Remordimientos de una reina
Lady Macbeth debe su fama a Shakespeare. La vida de la real se?ora Macbeth (1007-1060), hija y esposa de princ¨ªpes de Escocia, fue una aut¨¦ntica tragedia sacada a la luz quinientos a?os despu¨¦s de su muerte por el escritor brit¨¢nico, quien regal¨® al mundo una de las figuras de ficci¨®n m¨¢s poderosas de la historia.
Todos somos tambi¨¦n lo que los dem¨¢s dicen que somos. Los dem¨¢s no tienen necesariamente que ser grandes escritores: vecinos y compa?eros de trabajo construyen, a veces, personajes memorables con nosotros. Pero, en general, para que una criatura ficticia perviva a lo largo de los siglos se hace preciso algo m¨¢s que el chismorreo. Puede que Lady Macbeth naciera de un chismorreo, pero sin la ayuda de Shakespeare esta mujer malvada no habr¨ªa sido recordada, ni estudiada, ni a nadie le habr¨ªa importado su maldad, si es que realmente la pose¨ªa.
Existen, pues, dos Lady Macbeth, o una sola con un pie en la ficci¨®n y el otro en una borrosa realidad. Ni qu¨¦ decir tiene que, de las dos, la Lady literaria ha ganado de sobra la carrera hacia la verosimilitud, o al menos hacia la popularidad. A la real ya s¨®lo podemos inventarla. De ella han quedado ¨²nicamente palabras disueltas en los libros, igual que de la ficticia, pero, a diferencia de ¨¦sta, la real no es una criatura viva que se reencarna cada noche en los escenarios, ni ha pose¨ªdo nunca la voz y el cuerpo de Ellen Terry o Judi Dench.
La Lady Macbeth real se llamaba Gruoch, naci¨® en 1007 y muri¨® en 1060; era hija de Boede, pr¨ªncipe de Escocia, a su vez hijo de Kenneth III, y estaba casada con Gilmcongain o Gillacomagnam, conde (o thane en la antigua terminolog¨ªa escocesa) de Moray. Se supon¨ªa que Gruoch heredar¨ªa las tierras de su padre como primog¨¦nita, seg¨²n la ley de herencia instaurada por la dinast¨ªa de los Kenneth, pero con Gruoch las cosas se torcieron. Su madrastra (en este caso la madrastra perversa procede de la realidad) asesin¨® a su marido con ayuda de Duncan, y Gruoch huy¨® a los brazos de Macbeth y se cas¨® con ¨¦l. Estaba embarazada del malogrado Gilmcongain y tuvo un hijo llamado Lilach. Es de imaginar que Gruoch no guardara los mejores recuerdos hacia Duncan, que en el ¨ªnterin se hab¨ªa hecho coronar rey de Escocia, desposey¨¦ndola de las tierras que le correspond¨ªan por la primogenitura. As¨ª pues, varios cronistas le atribuyen cierta responsabilidad en la pugna entre Duncan y Macbeth, la muerte del primero en una batalla y la proclamaci¨®n de Macbeth como rey en 1040. A¨²n vivi¨® para ver a su segundo marido asesinado (por Malcolm, hijo de Duncan) y a su hijo Lilach coronado en 1057 y asesinado varios meses despu¨¦s, en 1058, para ser sucedido por Malcolm. Gruoch muri¨® en 1060, suponemos que tan triste, miserable y abandonada como cabe esperar de una hija, esposa y madre de pr¨ªncipes y reyes mal vistos por el poder oficial. Hace mucho tiempo que sus restos descansan en paz en alguna parte y sus perversiones y tragedias se han esfumado para siempre. Se hab¨ªan esfumado ya por completo cuando, quinientos a?os despu¨¦s, un dramaturgo isabelino moderadamente famoso quiso escribir sobre ella, o m¨¢s bien sobre su segundo marido.
