La memoria y sus laberintos
Berl¨ªn rinde homenaje a los jud¨ªos asesinados con un monumento dise?ado por Peter Eisenman
Berl¨ªn inaugura hoy el Monumento de los Jud¨ªos Asesinados de Europa, un colosal conjunto conmemorativo dise?ado por el arquitecto Peter Eisenman, un jud¨ªo neoyorquino de abuelos alemanes, que despliega 2.700 bloques de hormig¨®n en el coraz¨®n de la capital de Alemania, formando un laberinto ordenado y angustioso para evocar el exterminio del Holocausto, en un ejemplar ejercicio de expiaci¨®n y memoria. En una primera versi¨®n del proyecto intervino tambi¨¦n el escultor Richard Serra. El monumento tuvo que superar dificultades financieras, debates pol¨ªticos sobre su naturaleza abstracta y el esc¨¢ndalo por la elecci¨®n de una pintura antigraffiti fabricada por la misma industria qu¨ªmica que suministr¨® el Zyklon B de las c¨¢maras de gas.
En realidad es una instalaci¨®n excavada que somete al espectador al extrav¨ªo
Bajo un paisaje pl¨¢cido y ordenado, 100 caminos descienden a un infierno familiar
El primer mensaje del Papa alem¨¢n fue para el rabino de Roma. Tanto Wojtyla como Ratzinger se han referido a los jud¨ªos como "nuestros hermanos mayores", y esta mudanza hist¨®rica del catolicismo militante -que deja atr¨¢s las sombras ambiguas o cautas del pontificado de Pacelli- exp¨ªa el antisemitismo latente que, tras alimentar innumerables pogromos europeos, condujo a la "soluci¨®n final" del r¨¦gimen nazi. La que fuese secretaria en M¨²nich del hoy Benedicto XVI, Mar¨ªa Prankl, ha dicho que "este Papa nos rehabilita a los alemanes ante el mundo", y esa aguda conciencia de culpa colectiva subyace a la actual floraci¨®n de monumentos y museos del Holocausto, culminados en Berl¨ªn por un colosal laberinto de hormig¨®n que evoca con lac¨®nico dramatismo el exterminio disciplinado y maquinal de seis millones de seres humanos. Dise?ado por un jud¨ªo neoyorquino de abuelos alemanes, el Memorial de los Jud¨ªos Asesinados de Europa es la obra m¨¢s importante de Peter Eisenman, y al mismo tiempo aquella cuya autor¨ªa m¨¢s debe obligadamente desvanecerse en la dignidad severa del anonimato, porque s¨®lo as¨ª rendir¨¢ tributo a la dimensi¨®n tr¨¢gica del horror interminable.
En su primera versi¨®n, este monumento m¨²ltiple y difuso era deudor a la vez de la materialidad grave del escultor Richard Serra -que intervino en el proyecto inicial- y de las complejidades geom¨¦tricas de Eisenman: la malla incierta representaba el Angst de un jud¨ªo cosmopolita, dividido entre la repetici¨®n ilustrada y la diferencia rom¨¢ntica; las superficies alabeadas remit¨ªan a los juegos sint¨¢cticos que permite el dibujo digital; y los estrechos pasajes entre los bloques se entend¨ªan como un esfuerzo testarudo por excavar un paisaje artificial. Si no se hubiera llegado a construir, como se temi¨® tantas veces a lo largo de su prolijo proceso de gestaci¨®n -interrumpido por dificultades financieras, debates pol¨ªticos sobre su naturaleza abstracta frente a la condici¨®n narrativa de los memoriales habituales, y el esc¨¢ndalo por la elecci¨®n de una pintura antigraffiti fabricada por la misma industria qu¨ªmica que suministr¨® el Zyklon B de las c¨¢maras de gas-, el monumento berlin¨¦s hubiera sido s¨®lo el Danteum de Eisenman, similar en su exactitud inmaterial al bosque de columnas de vidrio so?ado por Terragni, y como ¨¦l una imagen indeleble en los libros de historia de la arquitectura. Terminado, sin embargo, el proyecto se ha emancipado de su autor, adquiriendo una vida propia como el coraz¨®n simb¨®lico de la nueva Alemania, orgullosamente reunificada y a la vez enf¨¢ticamente arrepentida de un pasado ominoso.
