Tradiciones
Observo con espanto y verg¨¹enza el delirante salto de la verja que pone fin a la romer¨ªa del Roc¨ªo. Entre la marea de peregrinos, varios ni?os horrorizados (apenas beb¨¦s) vuelan sobre las cabezas exaltadas para acabar pos¨¢ndose, entre l¨¢grimas de p¨¢nico, sobre el paso de la Blanca Paloma. Con este ritual injustificable los ni?os quedan bendecidos, en opini¨®n de los padres devotos.
Bendecidos no, traumatizados, corregir¨ªa cualquier espectador razonable entre los que deber¨ªamos incluir al Defensor del Menor de Andaluc¨ªa, Jos¨¦ Chamizo, que sorprendentemente guarda silencio ante una pr¨¢ctica temeraria que se repite todos los a?os. Es cultura, dir¨¢. Tradici¨®n. Fervor mariano. Distinto ser¨ªa que un beb¨¦ volara sobre las melenudas cabezas de los asistentes a un festival de heavy para posarse en un escenario donde act¨²a el ¨ªdolo musical. ?Distinto? Los ingredientes son id¨¦nticos: fanatismo, masas ingobernables y (para qu¨¦ negarlo) un considerable c¨®ctel de alcohol, drogas y cachondeo.
A estas alturas, argumentar que el Roc¨ªo es un acontecimiento religioso es tan hip¨®crita como ofensivo. Lamentablemente, para ser padre ¨²nicamente se requiere ser f¨¦rtil y acertar con el lugar y el momento adecuado. La inteligencia es opcional. No hagamos a los ni?os v¨ªctimas de demencias paternas y fanatismos poco edificantes.
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