En la obra hom¨®nima de Shakespeare, Macbeth es un ambiciosillo de los que vemos florecer todos los d¨ªas en los rincones de las oficinas, almacenes, pasillos de congresos y despachos de militares de todo el mundo. Tras el anuncio, por parte de tres brujas, de que va a ser rey, su esposa (de quien nunca se menciona el nombre, s¨®lo "Lady Macbeth") toma las riendas y se encarga de azuzarlo para que asesine a Duncan y se convierta en monarca, haciendo realidad as¨ª la profec¨ªa. Como ocurre con tantos hombres no aptos para determinadas labores, Macbeth se propasa despu¨¦s de matar a Duncan, y le coge gustillo a eso de matar. Asegura que ya ha ido demasiado lejos y volver atr¨¢s le costar¨ªa tanto o m¨¢s que proseguir. Lady Macbeth, siempre m¨¢s pr¨¢ctica, se acobarda un poco ante esa furia desatada, y al fin es ella la que no puede m¨¢s: su conciencia culpable la obliga a levantarse por las noches, son¨¢mbula, y repetir una y otra vez la parte m¨¢s sangrienta del asesinato de Duncan. As¨ª, hasta que nos enteramos de que se ha suicidado. Pero, para cuando llega ese punto, despu¨¦s de dos horas y media de gritos y direcciones esc¨¦nicas, Lady Macbeth ya ha superado con creces en realismo y potencia los mediocres cincuenta y tres a?os de existencia real de Lady Gruoch. La que sobrenada en nuestra conciencia, por mucho que conozcamos la historia verdadera, es la creaci¨®n literaria, lo cual parece darle la raz¨®n a Macbeth, que al enterarse del suicidio de su esposa se pone filos¨®fico y lanza algunas frases que bien podr¨ªa haber hecho suyas Lady Gruoch: "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia, que nada significa". Que me lo digan a m¨ª, opinar¨ªa Gruoch.
Hoy d¨ªa parece haber consenso entre los especialistas a la hora de afirmar que Shakespeare no necesit¨® de ninguna fuente literaria o hist¨®rica concreta para dise?ar a Lady Macbeth. Es verdad que en las Cr¨®nicas de Holinshed, a las que tanto acudi¨® como fuente de inspiraci¨®n sobre historia inglesa, apenas se menciona a la esposa del malhadado rey escoc¨¦s, si bien Holinshed no se olvida de declarar que la ambici¨®n de la Lady fue responsable en gran parte de los maquiav¨¦licos planes de Macbeth. Sea como fuere, Shakespeare tom¨® la pluma y el papel y aconteci¨® el milagro. Regal¨® al mundo una de las figuras de ficci¨®n m¨¢s poderosas de la a¨²n no tan larga historia de las letras, un papel que representa para toda gran actriz una especie de consagraci¨®n.
Como siempre ocurre con los personajes de este dramaturgo, reducida a su m¨ªnima expresi¨®n Lady Macbeth se encuentra enraizada en la vulgaridad del t¨®pico: en este caso se trata de la esposa que en la intimidad del hogar le da papirotazos al marido llam¨¢ndole fracasado y azuzando su ambici¨®n a costa de poner en entredicho su puesto de macho alfa, exigi¨¦ndole que sea hombre de una vez, que traicione a su colega de trabajo para que el jefe lo ascienda a ¨¦l. Es una de esas figuras simb¨®licas y c¨®micas que se han hecho populares hasta en los chistes, tan antigua como el machismo, o como Yahv¨¦ y el para¨ªso. Es, de nuevo, la Eva tentadora, pero transmutada por la mediocridad de la ¨¦poca. Ya no se habla de frutas del ¨¢rbol del conocimiento, sino de algo m¨¢s cutre: un espaldarazo en el escalaf¨®n social, una porci¨®n mayor del pastel del ¨¦xito. Siendo, como es, un t¨®pico irremediable y probablemente tan falso como verdadero (suele suceder con los t¨®picos), la historia de la "mujer que azuza la ambici¨®n del hombre" est¨¢ de sobra anclada en el inconsciente cultural y en ella reside parte de la credibilidad del personaje de Lady Macbeth, como los viejos clich¨¦s del moro celoso y del jud¨ªo avaro cumplen con el requisito de hacernos m¨¢s cercanos a Otelo y Shylock.
Sin embargo, si por algo se distinguen los creadores de grandes personajes es precisamente por adoptar un t¨®pico para despu¨¦s romperlo gratamente. Don Quijote no es el caballero salvador de princesas que todos esperar¨ªamos, ni Hamlet el pr¨ªncipe bondadoso y justiciero. En Lady Macbeth, la destrucci¨®n del t¨®pico de la "mujer que azuza la ambici¨®n del marido" sobreviene de repente, en la primera palabra de la frase que describe el propio t¨®pico. Porque lo m¨¢s inmediato, lo primero que hace la Lady antes que cualquier otra cosa, es renunciar a su condici¨®n de mujer. Esto resulta sorprendente.
