepciones, pero los que no son aficionados de verdad no suelen pasar de las 20 horas de filmaci¨®n en cinco a?os. Poniendo que la c¨¢mara haya costado unos 1.000 euros, cada hora de filmaci¨®n habr¨¢ salido por? ?50 euros! Si hubi¨¦ramos optado por alquilarla, durante 10 d¨ªas, habr¨ªamos pagado s¨®lo 600 euros.
Segundos coches, licuadoras y otros. Dos ejemplos tambi¨¦n muy comunes son el de la licuadora para hacer zumos o la espumadora para montar la nata. En la semana de su adquisici¨®n se elaboran varios zumos y un par de pasteles. A partir de entonces, la licuadora o la espumadora se van al armario de la cocina, al estante m¨¢s alto, donde nadie alcanza sin silla o escalera, y en los pr¨®ximos siete a?os no se sacar¨¢ m¨¢s que unas diez veces. Cada zumo reci¨¦n exprimido ha salido por la friolera de seis o siete euros, y las cinco magn¨ªficas natas nos saldr¨¢n por unos 15 euros cada una, o sea, casi el triple de lo que nos habr¨ªa costado tomarnos el zumo en el bar o comprar la nata ya hecha.
Pero las decisiones irracionales pueden alcanzar los miles de euros si adquirimos productos de mayor valor, si hacemos "una inversi¨®n". Tal es el caso del segundo autom¨®vil en familias que apenas lo usan en ciudad porque hacen su vida en el barrio. Se calcula que, en muchos casos, el segundo coche se utiliza un mes al a?o. Un coche de gama media de 18.000 euros se tendr¨¢ que renovar en siete a?os. Suponiendo que se venda por unos 3.000 euros, habr¨¢ costado cada a?o unos 2.000 euros, una cantidad a la que hay que sumar los 400 euros del seguro y los 300 de revisi¨®n anual. Total: 2.700 euros al a?o que, divididos entre 40 d¨ªas de uso, arrojan un coste de casi 70 euros cada vez que lo hayamos usado. Por alquilar un coche se pagan 12 euros al d¨ªa, y existen alternativas m¨¢s baratas a¨²n, como los autos con publicidad en el chasis, por un euro al d¨ªa. En taxi, la otra opci¨®n, un trayecto al aeropuerto ronda los 25 euros. Pero son muchos los que se agarran al "nunca se sabe cu¨¢ndo lo vas a necesitar?" para justificarse por tener su segundo coche aparcado en el garaje la mayor parte del a?o.
El 'otro' piso. El tema no acaba aqu¨ª. Los ¨ªndices de ocupaci¨®n de segundas residencias en Espa?a est¨¢n entre los 15 y los 18 d¨ªas al a?o. Puede que alguno piense en el piso como inversi¨®n, pero si se compra para vender deber¨ªa considerarse que una segunda vivienda de 180.000 euros con tal grado de ocupaci¨®n durante treinta a?os sale por unos 350 euros al d¨ªa. M¨¢s que un hotel de cinco estrellas.
Los ejemplos abundan: chaqu¨¦s que se utilizar¨¢n cinco veces en la vida y podr¨ªan haberse alquilado; bonos de gimnasios y piscinas a los que acude regularmente s¨®lo el 20% de los abonados y donde a los m¨¢s espor¨¢dicos les sale a unos dos euros la brazada; equipos de esqu¨ª para los que no son muy asiduos a este deporte, quienes, sumando al precio del equipo los otros gastos que conlleva esta pr¨¢ctica, llegan a pagar un euro por cada giro sobre la nieve; m¨¢quinas milagrosas para tonificar nuestros abdominales que se ofrecen en televenta y que no pasan de los 15 d¨ªas de vida ¨²til?, y as¨ª un largo etc¨¦tera.
Obviamente, esto no es un alegato contra el consumo, que constituye el principal motor de la econom¨ªa, pero s¨ª una defensa de un uso m¨¢s racional de nuestro dinero, lo que evitar¨¢ tensiones financieras a las familias con capacidad de ahorrar.
Fernando Tr¨ªas de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor. Junto a ?lex Rovira, ha publicado el libro 'La buena suerte', con casi dos millones de ejemplares vendidos en el primer a?o y los derechos adquiridos para 34 idiomas.
El consumidor irracional
Es f¨¢cil comprender por qu¨¦ nos comportamos de forma tan poco l¨®gica desde un punto de vista econ¨®mico. Tres son los motivos: el primero es que en la cultura espa?ola, "poseer" se antepone a "utilizar". Bien sabido es que Espa?a es el pa¨ªs con el ¨ªndice m¨¢s bajo de alquiler de toda Europa. Los espa?oles somos consumidores obsesionados con la "posesi¨®n" en lugar de detenernos a analizar la necesidad real que tenemos. El segundo motivo es la creciente tendencia a la compra compulsiva, que se est¨¢ extendiendo de forma alarmante en algunos sectores de la poblaci¨®n. En palabras de Ismael Quintanilla, experto en psicolog¨ªa econ¨®mica, las conductas compulsivas representan casi el 70% de los actos de compra de los espa?oles. Esta compulsi¨®n, en algunos casos, alcanza el nivel de psicopatolog¨ªa, d¨¢ndose casos de personas que precisan tratamiento m¨¦dico porque a los cinco d¨ªas de cobrar la n¨®mina ya se la han gastado. El tercer motivo es el del mandato de la inmediatez. Si queremos algo, lo queremos ya. Al final, la c¨¢mara acabar¨¢ en el armario; el chaqu¨¦, en el ropero; el segundo coche, en el garaje, y el segundo piso, vac¨ªo.
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