Ahora, la red distorsionada expresa la racionalidad perversa del Holocausto, con su producci¨®n en cadena de la muerte; la extensi¨®n ondulada evoca al mismo tiempo los campos cultivados y los cementerios de guerra; y los corredores angostos exponen al visitante a una experiencia individual que los monumentos convencionales nunca ofrecen: bajo un paisaje pl¨¢cido y ordenado, 100 caminos que descienden a un infierno familiar. Monumento y plaza, figura y fondo, este cruce entre la escultura y el paisaje es en realidad una instalaci¨®n excavada, arquitect¨®nica y urbana, que somete al espectador a la desorientaci¨®n y al extrav¨ªo. Perdido en una malla regular, y atrapado en un pasaje abierto, el visitante siente angustia en el orden, y claustrofobia sin enclaustramiento, percibiendo a trav¨¦s del cuerpo y los sentidos la presencia del mal en un mundo reglado. Aunque muchos relacionen el efecto emotivo del caminar entre pesadas moles geom¨¦tricas con el impacto sensorial de obras colosales de Serra como la Snake o las Torqued Ellipses, y aunque otros tantos vinculen las bandas ondulantes y la red agrietada con proyectos de Eisenman como el Centro Columbus, la Ciudad de la Cultura de Galicia o sus m¨²ltiples "excavaciones", en ¨²ltima instancia este proyecto no remite a biograf¨ªas art¨ªsticas singulares, sino a la universalidad de la experiencia humana.
Los visitantes de una exposici¨®n de Ulay y Marina Abramovic deb¨ªan entrar en la galer¨ªa desliz¨¢ndose entre los cuerpos desnudos de los artistas que flanqueaban el umbral. Aqu¨ª, los cuerpos vestidos deben desnudar sus emociones desliz¨¢ndose entre bloques de hormig¨®n que conforman un enloquecedor laberinto de orden, fluido como un campo pautado de lava volc¨¢nica, para descender a un submundo exacto y opresivo: un rito de paso inevitablemente asociado con la muerte, agobiante al internarse en el bosque geom¨¦trico mientras los bloques se hacen m¨¢s altos, se pierden las referencias urbanas circundantes y s¨®lo puede verse un retazo de cielo; pero tambi¨¦n vinculado con el renacimiento espiritual que sigue a la anihilaci¨®n emotiva, liberador a medida que se asciende y se sale del jard¨ªn p¨¦treo de senderos apretados, que en la distancia se desdibuja en un oleaje amable, de manera que el memorial borra sus l¨ªmites y se hace indefinido para fundirse con ese inmenso oc¨¦ano de dolor y de tumbas que yace bajo Berl¨ªn.
Es posible que Jacques Herzog tenga raz¨®n cuando sugiere exacerbar la experiencia ambulatoria y t¨¢ctil del memorial con un suelo mullido de tierra o grava que responda a la pisada y enmarque la presencia rotunda de los bloques como icebergs de hormig¨®n que emergen del inframundo; sin embargo, el actual pavimento de adoquines resulta suficiente para empujar al visitante hacia un precipicio de ansiedad y malestar.
No es f¨¢cil saber c¨®mo debe expresarse el recuerdo del terror, y tanto los altares florales de Hiroshima como los ra¨ªles en llamas de Auschwitz sugieren teatros de la memoria m¨¢s eficaces que los parques tem¨¢ticos inmobiliarios del 11-S neoyorquino o el escu¨¢lido y n¨®mada bosque de los ausentes del 11-M madrile?o. Pero hoy vivimos en Espa?a una primavera de tumbas removidas, historia revisada y monumentos cuestionados que amenaza con transformar la amnist¨ªa amn¨¦sica de la transici¨®n democr¨¢tica en un campo de batalla de memorias enfrentadas y hostiles. A diferencia del arrepentimiento colectivo que se exige a Alemania, o del acto de contrici¨®n que los orquestados manifestantes chinos demandan de Jap¨®n, el conflicto simb¨®lico espa?ol remite a una guerra civil, y no es seguro que bajo las cenizas de la historia se hayan apagado ya las brasas del resentimiento que alimentan los incendios de los esp¨ªritus y los cuerpos.
Berl¨ªn, con este monumento expiatorio, lo mismo que el Papa b¨¢varo con su aproximaci¨®n fraternal a confesiones anta?o aborrecidas, marcan un camino de reconciliaci¨®n de identidades, creencias y memorias que puede servir de ejemplo para este pa¨ªs inflamable de veta brava y bronca f¨¢cil. Aunque resulte inesperado recibir lecciones alemanas, el laberinto berlin¨¦s puede ayudarnos a encontrar el camino en nuestros propios laberintos familiares.
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