En su invocaci¨®n de los esp¨ªritus -los "ministros del asesinato"-, con el fin de obtener el valor necesario para convencer a Macbeth de matar a Duncan (tras haber resuelto que intentar¨¢ jugar su propio papel en el clich¨¦ de azuzar al marido), la Lady les reclama: "Unsex me here". Su proceso de transformaci¨®n no ha de dirigirse hacia el camino de la tentaci¨®n de Eva, de la atracci¨®n de la Sirena, del uso de los "encantos femeninos" para hacer que el hombre acate su voluntad, sino en algo muy distinto que precisa, pues, de otra clase de sujeto. Unsex me tiene dif¨ªcil traducci¨®n en nuestro idioma. No es, desde luego, "esterilizadme", aunque tambi¨¦n es eso. Tampoco es cambiar de sexo. No consiste en volverse "var¨®n": no estamos ante la obsoleta broma de preguntar "qui¨¦n lleva los pantalones en casa". Lady Macbeth no quiere llevar pantalones ni faldas. Lady Macbeth quiere renunciar al sexo: a su sexo, en efecto, pero tambi¨¦n al de su marido. Quiere convertirse en algo neutro. Pide despu¨¦s, a esos mismos esp¨ªritus, que la rellenen "de la cabeza a los pies", "hasta el borde", de "la m¨¢s horrenda crueldad". Esta segunda petici¨®n parece m¨¢s t¨®pica, m¨¢s dentro del contexto de "arp¨ªa" con el que juega, pero ?qu¨¦ decir de la primera? Unsex me puede ser traducido como "privadme del sexo", o bien "despojadme de la sexualidad". Es una extra?a renuncia.
Simb¨®licamente, esta renuncia emparenta a Lady Macbeth con los ¨¢ngeles antes que con los demonios. La tradici¨®n insiste en borrar el sexo de los ¨¢ngeles y acentuar el de los diablos, que incluso llegan a clasificarse en ¨ªncubos y s¨²cubos seg¨²n el g¨¦nero. La metamorfosis en una criatura asexuada no equivale necesariamente a la aparici¨®n de una criatura maligna. La petici¨®n siguiente (la de ser rellenada de crueldad de la cabeza a los pies) da a entender que la Lady aspira a hacer tabula rasa con su esencia, borr¨®n y cuenta nueva, empezar desde el principio. Adem¨¢s de los ¨¢ngeles, los embriones (al menos tradicionalmente) tambi¨¦n se muestran asexuados. De manera similar, nos parece estar oyendo el casto ruego de un sacerdote o una monja: Unsex me es el primer paso hacia la pureza. Pero ni siquiera se trata de un voto de castidad, que en cierto modo admite impl¨ªcitamente la existencia de una sexualidad sublimada, o sacrificada, sino de una renuncia del g¨¦nero, de la identidad sexual. Lady Macbeth quiere convertirse en algo previo, y por tanto m¨¢s puro. No quiere que la visite el remordimiento, quiere llenarse hasta el borde de crueldad para que nada se interponga entre el deseo (que su marido mate a Duncan y sea rey) y su satisfacci¨®n. Para ello, el primer lastre que deja atr¨¢s es el sexo, como si de alguna manera fuera el sexo el principal responsable de la piedad o la compasi¨®n. Como si la identidad sexual fuese, en cierto modo, una salvaguarda de la virtud, un impedimento para el asesinato.
En este sentido, el personaje de Lady Macbeth parece declarar que, a fin de cuentas, la Eva tentadora, la mujer que usa sus encantos para enga?ar o pervertir -uno de los principales s¨ªmbolos malignos de las religiones oficiales-, est¨¢ mucho m¨¢s cerca de la virtud de lo que cabe suponer. Para alcanzar esa cota de maldad que Lady Macbeth se propone, lo primero es abandonar el g¨¦nero, no transmutarlo sino perderlo. De alg¨²n modo, la sexualidad, para la l¨®gica de la Lady (como para la de la moral cat¨®lica), puede ser indicio de flaqueza, pero de signo contrario al usual. Lady Macbeth se aleja, en este sentido, de muchas otras mujeres malignas legendarias.
No parece, sin embargo, que la Lady renuncie de tan buen grado a la maternidad, aunque desee pervertirla. Es dif¨ªcil renunciar a la maternidad. La Sirena, por ejemplo, conserva a¨²n sus pechos, s¨ªmbolo por excelencia del doble papel tentador y procreador. La Lady quiere pervertir esa funci¨®n, no anularla: "Acudid a mis pechos de mujer", dice, "y cambiad mi leche por hiel". El canto de Lady Macbeth nada tiene que ver con la atracci¨®n sexual (de la que se ha despojado), pero s¨ª con la labor maternal, de la cual, curiosamente, no desea despojarse. La Lady renuncia de buen grado a ser mujer, pero no madre. M¨¢s tarde declara, cuando su marido manifiesta reparos al plan de asesinar a Duncan, que ella ha dado el pecho a un ni?o y sabe "cu¨¢n tierno es el amor hacia el beb¨¦ que mama" (primera y ¨²nica menci¨®n que se hace en la obra del hijo de la Lady Gruoch hist¨®rica, fruto de su anterior matrimonio, llamado Lilach). Pero acto seguido afirma que hubiese arrancado su pez¨®n de las "enc¨ªas sin hueso" del beb¨¦ mientras ¨¦ste "sonre¨ªa" y le hubiese "estrellado los sesos" si as¨ª lo hubiese jurado, como hab¨ªa jurado Macbeth seguir adelante con el plan. Esta boutade no resulta tan salvaje como parece, y ya lo not¨® Coleridge: lo ¨²nico que revela es la alta estima que la Lady profesaba por ciertas escenas de la maternidad. Es, pues, otro ejemplo que muestra c¨®mo nuestra asexuada Lady no quiere (o no puede) dejar atr¨¢s el papel de madre.
Tampoco renuncia a ser hija. La oiremos declarar poco m¨¢s tarde, la noche en que llevan a cabo el asesinato de Duncan en el dormitorio, mientras ¨¦ste se hospeda en casa de los Macbeth: "Si no me hubiese recordado a mi padre dormido, yo misma lo habr¨ªa hecho". Imaginamos a la Lady en la oscuridad, tras haber emborrachado a los guardias que custodian al rey, contemplando a Duncan dormido y vacilando al recordar la imagen de su padre. Ante todo, Lady Macbeth es hija. No ser¨¢ capaz de matar a ning¨²n anciano dormido, pero s¨ª de destrozar la cabeza del beb¨¦ al que da de mamar. Tampoco ser¨¢ esposa, ni siquiera de s¨ª misma: ha renunciado a su sexo. Es o trata de ser, pues, una hija correcta, una madre perversa y una mujer nula.
La siguiente sorpresa que nos depara este car¨¢cter es su enfermedad. Una vez obtenido lo que deseaba -Macbeth ya es rey-, es ella la que hereda el temor, el insomnio y la culpabilidad del marido. Para Sigmund Freud, la Lady era un buen ejemplo de "depresi¨®n tras el ¨¦xito": ha puesto todas sus fuerzas en conseguir algo, pero no en vivir con lo ya conseguido. Lo cual, por cierto, nada tiene de extra?o: despu¨¦s de asesinar a Duncan -una imagen de su padre- y de "estrellar" hipot¨¦ticamente los sesos de su beb¨¦, el ¨²nico papel que le queda por desempe?ar es el de mujer, de reina consorte, que es precisamente el papel del que ha abjurado para lograr llegar hasta all¨ª. Lady Macbeth se sume en la nada en la que ella misma se ha convertido, porque "lo que ha sido hecho no puede ser deshecho". La vemos decir eso cuando aparece, son¨¢mbula, restreg¨¢ndose unas manos que cree tener manchadas de sangre. Tambi¨¦n la contemplan, desde el escenario, un doctor y una sirvienta. El doctor emite un diagn¨®stico: su coraz¨®n debe de estar soportando una "pesada carga", y la criada declara que no querr¨ªa llevar ese coraz¨®n en su pecho ni siquiera por la "dignidad del resto del cuerpo". Lo parad¨®jico del caso es que Lady Macbeth se ha quejado tiempo atr¨¢s, durante la noche del asesinato, de estar avergonzada de poseer un "coraz¨®n tan blanco", frase curiosa que ha llamado la atenci¨®n, con justicia, de los lectores atentos de la obra (el t¨ªtulo de la novela hom¨®nima de Javier Mar¨ªas resalta esta extra?a paradoja). De modo que nos quedamos sin saber si el doctor tiene raz¨®n. Pero la ¨²ltima imagen que conservamos de la Lady es n¨ªtida: un cuerpo p¨¢lido rodeado de negrura, ocultando quiz¨¢ un coraz¨®n demasiado blanco y frot¨¢ndose unas manos que ella ve demasiado rojas.
Por supuesto, Lady Macbeth finaliza cuando el tel¨®n cae. Al salir al vest¨ªbulo y comentar la obra empezamos a descubrir la impostura: el astuto autor nos ha embelesado durante unas horas, impidi¨¦ndonos razonar. Algunas de las frases que tanto nos han influido pueden ser producto de errores de copistas o del capricho del azar en el instante de la redacci¨®n de un texto apresurado. Nada sab¨ªa Shakespeare sobre Freud, y muy poco sobre la Lady Gruoch real, a la que suponemos mucho m¨¢s simp¨¢tica, quiz¨¢ m¨¢s aburrida. El reinado de Macbeth, en realidad, dur¨® casi veinte a?os entre la muerte de Duncan y su propia muerte, y fue, seg¨²n los cronistas, un rey bastante justo. Pero el misterio de la creaci¨®n literaria no se aten¨²a por eso. Lo que le ocurri¨® a Napole¨®n, le ocurri¨® s¨®lo a Napole¨®n. Lo que le ocurre a Lady Macbeth tambi¨¦n le ocurri¨®, en parte, a Napole¨®n, y a Lady Gruoch; a m¨ª y a ti, lector.
Los personajes hist¨®ricos son s¨®lo ellos mismos. Los literarios somos todos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.